viernes 29 marzo 2024

Cuaderno de opiniones: El “Vamos por todo” en versión remozada

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Para entender el derrotero del gobierno kirchnerista es necesario prestarle atención a la lógica con la cual se maneja. La empresa no sería difícil si no fuera por el hecho de que, desde el año 2003 en adelante, se ha querido encontrarle a esta particular expresión del peronismo una cara dialoguista y moderada opuesta a otra de coloratura maximalista.

Cualquiera con un mínimo de memoria podrá recordar cuántas esperanzas se depositaron en Cristina Fernández antes de que ella se hiciera cargo de la presidencia. Aunque su marido había puesto de manifiesto —hasta de manera indecorosa— sus pujos hegemónicos ni bien pisó la Casa Rosada, buena parte de los mercados, no pocos representantes del establishment y la mayoría de los analistas políticos imaginaban que la senadora —distinta de su esposo— llegaría a Balcarce 50 con el propósito de pacificar los ánimos y ponerle paños fríos a los antagonismos que el santacruceño había ayudado a generar en la sociedad argentina.

La sola idea de que la Señora fuera a desenvolver una política de esta naturaleza representaba un disparate, pero se abrió camino y fueron legión los que la creyeron posible. Una vez que se calzó la banda y tomo simbólicamente el bastón de mando, mostró lo que siempre había sido.

Una década y pico después de aquellas ilusiones frustradas, los mismos actores incurrieron en idéntico error de apreciación. Esta vez depositaron sus fichas en Alberto Fernández, a quien consideraron un hombre propenso a los acuerdos y dueño de una buena cintura para arbitrar las disidencias que se produjeran dentro del Frente de Todos y con los distintos partidos opositores. Tropezar dos veces seguidas con piedra de igual tamaño, contextura y color, es cosa de tontos.

El kirchnerismo no se asemeja a un Jano bifronte. En sus pliegues —que son anchos— en vano se buscará a quienes comulguen con el “government by talking”. Nada hay más alejado de su esencia que la negociación. Es crudamente democrático; y poco o nada republicano, al mismo tiempo. Por eso no se detiene a considerar los riesgos implícitos en muchas de las decisiones que toma. Si algo lo pinta de cuerpo entero es desconocer el significado de la palabra límite. Cuanto a un hombre de la Unión Cívica Radical o del Pro le parecería inaudito, a los seguidores del matrimonio santacruceño les parece la cosa más normal del mundo.

¿Supone lo antedicho que unos son malos y los otros buenos? ¿Acaso en una vereda se amontonan los idealistas y en la de enfrente forman fila los realistas? —No necesariamente. Lo que pone al descubierto son lógicas diferentes y formas de entender la política diametralmente opuestas.

Con esta particularidad, que es el dato más importante y preocupante, si se quiere: entre ellas no hay conciliación. En la medida que el kirchnerismo vertebre su acción sobre el eje de “Vamos por todo” y sus adversarios lo hagan con arreglo al respeto de las instituciones del estado de derecho, hallar compromisos de fondo entre dos posiciones así de antitéticas sería milagroso.

Dicho esto, descendamos de lo general a lo particular. A primera vista la ofensiva desatada por la administración populista contra la Corte Suprema, el Procurador General
y —al menos— diez magistrados de distintos fueros, todo hecho al mismo tiempo, sin moderar su impulso y sin intentar siquiera un acercamiento previo con la principal fuerza opositora, revela que el kirchnerismo busca dar pelea, desentendiéndose de las formas, allí donde haya obstáculos a su plan de domesticar a los jueces que no comulgan con sus deseos.

¿Qué sentido puede tener la embestida a expensas del principal tribunal de Justicia del país y del Dr. Eduardo Casal si carece de los votos imprescindibles en la cámara alta del Congreso para conseguir lo que desea? Los 2/3 de los senadores presentes es un número al que sólo podría aspirar si el día de la votación algunos de los representantes del macrismo, el radicalismo o de la Coalición Cívica se ausentasen o —lisa y llanamente—traicionasen con impunidad sus principios. Algo improbable por donde se lo mire.

Otro tanto cabría decir de la intención de poner en vereda a tres jueces emblemáticos: Germán Castelli —del tribunal oral federal Nº 7—, Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi. Para avanzar respecto de estos últimos contaría con los votos en el Senado. No obstante, si la cuestión, como todo lo hace prever, se judicializa, la Corte le pondría punto final a la osadía gubernamental.

¿Porque, entonces, actuar a tontas y a locas? Ciertamente hubiera sido más aconsejable cuidar los ademanes, medir las palabras, calibrar con atención los pasos a dar y recién después obrar con el propósito de tener éxito en alguno de los campos elegidos.

El gobierno hizo lo contrario y además redobló la apuesta. Nombró a una comisión de notables para analizar el tema de la Corte, con tal cantidad de adictos que parece un comité oficialista. Para disfrazar esa falta de equilibrio habría sido de esperar que el más cuestionado de sus integrantes, Carlos Beraldi, se llame a silencio. Pues no, decidió contra toda sensatez cargar lanza en ristre y acusar a la Corte de ser poco democrática. ¿Había alguna necesidad? —Ninguna a simple vista. Pero el defensor de Cristina Fernández se ha mimetizado con su cliente y ha aprendido rápido.

La vicepresidente de la Nación y sus acólitos del Instituto Patria están dispuestos a desenvolver una estrategia sin tiempo. Aunque a algunos de sus integrantes —como
Omar Parrili— les falten luces a otros —como Carlos Zanini— les sobran. De modo tal que no echan en saco roto las dificultades para hacerse de los 2/3 necesarios en la cámara alta del Congreso Nacional. De momento no les importa en razón de que, en una primera etapa, lo que buscan es desgastar a quienes consideran sus enemigos con amenazas, agravios y sospechas de distinta índole, cargadas sobre sus espaldas.

Lanzar, a esta altura del partido, el operativo Justicia Adicta forma parte de un plan a desarrollar en los próximos cuatro años. Asistimos, pues, a la fase inicial de una maniobra de carácter táctico cuya finalidad es debilitar las defensas enemigas. Si el gobierno consiguiese la cabeza de Eduardo Casal, o la de alguno de los magistrados mencionados más arriba, colmaría sus expectativas actuales. Pero no abandonaría su posición de máxima: una Corte Suprema ampliada y sumisa.

Se equivocaría de medio a medio quien considerase que semejante partitura se circunscribe al ámbito judicial. Por supuesto que es el blanco más importante, no sólo en virtud de la situación procesal de la viuda de Kirchner y de sus hijos, sino también por sus implicancias institucionales. Sin embargo, dista mucho de ser el único.

El fuego graneado que ha sufrido el Lord Mayor de la ciudad de Buenos Aires en carne propia, lo demuestra. Si Horacio Rodriguez Larreta —siempre tan conciliador y políticamente correcto— creyó en serio que Alberto Fernández lo tenía como amigo, acaba de conocer la cruda realidad. Su crecimiento en las encuestas resulta un fenómeno que, si se mantiene, le traerá más de un dolor de cabeza con el kirchnerismo.

Pensar lo contrario es creer que el presidente de la Nación y su vice son de distinta naturaleza. En menos de ocho meses, contados desde el momento que asumió, la administración actual decidió embestir a la empresa Vicentin, a la Corte, a la principal fuerza opositora, al jefe de gobierno de la capital federal y a unos diez jueces que desea sacarse de encima. En parte, se explica porque su ADN es el del escorpión de la fábula y, en parte, porque en el contexto que le ha tocado en suerte desenvolverse y conforme a la ideología que lleva a cuestas, la radicalización es inevitable.

No es casualidad que, en consonancia con una cuarentena que parece no tener solución de continuidad y una situación económica desastrosa, el kirchnerismo multiplique sus ataques a diestra y siniestra y considere oportuno sumar enemigos. Tamaña actitud podrá sorprender a muchos. Pero la lógica K llegó para quedarse.
Gentileza M & A Inc. Dr. Vicente Massot
P/BN/rp.

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