Los argentinos necesitamos recuperar la convivencia civilizada y pacífica en el marco del Estado de Derecho.
Por Dr. Jorge Enríquez (*)*****
El gobierno de Javier Milei representa una inesperada novedad en el panorama político argentino. Su irrupción es fruto del notorio fracaso del populismo kirchnerista. Una parte importante de la sociedad quiso expresar en las últimas elecciones su rechazo al sistema político en su conjunto. El triunfo de la Libertad Avanza no se originó tanto en sus propuestas económicas, sino en esa impugnación genérica, que como toda generalización peca de injusta.
El atractivo de Javier Milei, para esos sectores, no se hallaba en las cuestiones sustanciales de su discurso. Lo que ellos valoraban era el estilo, las malas maneras, la apelación a gritos destemplados y palabras soeces, la tajante distinción entre él y la “casta”. Es innecesario remarcar la falsedad e hipocresía de esa divisoria de aguas. Quienes creen en ella deben olvidar que Milei fue uno de los principales asesores del candidato presidencial por el kirchnerismo, Daniel Scioli, que éste y muchos otros, que hoy forman parte del gabinete, fueron funcionarios de los cuatro nefastos gobiernos kirchneristas, y que en amplias franjas de la administración se designó a dirigentes cercanos a Sergio Massa.
Lo que sirve para ganar elecciones no siempre sirve para gobernar. Sobre todo cuando el oficialismo cuenta con muy pocos legisladores en ambas Cámaras del Congreso. Milei ha tenido la fortuna de contar con una oposición muy constructiva, con la obvia excepción del kirchnerismo, que le facilitó la aprobación de la llamada Ley Bases, que, aunque sea una versión acotada del proyecto original, son muchas leyes en una y además le concede numerosas delegaciones de facultades.
Pero, frente a ese espíritu de colaboración, el presidente, en lugar de agradecer a los bloques de otros partidos que lo apoyaron, continuó con su prédica maniquea entre buenos y malos. Por más apoyos que le presten, los legisladores no subordinados a él siguen siendo la “casta”, cuando no unas “ratas”. El mismo trato reciben periodistas que le formulan críticas u observaciones. Aparentemente nadie puede disentir con Javier Milei sin estar “ensobrado”. Es especialmente curioso que ese trato injuriante alcance también a dirigentes que han sido siempre portavoces del liberalismo económico, como Ricardo López Murphy o Roberto Cachanosky.
Javier Milei apela constantemente al insulto y la vejación. Los presidentes tienen derecho, como cualquier otro ciudadano, a expresar sus opiniones y a rebatir las que consideren desacertadas. Pero si es deseable que lo hagan a través de argumentos y no descalificaciones personales, resulta absolutamente inadmisible que además recurran a un lenguaje vulgar y chabacano, impropio de su investidura. Para colmo, el presidente en ocasiones reenvía mensajes de la red social X plagados de groserías, sin siquiera verificar las notorias falsedades que contienen.
Es probable que Milei crea que así mantiene la ilusión de ese combate del caballero andante contra los molinos de viento. Pierde, sin embargo, mediante ese estilo de barra brava, la percepción en franjas sociales que lo votaron sólo por ser el mal menor en la segunda vuelta para que fuera el presidente de todos los argentinos y no el jefe de una facción. Esa prepotencia verbal suele tener patas cortas.
El gobierno tiene el mérito de haber encarado resueltamente el problema de la inflación y de su causa última, el déficit fiscal. También es valorable su decisión de promover una amplia desregulación de la economía y de impulsar, a través de regímenes especiales de protección, las inversiones de gran magnitud en muchas áreas. Pero no tiene en cuenta que para que tales reformas se mantengan en el tiempo deben ser el resultado de consensos significativos. En una República no gobierna solo el presidente. Respetar las formas institucionales es, no solo un deber constitucional, sino el mejor reaseguro de la firmeza de las modificaciones que se plantean.
Los ataques verbales al periodismo y a cuantos manifiesten críticas a medidas de gobierno, por otro lado, no se inscriben en la tradición republicana y liberal, sino en la populista. En esto, lamentablemente, la Argentina no atraviesa un cambio, sino que mantiene la continuidad de las conductas que tanto le reprochamos al kirchnerismo.
No es una justificación válida sostener que “Milei es así”. Quienes la invocan, hasta hace muy poco se escandalizaban con el estilo de Cristina Kirchner o Alberto Fernández. En el ejercicio de la función pública, y mucho más si se trata de la primera magistratura, nadie puede comportarse como si estuvieran en el patio de su casa. Los presidentes influyen en las conductas sociales. Una democracia abierta y plural se enriquece con visiones diversas. Aspirar a que solo sea legítima una corriente política y considerar a las otras poco menos que enemigas de la patria debilita los cimientos de la República, tensiona a la sociedad y anticipa crisis recurrentes. No hay que desdeñar la importancia de las formas. Ojalá que el presidente lo comprenda y pueda rectificar un estilo tan desacertado.
(*)Presidente Asociación Civil Justa Causa; Diputado Nacional (MC), JxC, PRO; Miembro de Profesores Republicanos.
P/ag.jorgeenríquez.vfn/gr.