Cuadernos de Viajes. Capadocia, donde lo espera una alfombra voladora

Capadocia, la meseta central de Turquía, donde visitar uno de sus muchos valles, es descubrir el de Goreme, donde es un sueño admirar desde el aire las famosas “Chimeneas de las Hadas”.

El nombre lleva como en una alfombra mágica a los cuentos de la infancia, con los que uno se dormía soñando con volar. Vestirse despacio, alargando un poco el tiempo, consciente que se mezclan la ilusión de subir por primera vez en un globo aerostático con la inquietud ante lo desconocido y la sensación de vértigo que provocan las alturas, sobre todo dentro de una canasta de mimbre suspendida a 800 metros del suelo.

Todo comienza a la madrugada, hace frío, aunque es primavera pero aún es noche cerrada. El madrugón tiene una razón de ser, el servicio meteorológico de la fuerza aérea turca autoriza al globo a subir de acuerdo a las condiciones del tiempo, si está despejado y no hay vientos, se asciende, y si no es así, de vuelta al hotel y a probar suerte al día siguiente.

A las cuatro y media de la mañana, con apurones, ya que son muchos para ubicarse en varias camionetas, y finalmente partir. No se entiende que hablan los guías entre ellos, es turco, pero todo está sincronizado, son eficientes y amables, en un inglés chapuceado explican que tienen una hora determinada para subir y la organización debe ser perfecta.

Avanzan a toda velocidad, y se pasa por las afueras del pueblo de Goreme, con sus maravillosos hoteles de piedra, están iluminados y parecen un enorme árbol de navidad recortado contra la noche cerrada.

Se ingresa a caminos secundarios de ripio, los viajeros vamos muy callados, hace días que comparten al menos doce horas diarias de visitas, rutas, desayunos y comidas.

El grupo está sumido en sus propios pensamientos, tal vez parecidos, quizás todos comparten un miedo silencioso a lo desconocido, no se sube en aerostático todos los días y en algunos tal vez sobrevuela la tentada de decirle al guía no cuenten conmigo, espero abajo porque sufro de vértigo y no la voy a pasar bien.

Se desciende en un costado del valle de Goreme, el corazón late tan fuerte que casi pueden oírlos todos, el paisaje en medio de la noche cerrada es asombroso, por donde se mira cientos de globos aerostáticos de colores brillantes y de un tamaño descomunal, se están inflando con gas helio, algunos aún con las canastas apoyadas de costado en el piso, las sogas extendidas y muchos aeronautas trabajan y acondicionan cada uno.

Lleva tiempo inflarlos, mientras tanto en la noche cerrada, el helio, las llamaradas y el ruido ronco que producen en medio de la nada, atemoriza. Dejarse llevar por lo que se siente, aunque se reconozca que la vista de los globos inflándose es magnífica, impulsaría a escaparse y volver al hotel. Pero no hay marcha atrás, suena la llamada y comienza la ayuda para entrar en las canastas.

Los expertos hiperentrenados, acomodan a los viajeros en los cuatro compartimentos en que están divididas las canastas, no más de veinte personas por globo, cinco por compartimento. En diez minutos están todos listos para emprender el ascenso.

EL capitán se ubica en el medio de la canasta, el maneja la altura y la cantidad de helio que le va insuflando al globo. Las llamaradas y el ruido de la válvula de gas no ayudan mucho a moderar los temores de principiante en esto de volar así, tan a la intemperie. De pronto y sin previo aviso, luego de unas breves instrucciones sobre cómo ubicase cuando el globo aterrice, comienza el ascenso.

Lentamente se va alejándose de la seguridad de tierra firme, se sube suavemente, como si una mano empujara de forma delicada hacia arriba, desafiando el vértigo, increíble la habilidad que tienen los aeronautas, casi ni se percibe que vamos hacia el cielo. El capitán, mientras hace bromas en inglés para entrar en confianza, ensaya algunas maniobras calculadas a la perfección, y llega a dar la sensación de estar por rozar unas rocas gigantescas, las famosas chimeneas, casi al alcance de las manos.

Se sigue en silencio, es difícil expresar las emociones que provoca el asombro o describir la experiencia del vacío. Se sobrevuela el valle, uno de los tantos de Capadocia y desde arriba, aunque no terminó de salir el sol, la vista de las Chimeneas es indescriptible, son de color arena, altas y con una especie de sombrero que formó la erosión eólica durante miles de años, misteriosas, como dándole la razón a los antiguos.

Los primitivos habitantes de Capadocia las llamaron así porque creían que en ellas vivían duendes y hadas. Hoy están habitadas por palomas. No extrañaría que convivan en secreto.

En el horizonte cientos de globos multicolores suben a la par, suspendidos contra el cielo, invita a sumergirse en un paisaje de ensueño del que solo se despierta para capturarlo en fotografías y videos, no para mostrar o recordar, sino para revivir instantes únicos. Se continúa volando bien alto. El cielo va volviéndose cada vez más claro, se olvida el vértigo y se está feliz por haber vencido el temor, injustificado.

Todo es maravilloso desde arriba, cuando el sol se asoma entre las montañas y como pidiendo permiso, va iluminando suavemente el valle, se justifica el madrugón, la inquietud y hasta el viaje entero. Vale la pena una vez en la vida venir aquí, subir y disfrutar este espectáculo único.

Como si un velo se fuera corriendo frente a los ojos, la luz imprime al paisaje con dorado y blanco, se alargan las Chimeneas en sus sombras, la naturaleza está revelando sus secretos, helos aquí, en todo su esplendor. La bella Capadocia se despliega en su paisaje casi lunar. Fotos, risas, bromas del capitán, ya hasta animarse a moverse dentro de las canasta buscando el mejor ángulo para las fotos.

Es un espectáculo de una belleza impactante, chimeneas más altas, más bajas. Esos colores, ese silencio, el aire que se respira a esa altura, es diferente, puro. Este paisaje árido, sorprendente e hipnótico quedará como una experiencia sensorial que será compañía de por vida.
Gachi Vilalta/

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