Por Luis Domenianni*****
Pasar de la guerra, la destrucción y la muerte a la construcción de un resort turístico es un lujo que solo puede darse el extravagante mandatario norteamericano. ¿Es posible?
Todo sucede -o se sucede- a velocidad de vértigo. Es tal que no resulta fácil discernir si los anuncios responden a ideas por concretar o conforman una mera estrategia de marketing para apropiarse de la escena, tanto nacional como internacional.
Casi en cuestión de horas, la administración Donald Trump suspendió las ayudas estadounidenses para el desarrollo en el mundo; tensionó las relaciones con Sudáfrica; profundizó la crisis por el Canal de Panamá y doblegó cualquier resistencia de los países centroamericanos.
En términos de días, retiró a los Estados Unidos de varios organismos internacionales; insistió en la “americanización” de Groenlandia; utilizó los aranceles como herramienta de acción política (China, México, Canadá, Colombia).
Pero, el todo, nada comparable con el anuncio de la ¿cesión? de soberanía de la Franja de Gaza a los Estados Unidos para desarrollar un negocio inmobiliario en su costa mediterránea.
¿Es aconsejable tomar a risa semejante despropósito? Por el contrario, ¿amerita una seria consideración? En principio, ni lo uno, ni lo otro.
Sí, resulta ridículo y extravagante, pero no imposible. Ridículo, no solo por la cuestión de fondo, también por sus formas.
Es que ya parece un secreto a voces que nadie, en Washington ni en ningún otro lado, conocía hasta el anuncio en rueda de prensa conjunta con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a su lado, el plan del presidente Trump para la Franja de Gaza.
Es más, el flamante secretario de Estado, Marco Rubio, en gira por Centroamérica, fue sorprendido por el anuncio. Las “malas lenguas” dicen que el ex senador se sintió tan molesto que resolvió en solitario su no asistencia a la próxima reunión del G20 en Sudáfrica. No parece.
Sudáfrica es la tierra de nacimiento del todopoderoso Elon Musk quién acusa al gobierno del presidente Cyril Ramaphosa de persecución contra la minoría blanca propietaria de tierras por la sanción de una ley sobre expropiación.
El plan inmobiliario del presidente Trump para Gaza tampoco era conocido de antemano por el primer ministro Netanyahu. Sí fue el primero en enterarse de boca del propio Trump pero recién en la entrevista previa a la rueda de prensa conjunta que cerró el encuentro.
Así expuesto y desprolijo, el plan inmobiliario para Gaza parecería destinado al olvido en poco tiempo. Sin embargo…
Delirante, pero no tanto
Lo primero a tener en cuenta es que la fortuna del presidente Trump se origina en desarrollos inmobiliarios. Por ejemplo, el complejo Mar-a-Lago, en Florida, donde reside. O la Trump Tower, en Nueva York, donde ubica sus oficinas. Ergo, conoce la temática.
Lo segundo, los grandes detalles. Será Israel, no Estados Unidos, la encargada de terminar y ganar la guerra contra el Hamas. La inversión en soldados y recursos, le pertenecerá por completo.
Lo tercero, serán los palestinos quienes deberán abandonar -provisoria o definitivamente- Gaza.
Lo cuarto, corresponderá a Egipto y Jordania, recibirlos -también provisoria o definitivamente- o a los países europeos como España, Irlanda y Noruega que reconocieron a fines del 2024 la existencia de un Estado palestino.
¿Así de fácil? No, para nada. Pero, al menos, no tiene nada que perder. Si fracasa, como probablemente ocurra, la culpa será de Israel, de Jordania, de Egipto, de Arabia Saudita…de Panamá, de México, de Canadá, de Groenlandia, de la Unión Europea, de los organismos multilaterales y, siempre, de los palestinos.
De todos y de cualquiera, menos de Trump.
Nadie podrá negar originalidad. Terminar casi ocho décadas de guerras y represiones con un desarrollo inmobiliario no reconoce antecedente alguno en la historia universal.
Suele ocurrir que el o los autores de una idea original se enamoren de dicha idea y pongan en funcionamiento herramientas que faciliten su concreción.
Y el presidente Trump, las tiene. Frente a Israel cuenta con varias: desde el abastecimiento armamentístico hasta la política interna del país hebreo; desde una eventual negociación con Irán en el capítulo nuclear hasta la adhesión de Arabia Saudita a los acuerdos de Abraham.
Como para cualquier político, el frente interno es particularmente sensible para el primer ministro Netanyahu. Resulta que cualquier paso en falso puede convertirlo en enemigo para los supremacistas judíos de su gabinete. Supremacistas judíos que proclaman su total complacencia con el presidente Trump.
No es impensable, además que, a cambio de la Riviera del Mediterráneo Oriental, los Estados Unidos acepten una ocupación completa israelí de Cisjordania, objetivo de los supremacistas judíos.
Como se ve, el presidente Trump cuenta con elementos de presión suficientemente convincentes para que sus “locos sueños” movilicen la realidad.
Sauditas y palestinos
Un verdadero obstáculo para la “pax” inmobiliaria es el Reino de Arabia Saudita. Es que para los “regios” herederos de Ibn Saud, el fundador de la monarquía hace casi un siglo, la solución medio oriental pasa por la partición de la Palestina en dos estados, uno árabe y otro judío.
Es decir, en las resoluciones de Naciones Unidas que declararon la partición en dos estados soberanos del territorio del mandato británico en Palestina. Los árabes no acataron. Y desde entonces perdieron cuatro guerras. Ahora luchan para obtener aquello que ya se les había otorgado hace 77 años.
Con todo, Arabia Saudita representa energía y financiamiento. Ergo, es una voz importante que debe ser atendida. Y que debe ser tenida en cuenta en cualquier cambio de la política norteamericana para la zona.
La administración Trump deberá armar propuestas de interés para convencer a las monarquías del Golfo de respaldar su paz inmobiliaria. ¿Destrucción del Irán teocrático, enemigo central de los sauditas? ¿Participación en el “desarrollo” inmobiliario de Gaza? ¿Ambas cosas?
Y quedan los palestinos. ¿Los dos millones de gazatíes? Seguramente no. Dependerá en gran medida de cuánto se les ofrezca. Trump habló de “lindas casas”, de escuelas y de hospitales. Si llegase a ser cierto, algunos aceptarán dejar Gaza. Por menos, también.
Es demasiado atractivo, pero poco creíble. Más aún para los palestinos descendientes de aquellos que perdieron sus hogares, en 1948, tras la primera guerra arabo-israelí. Sería el segundo desarraigo en la historia moderna. Demasiado.
Pero hay que tener presente que las condiciones para permanecer en Gaza y llevar adelante una “vida normal” no están dadas. Gaza es hoy tierra arrasada. Un “predio” donde tras los tanques de guerra deberán imperar las motos niveladoras.
Las altisonantes y desafiantes declaraciones de los gazatíes frente a las cámaras de televisoras árabes no durarán en el tiempo. No hay alimentos, no hay agua, no hay viviendas. Solo queda irse.
Es más, Hamás está muy golpeado, pero no vencido por completo. No desapareció y, por tanto, la guerra debe continuar, según la mirada del gobierno Netanyahu. Por ahora, solo tregua. Hasta la liberación de los rehenes. De todos. Algo difícil de predecir si ocurrirá.
INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.