Cuaderno de opiniones. Al rescate de la galga “Dulcinea” capítulo 2

Por Isabel de Estrada
El cuero de Dulcinea estaba pegado a sus costillas y mirándola se podía adivinar el esqueleto perfecto de un galgo. No tenía fuerzas para levantarse y estaba completamente deshidratada. Además sus ojos estaban cubiertos por una nube blanca. Y tuvimos la impresión de que no veía. La dejamos internada. Nos fuimos rogando de que al día siguiente nuestra doncella, amaneciera con vida.

Esa misma noche, publicamos la impactante imagen de la galga, que había recibido esa tarde en el teléfono, en el Facebook de Fundación Zorba. En poco tiempo, la historia de Dulcinea circulaba por todos los portales y teníamos cientos de ofrecimientos de ayuda.

Una de las características de los galgos es la dignidad que guardan siempre, a pesar de los abusos y el maltrato a los que son sometidos. Como una manera de guardarles respeto, en la Fundación decidimos no publicar imágenes adonde aparecen degradados. Pero esta vez, la ira me jugó una mala pasada y publiqué la foto de Dulcinea, en crudo, así como la había recibido esa tarde de suerte para ella. En pocos minutos su imagen se hacía “famosa”. Mientras, ella luchaba por su vida, miles de personas seguían su evolución a través de las redes sociales.

Una mañana la fuimos a buscar a la veterinaria para llevarla a “Los Galgos”. Era diabética, se había quedado ciega debido a la enfermedad y habría que inyectarle insulina por el resto de su vida. La abrigamos bien con una capa de terciopelo rojo y lana por dentro. Teníamos muchísimos ofrecimientos de tránsito- el sistema que usamos en la Fundación para poder rescatar más animales- pero por el momento se quedaría en casa.

Necesitaba comida, descanso, abrigo, insulina y caricias! Más adelante pensaríamos en el resto. En pocos días, era una celebridad y se había ganado el corazón de miles de personas. Los progresos eran imperceptibles. Dulcinea alzaba su mirada sin alcanzar a ver, e interpretábamos sus deseos a la perfección. Recibía infinitas caricias, y si no la estimulábamos, ella se pasaba el día echada, descansando imagino, de toda una vida de maltrato y abandono. Su expresión empezaba a cambiar. Se estiraba como lo hacen los galgos cuando empiezan a conocer la: felicidad. Y nosotros, nos moríamos de ternura.

Hay pocas cosas tan evidentes y emocionantes como la recuperación de un animal maltratado. Acompañarlo en el redescubrimiento de cada sensación olvidada, o jamás experimentada, es una experiencia que vale la pena vivir. Revolcarse sin parar en la hierba fresca, beber agua limpia sin parar, comer y sentir una mano que acaricia en lugar de descargar golpes. Continuará …
Isabel de Estrada
Autora: “Perros sin collar”, “Buenos Aires Guau” y “Aullidos en el viento”
www.fundaciónzorba.org
IG/BN/CC/rp.

Más Noticias

Salir de la versión móvil