“ ….. y finalmente, caballo
Como regalo mío al
Hacerte caballo y
Hacerte árabe, te doy
Para que seas único:
La belleza de la Reina y la majestad del Rey ……” (Leyenda beduina)
Si hay un animal que amo profundamente es el caballo. Fue el primer animal que retraté a la edad de 4 años con todas las imperfecciones de la edad pero un caballo al fin. Mis primeros libros fueron sobre caballos como “Las aventuras del potrillo alazán” de Eleas Carpena, “Crin Blanc” de René Guillot y “Azabache” de Anna Sewell. Para cada Navidad le pedía a Papá Noel un libro con fotos de caballos.
Con el correr del tiempo me fui interesando por el origen de este animal y su evolución a tal punto que intenté estudiar comportamiento animal con especialización en el estudio del caballo mongol. La vida me llevó por otros caminos y quedó este sueño sin realizar.
El caballo nació hace 55 millones de años en lo que es hoy América del Norte. Era un pequeño mamífero herbívoro, del tamaño de un Ovejero Alemán con cuatro dedos. Posteriormente se extendió hacia Europa. Hace 2 millones de años surge la especie Equus que supondría la primera aparición del caballo con su apariencia y características actuales. El padre genético del caballo de la actualidad, el Przwalki, habita aún en las montañas de China y Mongolia. Según varios estudios, la domesticación se habría producido inicialmente en la zona occidental de Eurasia hace 5.500 años.
Desde entonces este animal nos acompaña en tan variadas actividades que me sorprende su adaptabilidad y inteligencia. En el trabajo como en la guerra; en el deporte como en el esparcimiento. Es quizás el animal que más ha influido en la historia de la humanidad. Tenía razón Buffon al decir: “el caballo es la mejor conquista del hombre.”
Yo me enamoré de varios caballos durante mi vida pero hubo uno muy especial. Acababa de llegar a la Argentina después de 10 años de vivir en Uruguay. Todos los veranos pasábamos unas semanas en el campo de unos familiares. Un día al acercarme al monturero de los peones lo ví: un tobiano que me miraba desconfiado. A medida que me acercaba agitaba las orejas, pisoteaba la tierra con nerviosismo y daba vueltas al poste donde estaba atado.
No le tuve miedo y seguí acercándome hasta que mi mano pudo tocar su cuello. Tenía un pelaje brillante y suave; unos ojos visón oscuro con unas largas pestañas negras y una mancha blanca pequeña en la frente. Se tranquilizó y se dejó mimar como si nos conociéramos de siempre.
Llego su dueño que me contó que lo estaba domando y que estaba por ponerle el freno por primera vez. Así, de prepo, le pregunté si estaba a la venta a lo que me contestó que si. Estábamos en plena hiperinflación y el valor de la transacción fue de US$40. Por eso lo llame Dólar.
A la semana lo pude montar y me tiró al suelo en el primer potrero al cruzar una tranquera. Estoy segura que era miope porque cada movimiento de improvisto lo asustaba. Pero no me importaba. Poco a poco fuimos entablando un diálogo nuestro: yo me adelantaba a sus sustos y él hacía un pequeño corcoveo que no llegaba a tirarme al piso.
Lo acostumbré a las zanahorias y se frotaba en mi hombro cuando quería más. Además de asustadizo mordía cuando se lo cinchaba pero nada de eso hacía disminuir mi amor por él. Me pasaba un tiempo largo cepillándolo mientras le hablaba de cualquier cosa. Él se quedaba inmóvil como si entendiera todo lo que le decía. Tenía un galope cadenciado que podía ser muy veloz cuando perseguía a un novillo. Murió de neumonía mal diagnosticada a la edad de 14 años.
Lo retraté varias veces y ahora, mientras escribo estas líneas lo tengo delante de mí. Tuvimos una comunicación única que sólo los caballos pueden tener con el ser humano. A diferencia del perro lo hemos domesticado pero nunca conseguimos domesticar su espíritu libre. Basta observar los caballos salvajes, su postura, cada uno con su personalidad, y sobretodo, su fuerza.
Sigan galopando, nosotros los seguiremos!!!
Tana Pujals.
Artista con pasión por retratar animales.
CC/BN/CC/rp.
