Túnez:  opositores, sionistas, migrantes y FMI, los enemigos del presidente Saied

Por  Luis Domenianni *****

¿Qué quedó de aquella “primavera árabe” que comenzó en Túnez allá por el año 2011? Pues nada. Todos los movimientos pro democracia, libertades públicas y derechos humanos sucumbieron uno tras el otro en cada uno de los países donde “florecieron”. Solo la democracia tunecina perduró en el tiempo. Ya no.

Hasta el 2011, gobernó Túnez de manera dictatorial el presidente Zine El Abidine Ben Ali, un militar que llegó al poder en 1987 tras el golpe de Estado que derrocó al padre de la independencia tunecina Habib Bourguiba quién sumaba treinta años (1957-1987) en el gobierno del país. Como los ejemplos cunden, Ben Ali sumó 24 (1987-2011).

Un conjunto de causas, políticas, económicas y sociales desembocaron en las movilizaciones populares opositoras que comenzaron en la ciudad de Sidi Bouzid cuando un joven de 26 años, Mohamed Bouazizi, se inmoló por el fuego en protesta por los problemas económicos que le creaba la corrupción policial.

Fue como la señal que el país estaba esperando, a juzgar por la amplitud de las movilizaciones en todo el territorio, para derrocar al dictador Ben Ali quien huyo a Arabia Saudita. Fue también el acontecimiento que originó y desparramó los movimientos pro democracia en el mundo árabe.

Las secuelas abarcaron a Egipto con el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak; a Libia con la guerra civil que terminó con la vida del dictador Muhamar Kadafi; a Yemen, donde cayó el dictador Ali Abdulah Saleh; a Siria, donde persiste la guerra civil contra el dictador Bashar Al-Assad y en Baréin, donde la protesta fue aplastada por tropas sauditas y emiratíes.

Con una democracia imperfecta, pero democracia al fin, Túnez avanzó entre dos corrientes de pensamiento que disputaron la supremacía: una laica y otra islámica moderada. Así, hasta las elecciones presidenciales del año 2019 ganadas por Kais Saied, un profesor de derecho constitucional recién llegado a la política que compitió como independiente.

Saied ganó ampliamente -73 por ciento de los votos en segunda vuelta- contra todo pronóstico. Sus compromisos: la lucha contra el terrorismo islamista y sus causas; la defensa de los derechos adquiridos de la mujer tunecina y el crecimiento económico y social.

Un par de años después, en 2021, el profesor presidente viró hacia el autoritarismo que lo caracteriza actualmente. No tardó en enfrentarse con el Parlamento al que “suspendió” en julio del 2021. Formó entonces un nuevo gabinete ministerial, solo responsable ante él mismo, y anunció que gobernaría por decreto.

Finalmente, en marzo del 2022, Saied disuelve definitivamente el Parlamento y llama a un referéndum institucional para una nueva Constitución en la que propone un refuerzo de las funciones del Poder Ejecutivo y hace referencia al Islam como fuente de derecho. Gana la elección con un 93 por ciento de aprobación, aunque con una concurrencia limitada.

Saied no es un islamista. Es un conservador que no va más allá. Por caso, protege los derechos adquiridos por las mujeres, pero niega la igualdad sucesoria entre ambos géneros. No condena, ni ataca la homosexualidad, pero la considera restringida al ámbito personal y, por ende, no deroga la legislación que la reprime.

Es panarabista. Considera que cualquier relación con el Estado de Israel es traición. Es partidario de la pena de muerte. Su Constitución describe a Túnez como miembro de la “umma islámica”. Es decir, miembro de la “comunidad de los musulmanes”, independientemente de la nacionalidad, los lazos étnicos y los poderes públicos que gobiernan.

Autoritarismo

Legal como gobernante surgido de elecciones libres, Saied pierde legitimidad democrática en la medida que persigue y encarcela a quienes son contrarios a su concepción de la política. No es el clásico dictador que viola normas y atenta contra libertades, vidas y propiedades. Es un legalista que sobredimensiona la ley y la aplica con el máximo de rigor, ver con excesos.

Un sobredimensionamiento que raya con la ilegalidad. Ejemplo: la acusación contra varios periodistas –inclusive un caricaturista- por delitos tales como “difusión de falsas informaciones” o “atentado contra terceros”. A todas luces, una “legal” –siempre surge de los tribunales- mordaza sobre la comunicación.

Ni que hablar de los opositores. El principal partido opositor, el islámico moderado Ennahda ve a sus principales dirigentes detenidos “a disposición de la justicia”. La persecución sobre el partido religioso-conservador comienza con el arresto de su principal dirigente Rachid Ghannouchi, en abril del 2023 y el inmediato cierre de los locales partidarios.

Más allá de la persecución gubernamental, Ennahda padece una crisis interna, producto del abandono del partido por parte de quienes lo ven como poco islámico o quienes, por el contrario, lo perciben como demasiado religioso. Una crisis que es producto de su propia participación en sucesivos gobiernos, incluido el de Saied en sus inicios.

No son pocos quienes imaginan, tras su debilitamiento, un acercamiento de Ennahda con el poder. Siempre, el oficialismo, aunque más no sea una participación limitada, facilita el mantenimiento de la estructura partidaria, coloca a los cuadros en posiciones de privilegio y distribuye favores entre la militancia.

De momento, Saied presta oídos sordos a quienes promueven el acercamiento. Por el contrario, habla con claridad de “purificar” la administración pública de los “infiltrados” residuales de épocas de la administración compartida con los islamistas.

Desde el 25 de julio de 2021 –cuando Saied suspendió y luego disolvió el Parlamento- más de veinte opositores fueron arrestados acusados por complot contra la seguridad del Estado, por corrupción o por blanqueo de dinero.

Asimismo, decenas de altos funcionarios, militantes, abogados, jueces y periodistas están procesados en diferentes causas judiciales, o les está prohibido abandonar el país o lograron exiliarse.

La persecución legal es tal que la Corte Africana para los Derechos Humanos y de los Pueblos, con sede en Arusha, Tanzania, aceptó la demanda presentada por los abogados de cuatro opositores, entre ellos Ghannouchi, y ordenó a las autoridades tunecinas “tomar las medidas necesarias para asegurar la comunicación de los detenidos con sus abogados y sus familias”.

Con todo, Saied, a diferencia de sus predecesores Bourguiba y Ben Ali, no persigue al islamismo como tal. Ni la base partidaria de Ennahda, ni quienes simpatizan con la idea del Islam político son molestados por sus creencias. La persecución se limita a aquellos dirigentes que ejercieron el poder a nivel local, provincial o nacional. O sea, la competencia.

De su lado, el “islam político” dejó de serlo para –según las propias palabras de Ghannouchi- transformarse en la “democracia musulmana”, la versión tunecina de la occidental democracia cristiana. En otras palabras, una renuncia a la islamización de la sociedad y un compromiso con el sistema político democrático.

No fue gratis. Las sucesivas elecciones mostraron una merma de las preferencias por Ennahda. Cayó del 37 al 20 por ciento de los votos favorables. En las presidenciales, su candidato fue eliminado en la primera vuelta. Todo a favor del presidente Saied.

“Antisionismo”

No solo los dirigentes de la ahora desacreditada oposición islamista moderada son considerados como un enemigo a perseguir, también ingresan en esa categoría –aunque sobre bases distintas- los migrantes del África subsahariana o el sionismo. Unos y otros son catalogados como enemigos de la nación árabe en general y tunecina en particular.

Así, en momentos en que buena parte de los países árabes abren relaciones diplomáticas con el Estado de Israel, como es ahora el caso de Arabia Saudita, el presidente Saied hace gala de un anti sionismo, en buena medida, “demodé”. Al respecto, puntualiza que no se trata de un posicionamiento antisemita, sino anti sionista.

Y es que el mandatario todo lo atribuye a complots de todo tipo, aun de lo más descabellado. Fue así que, sin ruborizarse, Saied atribuyó el nombre –Daniel- del ciclón subtropical que devastó el puerto de Derna, en Libia –país vecino de Túnez- a “la infiltración sionista que deja en un coma intelectual a los espíritus y a la reflexión”.

Para explicar su peregrina afirmación, el presidente fue más allá. Dijo que el nombre Daniel es una prueba de la influencia del “movimiento sionista mundial”. “Daniel es el nombre de un profeta hebraico”, aclaró y remató “no hacen otra cosa que repetirlo. De Abraham a Daniel…”

Abraham es el nombre de los acuerdos de paz firmados entre Israel y varios países musulmanes como los Emiratos Árabes Unidos o el Reino de Marruecos. Para Saied, esos acuerdos constituyen “alta traición”. El anti sionismo del presidente no deja de ser un recurso eficaz entre buena parte de la población del país que defiende el derecho de los palestinos.

Las afirmaciones presidenciales no son producto de la ignorancia, sino de la conveniencia. Saied sabe perfectamente que los nombres de las tempestades son determinados de ante mano por los centros meteorológicos regionales que responden a la Organización Mundial de la Meteorología y que se suceden en un listado de riguroso orden alfabético. Poco importa.

Las aclaraciones sobre la terminología –anti sionismo versus antisemitismo- están relacionadas con el atentado en la sinagoga de la isla tunecina de Djerba que ocasionó la muerte de dos peregrinos de confesión judía y tres agentes de la seguridad tunecina. Djerba fue declarada, en 2023, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Para las autoridades no se trató de un acto de terrorismo, sino de una “operación criminal”. Y para el presidente, no se trató de antisemitismo porque “los judíos aquí siempre estuvieron protegidos”. Señaló, además, que “todos los días resultan muertos palestinos y nadie habla de ellos”.

Lo cierto es que semejantes despropósitos pretenden establecer una interpretación particular de los hechos. La sinagoga de Djerba es objeto de un peregrinaje anual de los judíos tunecinos y de otras partes del mundo. Sobre ellos disparó, antes de ser abatido, un gendarme que, previamente, mató a un colega para quitarle el arma automática.

La investigación posterior es por demás opaca. Demasiados puntos permanecen oscuros. Más que una investigación, en mucho se parece a una doctrina, emanada desde el poder. La negativa a calificar los hechos como acto terrorista dice mucho y no es nueva. En un atentado anterior perpetrado en Djerba en 2002, el dictador Ben Ali habló de accidente.

En aquel momento, el gobierno tardó once días en reconocer como tal al atentado, perpetrado y revindicado por Al Qaeda, que dejó un saldo de 21 muertos.

Antes de teorizar al respecto, Saied debería tener en cuenta los antecedentes: atentado terrorista de 2015 contra el Museo del Bardo (22 muertos), contra la estación balnearia de Al-Kantaui (38 muertos), contra un bus de la guardia presidencial (12 muertos) o el ataque de Estado Islámico contra la ciudad de Ben Gardane (58 muertos) en 2016.

Migraciones

El otro enemigo del presidente son los migrantes. El 17 de julio del 2023, Saied firmó un acuerdo de cooperación con la presidente de la Comisión de la Unión Europea, Ursula von der Leyden. Presentes, el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, y la presidente del Consejo italiano, Georgia Meloni.

Un acuerdo que consiste en financiar a Túnez por motivos que difieren según el firmante. Para los europeos, se trata de invertir dinero para que los tunecinos frenen la inmigración ilegal a Europa. Para Saied, se trata de financiamiento para enfrentar la crisis económica del país sin plegarse a las condiciones de estabilidad que exige el Fondo Monetario Internacional.

Y es que la crisis migratoria es particularmente peligrosa para la unidad del llamado Viejo Continente. En primer lugar, porque el grado de exposición de cada país es sustancialmente diferente. Italia es, a la fecha, el país que mayor número de migrantes clandestinos recibe y, por ende, reclama un acuerdo de distribución por cuotas entre todos los miembros de la UE.

El presidente francés Emannuel Macron apoya en tal sentido los reclamos de la jefa de gobierno italiana Meloni. En rigor, los países europeos ribereños del Mediterráneo, con su más y con sus menos, cierran filas con los italianos. No así, los danubianos, particularmente Hungría que, literalmente, cerró sus fronteras con vallas y alambres de púas.

Para el presidente tunecino, el acuerdo representó una especie de “piedra libre” para tratar la cuestión. No son pocos los subsaharianos que fueron obligados por las autoridades a abandonar el país bajo custodia policial hasta las fronteras con Argelia y con Libia. Una vez allí, fueron abandonados en el desierto.

Los hechos sucedieron luego del homicidio de un tunecino a manos de un migrante en la segunda ciudad del país, Sfax. Pero adquieren una dimensión distinta tras las palabras del presidente Saied en febrero del 2021. Entonces, habló de la llegada de “hordas” de migrantes venidos “a modificar la composición demográfica” de Túnez.

El acuerdo con Europa totaliza 900 millones de dólares de los que Túnez solo recibirá 150 millones de manera más o menos inmediata. Del total, 105 millones deberán destinarse a “regular el flujo migratorio”. Nadie sabe muy bien a ciencia cierta cómo serán empleados.

El acuerdo no alcanza ni a la mitad del préstamo solicitado al Fondo Monetario Internacional (FMI) para enfrentar la bancarrota que amenaza a la economía tunecina. Endeudado a nivel del 80 por ciento de su Producto Bruto Interno, Túnez no encuentra financiamiento privado externo necesario para pagar el salario de los 680 mil funcionarios de la administración central.

Además, el estado tunecino financia a través de subsidios a los productos de primera necesidad y al precio de los combustibles. Un conjunto explosivo de populismo que Saied se niega a rever pese al consejo –y la negociación con el Fondo- de sus ministros.

Como siempre debiera ocurrir, el FMI reclama una administración ordenada. Los populistas como Saied, responden con la gritería anti imperialista. La gente paga las consecuencias.

INT/ag. luisdomenianni.vfn/rp.

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