viernes 7 febrero 2025

Estados Unidos – Israel La “buena hora” del autoritarismo universal

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Dos temas ocuparán la agenda informativa para los próximos días. De un lado, las decisiones del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Del otro, la muy eventual y muy endeble tregua en la guerra entre Israel y el grupo terrorista Hamás.

Por Luis Domenianni *****

Más allá de los opinables resultados que arrojó la administración del presidente Joseph Biden, nadie puede negar la pertenencia y el encabezado del mundo occidental de los Estados Unidos. O, mejor dicho, nadie estaba en condiciones de negarlo.

Con la llegada, por segunda vez, al poder del multimillonario y magnate inmobiliario Trump, todo indica que los valores, con carácter universal que pregonaba -aunque no siempre respetaba- el ideario norteamericano quedarán de lado.

Ya no se tratará de defender a la justicia universal, ni los derechos humanos en cualquier parte del planeta. Ya no se tratará de respetar la soberanía de los más débiles. Ya será reemplazada la separación por una concentración de poderes.

Cabe entonces preguntar y preguntarse si los Estados Unidos continúan siendo un país occidental. Con el ideario del nuevo -aunque repetido- presidente, los Estados Unidos ¿se parecen siempre más a Alemania, Francia y el Reino Unido o más a Rusia y China?

Obviamente, los matices son diferenciadores. Las tradiciones políticas de unos y otros se encargan de ello. La dictadura china, no es igual al autoritarismo ruso y ninguno de los dos son equiparables a la concentración de poder a la que aspira el nuevo ocupante de la Casa Blanca.

No obstante, se asemejan más de la cuenta. La política exterior de los tres -Xi, Putin y Trump- evidencia un punto en común: el imperialismo.

Para Xi, se trata del pueblo uigur, del Tíbet, de Taiwán o de Hong Kong. Para Putin, de Chechenia, del Cáucaso, de Georgia, de Moldavia, de la ex Unión Soviética y, sobre todo, de Ucrania. Para Trump, el imperialismo equivale al Canadá, a la Groenlandia danesa y al Canal de Panamá.

Con ejércitos de troleros adiestrados, preparados y listos para la desinformación y la mentira, los autoritarios cuentan con el respaldo de los propietarios de las principales redes sociales.

Unos propietarios, en particular Elon Musk, que parecen considerarse a sí mismos en condiciones de crear un nuevo pensamiento universal limitado al suyo propio. Nadie los eligió, aunque, por momentos, dictan reglas por encima de su propio mandante. Es decir, por encima del nuevo presidente.

Para el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, con el regreso de Trump, Europa ya no puede contar con los Estados Unidos. Para Thomas Piketty, comienza un combate mundial que opone la democracia contra la oligarquía.

¿Quiénes componen la oligarquía? Quienes están en la primera fila de los asistentes a la asunción. Es decir, millonarios, dirigentes de la “tech” y políticos de la extrema derecha.

Con todo, Trump deberá puntualizar definiciones. Por ejemplo, ¿Lanzará una guerra arancelaria? ¿Caerá en el proteccionismo? ¿Enterrará el libre comercio? ¿Se resignará, como consecuencia de lo anterior, a un incremento de la tasa de inflación?

¿Y Ucrania? ¿La entregará a los rusos? ¿La librará a la suerte de una más que improbable intervención europea? ¿Guarda vigencia aquella fanfarronada de finalizar esa guerra en 24 horas? ¿Su ruidoso silencio respecto de los dichos del asesor de Putin sobre una eventual desaparición del país del presidente Zelenski?

¿Y los inmigrantes indocumentados? ¿Deportación masiva? ¿Deportación selectiva? ¿Y el cambio climático? ¿El gas y el petróleo? ¿Y el rol del Estado? ¿La cuestión social?

Veremos las respuestas. En todo caso, la propia investidura del nuevo-viejo presidente permitirá acercar una respuesta a un interrogante político: el lanzamiento o no de una internacional reaccionaria.

Habitualmente, el protocolo norteamericano no incluye la asistencia de jefes de Estado o de gobierno extranjeros o de líderes políticos al traspaso del mando en las escalinatas del Capitolio.

Sin embargo, algunos amigos estarán presentes. El salvadoreño Nayib Bukele, el argentino Javier Milei, la italiana Giorgia Meloni, el húngaro Viktor Orban, fueron invitados.

Y después están los opositores en sus respectivos países, todos de extrema derecha. El español Santiago Abascal, el belga Tom Van Grieken, el francés Eric Zemmour, entre otros.

La del estribo. ¿Amnistiará Trump a sus partidarios condenados por la Justicia por la invasión del Capitolio ocurrida hace poco más de cuatro años? Son los MAGA -Make America Great Again-, su fuerza de choque.

Una tregua Incierta

¿Se trata de un acuerdo de paz? Ni mucho menos. Nada más que una tregua que interrumpirá, quizás por algunos días, la guerra entre Israel y el Hamas. ¿Está cerrado? Hasta cierto punto. Los detalles son poco conocidos y dejan casi todo para resolver más adelante.

El cuasi o pseudo acuerdo pude resumirse en los títulos de las tres fases que lo conforman. Primera fase: intercambio de rehenes por prisioneros a razón aproximada de 1 por 3. Segunda fase: paz. Tercera fase: reconstrucción de Gaza.

El 19 de diciembre, casi en simultáneo, coinciden tregua y asunción de Donald Trump. ¿Y después? Dios dirá.

Para analizar la tregua, hace falta detenerse en cada uno de los actores que protagonizan estos últimos momentos de un conflicto a punto de cumplir ocho décadas de antigüedad.

El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu alcanzó su doble objetivo principal: escapar de las persecuciones de la justicia que lo acusa por corrupción y mantener soldada la coalición de gobierno conformada por la derecha y la extrema derecha supremacista.

Pero todo puede cambiar si la tregua avanza hacia la paz. La persecución judicial puede recomenzar y el supremacismo abandonar la coalición. En otras palabras, no será Netanyahu un garante de una paz eventual.

La liberación de los rehenes israelíes prisioneros del Hamas nunca pareció ser un objetivo principal para el gobierno israelí. Para el ala de la extrema derecha porque la consideró una cuestión menor dado su relativo “escaso” número frente al fin central que fue y es la desaparición, por obra militar, del Hamás.

Cabe consignar que si bien el autodenominado “eje de la resistencia -Hamás, Hezbollah, la Siria del depuesto Bashar al-Assad, la teocracia iraní- quedó en muy malas condiciones tras los ataques israelíes, nadie lo puede dar por acabado.

Es más, en Gaza propiamente dicha, nadie parece listo, de momento, para sustituir a Hamás. El desprestigio de la Autoridad Nacional Palestina que gobierna Cisjordania es tal -corrupción mediante- que nadie imagina que pase a gobernar Gaza si no es bajo un paraguas protector de Israel.

Y queda… Donald Trump, cuya intención es reflotar los denominados Acuerdos de Abraham. Acuerdos de paz entre Israel y países árabes de manera bilateral.

Trump juega allí prestigio. La gran movida es Arabia Saudita. Si sauditas e israelíes acuerdan la paz, tal vez marchen juntos para terminar con el alicaído gobierno de los ayatolas iraníes.

¿Los palestinos? Sigan participando.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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