Estamos en la antesala de una recesión que será prolongada y conflictiva

La protección de la cadena de pagos y la prevención de los contagios del coronavirus son la noticia monotemática de estos días, y nada cambiará al menos hasta fines de este trimestre. Todo sugiere que la suba de víctimas irá acelerándose en los países inicialmente “escasos de tests” de Covid-19.

Las evaluaciones históricas que en el futuro procesen los sobrevivientes a este mal difícilmente logren homogeneizar series de datos de países con tests escasos, a otros que se aproximen a las prácticas del gobierno de Corea del Sur, que siguen siendo el modelo a seguir por buena parte de los gobiernos de otros países.

La expansión del virus no tiene límites, al menos mientras no haya vacuna a la vista. Las cuarentenas se imponen para asegurar la aplicación del distanciamiento entre personas, pero a costa de restricciones a las actividades económicas altamente costosas.

En Sudamérica las reacciones son heterogéneas. Probablemente los resultados se irán modificando a medida que se generalicen los demorados tests a ser aplicados a los no infectados.

De todas formas, las imágenes aterradoras de Guayaquil, y el innecesario error de la convocatoria a cobro de haberes de jubilados pensionados y AUH del pasado viernes, reflejan deficiencias de gestión de políticas públicas que pueden aumentar innecesariamente los costos humanos y económicos de esta catástrofe sanitaria.

Los pronósticos de caída y recuperación económica pospandemia se podrán afinar recién dentro de unos meses. El futuro dependerá de varias cifras por ahora inciertas: nuevos muertos por este virus e inmunizados después de su exposición al mismo, o de la aplicación de una vacuna que no estará disponible al menos hasta el año próximo.

Los temores económicos están asociados a las pérdidas directas por la interrupción de actividades por parte de los gobiernos y de los temores del futuro escenario pospandemia. Las economías de todo el mundo serán diferentes, menos flexibles en la circulación de recursos humanos y de su incorporación a puestos laborales, y probablemente también en disposición y uso de lo que hasta ahora llamamos o conocemos como “espacio público”.

Con la disponibilidad de cámaras, drones y otros aparatos análogos, los controles policiales a la circulación de personas serán más rigurosos y estrictos. Inevitablemente el certificado de vacunación o inmunidad pospandemia serán un “must” para obtener o mantener un puesto laboral, un cargo público, una vacante como estudiante en una escuela o universidad, o gestionar un pasaporte, una visa, o un pasaje de transporte aéreo, terrestre o acuático. El mundo que conocimos hasta el mes pasado no volverá a existir.

Los gobiernos deben (no sólo pueden, deben) contribuir a adecuar la psicología de la población a un mundo nuevo, diferente, menos discrecional en algunos aspectos, para evitar que la gran recesión en curso, revierta en el menor lapso posible, y sin nuevos recrudecimientos de este coronavirus, o la aparición de nuevas amenazas bacteriológicas de alcance mundial.

En la transición, las pérdidas que deben soportar empresas y familias por el abrupto frenazo (“sudden stop”) de actividades de todo tipo tiene, entre otras consecuencias, el aumento de incumplimiento de contratos, incluidos los contratos de deuda.

La provisión de liquidez de los principales bancos centrales del mundo que se ha conocido en las últimas semanas tal vez no sea la única.

Una de las misiones básicas de los gobiernos en este escenario es el de evitar una crisis financiera mundial que tendría consecuencias devastadoras. Inclusive para hacer frente al nuevo coronavirus. En los países emergentes, se ciernen complicados escenarios para los altamente dependientes de exportaciones de commodities a China y Estados Unidos, los más endeudados y los que tenga los sistemas de salud más débilmente equipados para que su personal atienda a las víctimas del coronavirus.

La falta de tests de detección de Covid-19 asoma como la más peligrosa deficiencia para las próximas semanas. Sin una oportuna detección de portadores asintomáticos, la situación se puede complicar y las aterradoras imágenes de la ciudad de Guayaquil (Ecuador) de los últimos días, bien que se pueden repetir en buena parte del resto de la región.

Mientras tanto, flexibilizar cuarentenas y retornar a un funcionamiento global no será algo inmediato. Se requiere crédito, inversiones, innovaciones. Pero es imposible contar con esos servicios sin circulación de personas, el funcionamiento de un mínimo de servicios de transportes y las entidades bancarias y cierta recuperación del consumo privado. A nivel mundial, el consumo representa no menos de 2/3 de la demanda agregada. A mayor persistencia del avance del virus, y también de cuarentenas prohibitivas, mayor será la demora hacia la recuperación de patrones de gasto libres de miedos e incertidumbres.

Lo peor que se podría hacer en la transición hacia una futura (e incierta) recuperación de algo de normalidad sería subir fuertemente las tasas de interés, contraer la oferta de dinero y de crédito y/o subir impuestos. Peor aún, aplicar conjuntamente estas tres recetas suicidas. Aun a riesgo de inestabilidad de precios y en los tipos de cambio, estas opciones no logran en el escenario actual nada más que magnificar el efecto pobreza del impacto de este virus, y del bloqueo a la movilidad física de las personas. La búsqueda de una reactivación de la oferta y la demanda de bienes y servicios, sin presiones inflacionarias ni deflacionarias, es un desafío carente casi de aportes teóricos generalmente aceptados y de experiencias recientes relevantes. El sendero a futuro es por demás incierto. Es bien claro lo que no conviene hacer, pero no así qué políticas o conjunto de políticas es suficientemente efectiva para revertir lo que asoma como una probable recesión extensa y aguda para la mayor parte del mundo.

Mientras tanto, queda en manos de los gobiernos combinar las limitaciones a los contactos físicos, con la búsqueda de una salida económica con miras a no menos de cuatro objetivos básicos de corto plazo: a) financiar e impulsar el gasto en equipamiento médico para aniquilar esta pandemia cuanto antes, b) asegurar a las familias un mínimo de dinero, alimentos, medicamentos, artículos de limpieza y desinfección, energía, calefacción y acceso a comunicaciones mínimas (online o no), c) sostener las redes de suministros, financieras y asociativas del sector privado a efectos de garantizar la reapertura de vacantes laborales una vez superada esta pesadilla, d) programar e implementar los pasos hacia una reactivación económica colaborativa entre sector público y privado a medida que se flexibilicen las cuarentenas.

En el caso de nuestro país, exacerbar antinomias son subas de impuestos sin una racionalización al menos simbólica de gastos superfluos es desperdiciar tiempo y energías. Y el episodio lamentable del último viernes con los jubilados no se debería repetir, no sólo por razones elementales de salud pública, sino por la pésima señal a futuro respecto de la definición de cómo y quiénes podrán impulsar de manera coordinada y colaborativa una recuperación económica sostenida y con una mínima estabilidad de precios.

Es de esperar que las autoridades así lo entiendan. Si la población no percibe estar acompañada, sino más bien hostigada, los próximos meses van a ser muy difíciles para todos, en materia sanitaria, económica y político-social. La situación tiende a complicarse, y la tolerancia a nuevos errores puede reducirse al mínimo. En caso de repetirse, la duración e intensidad de la recesión se extenderá, exponiendo a buena parte de la población a rigores económicos y sanitarios que difícilmente esté dispuesta a aceptar.

Fuente: eleconomista/rp

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