jueves 25 abril 2024

Mali: populismo nacionalista militar, avance ruso, retroceso francés y la amenaza de otra “Guerra Fría”

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Por Luis Domenianni

¿La “Guerra Fría” está de vuelta? El conflicto en derredor de Ucrania, en la Europa Oriental, así parece indicarlo. Con diferencias, claro. Es que pasaron más de 70 años desde el inicio y más de treinta de su finalización, al parecer incompleta a juzgar por los hechos actuales.

Entre esas diferencias figuraba la ideológica. Era capitalismo contra comunismo. Y si bien el comunismo siempre estuvo anclado en un concepto dictatorial -la dictadura del proletariado-, no todas las dictaduras se alineaban con la Unión Soviética. Por el contrario, muchos golpes de Estado y sus consiguientes dictaduras se cobijaban en la democracia norteamericana.

Hoy la cuestión ideológica pasó a un segundo plano. La discusión es por la supremacía mundial entre China y los Estados Unidos, con una Rusia que no se resigna a ser potencia de segundo orden, aunque de momento elige aliarse con la primera para enfrentar al segundo.

A la fecha, la línea divisoria es posible de trazar entre las democracias liberales, por un lado, y las dictaduras y autoritarismos, por el otro. Siempre con reservas, en particular frente a los denominados iliberalismos. Ejemplo: ni Polonia, ni Brasil, ambos iliberales, aunque no autoritarios, por ejemplo, adhieren al campo pro ruso.

¿Se puede hablar entonces de nueva Guerra Fría? Sí, porque la disputa, ahora como entonces, adquiere características universales. La conflictividad rusa no se limita a Ucrania o a Georgia. También abarca Siria en Medio Oriente. Cuba, Nicaragua y Venezuela en la América de habla hispana. O la República Centroafricana, Libia, Mali, Mozambique o Sudán, en África.

Precisamente en Mali, donde dos golpes militares (agosto del 2020 y mayo del 2021) liquidaron el poder civil democrático, comenzaron a operar como “consejeros” los mercenarios del Grupo Wagner, una milicia paramilitar muy cercana al poder ruso, es decir al presidente Vladimir Putin.

La agresividad rusa en África no apunta a Estados Unidos al menos de manera directa. Si bien pretende la recuperación de un “estatus” de potencia de primer orden como objetivo principal, inevitablemente desembocará en un conflicto con Francia y, por añadidura, con la Unión Europea.

Pruebas al canto. Un reciente incidente vinculó dos Estados que poco y nada tienen que ver entre sí. Por un lado, el africano Mali gobernado por una Junta Militar golpista. Por el otro, el europeo Dinamarca, una democracia estable basada en la plena vigencia del estado de derecho.

¿Cuál fue la relación del uno con el otro? Fue una fuerza militar que integran varios países europeos, que encabeza Francia, que tiene por objetivo el combate contra el terrorismo islámico en Mali, y que está constituida bajo el nombre de Takuba.

Se trata de una fuerza operacional cuya tarea es asistir a las fuerzas armadas de Mali en su lucha contra las bandas que operan en ese país y que se inscriben como partes de las dos grandes vertientes del islamismo yihadista universal: Al Qaeda y Estado Islámico.

La fuerza operacional Takuba -cuya traducción del tuareg al español es “sable”- reúne a personal militar de Alemania, Bélgica, Dinamarca, Estonia, Francia, Grecia, Italia, Noruega, Países Bajos, Portugal, Rumania, Reino Unido, República Checa y Suecia, bajo comando francés, para “aconsejar, asistir y formar” al Ejército de Mali.

¿Nos quedamos o nos vamos?

Como integrantes de Takuba, alrededor de 90 efectivos del Ejército danés arribaron a Mali a mediados de enero. Para los militares golpistas que gobiernan el país africano, se trató de una violación de la soberanía. Según ellos, los acuerdos globales entre Mali y la Unión Europea, representada por Francia, no alcanzan para justificar el arribo del contingente danés.

Los militares malianos pretenden que cada efectivo que arribe para integrar Takuba debe contar con el visto bueno de la Junta que usurpó el poder en el país. Al respecto, las protestas francesas y europeas, la invocación de los acuerdos previos, de nada sirvieron.

El dilema para Takuba fue hacer permanecer el recién llegado contingente danés y desconocer la pretensión militar maliana o aceptar que se trata de un país extranjero y por tanto acatar sus disposiciones aún si emanan de un poder ilegítimo y son contrarias a los acuerdos previos.

Dinamarca exhibió una carta invitación para integrar Takuba fechada en 2019. Tampoco sirvió. El gobierno de Mali se mostró inflexible. Se van o se van. Y los daneses se fueron. Su partida hirió de muerte la participación europea en el conflicto del Sahel.

De allí en más la crisis se precipitó. Sin dudas la permanencia del contingente europeo de Takuba y, fundamentalmente, la presencia militar francesa de la “Fuerza Barkhane”, comenzaron a pender de un hilo.

En la visión estratégica del presidente francés Emmanuel Macron, la operación Barkhane debía paulatinamente “africanizarse”. Es decir, diluir el componente francés y reemplazarlo a nivel comando y operacional por fuerzas africanas de los países del Sahel involucrados en el conflicto. A saber: Mali, Níger, Burkina Faso, Chad y Mauritania.

Ahora el dilema es permanecer o no en la región y, particularmente, en Mali. El Ministerio de Defensa francés estudia la posibilidad de trasladar sus tropas -2.500 efectivos- al vecino Níger. Los militares malianos no ocultan su mala voluntad hacia sus colegas franceses y su complacencia por el reemplazo de estos últimos por los mercenarios del Grupo Wagner ruso.

La “invitación” formulada, el 31 de enero de 2022, por la Junta Militar al embajador de Francia de abandonar Mali en un plazo de 72 horas, no hace otra cosa que ahondar la crisis. La expulsión es una represalia por las declaraciones del ministro francés de Relaciones Exteriores, Jean-Yves Le Drian, que trató de ilegítima a la junta y de irresponsables a sus decisiones.

El gobierno de Mali, presidido por el coronel Assimi Goita, huye para adelante. No solo expulsa al embajador francés, sino también al representante de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) que condenó el golpe en su momento y que, ahora, profundizó las sanciones contra el gobierno militar, con el cierre de fronteras.

Dicha huida incluye el cierre de los cielos para los vuelos de Air France del lado de Mali. Del lado de la CEDEAO el cierre de fronteras y la restricción del comercio. Nuevamente del lado de Mali, la decisión de no cumplir con los pagos a los acreedores regionales. Para los militares, el todo se inscribe dentro de la estrategia francesa de hostigar a la Junta gobernante.

Sin dudas, el meollo de la cuestión está conformado por los dos golpes de estado que los militares protagonizaron y, sobre todo, por su intento de prolongar su gobierno del país más allá de la fecha acordada con la CEDEAO que implicaba llamar a elecciones generales en febrero del 2022.

La pretensión esbozada por los golpistas encabezados por el coronel Goita es prolongar su estancia en el poder por cinco años a contar a partir del 1 de enero del 2022.

La opinión pública

En agosto de 2020, algunos oficiales del Ejército de Mali, encabezados por el citado coronel Assimi Goiti, depusieron al presidente constitucional Ibrahim Bubacar Keita. El gobierno pasó a manos de un excoronel, Bah N’Daw, con el coronel Goiti (activo) como vicepresidente y el diplomático Moctar Ouane como primer ministro.

El golpe contó con apoyo popular y político de los partidos de la oposición que reclamaban ante el gobierno constitucional por la escasez de resultados en la lucha contra los grupos yihadistas, por un fraude electoral en las últimas elecciones legislativas y por acusaciones de corrupción contra algunos de sus integrantes, en particular el hijo del presidente Keita.

Si bien en un principio el golpe fue deplorado por la CEDEAO, la renuncia del presidente Keita producida varios días después del motín posibilitó la asunción de N’Daw y dio lugar al compromiso de normalizar institucionalmente el país en febrero de 2022.

Nueve meses después, en mayo de 2021, un nuevo levantamiento militar, liderado otra vez por el coronel Goita, derribó al presidente N’Daw y al primer ministro Ouane por “intentar sabotear la transición” al despedir a dos ministros militares protagonistas del primer golpe de estado. En consecuencia, Goita asumió la presidencia y prometió elecciones para el 2022.

Cuatro meses toma estado público la relación entre la Junta Militar y el grupo ruso Wagner. De allí en más las relaciones con la CEDEAO, con la Unidad Africana y, sobre todo, con Francia sufrieron un deterioro a pasos agigantados.

Las sanciones contra 150 personalidades malianas por parte de la CEDEAO ahondaron la crisis, que pasó a mayores con la pretensión militar de llamar a elecciones recién en el 2027.

Mientras tanto, el poder militar movilizó la opinión pública. Para ello, atiza el nacionalismo y el anticolonialismo al centrar su crítica sobre Francia. Al punto que hasta las sanciones por parte de la CEDEAO son atribuidas a la presión del gobierno galo.

Resultado: se multiplican las manifestaciones contra la ex potencia colonial. Particularmente en las calles de la capital Bamako, donde aparecen carteles y afiches antifranceses. No así en las regiones del norte del país donde operan los grupos terroristas y donde los militares franceses son considerados como la última barrera frente al yihadismo.

Se trata de la clásica apelación a la carta nacionalista que exhiben los regímenes dictatoriales en su eterno relato del enemigo externo que pretende socavar la independencia y la soberanía del país víctima.

En rigor, un nacionalismo de neto corte populista que persigue la quiebra del estado de derecho y su reemplazo por regímenes más o menos autoritarios. Con el agravante de la solidaridad y el amparo que reciben esos regímenes autoritarios por parte de dos potencias como Rusia y China.

Si a ello se agregan los golpes militares triunfantes en las vecinas Guinea y Burkina Faso y el fracasado de Guinea-Bissau en África Occidental, los también triunfantes en Tailandia y Birmania en el Sudeste asiático y los avances antidemocráticos en Nicaragua y Venezuela en América, estamos frente a un esquema desestabilizador de las democracias.

Cierto, no todos los casos son iguales. Pero los tres africanos develan elementos comunes: la fragilidad y decadencia de los Estados, el avance islamista-terrorista y el cuestionamiento a la influencia francesa, por añadidura, europea.

Aún, el golpe de estado fallido en la excolonia portuguesa de Guinea-Bissau muestra cierta aproximación. Es Guinea-Bissau el estado por donde ingresa, desde América, la cocaína que luego atraviesa el Sahara, desemboca en Libia, cruza el Mediterráneo y se consume en Europa. Tanto Al Qaeda como Estado Islámico, presentes en Mali, benefician de dicho comercio.

El plano político-militar

La pregunta de rigor ante la situación actual que atraviesa Mali es a cuál razonamiento que permite imaginar que, a lo sumo, 1.000 mercenarios del Grupo Wagner reemplazarán con éxito a los casi 30 mil efectivos que reúnen Barkhane, más Takuba, más la MINUSMA, la fuerza de estabilización de Naciones Unidas.

O si de buena fe se trata, las autoridades militares de Mali perdieron la razón. O en caso contrario, su interés no va más allá de la presencia de los rusos como una guardia pretoriana para la camarilla que tomó el poder a cambio de vaya a saber que grado de impunidad admitido.

Vale la pena observar los antecedentes. Tanto en la provincia de Cabo Delgado en el sureño Mozambique como en la República Centroafricana, los Wagner no lograron nada significativo a no ser el pillaje sobre la población indefensa.

La justificación de la presencia mercenaria provino del primer ministro golpista Choguel Maiga quien acusó al gobierno francés y al presidente Macron de abandonar a Mali. Renglón seguido, Maiga explicó que depender de un solo asociado es malo.

Otra vez la culpa de los de afuera. En vez de reconocer las deficiencias del Ejército de Malí que motivan la presencia francesa para impedir el triunfo yihadista y la disolución del Estado, por el contrario, son los franceses -que costean sus propias operaciones- quienes son acusados de abandonar a un pseudo inocente e ilegal gobierno de Mali.

De momento, el cálculo de la presencia mercenaria oscila entre 300 y 350 combatientes, con un doble bautismo de fuego y con un primer caído en combate. El despliegue ruso-paramilitar abarca el centro del país, ciudades de Ségou, Mopti y Sévaré y alcanza, con una decena de hombres, la ciudad de Tombuctú, en el norte.

Una certeza que aparece con el eventual reemplazo de franceses y europeos por rusos está vinculada con la información de las acciones de guerra. Aunque pueda parecer ingenuo hablar de transparencia cuando de informaciones militares se trata, ninguna duda cabe que el secreto imperará sobre las operaciones mercenarias.

De hecho, durante enero de 2022, tras el arribo de los rusos y el retraimiento de los franceses, la guerra parece haber acabado. Al menos en cuanto a información de acciones militares se refiere. El actual silencio se debe una revisión de la estrategia en la lucha contra el terrorismo islámico.

En dicha revisión se inscribe la presencia europea en Mali. Al respecto, Noruega ya informó que no enviará su comprometido contingente militar para Takuba. Pero, la decisión final acontecerá en la cumbre de Bruselas entre la Unidad Africana y la Unión Europea a mediados de febrero de 2022.

Casi con certeza, Francia y los europeos no se desligarán de la lucha antiterrorista en el Sahel, pero es factible que cambien su cuartel general y su acantonamiento de tropas al vecino Níger. Cabe el interrogante, en ese caso, si incursionarán en Mali para combatir a los yihadistas. Si la Junta Militar los autorizará. O si directamente, Mali queda abandonado a su suerte.

En todo caso, es un barajar y dar de nuevo. Ni Barkhane, ni Takuba, serán instrumentos válidos. Hará falta una fuerza internacional con mandatos distintos de los acordados a las dos primeras que tenga en cuenta un dato de la realidad en el África Occidental: el de los golpes de estado militares.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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