martes 23 abril 2024

Cuaderno de opiniones: De Miami a Los Ángeles

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Un repaso por la historia de la Cumbre de las Américas para analizar el presente, a pocos días del encuentro en el oeste estadounidense

Dr Mariano Caucino (*)

A pocos días del inicio de la IX Cumbre de las Américas convocada en Los Ángeles, resulta imposible no evocar el espíritu tan diferente que en 1994 reunió a las naciones americanas en Miami, donde la administración Clinton anunció la ambiciosa iniciativa de la Free Trade Area of the Americas (ALCA). Una oportunidad que sería desaprovechada diez años más tarde.

Pero entonces soplaban otros vientos. Se había disuelto la Unión Soviética, acaso el corolario del derrumbe del comunismo en Europa Oriental, como consecuencia de la caída del oprobioso Muro de Berlín y el colapso de un sistema económico contrario a la naturaleza humana.

En nuestra región se había completado la ola de democratización iniciada en los 80. Apenas persistía una dictadura en todo el hemisferio. La Cuba castrista, que enfrentaría las miserias del “Período Especial” que siguió al fin de tres décadas de asistencia soviética.

Un escenario híper-complejo desafiaría a Fidel Castro, poniendo en jaque la tiranía inaugurada en 1959, obligando al dictador a emplear sus mayores habilidades políticas, de las que disponía en grado supremo como poseedor de un talento inigualable, el que utilizaría para hacer el mal.

Pero la dictadura de Cuba no solamente sobreviviría al Maleconazo (1994) y las penurias. Los Castro conseguirían expandir su “revolución”, esta vez por vía electoral, poniendo en práctica los dictados del Foro de San Pablo, creado en 1990 en medio de la catástrofe del Socialismo en Europa del Este. Advirtieron que ya no podían pretender acceder al poder por vía de golpes o revoluciones, sino simulando adherir al camino democrático, para luego, una vez en el poder, operar verdaderos cambios de régimen al interior de los países, consiguiendo desmontar una a una las instituciones republicanas hasta alcanzar la meta de transformar la democracia en una mera declamación.

Como ocurriría en varios de nuestros países. Los que de una u otra forma, con mayor o menor intensidad, perdieron sus democracias. No por medio de un bando militar, sino a través de las recetas del llamado Socialismo del Siglo XXI.

Fue así como se llegaría a la Cumbre de Mar del Plata (2005). Cuando el gobierno argentino de los Kirchner se prestó a brindar un escenario para un colorido festival populista consistente en insultar al presidente de los EEUU, al que habían invitado, permitiéndole al líder venezolano Hugo Chávez Frías despacharse en medio de una algarabía: “ALCA-ALCA-al-carajo!”

El hecho de que las fuerzas de las izquierdas latinoamericanas sigan reivindicando ese hito es revelador de la confusión de ideas en las que persisten atrapados. Lo peor de los errores es no aprender de ellos.

Porque Mar del Plata representó un gigantesco error político de nuestros países, consistente en haber desaprovechado la oportunidad de negociar en bloque frente a los EEUU, para dar paso a que muchas terminaran acordando una a una con Washington. Con las inevitables debilidades derivadas de la asimetría, repitiendo una vez más un persistente vicio de nuestra historia en el que el interés nacional es sacrificado en el altar del nacionalismo de medios.

Sin ánimo de ser exhaustivo, recordar este contexto histórico del pasado inmediato resulta fundamental para analizar este presente, en el que, como un observador escribió en el Financial Times, mientras el objetivo original de la cumbre parecía ser mostrar el retorno de los EEUU en su vecindario, la perspectiva de la misma parecía estar exponiendo las debilidades de Washington en la región.

El director del InterAmerican Institute for Democracy, Carlos Sánchez Berzaín, advirtió que todo el sistema está alterado por la expansión de las dictaduras en la región. Berzaín evocó que “la dictadura de Cuba, que era la única en 1999 y cuya finalización fue considerada solo cuestión de tiempo, se ha expandido con el salvataje que le dio Hugo Chávez”.

Janaina Figueredo se preguntó si las perspectivas de la cumbre no estaban presagiando un fracaso anunciado. Destacó que el presidente Joe Biden estaba haciendo malabares para impedir un verdadero fracaso, incluyendo el esfuerzo de desplazar a la primera dama Jill Biden a Ecuador, Panamá y Costa Rica para defender la importancia de la relación entre EEUU y la región. Así como a enviar al ex senador demócrata Chris Dodd, designado asesor especial para la cumbre, para interceder ante los gobiernos de México y Brasil y lograr que sus presidentes confirmen su presencia.

El presidente azteca Andrés Manuel López Obrador había lanzado una “bomba” al declarar que no participaría si la Casa Blanca no aceptaba invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Horas más tarde, varias naciones caribeñas acompañaron su reclamo. Y el gobierno de Bolivia se sumó a la pretensión. El presidente argentino exigió lo mismo. Una vez más Alberto Fernández eligió erigirse en abogado de las tiranías de la región. Hasta sobrevolar la absurda idea de organizar una contracumbre en paralelo en su rol de titular de la CELAC.

Es en este marco -tan alejado del espíritu de Miami de 1994- que se aproxima la IX Cumbre de las Américas. Figueredo advirtió que la eventual ausencia de los mandatarios de las mayores potencias latinoamericanas sería leída como una derrota para Washington que confirmaría la sensación de que el vínculo entre EEUU y América Latina pasa por su peor momento en décadas, cuando la región aparece dividida entre los gobiernos que promueven la democracia y los Derechos Humanos y los que amparan a las dictaduras en el hemisferio.

Un paisaje que resulta incompleto sin advertir que mientras se observa a Washington carente de un programa ambicioso de integración interamericana, se verifica un crecimiento de las relaciones económicas y comerciales de China con casi todas las naciones de la región. Una circunstancia derivada de un dato estructural. Dada la complementariedad económica existente entre muchos de los países latinoamericanos y la República Popular.

(*) Analista en política internacional, ex embajador en Israel y Costa Rica.

INT/ag.marianocaucino.vfn/gr

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