viernes 26 abril 2024

Diarios de cuarentena: “El mercado del arte en su laberinto”

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La virtualidad obligada desatada por la pandemia tiene sus encantos. Uno de ellos es tener tiempo y buena compañía para discutir temas que para el mundo del arte son difíciles. El caso es que el sábado pasado dos muy consecuentes galerías porteñas, Gachi Prieto y Hache, organizaron un Zoom bajo estricta invitación para discutir nada menos que la formación de los precios en el mercado del arte.

¿Por qué vale una obra de arte? ¿Cuánto es mucho o poco? ¿Es el arte una reserva de valor? ¿Por qué comprar arte? Estas preguntas y muchas otras, relacionadas con las características del mercado del arte en la Argentina, se dispararon a partir de la atinada exposición de Daniela de la Rez y la participación sincera de coleccionistas, galeristas y gestores.

Comprar arte es tanto un acto económico como un acto simbólico. Nadie compra arte pensando en que algún día va a valer menos, pero la operación no es la misma que comprar acciones o commodities. Comprar arte requiere conocimientos específicos, genera orgullo de posesión, produce goce estético y contribuye a la conservación de obras y a su difusión.

El mercado del arte es un sistema conformado por artistas, galeristas, casas de subastas, marchands, expertos, críticos, instituciones y compradores. La configuración de cada mercado es el resultado de un sistema de incentivos que debe ser balanceado con delicadeza para que el círculo virtuoso ocurra.

El caso brasileño es arquetípico: hace décadas que los precios se sostienen porque el sistema los apoya. La Bienal y la Feria de San Pablo; el sistema de galerías que se internacionalizan y llevan a sus artistas a las ferias del mundo; coleccionistas que además de comprar, financian proyectos de artistas; museos que compran arte moderno y contemporáneo, lo estudian y lo documentan; instituciones y fundaciones nacidas al calor de una ley de mecenazgo; una correcta comprensión del modo en que las colecciones deben tributar y la profesionalización de curadores, críticos y detractores, generan una escena vibrante que no es imposible de replicar.

El caso argentino es distinto. Encerrados en un laberinto en el cual se simpatiza con la causa de los artistas y se soslaya a los coleccionistas, el panorama es sombrío. Lo cierto es que los coleccionistas locales son muy pocos, y una buena porción de ellos son enamorados del arte que compran en cuotas y con esfuerzo. Y todos son actores importantes, ya que sus colecciones son proposiciones de largo aliento. Esta puesta en acción de un relato, que es también un recorte, alimenta la historia del arte y es uno de los pilares de la construcción de precios a largo plazo.

Mientras tanto, las galerías hacen enormes esfuerzos para acompañar a sus artistas y llevarlos a ferias locales e internacionales; las cambiantes fortunas de nuestro país, la inestabilidad de la cotización del dólar y las dificultades burocráticas impuestas a la circulación de las obras conspiran sin descanso contra su tarea. Los museos, los árbitros por naturaleza del mercado del arte, casi no tienen presupuesto para comprar obra, por lo que sus colecciones se conforman en gran medida por donaciones de coleccionistas o de los propios artistas.

Como no hay Ley de Mecenazgo, son contadas las empresas chicas y grandes que entran en el juego. Y si de incentivos fiscales hablamos, las obras en manos privadas tributan Bienes Personales como si fueran bienes de cambio; la realidad es que su precio es incierto y su valor reside en que son piezas de nuestro patrimonio a ser preservadas y compartidas.

El resultado es un mercado empobrecido, en el cual los artistas no tienen plata para desarrollar ni documentar obra, las galerías subsisten a duras penas, los museos tienen colecciones incompletas, los curadores y críticos, opiniones moderadas, y los coleccionistas, colecciones lejos del ojo público.

Abrazar la causa de la conformación de un mercado del arte robusto no suena políticamente correcto; sin embargo, es esencial: debemos responder a los artistas que desnudan nuestra alma e interpretan nuestra historia, y a aquellos que los preservan del olvido y del paso del tiempo.
Eleonora Jaureguiberry
Socióloga. Gestora Cultural
CC/CC/rp.

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