Los horrores no forzados del kirchnerismo

Por. Dr. Vicente Massot

Permítasenos hacer un ejercicio de ciencia ficción. Imaginemos sólo por un momento que, contrariando toda lógica y conspirando contra sus propios intereses, Alberto Fernández, Victoria Tolosa Paz y Sabina Frederic se hubiesen puesto de acuerdo para darle un espaldarazo a la campaña de Juntos por el Cambio. Que hubiesen forjado un plan secreto con arreglo al cual desenvolver su acción y que, luego de no pocas reuniones y cambios de ideas, lo hubieran llevado a la práctica. Ni así habrían ayudado tanto a sus enemigos en las urnas como lo hicieron con sus desatinadas declaraciones de la última semana.

El mejor libreto —en caso de haber existido— mal podría haber obrado el efecto que generaron, por separado y sin consultarlo con nadie, el presidente de la República, la primera candidata a diputada nacional del Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires y la responsable de la seguridad de la Nación. Los tres funcionarios de la administración kirchnerista, sin quererlo, se convirtieron en los mejores jefes de campaña del principal polo opositor al gobierno.

¿En qué cabeza puede caber la idea de cerrar filas junto a una energúmena con título docente, de una escuela de La Matanza, que puso al descubierto su grado de arbitrariedad y falta de nivel delante de un alumno bien educado que sustentaba una idea contraria a la suya? ¿Qué tan grande debe ser la desorientación de la antropóloga metida a ministro para que se permitiese subestimar de tal modo la inseguridad existente en el territorio bonaerense con una mención equivoca a Suiza?

Por fin, ¿habrá pensado dos veces la mujer de Pepe Albistur antes de proclamar como gran cosa —a modo de propuesta— que “en el peronismo siempre se garchó” (sic)?. Los periodistas que entrevistaron a la Tolosa Paz, inmediatamente después de su exabrupto, rompieron a reír y, en medio de las carcajadas, expresaron: “esto mañana es tapa de Clarín”. Lo que parece que no percibieron, ni ellos ni los funcionarios mencionados es que, al margen de la portada del matutino más importante del país y casi un día antes de que se imprimiese,la población completa se había enterado por las redes sociales, la televisión y la radio de los barbarazos en cuestión. A ese diario lo leen cien mil personas. Los otros medios, en tiempo real, llegan a millones de argentinos.

En su descargo alguien podrá argumentar que, más allá del buen o mal gusto de las declaraciones, para los votantes del kirchnerismo ninguno de sus tres correligionarios se fue de boca. Pero el problema está en otro lado y nada tiene que ver con el núcleo duro del oficialismo que votara a sus candidatos sin importarle demasiado lo que hagan o digan.

Sucede que hay un segmento de la población indecisa, que no sabe qué boleta elegir en el cuarto oscuro, de la misma manera que en estas elecciones la franja de jóvenes de 16 a 25 años sumará siete millones de votos.

Difícilmente alguien con un mínimo de sentido común actuaría de la forma como lo hicieron Fernández, Tolosa Paz y Frederic a menos de dos semanas de substanciarse las internas abiertas. No es una cuestión de educación sino de oportunidad. En circunstancias distintas, con las urnas guardadas y sin comicios a la vista, las manifestaciones a las que venimos haciendo referencia no harían ruido. Hoy, en cambio, son inútilmente provocativas.

El peronismo en su variante K minimiza estos hechos porque supone que luego de algún alboroto que no durará 48 horas, el escandalete pasará a mejor vida y nadie se acordará del asunto. Es posible que así sea pero ello no quita que en una pulseada con final abierto los errores —por pequeños que sean— pueden costar caro.

A medida que transcurren los días y se acerca el momento de cumplir con nuestro deber cívico, las encuestas no terminan de ponerse de acuerdo y las dudas que generan en el estado mayor kirchnerista son cada vez más pronunciadas. Por eso, precisamente, es que no terminan de entenderse los motivos por los que tres personas del más alto nivel gubernamental obraron a tontas y a locas.

Una cosa es faltarle el respeto a una parte de la ciudadanía —que eso hicieron después de todo— con el triunfo asegurado bajo el brazo, y otra muy diferente es mojarle la oreja a un adversario que no sólo no está groggy, al borde del KO, sino que ha demostrado hallarse en condiciones de dar el batacazo y resultar ganador el domingo 12.

Es verdad que los resultados que arrojaron los comicios de Corrientes no pueden hacerse extensivos al resto de las provincias. No obstante, las conclusiones que es dable sacar, sin forzar los números, deberían ser un toque de atención para el gobierno. Por de pronto, el total de votantes no mermó respecto de años anteriores y, en cambio, el porcentaje obtenido por el gobernador ahora reelecto excedió todos los pronósticos.

Es cierto que desde hace dos décadas —poco más o menos— Ricardo Colombi primero, y luego sus sucesores —el último de los cuales es el reciente vencedor, Gustavo Valdés— han sido imbatibles en su pago. Nunca, sin embargo, habían alcanzado 76,75 %. Su triunfo resultó arrollador y hace pensar que —con el envión que lleva Vamos por Corrientes— tiene buenas chances de imponerse en la puja senatorial que se avecina.

Es menester recordar que en ese estado mesopotámico los dos senadores por la mayoría están en manos del kirchnerismo, que llevará en sus boletas los nombres de Carlos Espínola y Ana Claudia Almirón. Si acaso ellos perdiesen dentro de dos domingos, el quórum propio K en la cámara alta del Congreso Nacional correría un riesgo serio de desaparecer.

Hay otro dato que es necesario analizar y se relaciona con el armado y desarrollo de Juntos por el Cambio. No hubo un solo comentario que haya dejado de reflejar el suceso de la Unión Cívica Radical, como si el éxito electoral se debiese pura y exclusivamente al partido de Alem y de Yrigoyen.

Sin perjuicio de reconocer la militancia del candidato ganador en la UCR y la musculatura que esa fuerza posee en Corrientes, lo cierto es que de los 461.209 sufragios de la coalición que salió airosa, corresponden al radicalismo 122.785, o sea, 26 %. El resto provienen de unos partidos locales y nacionales —Pro y Coalición Cívica— que no por minoritarios resultaron menos importantes.

Si bien Facundo Manes, Gerardo Morales, Alfredo Cornejo y otros capitostes radicales sacaron buen provecho del triunfo, y con entera razón, estrictamente hablando ha sido un conjunto de fuerzas afines —capaces de unirse ordenadamente— el que logró semejante lauro a lo largo y ancho de la provincia.

A esta altura del calendario hay cuatro temas excluyentes en términos del análisis político: las encuestas, la fiscalización de los comicios, el posible porcentaje de abstención y la eventual reacción del kirchnerismo si perdiese.

De los relevamientos de la opinión pública y la intención de voto no hay nada muy distinto que decir respecto de lo expuesto la semana pasada. En lo que hace a la segunda preocupación —en este caso, sólo de la oposición— basta tener presente el número de los fiscales que se requieren a los fines de cubrir las 37.000 mesas de la provincia de Buenos Aires, para caer en la cuenta del esfuerzo gigantesco que tienen por delante los impulsores de Diego Santilli y de Facundo Manes.

Dando por descontado que las desconfianzas resultan mutuas y que, por lo tanto, no existe espacio a los efectos de compartir esas tareas, la probabilidad de lograr un buen resultado dependerá —para uno y otro— de la capacidad que demuestren a la hora de sumar fiscales.

La ventaja que lleva Santilli estriba en la generosa billetera de su principal  valedor: Horacio Rodríguez Larreta. La de Manes, por su parte, en la estructura del radicalismo, bien extendida en la geografía bonaerense.

En lo referente a cuántas personas irán a votar, si de algo sirven los ejemplos de Salta y de Corrientes, aquí están: mientras en el estado norteño hubo un alto porcentaje de abstención y, además, un considerable número de votos en blanco, lo contrario ocurrió en el estado litoraleño. En consecuencia, es imposible extraer conclusiones de esos comicios.

Parece estar fuera de duda que los votantes tradicionales de los dos principales frentes políticos no faltarán a la cita. La incógnita reside en cómo procederá esa minoría que definirá la puja del domingo 12: la que, en principio, no se encuadra ni en el kirchnerismo ni en las filas de sus contrarios, está harta de la clase política y considera que una elección más no le cambiará la vida.

En cuanto a la manera de reaccionar del gobierno si le fuese mal a sus candidatos, dejemos el tema —trascendente, si lo hay— para la semana que viene.

Dr. Vicente Massot

P/BN/gentileza M&A.Inc./rp.

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