El arte de Tana Pujals: Un gigante “el elefante”, criaturas gentiles y bonachonas

“Que los elefantes sean tan inteligentes y los hombres tan bestias debe ser una cuestión de educación.”
Alejandro Dumas


El aire era caliente, no corría ni una gota de viento, apenas se oía el ruido monocorde del motor de la lancha. Me encuentro en Zambia, más específicamente navegando por el río Zambeze, en el Parque Nacional de Mosi-oa-Tunya. Había llegado a Zambia hacía apenas 48 horas y este primer contacto con el África salvaje me ponía los pelos de punta de la emoción. No tenía suficientes ojos para observar todo lo que me rodeaba: las magníficas garzas africanas descansando en los árboles de la ribera, los abejarucos volando en bandadas con sus colores verde, rojo, negro y naranja que ¡oh casualidad! son los colores de la bandera de Zambia.

De repente el guía nos pide hacer silencio, apaga el motor y a unos escasos 6 metros una manada de ocho elefantes cruzaba el río justo delante nuestro. Aquí estaba yo con una lágrima corriendo por mi mejilla, contemplando mis primeros elefantes salvajes.

La matriarca daba unos resoplidos como ordenando a los suyos que se dieran prisa. Naturalmente dos crías jóvenes ni le hacían caso pues lo único que querían hacer era jugar en el agua en una especie de lucha de trompas, orejas y hundimientos. El agua hacía que sus pieles tomaran el color azabache brillante que el sol resaltaba con pinceladas violetas. Una elefanta, puede que haya sido su madre o tía, no dudó y con su cuerpo empezó a empujarlos hacia la orilla.

Seguimos nuestra navegación cuando a mi derecha vi un macho adulto, en posición defensiva, con sus 3 metros de altura, la trompa levantada mostrando sus largos colmillos y abriendo sus orejas en posición de mariposa. Nunca me había imaginado algo tan imponente. Todo en él era superlativo, excepto sus ojos: pequeños, perdidos en medio de tantas arrugas, y con unas largas pestañas que darían envidia a cualquier mujer.

La lancha siguió avanzando. De lejos veía su silueta vigilando su territorio.

Después de ese encuentro, a medida que iba visitando otros parques nacionales (otros “bush camps”), los pude observar con más detenimiento. A pesar de su tamaño y volumen, son criaturas gentiles y bonachonas excepto si nos acercamos demasiado a sus crías. Me encantó verlos abanicar sus imensas orejas para refrescarse, orejas con la forma del continente africano. Qué habilidad tienen para utilizar sus trompas: pueden arrancar la rama de un árbol como si fuera un pequeño ramillete de pasto.

Lo más divertido de todo fue ver elefantes borrachos en South Luangwa Valley. Ahí estaban cuatro elefantes jóvenes a la sombra de un marula, un gran árbol. El piso estaba tapizado de su fruta ya bastante fermentada que devoraban golosos. Al cabo de unos instantes empezamos a verlos caminar a los tumbos, tropezando y cayéndose unos contra los otros. Eran como un grupo de borrachos alegres y despreocupados. Era curioso verificar que estos gigantes eran tan parecidos a nosotros cuando de borrachera se trata. Después de una hora o más, uno por uno fueron cayendo semi dormidos. No quiero imaginarme la resaca una vez pasada esta borrachera.

Todos estos recuerdos, más las fotos tomadas y las notas escritas me permitieron, una vez de regreso a casa, retratarlos de manera verosímil. Conseguir esa tonalidad gris de su piel rugosa con miles de líneas cruzándose como un cuadro surrealista de Brendan Monroe. Estas vivencias me permitieron captar esa mirada tan profunda. Ahí estaba esa “memoria de elefante”: historias pasadas, mapas de rutas seculares, luchas, nacimientos y muertes. Ese brillo que se puede percibir debajo de unas largas pestañas. Su altruismo y compasión. Todo eso lo pude transmitir con fluidez a mi dibujo porque los elefantes que ví eran libres.
Tana Pujals.
Artista con pasión por retratar animales.
CC/BN/CC/rp.

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