miércoles 3 septiembre 2025

“Mi viaje soñado: África salvaje” en la punta de los lápices de Tana Pujals

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A pesar de haber viajado por el mundo como hija de diplomáticos, siempre tuve un sueño: conocer África, el continente salvaje, y toda su fauna que tanto amo. Me anotaba en cuanto sorteo aparecía de viajes y safaris a África, sin la menor suerte. Parecía que esta África salvaje no quería saber nada de mí. Así que la única manera de alimentar mi imaginación consistía en ver documentales, devorar libros y estudiar su fauna.

Con el tiempo empezaron a encargarme retratos de leones, leopardos, elefantes o cebras, y por más maravillosa que fuera la foto, me faltaba ese brillo en la mirada que sólo descubres cuando el animal está presente.

Un día, algunos años atrás, mi hija se fue a trabajar por unos meses a Zambia e hizo realidad mi sueño. No voy hablar de todo este maravilloso viaje de 15 días. Me voy a centrar en un día de caminata, “walking safari”, en el South Luangwa National Park, que bordea el río Luangwa formando un valle increíble.

No es fácil describir la emoción que sentí al ver a todos estos animales en libertad, interactuando entre ellos. Caminar en esta tierra dura y seca, con pastos ásperos, sentir en la cara la brisa caliente y escuchar una sinfonía de sonidos fue como una revelación.

Ni hablar cuando te piden quedarte quieta y ves pasar lentamente, a unos 10 metros, una manada de elefantes con la matriarca a la cabeza. Unos resoplidos y su barrito suave, el bamboleo de sus orejas y esos minúsculos ojos que te miran con cierta desconfianza. Toda la manada, unos 12 individuos, gira sus cabezas hacia ti y te observan. Son unos gigantes pesados pero al mismo tiempo delicados. Las crías, más curiosas, quieren investigar pero la matriarca se impone y las aleja.

Un poco más lejos una manada de cebras convive con varios impalas. Todas quietas, cabezas alzadas, inmóviles, formando un cuadro abstracto de rayas blancas y negras. Son más chicas que un caballo criollo, pero cuando disparan son súper veloces con el padrillo a la retaguardia. Dejan detrás una nube de tierra y aunque no las ves, escuchas sus relinchos de alarma.

Tratando de protegerme de este polvo, levanto la cabeza hacia atrás y entre las copas de las acacias veo tres largos cuellos que sobresalen a toda esta confusión. Las jirafas, indiferentes, presumidas y elegantes, con esos inmensos ojos bordeados de largas pestañas. Siguen arrancando las hojas de la acacia como si no existieras. De vez en cuando miran el horizonte y se desplazan sigilosamente dando largas zancadas.

Silencio en el aire cuando de repente una banda de baboons (monos) da el grito de alarma. Veo a lo lejos un leopardo caminando por el pasto medio alto. Sus manchas lo camuflan y como buen felino camina silenciosamente con la cola en alto como una brújula, guiándolo, y con esa mirada penetrante de depredador. Así como apareció, desapareció de mi vista.

Todas estas sensaciones, olores, sonidos quedaron impresas en mi mente como huellas imborrables. Al regresar a casa me senté delante del tablero y salió el retrato de aquella jirafa. Estaba viva y el brillo de su mirada estaba ahí. Mi sueño se había hecho realidad, y a partir de ese instante, espero ansiosa que llegue la hora de regresar al África salvaje que me cautivó para siempre.
Tana Pujals.
Artista con pasión por retratar animales.
CC/CC/rp.

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