jueves 25 abril 2024

Aumentar las exportaciones de bienes y servicios clave para incentivar el desarrollo

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Por Ignacio Bruera

Hoy nuestro país participa de menos del 0,25% del comercio internacional. Demasiado poco considerando el talento que tenemos para ofrecer al mundo. En agosto de 2018 – último registro disponible – la cantidad de empresas exportadoras argentinas eran poco más 5.700, dato similar al de mediados de 1997 tras haberse alcanzado el pico de 8.100 en noviembre de 2008.

Según datos de los bancos centrales y del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), en 2019 las exportaciones argentinas alcanzaron los USD 1.500 per cápita mientras que en Uruguay ascendieron a USD 2.600 y en Chile a USD 3.700.

Argentina pasó de un máximo de exportaciones en 2011 a desplomarse de manera estrepitosa a partir de entonces como producto de la intensificación del sesgo anti-exportador de la política económica vía creciente atraso cambiario y cepo a la compra de dólares. Otros factores externos como la caída de los términos de intercambio y la recesión de Brasil, destino de buena parte de las exportaciones industriales de nuestro país, explican la otra mitad de la caída.

De esta manera, salvo excepciones, pocas de las virtudes del comercio internacional parecen estar presentes en el ambiente industrial y de servicios especializados de nuestro país. Oscilamos entre la crítica permanente a una apertura comercial desordenada y perjudicial para determinados sectores productivos y la imperiosa necesidad de insertarnos en el mundo de alguna manera (inteligente o como el lector quiera llamarla) que nos lleve a una mejora del bienestar general.

La experiencia uruguaya y la de otros países de la región muestran que su salto exportador (por cuatro en quince años en el caso uruguayo) ha estado asociado con la inversión extranjera en rubros muy específicos. ¿Es esto deseable en términos de desarrollo? Quizás no, pero la respuesta depende más que nada de la capacidad de los estados y sus sociedades de distribuir de manera adecuada el resultado de estos nuevos excedentes. Sin ellos, por definición, no hay nada para distribuir.

En los últimos años la mayoría de nuestros pares latinoamericanos han cerrado su brecha en cuenta corriente alcanzando superávits virtuosos para la estabilidad cambiaria o al menos déficits manejables, no sistemáticos. En dichos países, salvo situaciones muy particulares, la escasez de divisas no ha significado un freno a la actividad económica y, si bien han aplicado diferentes mecanismos de control de cambios, no han llegado a situaciones extremas como en el caso argentino.

Recientemente la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) destacó que el principal problema que enfrentan las PyMEs en el contexto de la recuperación tras la primera ola de la pandemia es la falta de insumos, especialmente de aquellos de origen importado. Las expectativas de devaluación junto a las restricciones para acceder a divisas son observadas como las principales causas de este fenómeno. A partir de nuestra experiencia reciente es fácilmente comprobable que “a más cepo, mayor caída del producto bruto”. Tan sencillo de explicar por el hecho de que para producir y exportar en cantidad y calidad se requiere importar y, para ello, se requieren divisas.

Quizás lo que tenga que ser inteligente no sea tanto la manera de insertarnos al mundo sino cómo se administran las escasas divisas con las que contamos actualmente y aquellas que podamos generar como sociedad. Para ello, la coyuntura actual representa una oportunidad única para llevar adelante todas las reformas necesarias en temas laborales, tributarios, arancelarios y de integración.


El mundo no va a ser igual tras la pandemia y las exportaciones pueden significar una herramienta para la reactivación del país.

Ahora bien, nuestro país presenta un problema estructural de Formación de Activos Externos (FAE) o más coloquialmente “fuga de capitales” que lleva décadas. Dicho fenómeno se basa fundamentalmente en un conjunto de transacciones cambiarias como la compra de dólares en billetes, las inversiones directas de residentes argentinos en el extranjero y las compras netas de activos externos.

Dichas transacciones están motivadas por varias razones entre las que se destaca la falta de confianza y la baja rentabilidad esperada a mediano plazo de los activos denominados en moneda local. ¿Quién puede con certeza pronosticar el tipo de cambio real multilateral a un año vista? ¿Cuál es la tasa de descuento que cualquier proyecto productivo debería considerar a mediano o largo plazo en nuestro país? Se suele esperar que los economistas tengamos la capacidad o la voluntad de responder tales interrogantes en contextos recurrentes de alta incertidumbre.

Dada esta realidad estructural y partiendo del esquema económico actual, parecería infructuoso generar divisas. ¿Cuáles serían los incentivos para ello? Dadas las inconsistencias macroeconómicas actuales, la mayor parte del superávit en cuenta corriente generado durante este particular 2020 – no por el crecimiento de las exportaciones sino por la caída abrupta de las importaciones – se destinó al atesoramiento.

Las reservas del Banco Central continuaron a la baja al igual que los depósitos bancarios en dólares. ¿Deberíamos entonces exportar más para seguir formando activos en el exterior o “fugando” las divisas generadas? No parece una conducta muy consistente. Lamentablemente tras las nuevas medidas de restricción cambiaria que tomó el Gobierno a partir de agosto, el ritmo de la salida de depósitos en dólares del sector privado se acrecentó.

Los depósitos privados en dólares ya son menos de la mitad de lo que había previo a las PASO del año pasado. Los bancos cancelaron más de USD 10.000 millones en créditos en dólares en igual periodo para poder devolver los depósitos y hoy día se encuentra en situación de no poder aceptar depósitos en dólares debido a que no cuentan con clientes a quienes prestarles en tal denominación.

Esto significa menos herramientas para acrecentar las exportaciones en un mundo en el que el financiamiento pasa a ser uno de los principales elementos de competitividad para ganar mercados.

En síntesis, menos inflación, menos burocracia, mejoras logísticas, más financiamiento, mayores facilidades, entre tantas otras acciones destinadas a quienes tienen la capacidad de llevar una parte importante de nuestro talento al exterior es lo que el país hoy necesita. Y en el proceso tener muy en claro que lo generado tiene que volcarse a fortalecer el sistema productivo, su capacidad innovativa y su fuerza comercial, y no a seguir engrosando la “fuga”.

Las economías regionales y los industriales de las grandes metrópolis y ciudades medianas del país saben muy bien qué hacer con los dólares: continuar apostando por la producción, la innovación, el agregado de valor y la generación de empleo. Tratemos de insertarnos de manera inteligente en su mundo, incrementemos el rendimiento de sus proyectos. Despejemos su camino.
Ignacio Bruera – Economista
EN/BN/CC/rp.


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