viernes 19 abril 2024

Los cuentos de la cuarentena, “El carrusel” de Agustina Pereira

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El televisor estaba mudo, un noticiero o Tarantini era igual, o la vida en pausa. La sala algo oscura, aunque las persianas estaban abiertas, y las cortinas dejaban pasar la luz tibia de la mañana. ¿Dónde están? Esta pregunta era una bruma angustiosa que la acompañaba desde hace tiempo. Mucho tiempo. Desde que volvió de hacer los mandados, a la hora que se podría salir, solo con la bolsa, la plata y el documento, rapidito para que nada pasara. Y pasó. La mamadera fría. No estaban. No volvieron.

Siempre fui el más raro, el más chico, el más vago, la oveja negra de la familia, eso me decían. No hacía falta que me presentara, la gente, en cualquier lugar nuevo, ya sabía de mí. El distinto. En realidad lo que decían de mí. Me fui acostumbrando y me gustó. Me lo hice pampa. Como se deben acostumbrar los bancarios a usar traje, el roce del cuello de la camisa, la media que ajusta como una bandita elástica, querer estirar los brazos en el colectivo para agarrarte y de repente, sentirte un mochilero con la carpa Cacique encima. Lo que más disfrutaba era la sortija, siempre la ganaba, y además se decía eso. Orgulloso, la compartía con mis dos hermanos.

Un silencio infinito la acompañaba en la cocina, mientras hacía los bizcochitos de limón, la ralladura impregnaba hasta el repasador. El aroma era dulce a pesar del agrio perfume de esa casa. El patio estaba lleno de limones en esa época del año. Algunos vecinos la ayudaban en su cosecha, también en su larga espera, infinita, en su bruma.

Usé el pelo como Maradona en su época de oro, y de otros tantos genios del fútbol. Fui asumiendo mi cualidad de distinto. Con las porciones de elegancia y cierta desconfianza que me permitieron ir buscando mi verdadero yo. No solo el que querían los demás sino yo. También aprendí canto, y casi me destaqué en el vóley, sorprendiendo a todos, que se asombraban por la altura que fui tomando en el deporte, y en similar magnitud, la solidez de mi personalidad.

Desde la cocina escuchaba y miraba reír a un tumulto de niñitos y una música que se repetía, siempre la misma. Y esas mamás, atentas a la vuelta de los niños, observando el caballito que los devolvía. Cuándo ella perdió la vigilancia? el ojo? ¿En qué momento? La culpa la ahogaba, y a la vez le acercaba un respiro, que no le quitaba la apnea.

En la facultad de derecho pasé años maravillosos. Si bien el inicio fue una obviedad familiar, para seguir siendo parte del Estudio A&L, fue un descubrimiento lento, desentrañar quién soy, quién fui y quién quiero ser. Sin corbata. Militante y abogado por los derechos humanos.

Esbelta, amasaba con hilos naranjas, amarillentos y verdes, turgentes. Por momentos su pensamiento agridulce abría un halo de esperanza, de volver a verlos, se desvanece.

Crucé la plaza, me topé con chicos, caballitos y el sin fin de la calesita. Un aroma cítrico, casi dulce. La vi. Su pelo nevado. Elegante y delicada. La abrazo, la aprieto, siento su fortaleza. La huelo. La Tata, ella, mi abuela.
Agustina Pereira
Politóloga, experta en formulación y gestión de proyectos con organismos internacionales
IG/BN/CC/rp.

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