Por Luis Domenianni
El 08 de julio de 2022, un desocupado ex integrante de la Fuerza de Autodefensa naval del Japón, Testsuya Yamagami, 41 años, mediante disparos de un arma artesanal, fabricada por él mismo, asesinó al ex primer ministro Shinzo Abe que pronunciaba un discurso electoral en favor del candidato local de su partido en la ciudad de Nara,
El motivo aparenta ser el resentimiento del homicida, no contra el propio Abe, sino contra la Asociación del Espíritu Santo para la Unificación Mundial, más conocida como la “Secta Moon” de la que el propio Abe aparecía como muy cercano.
Para Yamagani, la Secta Moon fue la culpable de la quiebra económica de su familia, en función de los aportes extraordinarios que su madre, miembro de la asociación, hizo en varias ocasiones hasta perder el patrimonio familiar.
La “Secta Moon” fue fundada en 1954 por el reverendo surcoreano Moon Sun-miung. Cuenta con aproximadamente 3 millones de adeptos en todo el mundo y fue rebautizada, en 2005, como Federación de las Familias para la Paz Mundial y la Unificación.
No es extraña a la política japonesa la vinculación de gran parte de sus dirigentes más calificados con sectas, nuevas religiones y asociaciones mantenidas, bien que mal, en secreto.
El propio abuelo de Abe, el también ex primer ministro Nobusuke Kishi, participó de la creación Federación Internacional para la Victoria contra el Comunismo que operó como puente entre la “Secta Moon” y el mundo político japonés. La Federación fue financiada por el reverendo Moon y por la KCIA, los servicios de inteligencia surcoreanos.
El muy nacionalista Shinzo Abe, por su parte, siempre fue sostenido y apoyado por un puñado de estructuras políticas y religiosas como la muy conservadora asociación Nippon Kaigi o la nueva religión Seicho-No-Ie, creada en 1930, uno de cuyos dirigentes principales Testsuo Ito, aparecía como muy cercano al ex primer ministro asesinado.
Algunos días después del hecho de Nara, el semanario Shukan Gendan publicó que, tras años de investigación, 112 parlamentarios mantienen relaciones permanentes con la “Secta Moon”, de los cuales 98 pertenecen al Partido Liberal Demócrata (PLD), oficialista. También sindica, además de Abe, a los ex primeros ministros Yoshihide Suga y Taro Aso, como próximos a la asociación.
Citar las nuevas religiones, opuestas al budismo y al catolicismo, que pululan por la política japonesa, es adentrarse en un laberinto. Casi todas ellas conservadoras y de ultraderecha, como la Asociación de Santuarios Sintoístas que pretende recuperar para el sintoísmo el rol de religión de Estado de antes de la guerra.
Casi todas ellas, cuentan con miembros que forman parte de la citada Nippon Kaigi -la Conferencia del Japón- donde conviven con dirigentes políticos y empresarios, todos de ultraderecha.
El Nippon Kaigi promueve, a través de su influencia sobre el PLD, un nacionalismo reaccionario que predica el culto al emperador, la revisión de la Constitución, la remilitarización, el revisionismo histórico, la defensa de los roles tradicionales de los géneros humanos y los valores de la familia.
El secretismo que rodea a la “gran política” es cada vez menos propio de sus integrantes. No así respecto de los principales medios de comunicación. A tal punto, que ninguno mencionó a la “Secta Moon” hasta después de las elecciones senatoriales que se llevaron a cabo dos días después del homicidio, el 10 de julio de 2022.
Hacia el rearme
Dado a conocer el 22 de julio del 2022, la versión actualizada del “Libro Blanco” sobre la defensa japonesa pone de manifiesto inquietudes crecientes sobre la seguridad nacional e interrogantes sobre el futuro de sus fuerzas armadas.
La novedad es la desconfianza respecto de Rusia tras su accionar en Ucrania. La tradición es China sobre quién la nueva edición indica una peligrosidad creciente. Se trata, en particular, de los aumentos presupuestarios militares chinos, en particular en la búsqueda de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial.
El libro hace hincapié en la presión militar de China sobre Taiwán cuya “estabilidad es esencial para la seguridad japonesa”. Y en la cooperación de China con Rusia para la realización de maniobras navales y aéreas conjuntas alrededor del territorio japonés.
No falta, claro, la referencia a Corea del Norte considerada como “una amenaza seria e inminente para el Japón”. Más aún después de la invasión rusa sobre Ucrania, como señala el propio documento: “los cambios de statu quo mediante el uso de la fuerza constituyen un problema para el mundo entero”.
Pero, lo realmente novedoso es la referencia a la adquisición de material de contraataque que permita golpear sobre territorio enemigo. Se trata de un tema sensible dada la tradicional filosofía de las Fuerzas de Autodefensa del Japón de estricta vocación defensiva como lo establece la Constitución pacifista de 1947.
En cuanto a los gastos de defensa, por segundo año consecutivo, crecen. Aún no alcanzan el uno por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) pero el primer ministro Fumio Kishida es francamente partidario de su ampliación. En cuanto al partido oficialista, la meta es duplicar o más los recursos para la defensa para el 2027.
Según una encuesta publicada por la agencia noticiosa Kyodo, un 47,8 por ciento de los japoneses concuerdan con el incremento en el gasto de defensa frente a un 45,8 que se opone. Un resultado impensable años atrás.
Durante la última reunión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), celebrada el 20 de junio del 2022 en Madrid, España, Japón junto con Corea del Sur, Australia y Nueva Zelandia participó como invitado de las deliberaciones de la alianza.
La idea fue promover el concepto que la seguridad de Europa y la del Indo-Pacífico son indisolubles, al decir del primer ministro Fushida, asistente al cónclave de Madrid. Una división clara y tajante entre los países de la OTAN y sus asociados frente a Rusia y China.
Con Rusia, los problemas de Japón no son tan graves como lo son con China y Corea del Norte, pero existen.
Sin embargo, el 22 de marzo de 2022, Rusia se retiró de las negociaciones de un tratado, pendiente desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, que regule las relaciones con Japón. Interrumpió, además, la discusión de proyectos económicos para las cuatro islas Kuriles más sureñas, cuya soberanía Japón reivindica.
Se trata de una contrapartida por la decisión del gobierno japonés de solidarizarse con Ucrania y de militar su causa entre los gobiernos de países ubicados en el Extremo Oriente y en el Sudeste Asiático.
Siempre el mismo error de cálculo que afectó a casi todos los dirigentes europeos -en particular los occidentales- abarcó al gobierno japonés, en particular cuando lo dirigía el asesinado ex primer ministro Shinzo Abe: el error de creer que, buena relación mediante, el gobierno ruso puede llegar a ser razonable.
Herencias no saldadas
“Nada de eso, las Kuriles son rusas” se encargó de decir el consejero para los asuntos exteriores del presidente Vladimir Putin, Iuri Uchakov. Se refería a los intentos diplomáticos de Japón por recuperar una parte de las islas Kuriles en el norte del país ocupadas desde 1945 por la Unión Soviética y heredadas por la actual Federación Rusa.
Las Kuriles estuvieron, históricamente, poblados por los Ainus, una etnia que ocupaba, además de las Kuriles, la mitad meridional de la cercana y muy rica isla Sajalín, la isla de Hokkaido, capital Sapporo, la segunda más grande del Japón y el norte de Honshu, la más poblada, donde están Tokio y Osaka.
En 1875, por el Tratado de San Petersburgo, Japón renunciaba a sus derechos sobre la isla Sajalín a cambio de la soberanía total sobre las Kuriles hasta la costa de la península de Kamtchatka.
En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, las Kuriles fueron conquistadas por la Unión Soviética que, lisa y llanamente, las anexionó. Desde entonces Japón lleva a cabo negociaciones para recuperar las cuatro islas más meridionales a cambio de reconocer la soberanía rusa sobre las restantes.
Hoy, la relación de Japón con Rusia atraviesa un momento de debilidad para el otrora denominado Imperio del Sol Naciente. Y es que Japón adquiere a Rusia el 60 por ciento del gas extraído en la isla de Sajalín.
En rigor se trata de una vulnerabilidad mayor del Japón si se tiene en cuenta que importa el 97,8 por ciento de gas natural licuado que consume. De ese total, 60 por ciento es dedicado a la producción de electricidad, 30 por ciento se emplea para el gas domiciliario y el 10 por ciento restante, en la industria.
Por la invasión a Ucrania, el gobierno japonés movilizó su diplomacia para cerrar filas junto a Occidente y militar la causa ucraniana en su región. El primer ministro Kishida visitó Camboya e India para convencer a sus gobiernos de condenar los atropellos rusos.
No lo consiguió. Nadie quiere enemistarse en demasía con la Rusia autocrática, ni con su aliada coyuntural, la China dictatorial. No, al menos, para gobiernos que distan de ser democráticos o que avanzan en dirección contraria, como el caso de la India.
Sí, en cambio, Kishida obtuvo el enojo ruso. A tal punto, que el presidente Putin decidió tomar el control total por parte de Rusia de la producción de gas de la isla de Sajalín a través de la creación de la empresa Sajalín Energy (SE) que reemplazó al Sajalín Energy Investment (SEI).
En SEI convivían, aunque con distintos porcentajes, la rusa Gazprom, la británica-neerlandesa Shell y las japonesas Mitsubishi y Mitsui. En SE, con Shell retirada, las japonesas deben bregar para retener una participación en el nuevo consorcio.
Queda en claro que las relaciones de Japón con Rusia no se deslizan por un terreno plano. A tal punto que Japón parece decidido a disputar la influencia hasta en regiones poco habituales como el África.
En la reciente Octava Conferencia Internacional sobre el África, celebrada en la ciudad de Túnez, pero organizada por el gobierno japonés, además de prometer una estrecha colaboración, Kishida fue mucho más allá y llegó reclamar un asiento permanente para el África en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
En síntesis, participación japonesa en la geopolítica mundial y competencia con Rusia más allá de lo estrictamente regional.
El retorno a lo nuclear
En la economía, todo va mejor. Tras el azote tardío del COVID-19 que llegó más tarde, pero se fue también bastante después en comparación con el resto del mundo, los japoneses redescubren sus pasatiempos favoritos: comer fuera y hacer karaoke.
Los datos, sin ser exuberantes, son aceptables. El país creció un 0,5 por ciento durante el segundo trimestre del año. Anualizado acumula un 2,2 por ciento para alcanzar así su nivel previo a la pandemia que, en su momento, representó una contracción del 4,7 por ciento de su Producto Bruto Interno (PBI).
Sin embargo, el horizonte no aparece límpido. La amenaza es la inflación que es sustancialmente inferior a la de Estados Unidos o a la de Alemania, pero para una sociedad como la japonesa habituada a deflaciones mensuales, no deja de alarmar al gobierno, a las empresas y a los consumidores.
Como se dijo, si comparamos los niveles anualizados a junio del 2022, los Estados Unidos exhiben un guarismo del 8,5 por ciento, Alemania del 7,5 por ciento y Japón solo del 2,4 sobre 12 meses.
De momento, el Banco Central del Japón no mueve la tasa de interés. Por el contrario, el dinero continúa siendo “barato” y lo será, de no mediar imprevistos, hasta abril del 2023 cuando cambie el actual presidente de la entidad bancaria rectora Haruhiko Kuroda.
De su lado, el yen -la moneda japonesa- lenta pero firmemente, se deprecia. Resultado, se abaratan las exportaciones, pero se encarecen las importaciones. Para un país que casi no cuenta con recursos naturales, la ecuación puede ser peligrosa.
Y como siempre ocurre cuando la inflación se hace presente, el pesimismo comienza a rondar en derredor del mercado. Las empresas desconfían y las inversiones aguardan mejores vientos.
Hace un año, la encuesta de la Agencia Kyodo daba solo un 5 por ciento de las grandes empresas japonesas como preocupadas por una menor velocidad en el crecimiento. Un año después, la misma encuesta, y la misma encuestadora, arroja un 45 por ciento de pesimismo.
El panorama energético complica las cosas. En particular, tras la profunda subida de precios del petróleo y del gas como consecuencia de la invasión rusa sobre Ucrania. Japón echó mano a su carbón, combustible que por otra parte nunca dejó de utilizar.
Pero el carbón es considerado el mayor contaminador del medio ambiente y entonces… Entonces no queda otra que echar mano a la producción de energía nuclear. Vilipendiada por los accidentes en las centrales de Fukushima, en el propio Japón, en 2011, y de Chernobyl, Ucrania, en 1986, la energía nuclear vuelve, triunfante, por sus fueros.
Si se tienen en cuenta los objetivos “verdes” del gobierno y la sociedad, el retorno a lo nuclear aparece como inevitable. El propio primer ministro Fushida trazó un objetivo del 20 al 22 por ciento para la participación de lo nuclear en la generación de energía. Actualmente, es sólo del 5 por ciento.
A la fecha, 10 reactores nucleares están en funcionamiento. Otros 23, aún paralizados, ya responden a las normas de seguridad vigentes. Tres nuevos están en construcción desde ya hace varios años. Y los veinte restantes se dividen entre los que aún están siendo inspeccionados y los que están en curso de desmantelamiento.
Hoy lo nuclear es presentado como la alternativa válida para atenuar el calentamiento del planeta. Los empresarios observan la cuestión con ganas de invertir. La sociedad es cada vez más favorable. Pero la oposición es muy firme, en particular en las zonas cercanas a los reactores. Los recursos judiciales, al respecto, están a la orden del día.
INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.