sábado 20 abril 2024

“Manotazo de ahogado”, la City descubrió que sus expectativas fueron desproporcionadas

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Por Dr. Vicente Massot

El gobierno que —en forma desembozada— motoriza a través del presidente de la Nación, la vicepresidente, el todoterreno Leopoldo Moreau, y la ignota diputada camporista, Vanesa Siley, una campaña de desprestigio y demonización a expensas del titular de la Corte Suprema, en particular, y de ese cuerpo, en general, al mismo tiempo convoca a la Quinta de Olivos a la flor y nata del empresariado industrial y comercial del país para hacerle creer que escucha sus opiniones y que trata de consensuar pareceres en medio de una crisis que no sabe bien cómo desactivar.

El kirchnerismo ha sido, desde sus comienzos, propenso a jugar varias partidas a la vez, sin prestarle demasiada atención a la coherencia ni tampoco a la lógica. Conoce a la perfección los puntos que calza cada uno de los actores de la política criolla y obra en consecuencia.

Si la mayoría de los empresarios que forman parte de la UIA se comportasen como sus pares de la Sociedad Rural Argentina, Confederaciones Rurales y Carbap, habría sido imposible reunirlos como niños obedientes alrededor de una mesa presidida por el presidente Alberto Fernández. Pero en la medida que no son capaces —siquiera— de ponerle el pecho a un pelotón de soldaditos de plomo, el Poder Ejecutivo no tuvo mayores inconvenientes para convocarlos, al par que —por cuerda separada— embestía contra la seguridad jurídica —en la figura de Carlos Rosenkrantz— como la cosa más normal del mundo.

Lo dicho pone de manifiesto que la grieta de la que tanto se habla —y con razón— excede a los dos polos de todos conocidos: el kirchnerista y el antikirchnerista. Quien se tome el trabajo de comparar las actitudes políticamente correctas que caracterizan de ordinario a los directivos de la UIA, con las declaraciones y decisiones que —al menos desde el año 2008— son distintivas de la gente que conduce al campo, o los pronunciamientos del grupo Nuestra Voz, pronto caerá en la cuenta de que también existe una grieta monumental entre la tibieza de unos y el coraje de los otros.

En petit comité los dirigentes de la industria y del comercio hablan pestes del gobierno y no dejan de hacer notar la preocupación que los embarga por la situación general del país. Pero en público semejan un conjunto de carmelitas descalzas. Incapaces de ponerle al oficialismo los puntos sobre las ies, se prestan mansamente a mezclarse, —en dulce montón— con los líderes de los movimientos sociales y los popes cegetistas sabiendo de antemano que nada serio saldrá de semejante amasijo.

El problema no pasa por la negociación con el Fondo Monetario Internacional y no se arregla con la creación de un Consejo Económico Social en donde se sentarán a debatir generalidades intrascendentes los mismos burócratas que pierden el tiempo en Olivos y en la Casa Rosada con unas autoridades que les toman el pelo. El drama de la actual administración es que los dólares —que necesita con desesperación— sólo puede dárselos el campo.

La estrategia de ganar tiempo y pasar el verano —que otra no tiene— supone, como condición necesaria, ponerle coto a la pérdida de reservas y, como condición suficiente, que ingresen divisas a las arcas estatales. Martín Guzmán depende de la voluntad, de miles y miles de agricultores, de vender parte de la cosecha que espera en silos. Así de simple y así de complejo. El kirchnerismo y el campo no sólo no llevan buena conversación desde hace más de una década, sino que la inquina entre ellos es recíproca.

Imaginar que a una rebaja cosmética de las retenciones le seguiría una venta masiva de las posiciones de soja —retenidas hasta hoy a la espera de que mejore de manera substancial el tipo de cambio— es una presunción digna de principiantes o de incompetentes.

Es posible que los pocos puntos que le han quitado a los impuestos a la exportación, por espacio de los próximos tres meses, tiente a algún chacarero y contribuya en alguna módica medida a las reservas del Banco Central. Pero, en el mejor de los casos, el gobierno apenas tendrá un alivio mínimo y pasajero. Nada más.

Las medidas adoptadas a fines de la semana pasada repiten el único libreto que, hasta el momento, ha mostrado el oficialismo: marchar detrás de los acontecimientos y parchar las grietas con saliva. De lo contrario, la dimensión de la crisis no tendría esta magnitud.

El campo no le cree una palabra a las autoridades del Palacio de Hacienda ni tampoco al presidente de la Nación, y lo manifiesta sin medias tintas. Los integrantes de Juntos por el Cambio tienen la convicción —sin que, al respecto, haya disidencias de bulto entre halcones y palomas— de que las promesas y buenas intenciones verbales emanadas de
la Casa Rosada distan mucho de ser sinceras.

La cabeza de la Corte Suprema, por su parte, acaba de señalar que es víctima de un ataque artero, y si no menciona a los autores intelectuales del mismo es para evitar un escándalo mayúsculo. Aunque cualquiera sabe que provienen del oficialismo. Los bandos, pues, se recortan de un lado y del otro del campo de batalla con mayor claridad conforme pasan los días y el conflicto escala.

Da la impresión de que el gobierno ha intentado, con base en un repertorio tardío e insuficiente de medidas, mantenerse a flote hasta marzo y rezar para que lo salve del naufragio la liquidación de la cosecha gruesa. La primavera y el verano lucen sombríos y amenazan no darle tregua al fisco.

Si el manotazo de ahogado de Alberto Fernández, laudando una vez más entre las posiciones encontradas de Martín Guzmán y Miguel Pesce, no diese el resultado que se espera en los despachos oficiales, el mercado —a través de la huida del peso— hará las veces de verdugo. Conoceremos entonces el primero de los picos agudos que tendrá esta crisis. Por muchas que sean las vueltas que se le dé al asunto, lo cierto es que a la incompetencia manifiesta de los funcionarios públicos es menester sumarle la desconfianza que generan con sus marchas y contramarchas, con su falta de autoridad y su improvisación.

Dibujar un presupuesto para consumo interno engaña sólo a los tontos. Lo que Carlos Melconian, con su habitual agudeza, acaba de manifestar: “Todos esperaban a los bomberos y apareció el sodero”, es lo que piensa el establishment y los mercados sin diferencia de matices.

Es claro que nadie se animaría a ser tan directo como el mencionado economista, aun cuando hay unanimidad de criterios acerca de la falta de talento y de decisión de Alberto Fernández y de Martín Guzmán. Es que las esperanzas que se habían tejido en la City sobre la independencia que el presidente acreditaría frente a su vice, fueron desproporcionadas. Con lo cual, la desilusión de verlo llevado de las narices por Cristina Kirchner ha sido inmensa. Falta que alguien diga en público “El rey está desnudo” para que el tinglado que lo cobija se desmorone como un castillo de naipes.
Dr. Vicente Massot
P/BN/gentileza Massot / Monteverde & Asoc/rp.

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