Cuaderno de opiniones, Formosa, Gildo Insfrán o la ley del “mbareté”

Por Gabriel Hernández

En estos días mucho se ha escrito y explicado sobre el férreo dominio que ejerce el gobernador Gildo Insfrán en la provincia de Formosa. Legisladores de la oposición lo mencionan en sus filípicas, al igual que muchos juristas, politólogos y mordaces columnistas, que aluden al multireelecto mandatario como “señor feudal”, o hacen referencias monárquicas o dictatoriales. Todos coinciden en preguntarse cómo en un país políticamente imprevisible como Argentina, lo único inamovible en el tiempo es Gildo y su régimen despótico.

Para entender a Insfrán no sirven los ensayos de los académicos norteamericanos, ni los de algún profesor de la Universidad de Lisboa. Hay que recurrir a un librito de Helvio Vera, “En busca del Hueso perdido” (Tratado de Paraguayología) que describe con prosa descarnada y divertida cómo funciona su país y la idiosincrasia de sus coterráneos. Es aquí donde se hallará la clave de la teoría y praxis del Gildismo como sistema de poder, que se nutre de la personalidad y el sustrato cultural del mismísimo Gildo, quien nació en una pequeña localidad formoseña limítrofe con Paraguay, de padre y madre paraguayos.

Dice Helvio Vera que en Paraguay “hay un aspecto fundamental que no debe ser pasado por alto: el que se halla arriba, manda. Aquí cabe una aclaración, porque los contreras dirán, injustamente, que quien manda se halla por encima de la ley. Se trata de un error, grave y fundamental, inspirado en una pobre hermenéutica. No es que los que «mandan» estén encima de la ley; «ellos son la ley misma», su propia y esplendorosa encarnación. El lenguaje popular nos socorre, en este punto, para corroborar esta afirmación. Cuando se quiere decir que alguien manda en un lugar determinado, no se dice que sea «el jefe». Más directamente, se afirma que es «el estatuto» en tal o cual lugar. Péako la estatuto upépe. Resumamos. No es el dueño de la ley: él es la ley.”

Agrega Helvio que en base a este principio, verdadero dogma institucional en el país guaraní, un eminente hombre público enunció esta magistral doctrina: «Democracia es hacer lo que dicen los dirigentes». De allí la lapidaria e inmortal fórmula que rige la política paraguaya: «El que puede, puede; el que no puede, chía», es decir, que a los opositores, sólo les queda el llanto y el crujir de dientes, en una inesperada tergiversación del versículo bíblico de Mateo 13, 49-50.

En otro capítulo de su inspiradora obra, Helvio hace referencia a “La doctrina de Toto Acosta” –que, aclaramos, todavía no consagra la Constitución de la Provincia de Formosa-, que estableció: «El pueblo no delibera ni gobierna. Toda reunión de personas que pretenda tener derechos y pida que se cumplan incurre en sedición»; concordante con otro de sus artículos que dice: «Todos los partidarios del Gobierno son iguales ante la ley y al margen de ella»; y la norma piadosa que establece que toda persona que por un acto u omisión ilegítimo cometido por funcionarios del Gobierno, se crea gravemente lesionada en un derecho, podrá reclamar amparo a la Virgen de los Milagros.

Seguidamente, Helvio Vera enuncia la norma que se encuentra en la cúspide kelseniana de la pirámide institucional de la política paraguaya –y como habrá advertido el lector, también de la formoseña- que es la indiscutida “Ley del Mbareté” (ley de la fuerza). La define como el «eje de la relación entre quien posee autoridad y el que carece de ella. Su mecanismo de funcionamiento no deviene de una forma jurídica, sino de la sumisión requerida por la autoridad».

Por aplicación de la “Ley del Mbareté”, el que está arriba de todo, el presidente –y en Formosa, el gobernador- ejerce la suma del poder público, sin que importe lo que digan las normas legales, que quedan automáticamente derogadas si se oponen a la voluntad del que manda. Y cuando el mando se ejerce por delegación del peldaño superior, se emplea la famosa carta blanca; una media firma, o una simple instrucción verbal bastarán para limpiar el camino de estorbos y complicaciones y aclarar la cadena de mandos. Dice Vera que el que tiene «carta blanca» puede hacer lo que quiere: desde apoderarse de una gallina ajena hasta meter preso a cualquiera, sin tener que preocuparse acerca de las consecuencias de estos actos, eficaz sistema que se resume en una humorística reflexión en guaraní: “Mará piko ñamandase nañandeabusívo mo’airo” (para que queremos mandar si no vamos a ser abusivos).

Dicho esto, recomiendo a legisladores, juristas, politólogos de Lisboa y columnistas varios que no busquen más referencias doctrinarias ni ensayos importados para entender a Gildo y su eficiente sistema de perpetuación política. Pueden descargar el PDF del libro de Helvio Vera que les explicará en buen castellano (y un poco de guaraní) cómo funciona el régimen imperante en Formosa.

Esto lo entendió muy bien –sin leer “En busca del Hueso perdido”- don Raúl Alfonsín, que en el año 1999, de visita por Formosa, caracterizó la situación institucional de esa provincia como una “democracia a la paraguaya” por obra del gobernador Gildo Insfrán, haciendo referencia al régimen de unicato absoluto que durante 35 años impuso en Paraguay el dictador Alfredo Stroessner. Alfonsín fue el primero en advertir que en Formosa no existía división de poderes ni estado de derecho y que la principal herramienta de dominación social era el miedo, y dijo mas aún, que a este esquema de poder Gildo Insfrán lo había copiado del Paraguay, aplicando en su provincia una versión personal de la “Ley del Mbareté”.
PR/BN/cc.rp.


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