jueves 28 marzo 2024

Estados Unidos: una elección de medio término para optar entre dos sistemas

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Por Luis Domenianni

El 08 de noviembre de 2022 se llevarán a cabo las denominadas elecciones de medio mandato, donde son electos los 435 nuevos -la totalidad- de la Cámara de Representantes y un tercio de las bancas del Senado.

La tradición indica que el medio mandato no suele ser auspicioso para los oficialismos. Es el momento en el que los ciudadanos están en condiciones de juzgar la actuación del gobierno para castigar o apoyar.

Las elecciones de medio mandato comenzaron en 1898 con la presidencia del republicano William McKinley. Desde entonces hasta el 2018, el oficialismo de turno incrementó su bancada en la Cámara de Representantes en solo cuatro oportunidades sobre un total de 41 elecciones de medio término. La última durante el gobierno de George Bush hijo.

En el Senado, al gobierno le fue un poco mejor. De las 41 “midterms”, en ocho -el doble- el oficialismo de turno incrementó su bancada. La última vez fue en el 2018 con Donald Trump como presidente.

Con no pocas limitaciones, es también el momento -en rigor, el período preelectoral- donde los gobiernos buscan votos a través de acciones que, tal vez, no hubiesen sido decididas en otros momentos. Así, por ejemplo, la gracia presidencial del presidente Joe Biden para los condenados como meros tenedores de marihuana.

Pero la elección del próximo 08 de noviembre adquiere ribetes diferentes. No se trata solo de juzgar la acción de gobierno. Se trata, aunque no todos lo adviertan, de decidir si el país en 1898 continúa por su camino tradicional de democracia e imperio de la ley. O si, por el contrario, opta por un modelo populista-nacionalista-autoritario.

Obviamente, quienes están a la cabeza de uno y del otro modelo son, respectivamente, el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump.

Esas diferencias no están limitadas a ambos protagonistas. Van mucho más allá y han provocado una grieta en la sociedad norteamericana. Es que, con excepciones, uno de los dos partidos políticos tradicionales de los Estados Unidos quedó enrolado en la citada tendencia populista-nacionalista-autoritaria.

Y no se trata solo de buena parte de sus dirigentes, sino de su base. Hoy día, la mayor parte de la militancia republicana cree a pie juntillas en relatos tales como el fraude en la pasada elección presidencial, la persecución de los activistas que tomaron el edificio del Congreso o el chauvinismo frente a la inmigración.

No son casuales tampoco las diferencias de política exterior entre una y otra visión política. Para el expresidente Donald Trump, el ruso Vladimir Putin o el norcoreano Kim Jong-un no eran enemigos sino personas con las que se podía conversar y llegar a acuerdos. Todo lo contrario, con el presidente Biden.

Como en toda elección donde no es elegible un presidente, las razones para votar a favor o en contra suelen ser distintas según la circunscripción o según el votante. El castigo o el premio al gobierno es una de ellas, la popularidad local de los candidatos es otra.

En las “midterms” de noviembre 2022, lo anterior no dejará de existir, pero la opción entre los dos sistemas será particularmente tenida en cuenta. Si no es al momento de votar, lo será en sus consecuencias políticas.

La escalada con Rusia

Pronunciar la palabra enemigo dejó de ser una expresión propia de algún dictador o aprendiz de dictador suelto por el mundo. Ahora está en boca de uno de los principales dirigentes del planeta, a la vez poseedor de armas nucleares, el presidente ruso Vladimir Putin. Así, como enemigo, califica a la OTAN.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es la alianza defensiva que encabezan los Estados Unidos y que reúne a casi todas las democracias europeas.

Casi sin rol relevante tras la caída del muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética dos años después, la OTAN buscó justificarse a sí misma con su intervención en la ex Yugoslavia, en Bosnia contra las fuerzas serbias, en 1992.

Luego, en 1991, sobrevinieron los ataques aéreos contra Serbia para parar la limpieza étnica en Kosovo y el envío a ese país de 3.700 efectivos terrestres. Por último, la intervención en Afganistán en 2011 a pedido de Naciones Unidos tras el ataque de Al Qaeda contra las Torres Gemelas en Nueva York.

En el presente, la OTAN no participa como tal de la guerra en Ucrania, dado que el país invadido por Rusia no forma parte de la organización. No obstante, la totalidad del armamento y del equipamiento recibido por el Ejército ucraniano procede de los países de la OTAN, en particular de los Estados Unidos.

Recientemente, el Congreso votó una nueva ayuda militar por 1.100 millones de dólares, que lleva a un total de 16.200 millones aportados a Ucrania por los Estados Unidos desde que comenzó la guerra originada en la invasión rusa.

Si cuantitativamente la ayuda crece, también lo hace cualitativamente. Desde los lanzacohetes múltiples HIMARS hasta los sistemas de intercepción electrónica de drones Titan, centrales para parar los bombardeos rusos a distancia, la sofisticación del armamento entregado es la clave para comprender la contraofensiva ucraniana y la recuperación de territorios invadidos.

Una sofisticación que incluye el entrenamiento para su uso por parte de instructores militares y científicos de los Estados Unidos. Desde el inicio del conflicto, más de dos mil ucranianos fueron formados por el ejército norteamericano.

Más allá del equipamiento, sin desmerecerlo en lo más mínimo, la actitud de firmeza que mostró el presidente Joe Biden frente a la amenaza nuclear del autoritario presidente Putin coloca a este último “entre la espada y la pared”.

A esta altura del partido, con el avance sin prisa aunque sin pausa de los ucranianos, con los fracasos militares rusos, con la resistencia popular al reclutamiento de reservistas, al presidente Putin como táctica de guerra solo le queda la amenaza nuclear.

Para los Estados Unidos, y hasta ahora para sus aliados de la OTAN, la amenaza nuclear es solo un intento de chantaje de muy improbable puesta en práctica. En consecuencia, la ofensiva ucraniana continuará y está justificada, al decir del secretario de Estado Anthony Blinken, hasta la recuperación del territorio ucraniano en su totalidad.

¿Y si, pese a todo el presidente Putin recurre al arma nuclear? Los expertos norteamericanos analizan tres posibilidades.

La primera es la detonación de una bomba táctica a efectos puramente demostrativos por parte de los rusos. Por ejemplo, una explosión sobre el Mar Negro, sin causar muertos. La segunda, una detonación sobre Ucrania propiamente dicha, con blanco en alguna unidad militar ucraniana o en una infraestructura considerada vital.

La tercera hipótesis, menos verosímil, es blanco en uno de los países de la OTAN. La consecuencia, consistiría en un enfrentamiento directo con la organización. Por si acaso, el presidente Biden advirtió que Estados Unidos y sus aliados están dispuestos a todo para defender “cada centímetro” del territorio de la OTAN. Y remató “escuchó bien” señor Putin.

China en la mira

Aun con todo cuanto ocurre con la Rusia de Vladimir Putin y su invasión sobre Ucrania, el problema central para los Estados Unidos es China. Mal que mal -y salvo un inesperado “per saltum” nuclear- los suministros militares a Ucrania y la consiguiente reconquista de territorio por parte del Ejército ucraniano “estabilizan” el frente con Rusia.

No ocurre de igual manera con China. Los intentos de avance sobre Taiwán y sobre todo la indisimulada pretensión de disputar la supremacía marítima tanto en el Mar de la China Meridional como en el Pacífico Sur dejan en claro una hipótesis de conflicto que supera con creces la simple competencia económica y comercial.

Hechos: desde el 26 de mayo hasta el 04 de junio de 2022, el ministro de Relaciones Exteriores de China Wang Yi llevó a cabo una gira por ocho estados del Pacífico Sur con la intención de concluir un acuerdo multilateral en materia de seguridad y de economía.

La respuesta norteamericana sobrevino el 28 y 29 de setiembre de 2022. No se trató del secretario de Estado, sino del propio presidente Joe Biden quién recibió y discutió con ellos, ya no ocho sino catorce jefes de Estado y de Gobierno del área Pacífico Sur, incluidos algunos como Nueva Caledonia y la Polinesia que son comunidades francesas de ultramar.

Donde el ministro Wang Yi fracasó, el presidente Joe Biden tuvo éxito: la declaración final de once puntos incluyó temas tan variados como la seguridad regional, el cambio climático, la pesca ilegal o la recuperación económica tras la pandemia.

Obviamente, el encuentro no estuvo libre de promesas. El compromiso fue de 810 millones de dólares en cooperación y va desde inversiones en seguridad marítima hasta en salud, incluida la apertura de embajadas en todas las naciones soberanas de la región.

Más al norte, frente a la penetración china, el gobierno norteamericano cuenta con tres aliados de peso: la propia Taiwán, Corea del Sur y el Japón.

Las visitas de la presidente de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, seguida por la de varios legisladores, a Taiwán en agosto del 2022 y la de la vicepresidente Kamala Harris a Corea del Sur dejan en claro la preocupación norteamericana por la región.

Sobre Taiwán, los Estados Unidos mantienen una postura “dual”. Por un lado, no rechazan la tesitura china acerca de la pertenencia de Taiwán como parte integrante de la República Popular. Por el otro, se comprometen -compromiso reafirmado por el propio presidente Biden- a defender a Taiwán frente a un intento de invasión chino.

En tal sentido, la aprobación de un proyecto de ley por parte de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado que prevé, por primera vez, una ayuda militar directa por 4.500 millones de dólares es particularmente demostrativa de un deterioro en las relaciones sino-norteamericanas.

De su lado, la presencia de la vicepresidente Harris en Corea del Sur debe leerse como la reafirmación del compromiso de los Estados Unidos frente a la agresividad del régimen dictatorial de norcoreano. El hecho da por finalizada la política de acercamiento a Corea del Norte que protagonizaron el anterior gobierno surcoreano y el expresidente Donald Trump.

El tablero mundial

Más allá de cualquier bemol que se quiere señalar, la disputa entre los Estados Unidos por un lado y China y Rusia por el otro representa la lucha entre la democracia liberal y el populismo autoritario.

Basta con observar quienes se alinean al costado de uno y de los otros. Todas las democracias occidentales más Japón, de un lado. Irán, Corea del Norte, Siria, Nicaragua, Cuba, Venezuela, los militares golpistas de Mali y Burkina Faso, del otro.

Por supuesto que existen zonas grises. Se trata, en algunos casos, de países que apuestan a quién les ofrece más. En otros, de mayor o menor cercanía ideológica. Por último, y bastante atrás, de aquellos que quedan incluidos en zonas de influencia.

Aquí, hay que prestar atención al tablero mundial que, lentamente, vuelve a configurarse según el modelo que duró algo más de 45 años con la “Guerra Fría”. Es entonces cuando los contendientes dejan atrás los conceptos políticos que postulan y defienden para abrazar a “quien quiera venir del lado correcto”. Es decir, “de mi lado”.

Quedó claro con, el citado más arriba, ejemplo de los estados isleños del Pacífico Sur. Más claro aún es la reincorporación al bando occidental de Arabia Saudita y la presencia de los distintos estados de la península arábiga.

Ninguno de ellos es democrático y el respeto por los derechos humanos, allí, deja mucho que desear. No obstante, son nuevamente cortejados en función principalmente de sus reservas de hidrocarburos.

La visita del presidente Biden a Riad y su reunión con el príncipe heredero Mohamed Bin Salman, señalado por la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA) como probable autor intelectual de la muerte del periodista disidente Jamal Kasshoggi, así lo deja en claro.

El caso de la India es paradigmático de esta “real politik” que se corporiza para el horizonte cercano. Gobernada por el autoritario y fundamentalista hindú, el primer ministro Narendra Modi, la India dice presente en cualquier alianza frente a China, razón geopolítica que la desobliga en materia de derechos humanos.

A tal punto, que nadie recuerda o, al menos, no hace hincapié en las persecuciones de que son objeto los musulmanes en el país del Mahatma Gandhi. La pertenencia de la India, junto con Australia, Estados Unidos y Japón, del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), la exime de las críticas.

En Sudán, gobierna una dictadura militar que reprime, con saldos de muertos, a las movilizaciones populares que reclaman elecciones libres. Antes refugio del terrorismo yihadista, hoy los militares sudaneses garantizan a Estados Unidos su alineamiento, motivo suficiente para reabrir embajada tras 25 años de ausencia.

También la política exterior norteamericana tiende a suavizarse en la búsqueda de la conformación del tablero con aquello de “si no lo puedo sumar, intento neutralizarlo”.

En este sentido debe leerse los recientes intercambios de prisioneros por ejemplo con Afganistán en agosto 2022 o con Venezuela en octubre de 2022. O el descongelamiento parcial de fondos afganos depositados en bancos norteamericanos. O la reanudación de la entrega de visas a cubanos que se acercan al consulado en La Habana, reabierto en el año 2022.

Por supuesto que, en el tablero, se registran pérdidas. Por ejemplo, la penetración rusa en países del África que fueron colonias francesas como Mali, Burkina Faso y la República Centroafricana, con la presencia a través de los paramilitares rusos del Grupo Wagner, herramienta militar no oficial del presidente Putin

También ganancias. El cambio de gobierno en Pakistán es una adquisición para la administración norteamericana. Tras los años del antinorteamericano ex campeón de cricket Imran Khan que debió dejar el poder en abril 2022, el nuevo primer ministro Shehbaz Sharif mostró un giro estratégico y acercó su país -potencia nuclear- a los Estados Unidos.

Con pérdidas, con ganancias, con neutralidades, con alineamientos y hasta con vasallajes y compras de voluntades, la Guerra Fría volvió y, al parecer, para quedarse.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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