viernes 19 abril 2024

Surfer, DT y virólogo: el uruguayo que se le plantó al Covid 19. Capítulo II

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Gonzalo Moratorio descubre la ciencia y comienza su carrera contra los virus
Por Luis Sartori.


De muy chico -el mayor de tres hermanos futboleros, todos hinchas de Nacional de Montevideo- se le daba por “los experimentos y por investigar”. Sus compañeros de colegio le decían Donatello, como el científico de las Tortugas Ninja, porque le apasionaba resolver problemas e inventar cosas inútiles. Tal vez el km 0 de su vocación haya sido a mediados de los 90 la clonación de la oveja Dolly. O cuando a los 13 años vio Epidemia, con Dustin Hoffman y Rene Russo: un científico llega a Zaire para encontrar cura a una enfermedad epidémica que Estados Unidos mantuvo 30 años en secreto: “Guau, yo quiero hacer eso”, se dijo entonces. Y hacia ahí comenzó a ir.

Una vez egresado del liceo secundario San Juan Bautista, con la típica incerteza adolescente, se anotó en dos facultades: la de Ciencias y la de Medicina. Pero optó muy pronto, atraído a la primera por el contacto estrecho maestro/discípulo y alejado de la segunda porque no se sintió con coraje suficiente como para “estar tan cerca de la línea de fuego”.

En el mundo chiquito de la Facultad de Ciencias pronto se convirtió en personaje: “!!!Ahí viene la nave, ahí viene la nave!!!, gritaba Héctor, el histórico cuidacoches del campus, cuando veía aparecer la trompa del viejo jeep Land Rover (chasis 1950) que Moratorio había armado pieza por pieza con un motor naftero recontrausado y que -siempre, una fija- llegaba con la parte de atrás a ras del suelo por el peso, atestado como iba de apiñados compañeros de estudio. Alguna vez hasta llegó sin frenos…

El científico define hoy a su facultad como “un cúmulo de pasiones”, y su pasión eran entonces y siguen siendo los virus. ¿Qué lo atrapó de ellos? “Su sencillez”, contesta y explica que son “apenas” material genético, proteínas, algunos lípidos y poco más. En apariencia sencillos y sin embargo capaces de poner en jaque a la humanidad entera. “Allí radica su complejidad”, agrega, y vuelve a explicar que algunos resultan complicados de entender y, en consecuencia, como estamos confirmando en estos meses de dolor, duros de controlar y eliminar.

En la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de la República (Udelar, la UBA uruguaya) hizo el máster en biología celular y molecular y el posgrado en el contiguo Pasteur montevideano, y se marchó para completar su formación primero a Brasil y luego a San Francisco (donde trabajó en el laboratorio del virólogo argentino Raúl Andino, en la Universidad de California), para terminar entre 2012 y 2018 junto al reconocido especialista Marco Vignuzzi en el Departamento de Virología del Institut Pasteur de París, un centro de investigación con dos Premios Nobel recientes (en 2008) y ocho en total desde su fundación en 1887. En el camino publicó 40 artículos de investigación y desarrolló una patente para diseñar virus ARN sintéticos como candidatos a vacunas.

Él reseña así su formación: “Empecé estudiando en el 2001; en 2008 defendí mi maestría en biología cerebro-molecular. En 2012 me doctoré yéndome a San Francisco; en 2013 me fui a París a hacer un posdoctorado; volví en 2018”. Reconoce que “el Estado invirtió muchísimo dinero en mí”, y por eso “hoy me siento contento de poder retribuir algo”.

Dice que tenía ganas de volver “para montar una escuela de virología diferente a lo que había acá, y poder transmitir un poco lo que aprendí”. En los palotes de ese proceso estaba, en febrero último, cuando el mundo comenzó a estremecerse con la pandemia. Justo ese mes había quedado a cargo de un laboratorio por primera vez en su vida, en el Pasteur uruguayo: el Laboratorio de Evolución Experimental de Virus. Y en esos días el director del instituto, Carlos Batthyány, lo convocó a un Zoom con directivos de América latina y de París.

“En esa reunión se empezó a hablar del Covid 19 y de las metodologías diagnósticas, y yo me dije ´acá hay que hacer algo´. Yo no hacía ni un mes que estaba en el Instituto”. Ahora admite que “todos, incluido yo, subestimamos al principio el impacto del virus”.
Batthyány le contó a Nature que Moratorio salió de aquel encuentro online “y se puso a trabajar, porque cuando él está convencido de que algo debe hacerse, derriba montañas”. Su jefe lo define así: “En ese sentido es un Don Quijote”.

Desde el principio Moratorio tuvo dos ideas claras: 1) que la forma de evitar los brotes en espiral era realizar pruebas amplias y aislar los casos positivos; 2) que no pasaría mucho tiempo antes de que aumentara la demanda mundial de kits de diagnóstico, y la consecuente escasez haría imposible que su país comprara pruebas y reactivos. En consecuencia, pensó, Uruguay debía ser autónomo y generar sus propias herramientas ante el virus. “La clave era ser independientes y poder testear, testear, testear”, resume.

“Cuando hablaba con mis colegas en España y Francia me decían que había un problema: no había tests suficientes. Yo veía que las fronteras se empezaban a cerrar, que se venía un lockdown planetario y que mercados como el nuestro no iban a ser competitivos. Al mismo tiempo teníamos un montón de gente con expertise y máquinas ociosas que podían ser puestas a funcionar”.

Tipo práctico, de ir a los bifes, este virólogo apela entonces a una metáfora futbolera, como que además es DT de un equipo universitario llamado Arquitectura Juniors: dice que “lo perfecto es enemigo de lo bueno, y entonces lo importante fue convencerse de que si abríamos la cancha y poníamos a toda la academia (universidad, institutos) y le enseñábamos a hacer esto, podíamos montar una red de laboratorios de diagnóstico público”. Entonces remata, de puntín al medio del arco: “Y eso fue lo que hicimos”.

Los tests de diagnóstico que Moratorio elaboró codo a codo con su colega Pilar Moreno se basan en la técnica estándar de biología molecular llamada QPCR, o “reacción en cadena de la polimerasa”, que permite cuantificar: amplifica el material genético de una muestra para detectar señales fluorescentes, y esas señales indican la cantidad de virus encontrado.

Moratorio-Moreno partieron de protocolos académicos, pero desarrollaron innovaciones clave. “Vimos que esos tests de QPCR necesitaban más de un lugar por paciente en la máquina; si ésta permitía poner 96 tubos, en general por paciente se necesitaban tres tubos. Entonces hicimos dos cosas: por un lado llevar toda esa reacción a un solo tubo con todos los controles internos (si el test funciona, y si se detecta o no el genoma del Sars Cov2), y por otro usamos buffers, es decir soluciones líquidas para acelerar el resultado”.
Luis Sartori
CC/BN/vfn/rp.

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