martes 8 octubre 2024

Libia, una guerra civil con olor a petróleo y ambiciones imperiales

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Por Luis Domenianni
Desde finales de agosto 2020, la guerra civil en Libia parece haber entrado en una fase de calma. Luego del fracaso de la ofensiva del auto proclamado “mariscal” Kalifa Haftar (76 años), tras la intervención de Turquía en las operaciones militares a favor del bando contrario, tanto de un lado como del otro apelan a una solución política con la eventual celebración de elecciones para marzo del 2021.

Aún queda mucha agua por correr bajo el puente, pero las declaraciones en dicho sentido del jefe del Consejo Presidencial del Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), Faiez Sarraj (60 años), abren la puerta hacia una solución diferente a la búsqueda de un triunfo militar.

El GAN es la fracción que detenta mayor reconocimiento internacional, dado que las propias Naciones Unidas la consideran como titular del gobierno legítimo de Libia. No obstante, varios son los Estados que auspician, por el contrario, a sus rivales del este libio.

Si Turquía apoya con armas y combatientes al bando “legal”, del otro lado operan aviones de las fuerzas aéreas emiratí y egipcia, mercenarios “privados” rusos de la agencia Wagner –la misma que combatió en el Donbass ucraniano- y apoyo político francés y griego.

Y frente a las declaraciones “componedoras” de Sarraj, la respuesta del otro bando no se hizo esperar. El mismo día, el presidente del Parlamento, que contesta la autoridad del GAN, Agulah Salah llamaba a un “alto el fuego inmediato y el cese de todos los combates en territorio libio”.

Sin dudas, el empate militar y el cansancio de la población de un lado y del otro fueron determinantes a la hora de buscar una salida política.

Salida política –electoral- que en mucho se asemeja a una última chance para la unidad nacional. Si fracasa, es posible asistir a una partición de Libia en, al menos, dos unidades políticas y geográficas distintas: Tripolitania, al oeste y Cirenaica, al este.

Antecedentes
Desde la Antigüedad, la costa libia sobre el Mar Mediterráneo fue una región donde se instalaron gentes venidas de otras latitudes. Por empezar, griegos y fenicios fundaron factorías para facilitar el comercio con las tribus bereberes originarias del país.

Los griegos, además, se establecieron en las denominadas “cinco ciudades”, entre ellas la actual Bengasi, segunda ciudad del país y capital de Cirenaica. Las ruinas de Cirene –declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO- dan testimonio vivo de la prosperidad alcanzada durante el dominio helénico.

Luego llegaron los púnicos –los cartagineses- quienes fundaron sus propias colonias, como–Leptis Magna y dieron auge a Sabratha, fundada previamente por los fenicios, ambas también Patrimonio de la Humanidad.

Tras los griegos y cartagineses, llegaron los persas que gobernaron por dos siglos hasta la “liberación” por parte de Alejandro Magno y el retorno a la civilización helénica con la Casa de los Ptolomeos como realeza hereditaria.

En el 74 antes de Cristo, fue el turno de Roma. Fue la colonización romana la que proporcionó la grandiosidad arquitectónica a las ciudades patrimonio de la humanidad, fundadas antes por fenicios, griegos y púnicos.

A la caída de Roma, en el 476, los vándalos germánicos ocuparon Libia hasta que fueron expulsados por los romanos de Oriente –Constantinopla-, a su vez, corridos por los árabes musulmanes en el siglo VII.

Y llegó el turno del Imperio Otomano, tras un breve interregno aragonés con Fernando el Católico y de la Casa Real de Austria, con su nieto Carlos, I de España y V del Imperio Romano Germánico.

Los turcos otomanos extendieron, bajo distintas formas, su dominio sobre Libia hasta 1911. Previamente, entre 1801 y 1805, aconteció la Primera Guerra Berberisca que opuso a la Armada estadounidense contra los piratas de los llamados Estados Berberisco, entre ellos Trípoli, la actual capital libia.

Los piratas berberiscos, asentados en las costas mediterráneas de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, atacaban o cobraban protección a los barcos que surcaban dicho mar. Además, vendían a sus tripulantes como esclavos. En más de 1 millón de personas son calculados los europeos transformados, de esta manera, en esclavos durante los siglos XVI y XIX. Fue necesaria una Segunda Guerra Berberisca –en 1815- para acabar con dicha práctica.

Libia moderna
En 1911, tropas italianas invadieron el territorio. Fue el complejo de haber quedado fuera del reparto colonial del mundo el elemento central de la tardía invasión italiana. A la colonización italiana se la consideró atinada desde lo productivo y lo modernizador, durante mucho tiempo. Fueron muchos los árabes y bereberes que vieron en Italia un impulso modernizador. No fue así.

Los italianos unieron las regiones históricas de Tripolitania al oeste, Cirenaica al este y el Fezzan en el sur sahariano para formar la, por entonces, colonia libia y posterior Reino de Libia independiente.

Fue la Segunda Guerra Mundial quien puso fin al dominio italiano. En 1949, Naciones Unidas aprobó una resolución que establecía a 1951 como plazo para la independencia libia, ahora repartida entre Francia y Gran Bretaña. Y la independencia sobrevino el 24 de diciembre de 1951, bajo la forma de reino con Idris I, de la familia Sanussi, como rey constitucional.

La ilusión de la civilización italiana fue solo eso, una ilusión. Al momento de la independencia, no había escuelas públicas en el país. Los graduados universitarios eran solo dieciseis entre una población de más de un millón de personas. De ellos, tres eran abogados. No había médicos, ni ingenieros, ni farmacéuticos, ni agrónomos. Solo la cuarta parte de la población sabía leer y escribir.

Pero, sobrevino el petróleo. Encontrado 1955, su explotación comenzó en 1963. Y, todo cambió. Por empezar, el sistema federal que distribuía el poder entre Tripolitania, Cirenaica y el Fezzan desapareció. El reino quedó unificado y con ello, los recursos.

Junto a la nueva riqueza emergieron las grandes ambiciones. Entre ellas, la de un capitán de 26 años que encabezó un golpe de Estado y derrocó al rey Idris. Se llamaba Muamar Kadafi.

Inmediatamente, con excepción de los pequeños comercios, nacionalizó la actividad privada. En particular aquella en manos de los italianos que no retornaron a Italia.

Son por demás conocidos los delirios del auto denominado Hermano Lïder y Guía de la Revolución Libia. Uno a uno, sus intentos de unión de Libia con Egipto, Sudán, Siria y hasta el lejano Irak, fracasaron. También la pretendida unidad con Túnez, Argelia, Marruecos y Chad.

Tuvo, por supuesto, sus aventuras bélicas. Envió 3.000 soldados a sostener al dictador ugandés, Idi Amin. Se embarcó en una guerra de anexión contra su vecino del sur Chad. Y padeció un bombardeo norteamericano en 1986.

El año 2011, tras 42 años en el poder, Kadafi fue derrocado por los rebeldes, cuando buena parte del Ejército lo abandonó, con el apoyo de aviones y barcos norteamericanos, franceses y británicos. Cercado y hecho prisionero en su ciudad natal de Sirte, fue muerto, en circunstancias no esclarecidas.

Libia actual
Desde entonces, el poder quedó atomizado entre distintas milicias armadas y la irrupción del djihadismo de Estado Islámico que trasladó combatientes desde Siria e Irak y llegó a tomar las ciudades de Bengasi, Derna y Sirte.

Estado Islámico fue expulsado por el auto denominado Ejército Nacional Libio (ENL) que comanda el “mariscal” Haftar. A su vez, los distintos grupos guerreros locales, con sus más y sus menos, quedaron encolumnados tras uno de los dos grandes bandos: el del GAN de Sarraj o el del Parlamento de Haftar.

Desde lo militar, tras la expulsión de Estado Islámico, las acciones fueron favorables a las fuerzas del mariscal Haftar. Así, la ciudad de Derna, el petrolero Golfo de Sidra y la sureña región del Fezzan cayeron en manos del gobierno rebelde asentado en Cirenaica.

El avance prosiguió y, a principios del 2020, el mariscal Haftar tomó Sirte, la ciudad natal del ex dictador Kadafi, y la única que había resultado liberada de Estado Islámico por combatientes del GAN.

Sirte fue la antesala del asalto a la capital, Trípoli. De allí en más, toda una serie de encuentros, reuniones internacionales, como la organizada por Angela Merkel en Berlin, y compromisos de alto el fuego, sirvieron de muy poco.

Las tropas del mariscal llegaron hasta Trípoli, entablaron combates en los suburbios de la ciudad, atacaron el aeropuerto, pero no lograron vencer la resistencia del GAN.

Y entonces sobrevino la respuesta turca. Drones, aviones, combatientes mercenarios sirios y turcomanos y tropas regulares turcas, pusieron freno a la marcha triunfal del “mariscal”.

La intervención turca fue la respuesta al apoyo militar brindado al bando contrario por los aviones de Egipto y los Emiratos Árabes Unidos y por los mercenarios rusos del grupo Wagner, un antifaz “privado” para enmascarar las intervenciones militares del gobierno Putin, en Libia, en Siria o en Ucrania.

La geopolítica
Con el repliegue norteamericano de los distintos escenarios bélicos del mundo para concentrarse en el conflicto con China; con el compromiso bélico francés en el Sahel; con la introspección británica provocada por el Brexit: los movimientos geopolíticos ofensivos quedaron en manos de tres actores diferentes, todos ellos con ambiciones imperiales: China, Rusia y Turquía.

Preocupada por su influencia en la denominada “Nueva Ruta de la Seda” –Asia, Europa y una derivación subsahariana en el África- China se mantuvo al margen de la guerra civil libia.

No así Rusia y Turquía. Para el primero, se trata de su sempiterno objetivo de abrir puertas en los denominados “mares calientes”, el más importante de los cuales es, sin dudas, el Mediterráneo.

La base aeronaval rusa de Tartus, muy cercana a la ciudad de Latakia, en Siria, da testimonio de la vocación mediterránea rusa. También la anexión de la península de Crimea sobre el Mar Negro.

Rusia interviene en Siria junto al dictador Bashar Assad contra las ambiciones turcas en el norte del país. E interviene en Libia junto a las tropas del mariscal Haftar contra el GAN, apoyado por Turquía.

De su lado, el presidente Recep Erdogan parece dispuesto a recuperar el viejo Imperio Otomano, un imperio con costas mediterráneas en Europa, Asia y África.

Ambos presidentes, Erdogan y Vladimir Putin, coinciden en un enemigo común: Occidente. Y, entonces, mientras disputan influencias territoriales, acuerdan como objetivo común al petróleo y al gas.

Si de hidrocarburos y Mediterráneo se trata, la Libia post Kadafi no puede ser sino un terreno de enfrentamiento entre actores locales influenciados por intereses y pretensiones foráneas.


La guerra civil libia, más allá de las ambiciones personales que siempre cuentan en cualquier enfrentamiento, debe ser comprendida también en derredor de dos de las varias vertientes que rivalizan en el seno del denominado mundo árabe y del más amplio mundo musulmán.

Una de esas corrientes es la denominada “islam político”. Con la salvaguarda de ciertas formas democráticas como las elecciones –casi nunca transparentes-, el “islam político” es un retorno a las épocas previas a la separación del Estado y la Religión.

En su forma más extrema puede ubicarse la teocracia iraní. Más al centro, aunque no mucho se ubican Turquía, Qatar y el Hamas que gobierna la Banda de Gaza palestina. Los casos de Irak, Siria y el GAN libio pueden ser inscriptos en esta corriente aunque más por razones militares tácticas que por cuestiones ideológicas.

Del otro lado, resultaría complejo catalogar al bando como seglar. Más adecuado, parece calificar al conglomerado como pro-occidental, única forma de reunir regímenes particularmente disímiles. Así, se juntan los gobiernos semi militares como Argelia, Egipto, Sudán y los libios del mariscal Haftar con las monarquías petroleras de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Kuwait, Bahrein, junto a las no petroleras de Marruecos y Jordania.

Conclusión
Aun cuando los ribetes locales –ambiciones personales y regionalismos- deben ser tenidos en cuenta, la guerra civil libia es parte de un conflicto geopolítico e ideológico que incluye un componente social especialmente conflictivo: la inmigración ilegal.

Es desde Libia, desde donde parte la gran mayoría de las embarcaciones que cruzan el Mediterráneo hacia Malta, Italia o Grecia con gente que huye de las guerras o de la miseria del África subsahariana, del Medio Oriente e, inclusive, desde los lejanos Afganistán y Pakistán.

La guerra civil libia facilita y encarece, para los “usuarios”, las operaciones de los pasantes. Solo el coronavirus limitó, en alguna medida y durante un tiempo, el flujo migratorio, dado que los barcos de rescate de las ONG especializadas no se hacían a la mar.

Y si algo faltaba, era el narcotráfico que desde los puertos sudamericanos sobre el Océano Atlántico cruza la droga hasta el Golfo de Guinea para atravesar el Sahara con desemboque en Libia, y travesía del Mediterráneo.

Para completar el panorama, del Estado fallido que es Libia, las descargas en los puertos libios de armamento no declarado para ambos bandos, la mayor parte en barcos rusos y turcos. ¿Y el embargo de Naciones Unidas? Nadie lo vio.

Nota Libia:
Territorio: 1.759.540 km2, puesto 16 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 6.871.000 habitantes, puesto 108.
Densidad: 4 habitantes por km2, puesto 232.
Producto Bruto Interno: 79.268 millones de dólares, puesto 94 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 11.774 dólares anuales, puesto 98.
Índice de Desarrollo Humano: 0,708, puesto 110. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.

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