El gobierno habla de apuntar a un país exportador, pero no hay una sola señal en ese sentido

“Ninguna nación se ha arruinado por causa del comercio” Benjamín Franklin
Por Jorge Vara

La Argentina es un barco a la deriva, y hasta que no nos pongamos de acuerdo hacia dónde queremos ir, difícilmente salgamos de este letargo que ya lleva décadas. En el mundo no se discute si exportar es bueno o malo, y mucho menos se considera una tragedia que se incrementen los precios de sus principales productos de exportación.

Pocos precios están sujetos a tanta competencia como los de los commodities agroalimentarios. Esto significa que pocas cosas o bienes tienen un valor tan claro, poco distorsionado y por lo tanto, inobjetable como estos productos.

Tanto se ha discutido y debatido sobre la debilidad de los términos de intercambio de nuestro país con el resto del mundo, que hablar de una suba de precio de un producto que exportamos como si fuera una maldición nos remite necesariamente a un cambio de paradigma en las doctrinas económicas que predominaron y moldearon las últimas siete décadas en la Argentina.

Excepto en análisis matizados de situaciones excepcionales, como el caso de países mono exportadores, siempre exportar más volumen y más valor de un producto es una buena noticia. Siempre.

Ante un aumento en el precio internacional del maíz, y con el argumento de contener su efecto inflacionario, recientemente se intervino en su exportación, prohibiéndola. Aunque ya se retrotrajo esta medida cortoplacista, sin dudas imbuida de connotaciones ideológicas y con mucho de electoralista en un año impar, constituyó una reacción ante el cambio de un precio relativo de un producto de exportación, que nada tiene que ver con las causas de la inflación de un país donde por ejemplo, en el último año se duplicó la base monetaria.

Siendo tan laxos en materia de emisión, y si se diera el caso de que la situación ameritara en términos de afectación al poder adquisitivo de los consumidores domésticos más vulnerables, se podría pensar en transferencias adicionales para compensar el eventual aumento de precios internos en algunos alimentos, el pollo por ejemplo. Pero la realidad es que la incidencia del maíz no es tan relevante en el precio en góndola de las carnes.

En lo que definitivamente no se puede ser laxo es en dar una señal tan mala a todos los actores económicos, interviniendo en forma espasmódica un mercado de un producto de exportación.

Si producimos bien algún producto, y si además sube su precio porque es más demandando, no se puede estar en mejor situación. Lo lógico es que con esas señales, se motorice más inversión, se produzca más, se genere más empleo y aumente el consumo en general.

Contar con un buen diagnóstico de la situación es clave para determinar medidas de política exitosas.

Argentina, junto a EE.UU., Australia, Nueva Zelanda y Uruguay es uno de los cinco países en todo el mundo que consume más de 100 kg de carne animal por persona/año. Hoy el argentino come una media de 50 kg de pollo/año, casi la misma cantidad que carne roja, y otros 20 kg de cerdo. Entre aves y cerdo el incremento de los últimos años fue de 17 kg/habitante/año. En huevos, en los últimos 7 años incrementamos de 230 a 300 unidades/persona/año, ubicándonos como el sexto país en consumo per cápita. En lácteos, cuando FAO recomienda 160 litros de lácteos equivalentes leche per cápita, Argentina está en 200 litros, es decir, 25% por encima de la recomendación de FAO.

Esto nos permite afirmar que nuestro país, comparado con el resto del mundo, mantiene estándares alimenticios que son altos en relación a sus ingresos per cápita.

Por otro lado, en maíz, somos el cuarto productor y segundo exportador mundial. Y junto con EE.UU. los mayores productores per cápita, más de 1.100 kg/año, con Brasil muy por detrás con 500 kg/año. Si consideramos la producción de grano, con 3.000 kg per cápita (soja, trigo, maíz, arroz, etc.), somos los primeros a nivel mundial.

No hay dudas de la relación de causalidad entre lo primero y lo segundo. Argentina cuenta con estos patrones de consumo alimentario, no justamente por su nivel de renta, sino porque somos eficientes productores y exportadores de estos alimentos, y ello nos permite adquirirlos para nuestro consumo en forma más económica que el resto del mundo, pues en rigor de verdad, el desacople ya existe. En síntesis, no es una maldición ser una potencia agroalimentaria.

Además, otro buen dato es que en la Argentina tuvimos una evolución favorable en el proceso de eslabonamiento de cadenas agroindustriales. Justamente, el maíz, es un componente muy destacable de este entramado productivo. Interrelacionado con la producción de Carne Roja, Pollo, Cerdo, Huevos, Lácteos, Aceites y Harinas comestibles, Bio-combustibles y nuevos Bio-materiales, estos últimos con un gran potencial a futuro.

Para completar el análisis, en el complejo agroindustrial argentino deberíamos incluir a los que producen bienes de capital, insumos y servicios, que tienen su razón de ser exclusivamente por el desarrollo de las actividades mencionadas. Por tomar un solo ejemplo, 1.202 empresas fabricantes de maquinarias e implementos agrícolas que dan trabajo directo a 26.500 personas. El 85% de las mismas, son empresas familiares. Muchas de estas maquinarias son exportadas y muy valoradas por otros productores del mundo.

En este sentido, haber duplicado la producción de maíz de 26 millones de toneladas promedio 2008/2015 a las 52 millones de la actualidad, es una muy buena noticia que le da sostenibilidad al desarrollo de esta compleja y competitiva cadena. Además, este aumento fue más fuerte en el norte del país, donde se triplicó la producción de maíz en tan solo 6 años. Producción que no va a formar precio al Puerto de Rosario, sino que queda en la región fortaleciendo otras cadenas, principalmente la ganadera. Retroceder en esto implicaría una gran afectación a estas economías regionales.

Los conceptos mencionados vienen referidos a explicar algo que frecuentemente no se tiene en cuenta. Que cuando se interviene fuertemente sobre un eslabón en particular, en el corto, mediano o largo plazo, afecta a los otros eslabones, e inexorablemente desequilibra estos entramados. Inclusive termina incidiendo negativamente en el consumo doméstico, que es lo que se trata de defender con estas medidas.

En síntesis, muchas políticas públicas pueden implementarse con objetivos bien intencionados, pero más tarde o más temprano, concluyen en resultados opuestos a los buscados, por predominio de una visión cortoplacista y desconocimiento de sus posibles consecuencias.

Por ejemplo, con el cierre de las ventas al exterior del trigo, y luego de ser históricos exportadores del cereal, en el 2016, luego de 43 años, tuvimos que volver a importarlo.

Otro efecto adverso de estas medidas es que generan más concentración, ya que los que van quedando en el camino son generalmente los de menor escala. En 2002 había 333.533 establecimientos agropecuarios, y para el 2018, el censo agropecuario registró una caída significativa a 250.881, que sin embargo siguen aportando 3,5 millones de empleos, los que también son afectados con estas medidas.

A veces, incluso se busca deliberadamente favorecer a grupos concentrados con estas políticas. Basta desmenuzar el relato y ver cuántos se benefician y cuántos se perjudican. En el caso de la producción de granos, sostener que la soja, trigo y maíz están en manos de grupos concentrados, cuando según el último censo agropecuario a la soja la cultivan más de 60 mil productores, al maíz 50 mil y al trigo 49 mil, es otro error de diagnóstico. En el último caso, del trigo, si bien el 25% de los productores generan el 71% de la producción, estamos hablando de más de 12.000 productores. No de 5 empresas.

Debemos de una vez por todas abandonar la lógica de taponar, presionar y sostener, y pasar, al empujar, fomentar y generar.

Si no podemos exportar los productos en los que somos buenos produciendo y si no podemos importar los productos en los que otros países son buenos produciendo, entonces tendremos una economía cada vez más cerrada. Los pocos casos que aún persisten de economías cerradas no son países exitosos, ni con altos índices de desarrollo, ni con democracias pluralistas.

El gobierno habla de apuntar a un país exportador, pero no hay una sola señal en ese sentido. Intervenciones en los mercados, retenciones, múltiples tipo de cambio, presión impositiva, aumentos de costos empresariales, desinversión en infraestructura, inexistencia de financiamiento, etc. Debemos buscar coherencia entre nuestros discursos y nuestras acciones. Necesitamos un proyecto de país, y para ello debemos trabajar en forma consensuada, definiendo políticas de largo plazo.

Los mercados nos están mostrando su mejor cara. No podemos seguir esperando en la estación, viendo pasar los trenes y perdiendo oportunidades. Así no vamos a llegar a ningún lado.
P/BM/gentileza ww.nuevospapeles.com/nota/ninguna-nacion-se-ha-arruinado-por-causa-del-comercio/cc.rp.


Más Noticias

Salir de la versión móvil