jueves 25 abril 2024

Turquía. El futuro del presidente Erdogan “la entrada en razón o la persistencia de la aventura”

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Por Luis Domenianni

Casi como que no podía ser de otra manera. Con Recep Tayyip Erdogan (66 años) como presidente de la República de Turquía era casi imposible considerar una neutralidad en el conflicto armado que enfrentó a las vecinas repúblicas post soviéticas del Cáucaso, Armenia y Azerbaiyán.

Es que para el primer mandatario turco, la reconstrucción del Imperio Otomano desaparecido al cabo de su derrota en la Primera Guerra Mundial es una prioridad nunca anunciada pero jamás desmentida cuando se la afirma desde los cada vez más escasos medios de comunicación opositores en Turquía o los análisis en los medios de comunicación extranjeros.

Así, combate en la guerra civil en Siria, en la también guerra civil en Libia, confronta con Grecia y Chipre por las exploraciones gasíferas en el Mediterráneo Oriental e interviene del lado azerí en la guerra de reconquista que Azerbaiyán lleva a cabo sobre las áreas ocupadas por los armenios en la región conocida como Alto Karabag y sus zonas aledañas.

El Alto Karabag es un territorio poblado mayoritariamente por armenios que fue incorporado a Azerbaiyán durante la época soviética. Tras la independencia de ambos Estados, Armenia llevó a cabo una guerra de conquista del Alto Karabag que se saldó con la victoria y la constitución de una, no reconocida internacionalmente, República de Artsaj en 1994.

Además del histórico territorio del Alto Karabag, a la República de Artsaj fueron incorporados algunos distritos azeríes conquistados durante la guerra de 1989-1994 como zonas tapón. Por aquel entonces, dichos distritos fueron abandonados por sus pobladores azeríes y repoblados por armenios.

El 27 de setiembre del 2020, el Ejército azerí inició las operaciones militares para reconquistar los territorios perdidos en la anterior guerra finalizada en 1994.

Desde el inicio de esta nueva fase del conflicto, Turquía participó más o menos abiertamente al lado de Azerbaiyán. Con pruebas fehacientes quedó demostrada la “colaboración” de mercenarios de Siria, en particular de un auto denominado Ejército Nacional Sirio, financiados por Turquía.

Los cálculos que se barajan indican una participación de alrededor de 1.200 irregulares sirios con un total de bajas algo superior a los 300 combatientes.

Turquía también suministró oficiales de su ejército, no combatientes, para asesorar a las formaciones azeríes en materias de logística y de planificación.

A su vez, al empleo de drones, determinante para la victoria azerí, muchos observadores le asignan origen turco.

Pero… tanto esfuerzo turco no sirvió de mucho.

A la hora de la victoria azerí quién se llevó los laureles no fue el presidente Erdogan, sino su colega ruso Vladimir Putin.

Desde siempre, y en particular desde el genocidio armenio por parte del ejército turco entre 1915 y 1923 –las estimaciones varían desde 800 mil a 1,5 millón de víctimas fatales-, Armenia encontró apoyo y defensa en Rusia.

Pero Rusia, durante su etapa soviética 1917-1991, incorporó a ambas efímeras repúblicas independientes –Armenia y Azerbaiyán- a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y, por ende, congeló cualquier conflicto entre ambos vecinos.

Todo cambió con la disolución de la URSS, Rusia avanzó en una alianza defensiva con Armenia, mientras Azerbaiyán se acercaba a Turquía.

El 09 de noviembre de 2020, las armas callaron luego de la inicialización de un texto que confirma la reconquista militar de territorios por parte de Azerbaiyan, prevé la restitución de tres zonas en poder de la República de Artsaj a Azerbaiyán, y la interposición de una fuerza rusa que garantizará de hecho la continuidad de Artsaj, limitada al Alto Karabag propiamente dicho.

El acuerdo fue firmado por el primer ministro armenio Nikol Pachinian, el presidente azerí Ilham Iliev y el presidente ruso Vladimir Putin. ¿Y el presidente Erdogan? Bien gracias, en Ankara o en Estambul.

Es que Turquía que, como fue dicho, proporcionó apoyo diplomático y logístico a Azerbaiyán, además de mercenarios sirios, ni siquiera fue mencionada en el acuerdo.

¿Qué pretendía Turquía? Que a sus tropas les fuese asignado un rol en el control del alto el fuego, en la separación de beligerantes e, hipótesis de máxima, en la ocupación del Alto Karabag.

¿Qué recibió? Nada. Lo máximo concedido por Rusia –y solo de palabra- fue un “centro de coordinación ruso-turco” que operará –si alguna vez opera- “fuera de la región”.

Como ya es costumbre, un presidente Erdogan aislado que batalla en muchas y no gana en ninguna.

El Mediterráneo Oriental
Recapitulemos los conflictos a los que el presidente Erdogan hizo deslizar a Turquía.

En primer lugar, Siria, donde el Ejército turco combate junto a grupos rebeldes islámicos contra las brigadas kurdas, en primer lugar, y contra el Ejército del presidente autócrata Bashar al-Assad, apoyado por Rusia.

En segundo término, Libia, donde asesores militares turcos, drones turcos y mercenarios sirios rebeldes pro turcos maniobran militarmente a favor de una de las dos fracciones que se disputan el control de ese país ribereño del Mediterráneo.

En tercer término, Irak, con incursiones regulares de tropas turcas para combatir la guerrilla kurda originaria de la propia Turquía, que utiliza como santuario a las regiones montañosas irakíes.

En cuarto lugar, como fue desarrollado en la primera parte, el conflicto armenio-azerí, donde Turquía asesoró, militar y diplomáticamente, al gobierno de Azerbaiyán.

En quinto término, Chipre, un tercio de cuyo territorio isleño fue ocupado por tropas turcas en 1974 y, desde entonces, la isla quedó partida en dos.

Cinco conflictos con ramificaciones militares, un modelo que difícilmente encontrará otro antecedente más reciente que la Segunda Guerra Mundial. Cinco conflictos a los que debe ser agregada la situación actual en el Mediterráneo Oriental

Si las relaciones con Grecia reconocen un permanente estado de tensión, las razones de la animadversión entre ambos países encuentran sus raíces más determinantes hace casi exactamente un siglo.

Y es que a los problemas políticos –independencia griega, desmembramiento del Imperio Otomano- debe agregarse con categoría central a los genocidios que llevó a cabo el gobierno de los llamados “Jóvenes Turcos” entre 1915 y 1923, en las postrimerías del Imperio Otomano, disuelto precisamente en 1923.

No se trata de un genocidio, sino de tres. O si se prefiere, como algunos autores discuten, fue un único genocidio que afectó a tres grupos étnicos.

El más conocido –y el segundo más estudiado en el mundo después del Holocausto- es el de los armenios, cuyas estimaciones de víctimas mortales varían en derredor del millón y medio de personas.

Pero junto al armenio, aunque menos conocido, el gobierno de los Jóvenes Turcos persiguió y asesinó a, al menos, 250 mil asirios cristianos.

La trilogía del genocidio se completa con la muerte de alrededor de 350 mil griegos pónticos. Es decir poblaciones griegas que habitaban la región del Pontos, la costa sobre el Mar Negro sudoriental, hoy bajo soberanía turca.

Nótese que además de una “limpieza étnica” por genocidio, se trata además de una “limpieza religiosa”. Es que armenios, griegos pónticos y asirios conformaban, hace un siglo, las poblaciones cristianas del actual territorio turco.

Sin duda, como los armenios no olvidan, los griegos tampoco. A su vez, la guerra greco-turca de 1919-1922 significó el éxodo forzoso de la población griega del Mediterráneo –en particular de la ciudad de Esmirna- y la salida de turcos del norte de Grecia. En ambos casos, tras generaciones de habitar dichas latitudes.

Todos estos antecedentes contribuyen a reavivar las tensiones, como cuando el presidente Erdogan transforma en mezquita, y concurre a orar, a la Basílica de Santa Sofía –secularizada desde 1931- y a la Iglesia medieval de San Salvador de Chora o Cora, ambas obra de la civilización bizantina en Estambul.

Pero el pico del conflicto no debe buscarse en la religiosidad sino en la energía. Fue cuando el presidente Erdogan envió un buque sismográfico a explorar eventuales yacimientos gasíferos en aguas territoriales griegas que el gobierno turco no considera como tales.

No se trató de una exploración inocente, ni mucho menos. Al buque sismográfico Oruc Reis, lo acompañaron seis unidades de la Marina de Guerra turca.

Finalmente, el agua no llegó al río. Al menos, de momento.

Defensa y geopolítica
Pero el equilibrio en el Mediterráneo Oriental mutó por completo.

Desde lo militar, Grecia decidió incorporar aviones franceses Rafale y modernizar su armamento. De su lado, Turquía pese a su condición de miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –la alianza ofensiva-defensiva occidental- adquirió baterías de anti misiles S-400 de origen ruso y chino.

Desde el derecho internacional, Turquía insiste en desconocer la soberanía de Grecia sobre el mar aledaño a sus islas cercanas a las costas turcas y reclama una negociación al respecto.

Desde la geopolítica, la “multiplicidad” del accionar belicoso turco encontró una resistencia –inesperada- por parte de Francia y de su presidente Emmanuel Macron, quien llegó a situar dos unidades de la marina de guerra francesa y el sobrevuelo de dos aviones Rafale, frente y sobre unidades navales turcas.

Desde la propia OTAN, un reciente documento de un comité “ad hoc” que estudia el futuro de la alianza para la próxima década, señala a Rusia como el mayor peligro militar y, sin nombrarla, alude a Turquía cuando indica que dicho peligro es acrecentado por los comportamientos impropios de un miembro de la propia alianza.

Desde los Estados Unidos, la despedida de la propia OTAN del secretario de Estado, Mike Pompeo, fue un reclamo para que Turquía “retorne a un comportamiento de aliado”.

Todo hace prever que este repentino distanciamiento se profundizará cuando asuma, a fines de enero 2021, la nueva administración norteamericana presidida por el demócrata Joe Biden.

Es que el presidente Trump fue particularmente indulgente con su colega Erdogan de quien se consideraba “un gran fan”. Todo lo contrario, de su electo sucesor quién además de catalogar al jefe de Estado turco como “autócrata” declaró, en 2019, que Estados Unidos debería apoyar y sostener a los dirigentes de la oposición turca para vencerlo en las urnas.

La cuestión de los anti misiles S-400 rusos es un punto de no retorno. Ocurre que las baterías de disparo de dichos anti misiles, que ya se encuentran en territorio turco, están equipadas con un radar capaz de descifrar los secretos del avión furtivo norteamericano F-35. Las baterías están en Turquía pero los radares aún no fueron activados.

El otro tema a tener en cuenta para la futura relación turco-norteamericana es el “affaire” del banco Halbank, propiedad del Estado turco. Halbank está acusado, y es objeto de investigación por parte de la justicia norteamericana, por brindar ayuda a Irán a contornar las sanciones norteamericanas contra el país de los ayatollahs.

De su lado, los turcos esgrimen, en su defensa, que son ellos quienes contienen a Rusia en Siria, en Libia y en el Alto Karabag. Y que, así, cumplen sus obligaciones con la OTAN. Todo indica que un compromiso deberá ser encontrado y que, tal vez, las aventuras del presidente Erdogan hayan tocado techo en 2020.

Y por casa…
Si en el terreno internacional, las ambiciones del presidente turco lo llevan hasta imaginar una suerte de renacimiento del Imperio Otomano, en lo local, su mezcla de nacionalismo, religiosidad y etnocentrismo, lo aleja cada día más del estado de derecho, la tolerancia frente a la diversidad de cualquier tipo y la vigencia de las libertades individuales.

Tanto el presidente Erdogan como su agrupación política, el Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP), son considerados como adherentes al pensamiento islamo-conservador. Un pensamiento mucho más moderado que el islamismo djihadista pero también alejado del ideario liberal que impera en Occidente.

El rival ideológico es el “modernismo” anti otomano, poco y nada islámico, básicamente urbano, y más o menos heredero del “kemalismo”, el pensamiento reformador que encarnó el general Mustafá Kemal –apodado Ataturk- entre 1923 y 1938. Un modernismo que gobernó el país hasta 2003 con la llegada al gobierno del entonces primer ministro Erdogan. El étnico interior, los kurdos.

Recientemente, un tribunal de la capital, Ankara, condenó a penas de reclusión perpetua a 337 implicados en el intento de golpe de Estado del 2016 contra el presidente Erdogan. Semejante cantidad de condenas, se agrega a los cientos de oficiales dados de baja de las fuerzas armadas, a los miles de funcionarios públicos exonerados y a los periodistas encarcelados.

La represión no comenzó como consecuencia del intento de golpe de Estado sino que, por el contrario, el intento de golpe de Estado puede caracterizarse, en gran medida, como una respuesta a la limitación de las libertades públicas.

El todo bajo un incremento notorio de los contagios y los fallecimientos por COVID-19. La letalidad, medida por millón de habitantes, duplicó durante las últimas dos semanas cuando pasó de un incremento hebdomadario de 5 a 7 fallecidos a 15.

Y a las inevitables consecuencias económicas del avance de la pandemia hay que agregar la muy frágil situación previa con una política de artificiales bajas tasas de interés que llevaron a una depreciación del 50 por ciento de la libra turca en 30 meses, a la consecuente dilapidación de las reservas para mantener el valor de la moneda y a una inflación del 12 por ciento anual.

Inevitable, ahora toca el turno del ajuste. Comenzó ya con un incremento de importancia en la tasa de interés, con cambios en el Banco Central y con un discurso del presidente Erdogan sobre el retorno a la ortodoxia monetaria.

¿Creíble? Veremos. Porque las encuestas marcan un importante descenso de la popularidad del presidente Erdogan.
Nota Turquía:
Territorio: 783.562 km2, puesto 36 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 84.358.000 habitantes, puesto 17.
Densidad: 106 habitantes por km2, puesto 77.
Producto Bruto Interno: 2 billones 274.072 millones de dólares, puesto 13 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 28.346 dólares anuales, puesto 50.
Índice de Desarrollo Humano: 0.806, puesto 59. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.


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