miércoles 24 abril 2024

Mali: un previsible golpe de Estado de características imprevistas

Más Leídas

Por Luis Domenianni
La República de Mali acaba de transcurrir un nuevo golpe de Estado en sus sesenta años de vida independiente. Una junta militar, auto titulada Comité de Salud del Pueblo, tomó el poder y definió como período de transición, un plazo de tres años para el subsiguiente llamado a elecciones.

Claro, nada nuevo bajo el sol, aunque los golpes de Estado tradicionales ingresan, paulatinamente, en la categoría de rarezas, si no se computan como tales los cambios “amañados” que llevan a cabo los titulares del poder de turno para asegurar su continuidad, para golpear o colonizar otros poderes o, simplemente, para cambiar las reglas de juego de manera favorable para sus designios.

Con todo, el golpe de Estado de Mali presenta, en su desarrollo, algunas peculiaridades. El hecho que fuese el propio presidente Ibrahim Bubacar Keita (75 años) quién anunciase su propia renuncia por la emisora pública de televisión el 19 de agosto de 2020 es una de ellas.

Alguien estaría en condiciones de decir que, si el presidente renunció, no hay golpe de Estado. A esta hipótesis se aferrarán quienes reconocerán como válido al régimen militar. Cierto, el presidente renunció y, con alguna que otra restricción, posee libertad de movimientos. No así el ahora ex primer ministro Boubou Cissé (46 años) y varios de sus colaboradores. Por otra parte, el Parlamento fue disuelto y el cuestionado Poder Judicial aguarda definiciones.

Es esta la segunda particularidad del golpe de Estado: casi nada está definido. A lo dicho del Parlamento y el Poder Judicial, ambos con destino incierto, se agrega la incertidumbre sobre quién presidirá el país.

No se conoce el nombre del militar –todo indica que será un militar- que ocupará la Jefatura del Estado. No se conocen los nombres de los militares -¿y civiles?- que conformarán la junta militar o Comité de Salud del Pueblo.


Nadie sabe el grado de apertura al Movimiento 5 de junio-Concentración de Fuerzas Patrióticas, M5-RFP por sus siglas en francés, autor de las movilizaciones masivas que generaron las condiciones para el golpe militar con consenso civil

Durante una conferencia de prensa llevada a cabo, en el Ministerio de Defensa, el mismo día del golpe, el coronel Assimi Goita (37 años), vestido con traje de fajina, dijo ser el presidente del Comité de Salud del Pueblo. Así de simple. Sin acta. Sin estatuto. Sin asunción. Sin juramento. Sin nada.

Es más, un juvenil mayor-coronel Ismael Wagué, que se presenta a sí mismo como vocero del Comité de Salud del Pueblo, afirmó que los militares “discuten con la sociedad civil, los partidos de oposición, la mayoría y todo el mundo” para definir la transición. “Eso sí, será una decisión de los malienses”, enfatiza.

En este todo está por verse, una semana después del golpe, un punto clave radica en el reconocimiento internacional. Y, en eso, la “decisión de los malienses” no alcanza si se intenta evitar un aislamiento internacional.

En primer lugar, frente a los vecinos. Es decir, la CEDEAO –la Comunidad Económica de Estados de África Occidental-, integrada por 15 países del Sahel y del Golfo de Guinea, con sede en Abuja, Nigeria, cuya presidencia ejerce el diplomático ghanés James Gbehó, acompañado por el ex presidente nigeriano Goodluck Jonathan.

De entrada, la CEDEAO manifestó su reclamo de reposición inmediata del presidente depuesto Keita. Pero, el reclamo se diluyó cuando una delegación presidida por Jonathan recibió, en Bamako, la capital maliense, seguridades del propio presidente Keita acerca de su renuncia “voluntaria” y de su intención de no retornar al poder.

De allí en más, la discusión quedó centrada en los detalles del período de transición. Tiempo, gobernantes, Constitución, estado de derecho, pasaron a ser los temas que restan por definir.


Más allá del África, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y Francia, país con tropas destacadas en Mali –Operación Barkhane-, también reclamaron un retorno a la institucionalidad. Reclamo que duró muy poco, dadas las particularidades del golpe.

No obstante, la CEDEAO fijó condiciones que los militares evalúan y que deberán aceptar so pena de prolongación del embargo a que está sometido el país. Las condiciones consisten en la designación de un presidente y un primer ministro civiles, por un lado. Por el otro, fijar en un máximo de 12 meses el período de transición hasta la realización de elecciones presidenciales.

En síntesis, la única definición al momento es que Ibrahim Bubacar Keita dejó de ser presidente. Final abierto.

Causas lejanas
Los golpes de Estado ya no son una constante en el mundo como lo eran durante el pasado siglo XX. Con todo, es en África, donde aún perduran de manera intermitente. A lo largo de los últimos 20 años, fueron derrocados los gobiernos de Níger en 2010; Guinea Bissau en 2012; la República Centroafricana y Egipto en 2013; Burkina Faso en 2015; Zimbabue en 2017 y Sudán en 2019. A esta lista debe sumarse Mali multiplicado por dos: en el 2012 y en el 2020.

¿Antecedentes de este golpe de Estado? Muchísimos. Y claro, el más antiguo y omnipresente, el colonialismo.

Cinco imperios se sucedieron en el gobierno del Mali antes de la llegada de los europeos. A saber: el Imperio de Ghana, el Imperio de Mali, el Imperio Songhai, el Reino Bambara de Ségou y el Imperio Peul de Macina.

En 1888 comenzó la ocupación del territorio por parte del Ejército francés. Primero conocida como Haut-Fleuve (Río Alto), luego como Sudán Francés, el actual Mali se convierte en colonia autónoma –no dependiente de la vecina Senegal- en 1892.


En el referéndum de 1958, el 97 por ciento votó por la conformación de la República Sudanesa en el seno de la Comunidad Francesa. Luego, en 1959, el Sudán francés y Senegal conformaron la Federación de Mali, que alcanzó la plena independencia en 1960. Pero solo dos meses después, Senegal se retiró de la Federación y proclamó su independencia. Mali, con la conservación del nombre, hizo lo propio el 22 de setiembre de 1960.

Fue el colonialismo, en este caso francés, quien determinó las fronteras del actual Mali. No tuvo en cuenta razones geográficas, mucho menos étnicas. Así, en un territorio de algo más de 1 millón 200 mil kilómetros cuadrados, solo el 8 por ciento de la población total vive en las regiones norteñas del Sahara, el resto (92%) se concentra en el sur.

Pero no se trata de norteños y sureños. Se trata de un 35 por ciento de la población que se reconoce de etnia Mandé. Un 17 por ciento, Peul. Otro tanto, Sonrhais. Un 15 por ciento, Soninké. Un 10 por ciento, Tuareg.

Cada uno de estas etnias habla su propia lengua, posee sus propias costumbres y su propio derecho tradicional. El colonialismo los ignoró, los juntó por un lado y los separó por el otro –de sus similares en otros Estados de la región- y hasta dejó como lengua oficial al francés, algo que no se puede cambiar, ante la imposibilidad de comunicarse entre las etnias.

Un idioma, el francés, que la mayoría de los malienses no hablan, ni comprenden, pero el que se usa para redactar las normas que conforman la pirámide jurídica del país y los contratos entre privados.

Sin dudas, la herencia colonial es, en buena medida, una de las principales causales de la inestabilidad que reina en varios continentes, en general, y en el africano en particular. Mali no es la excepción a la regla.

Causas no tan lejanas
Desde 1960 hasta 2012, la política maliense transcurrió casi sin otras noticias que los consabidos golpes de Estado propios del, por entonces, denominado Tercer Mundo. Golpe de Estado triunfante en 1968; dictadura; otro golpe en 1991; retorno democrático en 1992; y nuevo Golpe de Estado en 2012. Solo que este último se produjo en un contexto distinto.

No fue la primera sino la quinta, la rebelión tuareg que estalló en 2012. Es que, consecuencia de la guerra civil en la vecina Libia, los poblados arsenales del dictador Muamar Kadafi fueron objeto de pillaje. Pillaje que, en buena parte, llevaron a cabo los mercenarios tuareg que respondían al régimen de la Jamahiriya Árabe Libia, nombre oficial bajo Kadafi del ex reino de Libia.

La primera gran diferencia con las otras rebeliones resultó pues el armamento. El retorno de los mercenarios dotó a la rebelión tuareg de una capacidad de fuego no solo desconocida hasta ese momento, sino francamente superior a la capacidad en la materia del Ejército maliense.

La segunda diferencia radicó en, precisamente, el carácter mercenario de los regresados. Dicho carácter superaba con creces el reclamo de independencia tuareg y acercaba a sectores combatientes al bandidismo y al narcotráfico de cocaína que cruzaba el Atlántico desde Sudamérica, desembarcaba en la vecina de habla lusitana Guinea Bissau, cruzaba el Sahel, seguía por el Sahara y desembocaba en Libia antes de saltar a Europa.

Si para algunos, la rebelión tuareg era reivindicación de un pueblo sometido a un Estado que no era el propio, para otros se convirtió en el “negocio de la guerra”.

Entre los primeros se contaban los integrantes del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad –nombre, este último, con que los tuareg identifican su región-. El MNLA que se reivindica laico y democrático.

A esta altura, conviene señalar que los tuareg, a diferencia del resto de las etnias que pueblan la República de Mali, son personas de piel blanca, de origen bereber –no árabe- que hablan una lengua propia y que se identifican a sí mismos como Kel Tamashek. Tuareg es la forma árabe de denominarlos.

De entrada nomás, el Ejército maliense acumuló derrota tras derrota y la casi totalidad del norte sahariano del país quedó en manos de la rebelión. Una a una, las tres capitales de las provincias septentrionales cayeron en manos rebeldes. Primero Kidal, luego Gao y finalmente la mítica Tombuctú.

Pero, junto al MNLA y en alianza, combatía Ansar Dine -“Los defensores de la religión” en lengua tuareg-, un grupo salafista partidario del califato único para todos los musulmanes. Y junto al Ansar Dine, aparece en escena el djihadista AQMI, Al Qaeda en el Maghreb Islámico.

Como se dijo, la ofensiva fulminante alcanzó tal carácter que, en solo tres meses, los rebeldes proclamaron, tras centenares de muertos y centenares de miles de refugiados, la independencia del Azawad.

Claro que la unión de independentistas laicos, salafistas y djihadistas –todos armados- no parecía llamada a durar. Como era de esperar, salafistas y djihadistas financiados por el tráfico de cocaína, no tardaron casi nada en echar de las ciudades a los independentistas y, envalentonados por sus éxitos frente al casi inexistente Ejército maliense, ocuparon Ségou y Mopti, dos capitales de provincia del sur de Mali.

Fue dicho avance la razón de la internacionalización del conflicto con el ingreso de las tropas francesas y contingentes de países de la región, en particular el disciplinado Ejército de la República del Chad. Primero, en la operación Serval con localización en el propio Mali, transformada luego en operación Barkhane con actuación en los cinco países sahelianos. O sea Mali, Burkina Faso, Nïger, Chad y Mauritania.

Y fue también la gota que rebalsó el vaso de un gobierno absolutamente incapaz de hacer frente al desmembramiento del Estado. La respuesta fue el Golpe de Estado militar de marzo del 2012.

Causas cercanas
Desde entonces la guerra quedó transformada en guerrilla. Salafistas y djihadistas sufrieron pérdidas de importancia. Por deserción o por muerte en combate. De su lado, el independentismo tuareg, en la búsqueda de un acuerdo con la intervención francesa, debió reducir su demanda a autonomía y acordar un repliegue y la celebración de elecciones presidenciales que dieron el gobierno al ahora depuesto ex presidente Keita.

Pero, la tregua duró poco. Y, nuevamente, los independentistas vencieron al Ejército, volvieron a ocupar Kidal, vista gorda francesa mediante -ocupación que duró hasta principios del 2020- y constituyeron la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA). Finalmente, en Argel, Argelia, en junio del 2015 un acuerdo de paz, con demasiados puntos grises, fue suscripto entre el gobierno Keita y la CMA.

Por fuera de dicho acuerdo, quedó el djihadismo, dividido en dos grupos rivales. Uno vinculado a Al Qaeda y otro a Estado Islámico. A su vez, subdivididos en grupos relativamente autónomos, autofinanciados mediante el bandidaje y el narcotráfico

Contra ellos: el débil, mal pertrechado y mal conducido Ejército maliense; las tropas francesas y chadianas de la Operación Barkhane; algunos mini contingentes europeos del Reino Unido y de Estonia, origen de una fuerza de la Unión Europea, denominada EUTM Mali, bajo comando croata y que no termina de formarse; la MINUSMA, fuerza internacional de Naciones Unidas; y la inteligencia militar norteamericana.

En medio, los detalles de la política interna: la inacción del ex presidente Keita; los rumores sobre corrupción personificada en su hijo; el fraude en las recientes elecciones legislativas; la violencia intercomunitaria entre las distintas etnias por la propiedad de las tierras; la incapacidad para actuar frente al bandidaje y la formación de un heterogéneo conjunto opositor, con intereses diversos pero unido por la voluntad de remoción del presidente Keita.

Así, llegó el golpe del 19 de julio del 2020.

Conclusión
Inevitablemente, Mali forma parte de la lucha casi universal de Occidente frente al djihadismo islamista. Algo que no permite que prospere la búsqueda de una negociación efectiva. Como pasa en Irak, en Siria, en Filipinas, en Nigeria, en Somalia, ahora en Mozambique, no queda otra opción, frente al djihadismo, que la militar.

Por el contrario, frente al independentismo tuareg, las opciones negociadoras constituyen el camino adecuado para imaginar algún tipo de solución aceptable

En todo caso, una vez más, dos tesis opuestas chocan en otro rincón del mundo. Aquella que habla de la intangibilidad de las fronteras frente a la que pregona la autodeterminación de los pueblos.

Dilema que Naciones Unidas resolvió a favor de la primera en 1945 y mantiene desde entonces pese al sinnúmero de conflictos en distintas partes del globo.

Nota Mali:
Territorio: 1.240.192 km2, puesto 24 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 20.550.000 habitantes, puesto 60.
Densidad: 16 habitantes por km2, puesto 215.
Producto Bruto Interno: 47.239 millones de dólares, puesto 108 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 2.255 dólares anuales, puesto 159.
Índice de Desarrollo Humano: 0,427, puesto 184. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/ld/rp.








Últimas Noticias

Cuaderno de opiniones. El verdadero liberalismo fomenta la educación

No hay dudas de que luego de tantos años de populismo la Argentina necesita reformas que se basen en...

Más Noticias