China: fue cliente, fue competidor, es rival, ¿será enemigo?

Por Luis Domenianni

Hace unos 20 años, el mundo occidental miraba a China como un cliente, un mercado al que era posible surtir de toda clase de bienes. Fue cuando el país ingresó a la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Ocho años más tarde, en ocasión de los Juegos Olímpicos de Pekín, el mundo occidental comprobó que el cliente era ahora un competidor, ingresado a la modernidad casi de la noche a la mañana.

Pero con la llegada, en 2012, del presidente Xi JInping (67 años), China dejó de ser un competidor y se convirtió en un rival. Un rival no limitado al plano económico-comercial. Con todas las letras, China es hoy, además, un desafío ideológico y militar para ese mundo occidental cuya decadencia muchos auguran aunque, de momento, no se cumpla.

Sí, claro, lo comercial plantea problemas. Dumping, protecciones estatales, copia de tecnología, no reconocimiento de patentes son solo algunos de los temas cuya negociación siempre está por venir pero nunca llega.

Ni hablar de lo militar. Si China muestra los dientes en cuanto al comercio, no ahorra mordisco en el plano armado.

Se trate de los vuelos militares sobre el espacio aéreo taiwanés, se trate de los contenciosos con sus vecinos ribereños del Mar de la China meridional, China saca a relucir en todo momento su capacidad en materia de empleo de la fuerza.

No obstante, el desafío central pasa por lo ideológico. Por el componente dictatorial de su gobierno, por su menosprecio por el Estado de Derecho, por el sometimiento y sinización forzada de las minorías internas, por la intolerancia hacia cualquier forma de disidencia, por el nulo apego a las normativas internacionales, por el intento permanente de copar los organismos internacionales, por sus pretensiones de tipo neocolonial en el mundo no desarrollado.

Hoy, China va por todo. Ese ir por todo la hace temible para sus vecinos. La vuelve impredecible para la Unión Europea (UE). La torna en el adversario para los Estados Unidos del presidente Donald Trump y, probablemente, del quizás presidente Joe Biden.

Vamos por el vecindario. Con la India, resurgen los enfrentamientos en la frontera común del Himalaya. Entre junio y noviembre de 1962, ambos colosos poblacionales se enfrentaron en una guerra abierta con batallas a más de 4.000 metros de altura.

En aquella ocasión, tras el asilo indio al Dalai Lama –aún en vida- y la represión a sangre y fuego de la rebelión tibetana, China intentó ocupar el Ladakh, habitado por un mestizaje de tibetanos e indoarios. No lo consiguió pese a su victoria militar del momento pero mantiene aquellas reivindicaciones.

En 2020, nuevamente se produjeron escaramuzas entre militares de ambos países. A tener en cuenta que, a diferencia de 1962, ambos gobiernos cuentan ahora con el arma nuclear.

El otro conflicto con los vecinos radica en el Mar de China, considerado por el gobierno de Pekín poco menos que un “mare nostrum”.

Con Vietnam, con Filipinas, con Indonesia, con Malasia y con el sultanato de Brunei, China no solo mantiene diferencias por reivindicaciones marítimas, sino que procede de manera intempestiva.

Su “modus operandi” es la ocupación de islotes inhabitados para luego llevar a cabo trabajos de ampliación y desarrollar así bases militares.

La Corte Internacional de La Haya resolvió sobre el respectivo contencioso entre China y Filipinas y falló que las pretensiones chinas no se apoyan en sustento legal alguno. China desconoció el fallo vinculante sobre la base de la imposibilidad material de hacer cumplir la sentencia. La consecuencia fue que multiplicó, claro, la desconfianza de sus vecinos.

Resto del mundo
Si bien Japón siempre se muestra escéptico en todo cuanto respecta a China, sentimiento que es mutuo y que se justifica plenamente dadas las sistemáticas violaciones de los derechos humanos de la población china durante la ocupación japonesa en la Segunda Guerra Mundial, el resto de los países del Pacífico, tales como Australia o la lejana Canadá mostraban un entusiasmo esperanzado de sus relaciones con el gobierno asentado en Pekín.

Todo aquello terminó. El episodio Honkong, la situación de las minorías étnicas en China y la intolerancia hacia la disidencia dieron cuenta de aquella luna de miel de hace menos de un lustro.

Es que más allá de la provisión de recursos primarios –sobre todo, australianos (carbón)-, las opiniones públicas de Canadá y de Australia ya no toleran los atropellos de la dictadura china y su estado policial. Menos aun cuando recurre a la amenaza militar. Y, en los países donde es respetado el Estado de derecho, la opinión pública cuenta.

Así, un estudio del Pew Reseach Center consistente en una encuesta simultánea en 14 países desarrollados, llevada a cabo entre junio y agosto pasado, deja en evidencia la degradación de la percepción sobre el gigante asiático.

Veamos: en Australia, el 81 por ciento de los encuestados dicen tener una opinión desfavorable sobre China. Sigue el Reino Unido con 74 por ciento y los Países Bajos con 73 por ciento.

En Canadá y en Suecia, países al igual que Australia con contenciosos pendientes con China, el 73 y el 85 por ciento, respectivamente, muestran su desagrado.

En Alemania, 71 por ciento. En Francia, 70 por ciento. En Japón, 86 por ciento. En Italia, 62 por ciento. En los Estados Unidos, 73 por ciento.

Por su lado, el presidente Xi sólo recoge un 17 por ciento de opiniones favorables en el promedio de los países europeos encuestados. Por debajo aun del mucho más cercano, geográficamente hablando, presidente ruso Vladimir Putin.

Pero no todo es opinión pública. Cada día aparece con mayor nitidez la imagen de una alianza militar defensiva-ofensiva del tipo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para los océanos Pacífico e Índico.

De momento se la conoce como “Quad” y no supera el alcance, en su conjunto, de un grupo de consulta, pero el objetivo es su institucionalización como estructura de seguridad, con apertura para la integración de otros Estados.

¿Quiénes la componen? Australia, Estados Unidos, India y Japón. Con acuerdos militares parciales, como el que liga a Estados Unidos con Japón, tras la derrota de este último en la Segunda Guerra Mundial o con los muy recientes de India con Australia de junio de 2020 o el aún más cercado de India con Japón del mes de setiembre de 2020.

Para China, el Quad es una provocación. En uso del clásico doble lenguaje de las dictaduras, para el Partido Comunista chino avanzar sobre los demás es “una reivindicación justa”, mientras que la consecuente respuesta del resto es belicismo, armamentismo y enemistad hacia el pueblo chino y sus dirigentes “amantes de la paz”.

Otro es el cantar en los países en vías de desarrollo. Allí, desde la necesidad de inversiones hasta la compra de voluntades de dirigentes, pasando por la venta de materias primas, hace que la imagen del gobierno chino resulte otra.

No parece ser una cuestión de identificación sino de intereses con la excepción de algunos gobiernos de signo parecido al chino. Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua e Irán se inscriben entre ellos.

En todo caso, y como no podía resultar de otra manera, los incidentes se multiplican. Con los Estados Unidos, por supuesto, preocupados por contrarrestar la expansión china, pero también con terceros países que van desde el Reino Unido hasta las Islas Salomón, pasando por Bélgica. Suecia, Suiza y la República Checa. Causas: el espionaje, los ciberataques, la política de expansión.

Fronteras adentro
Hongkong, Sinkiang, Tíbet y Taiwán que China reivindica como parte integrante de su territorio, constituyen los cuatro temas centrales de la política interior china sobre los que el régimen intenta imponer, por la fuerza, su visión. De momento, no lo consigue, aunque no se da por vencido. Una quinta cuestión factible de ser agregada, aunque de otras características, es la democratización.

Taiwán capital Taipei, cuyo nombre oficial es República de China en contraposición a la República Popular China, capital Pekín, es un estado con “reconocimiento limitado” por terceros países.

Fue constituido en 1949 como continuidad del régimen “nacionalista” derrotado por el Ejército comunista del ex presidente Mao Tsétung en 1949. Por tanto y durante más de medio siglo, el régimen nacionalista del partido Kuomintang se auto consideró como el legítimo gobierno de toda China, aunque solo efectivizara su dominio a la isla de Taiwán.

Pero todo cambió, con la llegada al poder isleño de la corriente independentista que actualmente lidera la reelecta, por amplia mayoría, presidente Tsai Ingwen (64 años).

Desde entonces, todo gesto hacia Taiwán de parte del cualquier gobierno del mundo es considerado una provocación por parte del gobierno comunista de China. Se trata de visitas gubernamentales, de acuerdos comerciales, de intercambios tecnológicos o científicos, todo es motivo de queja seguido de las subsiguientes amenazas y de actos hostiles provocativos.

Siempre el gobierno de Pekín organizó ejercicios militares para invadir la isla. Pero los últimos, llevados a cabo en setiembre del 2020, alcanzaron una amplitud desconocida hasta entonces con inclusive cinco violaciones del espacio aéreo taiwanés por parte de aviones caza chinos.

Hoy, la China comunista cuenta con una superioridad militar, en particular aérea, manifiesta frente a Taiwán. A tal punto que una invasión en toda la regla difícilmente sería contenida.

De allí que Estados Unidos haya tomado cartas en el asunto mediante las visitas a la isla de funcionarios de alto nivel en un claro mensaje a China: “no ataquen Taiwan”. Y por las dudas, frente a una eventual sordera, el gobierno norteamericano aprobó la venta de siete sistemas de misiles móviles que posibilitarán la continuidad del combate, aún si la Fuerza Aérea taiwanesa es derrotada.

La agresividad china consiguió la unidad taiwanesa. El Kuomintang nacionalista cerró filas con el gobierno independentista de la presidente Tsai en aras de la defensa de la isla frente a los designios belicistas del gobierno comunista.

El caso Hongkong coincide con el de Taiwán en el olímpico desprecio del gobierno chino frente a las aspiraciones en un territorio tanto como en el otro. Nada más.

En Hongkong, la soberanía china no está en duda, aunque resulte cuestionada por no pocos habitantes de la ex colonia británica.

Fue en 1997, cuando el territorio de Hongkong pasó de la tutela británica a la china. Ocurrió mediante la fórmula “un país, dos sistemas”. No se trataba de capitalismo o socialismo. Sino de Estado de Derecho en Hongkong frente a dictadura en el resto de China.

El doble sistema funcionó durante algunos años. Hasta la llegada del actual presidente Xi cuando la excepción Hongkong comenzó a dejar de serlo a partir de la represión del movimiento pro democracia que no aceptó que las candidaturas para gobernar la ex colonia fueran digitadas por China.

El 2020 verificó un fuerte avance de la dictadura con la sanción de una Ley de Seguridad para Hongkong que recorta, en la práctica, la legalidad de la protesta y, por ende, sanciona a quienes la convocan o la encabezan.

La Ley de Seguridad viola el acuerdo sino-británico de retrocesión de la colonia por cuanto cercena libertades. De allí las reacciones de algunos países –Australia, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido- que resolvieron denunciar los tratados de extradición que los vinculaban con Hongkong y de brindar seguridades y asilo a los habitantes de Hongkong que lo soliciten.

Minorías y democracia
Frente a las minorías, el gobierno chino despliega una política de sinisación forzosa. Pese a los reconocimientos constitucionales como regiones autónomas, el Sinkiang poblado por uigures musulmanes y el Tibet, poblado por tibetanos budistas, son objeto de políticas migratorias invasivas, de persecución de movimientos de resistencia nacionales, de imposición del idioma mandarín, de acoso a las religiones.

A lo largo de la historia de la denominada China comunista, dicha constante actitud política dio origen, como no podía ser de otra manera, a rebeliones y acciones de resistencia que siempre fueron respondidas con represión.

Se trata de una constante en los 71 años de “República Popular”. Desde el exilio del actual Dalai Lama, Tenzyn Gyatso (85 años), en 1959, hasta el actual internamiento de uigures en campos de concentración que albergan alrededor de 1 millón de personas, el gobierno chino impone de manera brutal su concepción del Estado totalitario sobre una quinta parte de la población mundial.

Si la masacre de estudiantes que reclamaban la democratización del país en la plaza Tienanmen de Pekín en 1988, por parte del Ejército chino, puso fin a las aspiraciones de libertad, el “reinado” del presidente Xi liquidó hasta el más mínimo atisbo de disidencia.

Su fórmula es una adaptación de aquella famosa sentencia del primer reformador frente al maoísmo, el otrora “líder” comunista Deng Xioping, fallecido en 1997, cuando convocó a los chinos a enriquecerse.

También para el presidente Xi los chinos cuentan con el derecho a consumir y a enriquecerse. No es poco. Pero es todo.

Consumir sí, disentir no. Mucho menos contar con pensamiento propio. Y ni que hablar de expresarlo en público, en redes sociales o fuera de la casa. Cada vez que alguien levanta la voz contra el presidente Xi es arrestado por corrupción, por atentar contra la seguridad del Estado o por lo que sea.


Pero, la ambición del presidente Xi va más allá. Mucho más allá. Llega hasta imponer un nuevo orden internacional basado en la hegemonía de su país o, mejor dicho de su gobierno. Ese es el sentido final de la Nueva Ruta de la Seda, una iniciativa consistente en incrementar la influencia china por todo el planeta, a expensas de Occidente en general y de los Estados Unidos en particular.

La historia demuestra que la hegemonía solo se impone –o se cambia- mediante una guerra. Algo que no parece resultar un límite para el presidente Xi Jinping, ni para el Partido Comunista chino.
Nota: China
Territorio: 9.596.960 km2, puesto 3 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 1.406.828.000 habitantes, puesto 2.
Densidad: 147 habitantes por km2, puesto 85 .
Producto Bruto Interno: 27 billones 331.166 millones de dólares, puesto 1 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 18.066 dólares anuales, puesto 74.
Índice de Desarrollo Humano: 0,758, puesto 85. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
INT/BN/rp.

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