Los líderes de las grandes empresas suelen beneficiarse de tener el control de su cargo. Es casi imposible desbancar a un presidente en funciones de Estados Unidos. Por eso resulta trascendental el anuncio del presidente Joe Biden el domingo de que no se presentará a la reelección.
Su reemplazo como candidato del Partido Demócrata para enfrentar a Donald Trump el 5 de noviembre lo hará sin el poder y los riesgos del cargo.
En cierto sentido, sorprende que Biden no haya llegado antes a esta conclusión. La cuestión de su edad ha sido una nube sobre su campaña durante el último año y medio. Desde su pésimo desempeño en un debate contra Trump a fines del mes pasado, docenas de miembros demócratas del Congreso han pedido su dimisión.
Biden se mantuvo desafiante, al igual que las personas más cercanas a él, incluida la presidenta del partido, Jaime Harrison, y la primera dama, Jill Biden. Pero la presión aumentó a medida que los líderes del partido, incluida la expresidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, el expresidente Barack Obama y el líder de la mayoría del Senado Chuck Schumer, expresaron sus preocupaciones directamente al comandante en jefe, según informes de prensa.
El instinto de proteger a la persona que está al mando es natural y generalizado. Las investigaciones muestran que las personas tienden a tomar la decisión que produzca el menor cambio posible. Los asesores y confidentes tienden a confiar en un líder para obtener poder y empleo. El ego, el miedo e incluso una mentalidad de grupo pueden impedir que las organizaciones hagan lo correcto. Los votantes también tienden a darles a los presidentes en ejercicio el beneficio de la duda: en la historia de Estados Unidos, solo 10 han perdido su intento de reelección.
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