Por Luis Domenianni*****
Dos semanas es el plazo que el presidente Donald Trump instituyó para que el enfrentamiento entre Irán e Israel finalice por un acuerdo. ¿Y cómo puede terminar? O con la marcha atrás de alguno de los contendientes o con el retiro de los Estados Unidos de las negociaciones que lleva a cabo.
Nadie ignora la vocación de protagonismo del presidente norteamericano. Tampoco se puede pasar por alto sus promesas de campaña sobre “las guerras que concluirá” o “las que evitará”. Menos aún, su ambición de hacerse acreedor del Premio Nobel de la Paz.
Como sea, los enfrentamientos armados parecen reproducirse. Algunos de alta intensidad como la agresión rusa contra Ucrania o como las dos guerras de Israel contra el Hamás en Gaza y contra la teocracia iraní y su ambición nuclear.
A su vez pululan la de media intensidad. Particularmente en África, como en el subsahariano Sahel donde los militares que asaltaron el poder, tanto en Malí como en Níger o Burkina Faso, enfrentan grupos terroristas de Estado Islámico y de Al Qaeda. Además, en Mali, a los independentistas tuareg.
En el Sahel como en Libia y en la República Centroafricana campean los paramilitares rusos del Grupo Wagner, ahora puestos bajo el comando del África Corps, cuerpo militar oficial ruso. Libia y la Centroafricana atraviesan conflictos de baja intensidad.
Quedan los grupos islámicos operacionales en Somalia y Mozambique. Y la guerra civil en Sudán que arrancó en abril de 2023 y no muestra visos de aminorar la intensidad.
Una multitud de conflictos donde Estados Unidos no muestra interés siquiera por ayudar a resolver. Con una excepción, el conflicto en la región de los Grandes Lagos que opone militarmente al ejército de la República Democrática del Congo con los rebeldes del M23, una guerrilla a todas luces apoyada por Ruanda.
Allí, la diplomacia norteamericana -encabezada en este caso por el secretario de Estado, Marco Rubio- obtuvo que los cancilleres de ambos países inicialaran un acuerdo que debería ser firmado el 27 de junio de 2025. No se trata de un acuerdo a nivel político sino a nivel técnico. Pero, algo es algo.
En Asia, no queda del todo claro cuál fue la actuación concreta de los Estados Unidos en la superación de los combates entre Pakistán y la India por la histórica controversia en la región de Cachemira.
Como sea, Trump hoy se aleja del primer ministro indio Narendra Modi y se acerca a Pakistán, pero no a su gobierno, sino al líder de su ejército, el ahora mariscal Asim Munir. Munir ganó en popularidad por la actuación de sus tropas y materiales frente a la superioridad india.
Para Trump, el mariscal es el prototipo de un futuro gobierno fuerte que pone a raya al islamismo extremista en un país con algo más de 900 kilómetros de frontera con Irán que acaba de ser cerrada por Pakistán.
Como se puede apreciar no son pocas las guerras o los enfrentamientos bélicos que se reproducen por el mundo. Aclaremos que el listado anterior no es taxativo. Hay más. Y uno en particular: Taiwán. ¿Qué hará Trump si China pretende ocupar la isla?
Objetivos de máxima
El o los conflictos medio orientales cuentan con un elemento común: la existencia o no del Estado de Israel. La presente guerra se inscribe en dicho dilema. Para la teocracia iraní y su Frente de la Resistencia anular la existencia del Estado judío fue siempre un objetivo, al menos declamado.
Dicha declamación y su operatividad, en consecuencia, persigue un objetivo previo: la defensa del régimen teocrático. Por eso, el Frente de la Resistencia compuesto del Hamás palestino, del Hezbollah libanés, de la derrocada dictadura siria, de los grupos armados chiíes de Irak y de Yemen.
Pero ese andamiaje se desmoronó cuando el Hamás atacó el sur de Israel. Irán quedó sin defensas exteriores. Debía y debe arreglárselas por sí mismo. No le queda otro camino que optar en avanzar sin marcha atrás en la concepción de armas nucleares o abandonar la tarea bajo supervisión extranjera.
En otras palabras, supervisión norteamericana. Es la pretensión del presidente Trump. Pero no es la pretensión del gobierno israelí, ni de la gran mayoría de los habitantes del país que cierran filas frente a la teocracia persa.
Ahora podemos contabilizar tres posiciones. La de Irán de dotarse del arma atómica y acabar, al menos de palabra con Israel. La del actual gobierno israelí de liquidar al régimen de Teherán y a su infraestructura nuclear. Y la de Estados Unidos de alcanzar un acuerdo con un mayor o menor tutelaje sobre Irán.
Los planes para derrocar al gobierno iraní aparecen claros. No solo la infraestructura nuclear de Natanz fue golpeada, También objetivos militares como pistas de aterrizaje fueron neutralizados. Los aviones israelíes son ahora amos y señores del espacio aéreo iraní.
Además, son bombardeadas instalaciones petrolíferas y gasíferas. Y, sobre todo, uno a uno, son eliminados los jefes de los Guardianes de la Revolución, en particular, aquellos que comandaban unidades aéreas.
¿El fin de la Revolución Islámica?
Cabe recordar que Irán cuenta con dos cuerpos militares diferenciados. El de las Fuerzas Armadas propiamente dichas y el de los Guardianes de la Revolución, una fuerza militar ideológica.
La autocracia iraní siempre dio prioridad a los Guardianes que así desarrollaron su propia Fuerza Aérea, su propia Marina de Guerra y su propia Inteligencia. El gobierno israelí sabe que eliminar la amenaza iraní implica destruir a los Guardianes.
Después tocará el turno del Guía de la Revolución Islámica, el ayatola Alí Khamenei. Su eliminación fue invocada por el propio presidente Trump y la inteligencia israelí dejo trascender que sigue sus pasos y conoce su paradero.
En síntesis, la obsesión del gobierno de Irán de contar con un arma nuclear bien puede desembocar en un debilitamiento fatal de la República Islámica. Por otra parte, el plano internacional no le es propicio porque China y Rusia cacarean a su favor, pero… nada más.
No son pocos quienes desean un final para Khamenei y los suyos. Está Israel, claro, pero también figuran las monarquías del Golfo “impías, corruptas y decadentes” según los ayatolas.
Finalice como finalice este contencioso bélico, una vez más es comprobable que el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial basado en principios y en derecho es hoy reemplazado por un fundamento de fuerza.
No es nuevo. Los soviéticos, cuando no ocuparon directamente, impusieron regímenes adictos en Europa del Este. La respuesta norteamericana fue la “guerra fría” con circunstancias trágicas en el resto de América.
En Medio Oriente, la guerra de ocho años entre Irak e Irán formó parte del valor de la fuerza. Pero fue, la invasión de Irak justificada en la mentira de “las armas de destrucción masiva” que coronó el principio del fin del derecho y su reemplazo por la fuerza.
Hoy, el trío Trump, Putin y Netanyahu son los principales abanderados, pero no los únicos, adictos a la preeminencia de la fuerza. Sin restar, para nada, la responsabilidad de la autocracia iraní.
¿Qué pasará? La historia enseña que los cambios de régimen impuestos desde afuera, generalmente, no garantizan ni la paz, ni la seguridad. Pasa en Irak, pasa en Libia. En cambio, no pasa, de momento, en Siria donde el derrocamiento de la tiranía no fue externo generado, aunque alguna ayuda turca hubo.
Queda por ver Irán. Si habrá levantamiento o no. Golpe de Estado o no. Ni Trump, ni Netanyahu pueden erigirse en tutores del futuro iraní. Si pueden por la negociación o la fuerza eliminar la amenaza nuclear.
Nada más y nada menos.
INT/ag.luisdomeniannni.vfn/gr