sábado 20 abril 2024

Cuaderno de opiniones: “Todo es posible”, pero de unidad ni hablar

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Por Dr. Vicente Massot

Era lógico que frente al descalabro sufrido en las PASO y al posterior estallido de la interna oficialista que —como nunca— puso frente a frente al presidente de la Nación y a la jefa del kirchnerismo, el gobierno obrase un cambio de figuritas y tratase de darle un impulso nuevo a la campaña electoral de cara a las elecciones generales de noviembre.

Aún cuando la empresa no era fácil, producto de la dimensión de la derrota y de las tensiones indisimulables que existen entre los hombres de La Cámpora y del Instituto Patria respecto de los peronistas históricos —si corresponde llamarles así a buena parte de los gobernadores, intendentes y sindicalistas que pueblan el PJ— el aterrizaje de José Manzur, de Aníbal Fernández y de Julián Domínguez en el gabinete, unido a la reaparición del consultor de origen catalán que ya había trabajado para la viuda de Kirchner y Sergio Massa en años anteriores, parecieron el principio de un viraje cuyos resultados no podían hacerse esperar demasiado en atención a los pocos días que faltan para que se reabran las urnas.

Sin embargo, lo que lograron es para olvidar.

Resulta cierto que el frenesí del gobernador tucumano convertido de la noche a la mañana en jefe de gabinete y la decisión de levantar —al menos en parte— el cepo a la carne, impulsada por el titular de la cartera de Agricultura y Ganadería, contrastaron con la inanidad del equipo que había acompañado a Alberto Fernández hasta el 17 de septiembre.

También es verdad que por razones no del todo claras el siempre verborrágico y errático presidente de la República se llamó a silencio, dejando que Manzur ocupará el centro de la escena y le robara imagen. Pero era obvio que a los efectos de dar vuelta la elección o de acortar las distancias con Juntos por el Cambio eso no sólo no bastaba sino que ni siquiera movía el amperímetro.

La cuerda inicial que mostraron los recién llegados se agotó pronto y nada de lo que han hecho en la última semana pasó de un refrito de la sempiterna política asistencialista del peronismo. Con base en el reparto de electrodomésticos, materiales de construcción, aumentos salariales y la promesa del pago de los viajes de egresados de los alumnos que este año terminan el colegio secundario en la provincia de Buenos Aires, le dieron aire a un festival distribucionista que amenaza no detenerse en los próximos treinta días. Mientras la máquina de fabricar billetes no para de funcionar, las usinas gubernamentales y sus candidatos no se cansan de prometerle a la ciudadanía el oro y el moro a cambio de su voto.

La estrategia quizá funcionaria si acaso pudiesen convertir al país en una fiesta que —aunque efímera— lograse un efecto rápido en términos de la víscera más sensible: el bolsillo. Pero eso requeriría un milagro que no está al alcance de esta administración que pisa tierra movediza.

Es difícil imaginar cómo sería capaz el kirchnerismo de recuperar los más de cuatro millones de votos que perdieron sus candidatos en las internas abiertas que se substanciaron a mediados del mes de septiembre apelando pura y exclusivamente a inundar el mercado de pesos inflacionarios.

El “popolo grosso” puede que no sepa qué es el multiplicador cambiario o la teoría monetaria del balance de pagos, contra lo cual no se llama a engaño a la hora de ir de compras al almacén, pagar las expensas y hacer las cuentas para llegar a fin de mes.

Repárese en este hecho, que pone al descubierto la insuficiencia de la táctica oficialista: en lo que va del año: 57 % de las transferencias discrecionales del Poder Ejecutivo Nacional a las provincias le fue girado a la provincia de Buenos Aires con el propósito indisimulado de que el Frente de Todos ganara las PASO. No se necesita decir que no le sirvió de mucho. Pues bien, ¿por qué resultaría distinto ahora?

Da la impresión de que por muchos y valiosos que puedan ser los consejos de González-Rubí —el experto que trajo el oficialismo de Cataluña— el problema reside en otro lado.

Por de pronto, el pase de facturas entre sus actores estelares no cesa, más allá de los esfuerzos que hacen los publicistas oficiales por mostrarnos a los dos Fernández reconciliados. En realidad, no vuelven a las andadas post–electorales y se tiran platos por la cabeza en razón de que saben sin necesidad de que alguien se los recuerde que ello representaría un verdadero suicidio. La inquina que se profesan y no pueden disimular la nota cualquiera que preste un mínimo de atención.

Hay un segundo dato que a nadie le pasa desapercibido —de tanta o mayor gravedad que el primero— y es que el primer magistrado se ha sacado de encima —solo a medias— a Paula Español, reemplazada en su cargo por Roberto Feletti.

El rebote del índice de inflación de septiembre colmó la paciencia de Alberto Fernández, con una doble particularidad: de un lado, la funcionaria kirchnerista que se negó a convalidar la política aperturista de Julián Domínguez sobre el cepo a la exportación de carne no se fue del ámbito económico a su casa, sino que recaló inmediatamente en el Ministerio del Interior, apañada por Waldo de Pedro. En una palabra, le hizo pito catalán al presidente. Del otro lado, el flamante secretario de Comercio es un hombre del riñón de Cristina y crítico acérrimo de Martin Guzmán.

Como se aprecia, de unidad ni hablar.

Por último, y como era de esperar, en virtud del espíritu confrontativo del personaje, apareció Aníbal Fernández para hacer una metida de pata descomunal, que en cualquier administración que no fuera la kirchnerista le costaría el cargo. Sin embargo, en el estado mayor de Juntos por el Cambio deben estar prendiéndoles velas a la Virgen para que no le pidan la renuncia.

Si permanece al frente del Ministerio de Seguridad y polemiza como lo hizo con Nik, se convertirá en el mejor jefe de campaña de la oposición. De hecho, la velada amenaza que enderezó en contra del caricaturista pone al descubierto no sólo su desmesura sino también su irresponsabilidad. Los votos que perdió el oficialismo —fruto de la burda verborragia del funcionario— no son pocos. Hay hechos sueltos que revelan el humor de la gente mejor que las encuestas de opinión.

Ocurridos en los últimos días, los que pasamos a mencionar sirven para medir el termómetro social y plantean las dificultades insalvables del gobierno a treinta días de las elecciones.

La desaparecida Victoria Tolosa Paz llegó a la intendencia de Capitán Sarmiento con el fin de inaugurar una obra construida durante la gobernación macrista. Una multitud de vecinos la corrieron del lugar a bocinazos. No mejor parado salió el gobernador bonaerense en Villa Gesell. Fue abucheado por una parte del público tras un recital de Los Auténticos Decadentes, junto al intendente de esa localidad. Marcelo Tinelli —que no es funcionario K pero lo parece— resultó insultado por la parcialidad de San Lorenzo, que también se acordó del ministro de Turismo, Matías Lammens, presidente de la institución de Boedo durante dos periodos consecutivo.

El kirchnerismo se halla en serios problemas, lo cual no es novedad. Pero su drama recién empieza.

P/gentileza M & A Inc./rp.

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