Diarios de Cuarentena, día 20, llegó el momento de pensar acuerdos más que armisticios

Quedate, no salgas. La consigna es algo más que una sugerencia y algo menos que una sentencia. Y más allá de algún vecino distraído que se arma un asadito con amigos y favorecedores, un transgresor light que se anima a saltar sin red y nos asocia en su estupidez o en su irresponsabilidad sin nuestro consentimiento.

Un buen porcentaje de la sociedad entendió que por una vez en la vida había que cumplir órdenes, que los roles de gobernantes y gobernados no están de adorno y que los representantes fueron elegidos para convencer, explicar y sobre todo en situaciones críticas, para dirigir.

El contrato institucional estipula esta relación y si el partido que gobierna no cumple con las expectativas ya habrá tiempo de señalar los errores, cambiar preferencias o modificar las condiciones en el próximo turno electoral. Algo extraño sucede en la cabeza de los políticos, tan entrenados para efectuar el cálculo de costo beneficio hasta para ir a lavarse los dientes, a menudo olvidan que los ciudadanos de a pie, a su modo, también lo hacen.

Desde las alturas del poder, los políticos están obligados a tomar decisiones de carácter general, equilibrar las cargas que soportan los diversos componentes de una sociedad lastimada y favorecer a los más débiles. Desde el llano estos comportamientos se reproducen en espejo, solo que en el microespacio de unidades decisionales como la de una familia, un barrio o una pequeña empresa. En estos casos, el cálculo costo beneficio no tiene público, salvo la conciencia individual o la solidaridad de los mas cercanos.

Mientras tanto cruje el esqueleto. Entendido en un sentido lato, cruje el esqueleto institucional porque no funciona el Poder Legislativo so pretexto de la emergencia, cuando en rigor de verdad es exactamente por dicha razón que debería estar funcionando a destajo. El límite impuesto a las medidas adoptadas en el contexto de la pandemia finalmente se encontrará y el sistema democrático se vería fortalecido si todas las fuerzas políticas tuvieran la posibilidad de involucrarse en decisiones que trascenderán el mandato de quienes se encuentran a cargo del Poder Ejecutivo.

Lo que ya dejó de crujir porque se rompió hace rato es el esqueleto social. A los índices de pobreza e indigencia los carga el diablo, solo crecen. Los marginados, excluidos por mal alimentados y peor educados, desterrados de los empleos dignos y a años luz de los beneficios de la sociedad del conocimiento, se apilan como despojos en los cinturones de miseria de los grandes centros urbanos y desde mucho tiempo antes en el país interior. La mayoría son niños, con hambre. Y mujeres, lejos de la protección y el abrigo de casi nadie.

Esos vecinos de al lado representan al 40% de todos los que conforman este páramo social llamado Argentina. Es con ellos que se tendrá que convivir, reconstruir la casa común, recrear expectativas en un futuro, modesto, pero indispensable para volver a recobrar el sentido como sociedad.

Y ya que de crujidos se habla, el de la economía es ensordecedor. Con la recesión inexorable que se profundizará por las razones que todos saben, la puja distributiva solo postergará el debate de fondo y generará peleas por pedazos de una torta cada vez más pequeña. Con este contexto, más por necesidad que por virtud, conviene ir preparando acuerdos, consensos, pactos o como quiera que se llame a la mera racionalidad, ya que son más recomendables que los armisticios, a los que se llega después de una guerra.
CC.

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