Siria: la guerra civil internacionalizada que no tiene fin

Por Luis Domenianni

El 26 de octubre del 2020, grupos rebeldes pro-turcos atacaron posiciones del Ejército Sirio tras los bombardeos de algunas de sus bases por parte de la Fuerza Aérea rusa.

El hecho sirve para ilustrar la complejidad de la guerra civil siria con la intervención de potencias extranjeras y con beligerantes “nacionales” que no se limitan a los mencionados, sino que abarca casi un sinnúmero de facciones -de pronto rivales, de pronto aliadas- que pululan por el país y que viven, precisamente, de la guerra.

Todo comenzó, exactamente, el 15 de marzo del 2011 cuando, dentro del contexto de las llamadas “primaveras árabes” por las protestas populares en reclamo de elecciones libres y vigencia del estado de derecho, comenzaron los reclamos pacíficos en Siria, inmediatamente reprimidos por la dictadura del autócrata presidente Bashar al-Assad

Aquel movimiento de protesta quedó transformado, en poco tiempo, en rebelión armada financiada desde terceros países árabes y desde Turquía. Dicha rebelión es el antecedente inmediato de esta guerra civil que lleva ya nueve años y medio de destrucción y muerte.

Para intentar comprender la situación siria, lo primero a tener en cuenta es que no se trata de una guerra civil con dos bandos como fue la Guerra de Secesión de los Estados Unidos o la Guerra Civil española o la Guerra Civil rusa.

Se trata, cuando menos, de cuatro actores principales, subdivididos a su vez en grupos cuyas lealtades internas no revisten mayor solidez. Quizás la excepción resulte Estado Islámico (ISIS), el grupo fundamentalista yihadista que llegó a dominar gran parte del norte sirio y del oeste irakí.

Integrante al principio de la guerra civil de la rebelión, los métodos, la intransigencia y el islamismo extremo llevaron a ISIS a guerrear en solitario y a conquistar territorio en el norte y el este del país, al punto que declararon dichos territorios como la provincia siria del Califato Islámico, con capital en la ciudad de Raqqa.

El Califato islámico pretende ser la única autoridad legítima de los musulmanes del mundo y, por tanto, desconoce cualquier otra autoridad nacional de los estados. En los planes de ISIS, el Califato debía ser extendido a todo el mundo que debía, a su vez, convertirse al islam.


Hoy, Estado Islámico atraviesa una etapa de decadencia después de su expulsión de Irak y de Siria donde solo queda alguno que otro bolsón de resistencia en el desierto con escasa perspectiva de recuperar capacidad bélica, al punto que ISIS orienta ahora sus actividades hacia un accionar meramente terrorista.

ISIS fue una internacionalización en sí mismo del conflicto interior sirio. Para 2014, el momento del apogeo con la instalación del Califato en Mosul, Irak, los combatientes extranjeros –no sirios, ni irakíes- de Estado Islámico superaban los 16 mil hombres, incluidas algunas mujeres, provenientes de 90 países.

Por supuesto, la gran mayoría era de origen árabe, pero no faltaban occidentales convertidos al islam o combatientes experimentados como los bosnios y chechenos, más pakistaníes e indonesios. Un verdadero mosaico unificado en función del extremismo religioso.

Los cálculos difieren acerca del reclutamiento por parte de Estado Islámico. No obstante una cifra aceptada estipula en unos 100 mil a los combatientes al momento de mayor esplendor. Las bajas totales de la organización islámica se centran en alrededor de 40 mil combatientes.

Al presente, Estado Islámico retiene apenas algo más del 1% del territorio sirio.

Los kurdos
No fue el Ejército del autócrata Assad, ni las fuerzas del autodenominado, y enemigo de Assad, Ejército Sirio Libre, sino las Fuerzas Democrática Sirias (FDS) quienes llevaron el peso del combate contra el yihadismo de Estado Islámico.

¿Quiénes son? Resultan de una alianza entre algunos grupos rebeldes árabes, algunas tribus también árabes, un grupo militar cristiano y, fundamentalmente, las distintas Unidades de Protección del Pueblo (YPG), como se auto denominan las tropas kurdas.

Cierto es que soportaron el peso central del combate contra ISIS. Pero no menos cierto es que el FDS no estuvo solo.

A su lado, combatieron las tropas de la coalición internacional formada por países árabes, europeos y, fundamentalmente, Estados Unidos.

El aporte norteamericano fue de 2.000 militares a los que se debe agregar unos 200 provenientes de tropas de otros países de la Coalición Internacional, cuyo teatro de operaciones principal de combate a ISIS no fue Siria, sino Irak.

Párrafo aparte merecen la participación de la inteligencia israelí en el suministro de información bélica a la Coalición y la presencia de unidades militares kurdas extranjeras como las brigadas “peshmergas” del Kurdistán iraquí y las brigadas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Turquía.

Precisamente, es la presencia de estas últimas unidades combatientes –las del PKK- las que movilizaron y sirvieron de excusa para la participación turca en la guerra civil siria.

Es que el PKK es el enemigo histórico declarado del régimen turco. Tanto ahora que gobierna el islam político –no yihadista- del presidente Recep Tayyip Erdogan, como anteriormente cuando el poder estaba en manos de los laicos herederos del general y padre de la Turquía moderna, Kemal Ataturk.

De allí, la pretensión turca de establecer un denominado “corredor de seguridad” , una franja de unos 25 kilómetros de anchura, en territorio sirio, bajo ocupación del Ejército turco, cuyo fin pretende alejar de la frontera turca a los combatientes kurdos.

Por supuesto, esa pretensión turca choca con los kurdos, población mayoritaria en la zona y con el régimen del presidente Assad, deseoso de recuperar la soberanía sobre la totalidad del territorio sirio.

Cabe señalar que salvo alguno que otro esporádico tiroteo, los combatientes kurdos y las tropas norteamericanas, de un lado, y el Ejército Sirio del presidente Asad, del otro, no combaten entre sí, al menos de momento.

Los analistas cifran en alrededor de 100 mil a los combatientes kurdos –sumados YPG, PKK y Peshmergas- más aliados del FDS y en 2.000 a los soldados norteamericanos que los apoyaban hasta su retiro durante el 2019, ordenado por el presidente Trump, aunque no cumplido en su totalidad.

De su lado, las bajas contabilizadas se sitúan en algo menos de 27.000 muertos, incluidos 8 militares norteamericanos, un militar francés y un militar británico.

Las estimaciones calculan en un 25 por ciento del territorio sirio que es controlado, actualmente, por el FDS

Los rebeldes
Quedaron ya como muy lejanas en el tiempo aquellas movilizaciones populares a favor de una apertura democrática en el país, allá por el 2011.

Por aquel entonces, se daba una conjugación de sectores medios de la sociedad, en convivencia con la mayoría musulmana sunita. Unos reclamaban democracia, otros el fin de la supremacía, tanto en las administración como en las fuerzas armadas, de los alauitas, vertiente del islam shiíta a la que pertenece la familia Assad.

Fue la fractura del Ejército sirio, tras la represión violenta de la contestación pacífica, el punto que marcó el comienzo de la guerra civil. Una fractura cuasi confesional, con los militares alauitas y de otras minorías fieles al clan Assad y los sunitas, en rebelión

Gran parte de la población siria que apoyó el reclamo, hoy vive refugiada en Europa –en los campamentos griegos- y, sobre todo, en Turquía.

A la fecha, la rebelión ya no cuenta con componentes civiles, a excepción de alguno que otro dirigente. En su totalidad, la rebelión es militar. Y en su casi totalidad, es islámica aunque enemiga de ISIS.

Durante bastante tiempo, el titiritero que movía los hilos detrás de escena fue el gobierno turco del presidente Erdogan. Ya no. Ahora, Turquía está directamente involucrada en los combates, sufre bajas y emplea su Fuerza Aérea contra la similar del autócrata Assad.

Es que Turquía no consiguió hasta aquí ninguno de sus objetivos. No logró establecer el cordón de seguridad que la separase de los kurdos del FDS. No logró consolidar las posiciones rebeldes. No logró vencer al Ejército sirio. Y ya suma 200 muertos en sus filas militares.

Claro que con las milicias de la rebelión siria, el gobierno turco lleva a cabo operaciones a varias bandas. Dado que los financia, los hace pelear como supletorios en Libia, al lado del bando gubernamental en la guerra civil de aquel país y los hace pelear en el Alto Karabag, en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, del lado de los azeríes. El que paga, manda.

Las estimaciones hablan de un total –todos los grupos incluidos- de 150 mil combatientes del lado rebelde. Si bien cada grupo rebelde es patrón y señor en las escasas extensiones que dominan, retienen, en su conjunto, un 10 por ciento del territorio sirio. Las bajas rebeldes son estipuladas en algo más de 80 mil muertos.

El gobierno
Y queda el Estado sirio con sus Fuerzas Armadas empeñadas en la reconquista de la totalidad del territorio, aunque con distinto grado de beligerancia según de quién se trata. Al momento, ya completaron extienden su dominio sobre los dos tercios del territorio nacional sirio.

Prácticamente vencido el yihadismo de ISIS, el gobierno sirio convive con el FDS dominado por los kurdos. Administran en común algunas zonas del país y otras, ocupadas exclusivamente por el FDS, no sufren ningún tipo de hostigamiento por parte de los gubernamentales.

Es que para el autócrata Assad, el enemigo es Turquía y su presidente, el no menos autoritario, Erdogan para quién, a su vez, el enemigo central son los kurdos. Entonces, por aquello del enemigo de mi enemigo es mi amigo, kurdos y gobierno sirio se las arreglan, sin comando unificado, ni integración militar, para combatir a turcos y rebeldes.

¿Por qué no se unen? Porque para el presidente Assad, lo central es recuperar el territorio en manos rebeldes. En cambio, para los kurdos, lo fundamental es evitar la invasión turca. Son objetivos diferentes. Por ende, estrategias y tácticas diferentes.

Si los kurdos cuentan –o mejor dicho contaban, si finalmente se van de Medio Oriente- con los norteamericanos de la Coalición Internacional que luchó contra Estado Islámico, las fuerzas gubernamentales sirias cuentan con la intervención rusa, iraní y, en menor medida, del Hezbollah libanés y grupos shiítas paramilitares irakíes.

Rusia despliega una base naval y otra aérea en territorio sirio. La base naval de Tartus -única base naval rusa en el Mar Mediterráneo-, se ubica en la gobernación de Latakia, territorio de los alauitas y feudo de la familia Assad.

Más al norte, en la misma provincia, se encuentra la base aérea rusa de Jmeimin, cedida por el gobierno Assad en 2015, cuando Al Qaeda y Estado Islámico, cada uno por su lado, desafiaban con éxito al gobierno sirio.

La participación rusa es central. Es el paraguas que desalienta el avance turco y que facilita la reconquista de territorio por parte del Ejército Sirio. No así, la presencia shiíta de iraníes, irakíes y Hezbollah.

Resulta imposible para el dictador Assad decirles que se vayan, pero los precios a pagar son altos. En el plano interno, la desconfianza de la mayoría sunita. En el plano externo, la desconfianza de las monarquías petroleras de la península arábiga –con excepción de Catar- y de Israel, para quienes Irán es el enemigo principal.

El Ejército Sirio cuenta con unos 400 mil efectivos y 500 aviones de combate, más unos 20 mil combatientes paramilitares. A los que se debe agregar los milicianos shiítas iraníes, irakíes y del Hezbollah, unos 10 mil más en total.

Las pérdidas a considerar hablan de 90 mil soldados y 60 mil milicianos sirios. Alrededor de dos mil muertos del Hezbollah y ocho mil milicianos shiítas iraníes e irakíes. Rusia perdió 120 soldados y unos 200 contratistas, eufemismo que designa a los mercenarios del grupo Wagner sostenido financieramente por el Kremlin quienes, además, combaten en Libia y Ucrania.

Las exacciones, vejaciones y violencias cometidas contra la población civil por parte de los combatientes presentan algunas similitudes con el terror en la Alemania nazi y del militarismo japonés. El empleo de armas químicas asemeja con la Primera Guerra Mundial.

Como toda guerra que se precie de tal en los siglos XX y XXI, la de Siria incorpora a los civiles, sus viviendas y sus pueblos y ciudades como objetivos de guerra. Así, los cálculos conservadores hablan de 120 mil muertos civiles, entre los cuales computan 13 mil mujeres y casi 20 mil niños.

Nadie está exento de acusación al respecto. No obstante, el Gobierno sirio y Estado Islámico pueden ser catalogados como los máximos violadores de los derechos humanos. Es más, para Estado Islámico la violación de los derechos humanos forma parte de su accionar político frente a quienes considera sus enemigos, sin encubrimiento de ningún tipo.

La familia Assad y los alauitas
Los Assad dominan la política siria desde 1971 a la fecha. Casi medio siglo ininterrumpido de gobierno. Las tres quintas partes de las cinco décadas correspondieron a la presidencia de Hafez al-Assad, las restantes dos décadas pertenecen a su hijo Bashar al-Assad.

Tras el desmembramiento del Imperio Otomano, como consecuencia de la derrota en la Primera Guerra Mundial, Siria quedó dentro de la órbita francesa con que el tratado Sykes-Picot dividió Medio Oriente entre británicos y franceses.

La independencia sobrevino en 1946 con el retiro de las últimas tropas francesas. Comenzó entonces un período de inestabilidad política en el que golpes de estado y magnicidios se sucedieron a intervalos breves.

Por un breve lapso de tres años, entre 1958 y 1961, Siria y Egipto se unieron para formar la República Árabe Unida.

Fue a finales de 1970, cuando mediante un enésimo golpe de Estado, el general Hafez el-Assad, de confesión alauita, tomó el poder y ejerció un autoritarismo que lo hizo amo y señor del país hasta su muerte por leucemia en el año 2000.

Los alauitas conforman una rama del islam shiíta. Ocupan la franja costera del Mediterráneo, con mayor presencia en Siria y menor presencia en Líbano. Totalizan, aproximadamente, el 10 por ciento de la población, cuya franja mayoritaria es musulmana sunita. Guardan buenas relaciones con otras minorías como los árabes drusos y los árabes cristianos.

La condición minoritaria de los alauitas genera, al menos durante el gobierno de los Assad, consecuencias políticas. Tanto el padre como el hijo ocupan con miembros de su comunidad los principales puestos en la administración y en las fuerzas armadas.

A diferencia de su padre militar, el actual presidente Bashar al-Assad (55 años) es civil, oftalmólogo, aunque ostenta el grado de coronel. Ejerció su profesión en Damasco y en Londres donde conoció a su esposa Asma, ciudadana británica de origen sirio, musulmana sunita.

De momento inamovible, difícilmente evada una condena por violación de derechos humanos si llega a ser depuesto.

Nota Siria
Territorio: 185.180 km2, puesto 87 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 17.488.000 habitantes, puesto 67.
Densidad: 94 habitantes por km2, puesto 119.
Producto Bruto Interno: sin datos.. Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): sin datos.
Índice de Desarrollo Humano: 0.540, puesto 154. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.








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