Por Eduardo A. Moro*****
Oportunamente, hablamos de la polarización y la violencia como uno de los problemas más graves de la vida pública argentina, de gran arraigo histórico entre las malas costumbres cívicas, construidas para triunfar o derrotar totalmente al adversario, porque se trata de un vicio adversarial que se ha vuelto crónico.
No sabemos a qué extremos de grave consecuencias puede llevar ese hábito en los momentos de crisis importantes.
Imposible de calcular a priori, pero será siempre sobre el sufrimiento y los dolores de muchos argentinos.
Exhortamos a superarlo a través de lo que metafóricamente llamamos teoría del conjunto, señalando que en las luchas de todo o nada se produce una gran pérdida de energía social, mientras que cuando la sociedad política se comporta como partes de un conjunto o sistema que trabaje armoniosamente para un fin común, la ganancia resultante para todos es muy importante por el efecto sumado del aporte recíprocamente positivo de los diversos factores, si bien para ellos será necesario atenuar diferencias y acentuar coincidencias, de modo pacífico, y por tiempos de procesos productivos sustentables y sociales.
A raíz de las próximas elecciones de octubre, aquellos peligros se tornan más amenazantes incluso que en oportunidades anteriores, por el paroxismo de enemistad y descalificación que ejercitan los bandos en disputa del poder.
Además de esa exhortación general, ahora nos parece oportuno recordar que hay un porcentaje importante de la sociedad, del 15% o del 20%, o cifra parecida que podría ser mayor aún, que no se siente cómodo con los distanciamientos brutales de los grupos, ideologías o fanatismos polarizados, vulgarmente referenciados como de derecha o de izquierda, respectivamente.
A esa franja de opinión aludimos cuando decimos “vacío del centro político y sus bordes”, debido a que por convicciones o temperamentos queda fuera de los extremos protagónicos, e incluso es probable que integre el gran grupo de ausentes o de voto en blanco el día de la votación.
Específicamente en lo que respecta a sus bordes, pensamos, por ejemplo, en expresiones social-demócratas, o en una derecha suave pero republicana y civilizada, o manifestaciones de izquierda compatibles con el pluralismo democrático representativo y republicano, que no adhieren a los extremos violentos y prefieren participar de la dialéctica de convivencia parlamentaria, o acciones políticas reformistas.
Por la salud del sistema democrático, es de gran importancia que tales grupos, que son diversos y reconocen identidades en varios partidos políticos distintos, sería muy necesario que encontraran la manera de articularse para poder expresar de modo conjunta o coincidente su visión de la vida pública y sus propuestas. Aun cuando no alcancen el volumen o densidad representativa necesaria como para ser mayoría, sus acciones y manifestaciones, así como su actuación en el Congreso, en los gobiernos provinciales, en los consejos municipales, en la opinión pública, etcétera, graviten de manera positiva, al menos como amortiguador conceptual y práctico de las actitudes fronterizas, adversariales y duras, que en realidad son solo un polo violento con distintas caras.
Pensemos que, además, es posible que el centro y sus bordes atraigan a no pocos miembros de los grupos protagónicos que estén agotados y agobiados por tanta polarización y violencia, y necesiten un bálsamo constructivo que sume en vez de restar a la vida pacífica y a los modos civilizados de hacer política.
Sin perder sus identidades partidarias, ni disolverse, ni constituir un solo partido, comparten en general la idea básica de una sociedad de bienestar, con sensibilidad, con diversidad, con instituciones, sin iracundias, y al mismo tiempo saben que para lograrlo y poder distribuir los beneficios de una sociedad en progreso, es preciso producir bienes, trabajos y riquezas, y desarrollarse, para asignarlos con justicia.
Pues no habrá sociedad justa en lo social si en paralelo no funciona una sociedad productiva en lo económico, que rinda los frutos necesarios para hacer verdad la justicia social.
En otros términos, podría presentarse la misma mirada diciendo que quienes por convicción, sentimientos y ausencia de fanatismo, están ubicados en el centro y sus bordes (no en la izquierda extrema, ni en la derecha extrema), comparten la idea de que debe haber un estado eficiente y decente para las tareas públicas, proyectivas y ejecutivas, y al mismo tiempo un mercado poderoso en sus capacidades de desarrollo productivo, que asegure el crecimiento, el trabajo, el consumo, la salud, la educación, la infraestructura principal y la atmósfera de amistad cultural de todos, en el marco de una macroeconomía austera, equilibrada y sana.
Sería absurdo, y hasta ridículo, vivir coincidiendo con los que piensan igual que uno mismo. El verdadero desafío de vivir en diversidad es la amplitud suficiente como para esforzarse en la búsqueda de entendimientos con quienes piensan diferente a uno, o es entre todos que debemos compartir la misma sociedad, donde nacemos, vivimos y morimos.
Se entiende que, con el atraso, la pobreza y el clima de frustración que nos agobia, es bastante difícil comprender la búsqueda de entendimientos.
Sin embargo, no será posible mucho tiempo más compartir un país que se rompe en pedazos o en tiempos de violencias y desenfrenos de soberbia, finalmente individualistas o egoístas, es el momento de parar la pelota con clavos (que lastima), levantar la mirada y procurar un escenario donde la política sea un elemento cardinal de organización y encuentro de diálogos, y no un obstáculo para vivir nuestras vidas en paz.
Solo los fanatismos que empapan a la política de obediencia religiosa, creen cada uno de ellos que representan al bien y sus adversarios al mal.
Solo los fanatismos creen que su verdad y sus caminos son los únicos legítimos, y los demás están equivocados y son ilegítimos.
Como recordó Kant, la humanidad es una madera torcida de la que es improbable hacer una cosa exactamente recta. Debido a la naturaleza imperfecta y caprichosa del ser humano, es imposible construir un sistema social o político completamente perfecto o «recto», metaforizando nuestras imperfecciones de las que debemos ser conscientes, como nuestra opinión, e implícitamente significa también la frase “Conócete a ti mismo”.
De modo similar el sistema democrático es por principio imperfecto, que es tanto como reconocer que es de su naturaleza ser siempre perfectible.
No es la única verdad, ni la verdad absoluta, no es el único camino, no es la iracundia, es la paz de quienes no pensando igual alcanzan la razonabilidad suficiente como para comprender que convivir exige espacios de diálogos en libertad.
Viene a cuento recordar la metáfora que Fidanza describió ante Morales Solá, diferenciando la monogamia de la poligamia y a ambas de las orgías.
Que partidos e ideas diferentes se encuentren en instituciones plurales o acuerdos transitorios o de mayor o menor durabilidad frente a los problemas, para discutir el futuro de todos por tiempos sustentables, es cosa muy diferente a confundir el encuentro útil entre varios, que no pierden su identidad de origen, y coinciden en un programa o medidas de gobierno para una etapa determinada, con el desorden sin finalidad alguna más que el placer individual y anómico, la candidatura o el protagonismo, de cada partícipe.
La Argentina necesita urgentemente esa auto convocatoria de encuentro cooperativo entre los factores y actores políticos del centro y sus bordes, para proteger la vida normal de sus habitantes, lejos de fanatismos violentos y excluyentes.
Somos conscientes de las dificultades para que la gente moderada y pluralista alcance el convencimiento y magnitud representativa suficiente como para tornarse visible y disputarle el escenario de iracundia que hoy conmueve a las dirigencias de muchos países del mundo, entre otros al nuestro.
Pero, al menos, vale la pena creer en los valores decentes y humanísticos, valores de amistad y no de odio, del buen trato, del sentido de lo justo para todos, de la convivencia y paz, de los espíritus y consciencias, de quienes impulsan una vida digna y optan por el camino de honrar la convivencia plural y la diversidad, bajo la protección de la ley, a través de las instituciones y no de los súper hombres, ya no de los más fuertes, sino de los más justos.
La novedad ahora es la aparición paternalista de la protección “trumpista”, ofreciendo todo lo necesario para que el monigote descentrado continúe sus piruetas aleatorias con la motosierra, por varios mandatos, adiestre y siniestra, jugando en el bosque de la sociedad hambrienta.
Gracias a Dios, ya sabemos que, con frecuencia, los demonios aparecen travestidos de ángeles, y confiamos que el pueblo argentino no se engañará más.
Si algo necesitamos para reconciliarnos es identificar, dar espacio y hacer crecer todo lo que no es infierno, y generar confianza mutua entre nosotros para que crezca la esperanza en un futuro mejor.
P/ag.eduardoamoro.nuevospapeles.vfn/gr.