miércoles 24 abril 2024

Israel: los avances del supremacismo judío en pos del “Gran Israel”

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Por  Luis Domenianni ***

Alrededor de 200 mil personas, reunidas el 28 de abril de 2023, manifestaron frente a la Knesset –el parlamento israelí- a favor del proyecto de “refundación” del sistema judicial tal como pretende el primer ministro Benjamín Netanyahu y rechazan otros miles de israelíes que la consideran un avance autoritario sobre la independencia del poder judicial.

A la fecha, la situación de la reforma es la de un “impasse”. El 28 de marzo de 2023 ante las protestas –dos veces por semana, durante 15 semanas- que llegaron a juntar 700 mil individuos para impedir la puesta en marcha de los cambios, Netanyahu decidió suspender su aplicación.

La reforma de la justicia puede considerarse como una revancha de los sectores religiosos que, desde 1948 –la creación del Estado de Israel- se opusieron a la instauración de un sistema judicial civil. Por aquellos tiempos, para el gran rabino Isaac Herzog, abuelo del actual presidente del país, se trató de “una traición catastrófica contra la tradición judía”.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII, la cuestión es vista como una guerra de culturas que derivaron en el enfrentamiento entre la opción liberal, pro occidental y laica, contra la opción judía “halakhique”.

La “halakha” consiste en un conjunto de prescripciones, costumbres y tradiciones que conforman “la ley judía” religiosa. Guía la vida ritual, las creencias y la cotidianeidad de quienes la siguen.

La propuesta de quienes defienden el cambio en la justicia israelí consiste en dejar de lado la legislación civil y laica de Israel y reemplazarla por la “halakha”, ya no como una decisión personal sino como un cuerpo legal obligatorio para todos los ciudadanos que habitan el suelo israelí.

En la coalición gobernante, el apoyo al cambio es distinto según de quién se trate. El sector más centrista, el Likud del primer ministro Netanyahu, es el más reticente en virtud de su ideología conservadora, pero laica y liberal.

A su derecha, los partidos religiosos persiguen la aplicación de la ley “judía religiosa”. Y más a la derecha, las formaciones religiosas nacionalistas defienden una visión mesiánica del “Gran Israel” con la incorporación de los territorios palestinos y la aplicación universal de la “halakha”.

La movilización del 27 de abril del 2023 fue numéricamente importante, si se tiene en cuenta que la derecha y la ultra derecha no suelen movilizar en la calle a sus partidarios.

Quienes la integraban eran, sobre todo, familias enteras bajadas de las colonias erigidas en Cisjordania, junto a judíos tradicionales y laicos, conservadores y algunos “mizrahim”, los judíos originarios del Cercano Oriente y del Norte de África. Una movilización que iba dirigida contra quienes se oponen a la reforma, pero también contra las reticencias de Netanyahu.

Y es que “Bibi” –el apelativo de Netanyahu- hace su habitual, y ya legendario, doble juego: avala a las pretensiones e imposiciones de sus aliados, pero no las comparte. Habrá que ver si, una vez más, se da maña para evitar caer en las redes religiosas de quienes pretenden un Estado de Israel confesional opuesto al laicismo que le dio origen.

Religiosos y ultranacionalistas avanzaron como nunca posibilitados por las dificultades que enfrenta en el primer ministro conservador con el poder judicial producto de las acusaciones de corrupción de las que es objeto. No es bueno para Bibi, pero tampoco tan malo, cambiar un sistema judicial que lo persigue. Ideología versus pragmatismo.

Colonialismo

En abril del 2023, alrededor de 15 mil personas marcharon hacia el puesto militar de Evyatar, en el norte de la Cisjordania, una ex colonia salvaje desmantelada por mandato de la Corte Suprema y hoy ocupada por el Ejército israelí.

Rodeados –protegidos- por un batallón del Ejército, por efectivos de la guardia fronteriza y por policías que bloqueaban la totalidad de la zona norte de la Cisjordania ocupada, los 15 mil movilizados no estaban solos. Los acompañaban siete ministros del gabinete y 20 diputados. Es decir, los acompañaba una parte del Estado.

Entre los ministros, se encontraban los influyentes Itamar Ben Gvir, nada menos que responsable de la cartera de Seguridad, y Bezalel Smotrich, titular de Finanzas. Se trata de los supremacistas israelíes que integran el gabinete del primer ministro Netanyahu, destinados a convertirse en un dolor de cabeza del actual gobierno.

Fue la promesa que el gobierno Netanyahu hizo al gobierno de Estados Unidos de suspender las ocupaciones de tierras palestinas por seis meses que impiden, de momento, que Evyatar quede en manos de colonos. Su retorno fue negociado en la formación de la actual coalición de gobierno y se producirá –casi con certeza- en pocos meses más.

No es un hecho aislado. Es parte de la idea política y geopolítica del Gran Israel que pretende la anexión de la totalidad de la Cisjordania ocupada y dar por terminados los acuerdos que prevén la creación de un estado palestino en ese territorio.

Desafiante, en su discurso, Ben Gvir dijo que “ya habían legalizado nueve colonias salvajes –tierras que ocupan los colonos ilegalmente- y, con la ayuda de Dios, legalizaremos más y construiremos más”. Más claro, échele agua.

Se avecina un verano boreal intenso en Israel y los territorios ocupados. La llegada al gobierno de sectores extremistas augura más y mayores enfrentamientos entre palestinos y el Ejército israelí. De hecho, la situación es tan tensa que el despedido ministro de Defensa, Yoav Galant, fue reinstalado en su despacho.

Galant es un militar –marina de guerra- que forma parte del partido Kulanu –en español, “Todos Nosotros”- de tendencia centrista. Y es que Galant, al frente de Tsahal –el Ejército israelí- es más que necesario para compensar al extremista Ben Gvir a cargo del Ministerio de Seguridad.

Ocurrió que, tras las elecciones del 1 de noviembre de 2022, en las que el Likud –derecha- resultó el partido más votado, su jefe Benjamín Netanyahu debió negociar con los partidos de extrema derecha para formar un gobierno de mayoría.

El Likud, el más centrista de los partidos derechistas, se alzó con 32 bancas de las 120 que componen la Knesset, el Parlamento israelí. Para alcanzar las 61 bancas y tener mayoría, Netanyahu debió convocar a tres partidos de extrema derecha y a dos partidos ultrareligiosos.

Uno de esos partidos de extrema derecha es el “Sionismo Religioso” cuyo líder es el ministro de Economía Bezalel Smotrich quién declaró que existe una teoría económica que todavía no fue probada y es (sic) la de la Biblia.

De su lado, el Ministerio del Interior –con jurisdicción sobre los palestinos que viven en territorio ocupado quedó en manos del ultrareligioso Arieh Deri, titular del partido Shas. Como se dijo, Itamar Ben Gvir ocupa la cartera de Seguridad, es el jefe de Poder Judío, partido violentamente enfrentado con los palestinos.

Palestinos

La crisis de identidad que atraviesa Israel entre quienes la piensan bíblica y quienes la prefieren laica no oculta el conflicto permanente que el Estado judío mantiene con las distintas organizaciones de la lucha palestina, conflictivas entre ellas mismas, con aspiraciones diferentes y con apoyos internacionales opuestos.

A la fecha, una nueva escalada de violencia gana el territorio ocupado de Cisjordania y la propia Israel. Para algunos, todo comenzó con la intervención violenta de la policía israelí en la mezquita Al-Aksa de Jerusalén, cuya respuesta fueron los disparos de cohetes por parte del Hezbollah libanés y la contra respuesta de bombardeos aéreos israelíes.

La violencia perjudicó, como siempre, fundamentalmente a los civiles, a tal punto que obligó al primer ministro Netanyahu a prometer “restaurar” la seguridad, y agregó “no permitiremos al Hamas terrorista establecerse en el Líbano. El Hamas es la fracción palestina que gobierna dictatorialmente la Franja de Gaza, situada al sur de Israel.

El compromiso de Netanyahu lleva aparejado el reconocimiento de, cuanto menos, una intención del Hamas de trascender su superpoblada Franja de Gaza. Ahora bien, el sur del Líbano fronterizo con Israel es el territorio del Hezbollah, el aliado islámico shiíta de Irán. Hasta aquí no había indicios de una alianza con el Hamas sunita, ni de una cooperación militar.

En lo que va del año, el “eterno” conflicto israelí-palestino costó la vida de 94 palestinos, 19 israelíes, una ucraniana y un italiano. Más allá de cualquier victimización exagerada, la mayor cantidad de muertos palestinos se debe no solo a la “eficacia” de la represión israelí, sino también a la manipulación de los jóvenes por parte de las organizaciones palestinas.

El conflicto se extendió a la vecina Siria, cautiva de los designios de los ayatolás iraníes. Tiros de cohetes sirios contra las alturas del Golan anexadas –sin reconocimiento internacional- por Israel y respuestas aéreas israelíes se sucedieron en paralelo a las acciones violentas señaladas en los párrafos anteriores.

Y nuevamente Netanyahu pronunció su amenaza: “bombardeamos blancos iraníes y del régimen en territorio sirio. El gobierno de Bashar Al-Assad –el dictador sirio- lo sabe. El alto precio que le hicimos pagar es solo un comienzo: si continúa permitiendo los disparos de cohetes, su régimen pagará un precio muy caro”.

El primer ministro no las tiene todas consigo. La escalada de violencia –con los palestinos y con Siria-, y la resistencia al proyecto del cambio en la justicia forzado por sus aliados en el gobierno –un cambio que Netanyahu no aprecia-, determinan que su popularidad descienda a solo poco más de cuatro meses de administración.

Una actuación que pone en riesgo la buena marcha de la normalización de las relaciones con diversos países árabes.

La geopolítica

La convivencia entre el gobierno Netanyahu, por un lado, y los denominados “Acuerdos de Abraham”, es decir la normalización de las relaciones entre Israel y diversos países árabes si bien no aparece a priori como incompatible, habrá al menos detenido el avance de los acuerdos con otros estados árabes.

Los “Acuerdos de Abraham” firmados en agosto de 2020 dieron apertura a las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos y con Baréin. Dos estados árabes que se suman a Egipto y Jordania que, desde hace décadas, reconocieron al Estado de Israel.

Nadie ignora que los acuerdos fueron alcanzados con la luz verde de Arabia Saudita dado su liderazgo sobre las monarquías del Golfo Pérsico con la excepción de Catar. Están inscriptos dentro de la visión geopolítica coincidente frente al enemigo común: la República Islámica de Irán, la teocracia de los ayatolas.

De un lado pues el mundo árabe sunita e Israel. Del otro, los shíitas de Irán apoyados por sus socios –políticos y religiosos- del Líbano, Siria e Irak. Fue, de alguna manera, Irán el culpable de la desatención que recibieron los palestinos y su causa independentista por parte de la totalidad del mundo árabe.

Es que las pretensiones de dominación iraní y su marcha acelerada hacia la posesión de armamento nuclear, concentraron la atención de los gobiernos árabes que, en consecuencia y mal que mal, se desentendieron de la cuestión palestina.

Pero todo puede volver a la anormal normalidad. En primer lugar, porque la causa palestina es común para la mayor parte de los pueblos y los ciudadanos árabes. El mundial de fútbol de Catar mostró que, en cada partido jugado, banderas palestinas siempre aparecían en las tribunas.

Dicho lo anterior, los “Acuerdos de Abraham” no representan una apertura, sino una retención. Una retención que parece decir no avancen sobre los territorios palestinos para mantener un statu quo de relativa buena relación.

Pero el gobierno Netanyahu no es un gobierno que se va a caracterizar por la “retención”. Todo lo contrario, los aliados de Bibi, se trate de fundamentalistas religiosos o de colonos combatientes tienen como objetivo la anexión simple y llana de Cisjordania, idea sobre la que avanzan con la apertura de nuevas colonias donde se les ocurra.

Este objetivo del Gran Israel que sostienen esos sectores es una de las razones prácticas del ataque contra la Corte Suprema de Justicia, última garantía de un estado de derecho que contemple, aún disminuidos, los intereses y las aspiraciones palestinas.

Frente a ello, la Autoridad Nacional Palestina en manos del inoxidable –pero oxidado y desprestigiado- Mahmud Abbas, es sobrepasada por los jóvenes palestinos que atacan a los israelíes implantados de fuerza en Cisjordania.

Las televisiones árabes difunden esas imágenes y también la del energúmeno ministro de Economía, Bezalel Smotrich, hablando en París con trasfondo de un mapa donde aparece como israelíes no una sino las dos orillas del río Jordán, para el nerviosismo de la vecina Jordania.

Como nunca antes, el gobierno israelí molesta a los Estados Unidos. El presidente Joe Biden que se preparaba para refrendar un nuevo “Acuerdo de Abraham” entre Israel y Arabia Saudita olvidó ese sueño –hoy una quimera- para pasar a evitar cualquier contacto personal con el sobrepasado Bibi.

Hay más. Dos años de diplomacia china dieron como resultado un acercamiento, al menos una superación parcial del enfrentamiento entre los sauditas sunitas y los iraníes shiítas. Anunciaron que próximamente reestablecerán relaciones diplomáticas, al igual que los Emiratos Árabes.

Es como si los tradicionales aliados de Estados Unidos se emanciparan de su tutela. Una emancipación que conspira contra los “Acuerdos de Abraham”, aún si no los anula, pero que puede tornarlos letra muerta.

El primer ministro Benjamín Netanyahu enfrenta su hora más difícil de su larga carrera política. Sus socios extremistas lo empujan hacia un enfrentamiento interior que bien puede terminar en guerra civil y hacia un retorno a la desconfianza con todo el mundo árabe. Todas las de perder.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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