Una especie de jet lag se hace presente y se agrega a una larga lista de situaciones novedosas, raras. El aislamiento llegó de golpe, sin período de adaptación y nos encuentra sin manual de uso. El valor de las tareas domésticas cotiza en alza y obliga a organizarse con cierta disciplina castrense. Y ayuda a distraerse.
A cocinar, pues. Nunca me lavé las manos tantas veces, a cada momento. Arranco por cortar un buen repollo blanco, lo más finito posible, sigo al pie de la letra una receta, que para eso no hay que ser ningún genio de la gastronomía, y al poco rato tengo listo un chucrut que ni en Baviera se consigue. De ese tamaño es mi orgullo al contemplar la obra.
La TV abierta sigue trepanando cabezas so pretexto de estar prestando un servicio, desfilan epidemiólogos, economistas, como no, terapeutas de toda laya, monotributistas quebrados, tarotistas y vedetongas recicladas en artefactos solidarios. Ni en medio de esta batalla triste están dispuestos a ceder un instante de exposición mediática. La tranquilidad y la paciencia, que deberían primar en medio de semejante tempestad, parecen inhallables.
El día continúa y hay que plantarle cara. Hace años que soy runner, martes, jueves y sábado, cumplo religiosamente con la rutina y disfruto de la compañía del grupo, al sol, al aire, con frío o con lluvia, no importa, me encanta.
Imagínenme corriendo en modo presidiario por el patio, esquivando planteras y escalones, un tipo que encara barrancas, desanda unos cuantos kilómetros por semana, pica, frena, y es feliz haciendo eso. Pero entre la risa y las fotos que perpetra mi compañera de travesía voy encontrándole la vuelta a este desafío titánico. No estaremos presos de nuestros propios hábitos?
Otro día está terminando y el agotamiento provocado por la ansiedad, antes que por el encierro, me deposita ante una nueva película, que ruego que no sea tan mala como la que vi anoche, hasta que el sueño me lleve a otra dimensión. O será que todo esto es una pesadilla de la que despertaremos lúcidos?
CCrp.
