martes 23 abril 2024

Rusia: Las victimas de los métodos del presidente Vladimir Putin

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Por: Luis Domenianni
Ocurrió el 20 de agosto del 2020. Sentado en el bar del aeropuerto de Tomsk, capital del Oblast –provincia- del mismo nombre, distrito federal de Siberia, Alexei Navalny, bebe un té, mientras aguarda el avión que lo trasladará de retorno a Moscú.

Pocos minutos después de abordar y a poco del despegue, Navalny comienza a padecer dolores estomacales que se tornan insoportables a los pocos minutos. Alertado por una azafata, el comandante de la aeronave decide aterrizar de urgencia en una ciudad muy cercana para que el pasajero resulte atendido.

El avión se posa sobre la pista del aeropuerto de Omsk -sin T-, también Oblast del mismo nombre y también distrito federal de Siberia, donde el afectado es bajado del avión, recostado en una camilla, subido a una ambulancia y trasladado de urgencia al hospital de la ciudad, donde llega en estado de inconciencia. Asistido por un respirador artificial, entra en coma.

¿Quién es Alexei Navalny? Es el único rival político de fuste del presidente Vladimir Putin.

De ascendencia ucraniana por parte de padre, Navalny cuenta con 44 años de edad. Criado en un suburbio moscovita, el político opositor se gradúa en derecho, en 1998, en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblo, designación con la que fue rebautizada, seis años antes, la célebre Universidad Patrice Lumumba.

Luego, en 2001, obtiene un título en Economía de la Universidad de Finanzas del Gobierno Ruso, el ex Instituto de Estado de Finanzas. Finalmente, concluye en 2009 un posgrado en la Universidad Yale de New Haven, Connecticut, Estados Unidos.

Casado con dos hijos, Navalny comienza su carrera política a su retorno de los Estados Unidos cuando es designado consejero del gobernador del oblast de Kirov, distrito federal del Volga. Paralelamente, inicia sus actividades como bloguero y denuncia el desvío de fondos por 2.900 millones de euros en la construcción de un oleoducto siberiano.

Ese año fue calificado de personalidad del año por el diario económico ruso Vedemosti. Sus denuncias le valen el apodo “el Erin Brockovich” ruso –por la militante medio ambiental norteamericana-, que le dedica la prestigiosa revista Time.

De allí en más, su prédica contra el gobierno de Putin fue infatigable. Encarcelado en 2011 y 2012 es considerado por la BBC británica como “el único opositor verdadero” en Rusia.

Pese a su derrota, en 2013, en su intento por conquistar la alcaidía de Moscú, Navalny obtiene –oficialmente- el 30 por ciento de los sufragios, un resultado que lo coloca en el visor de todos aquellos que pretenden poner punto final a la prolongada administración Putin.

Sus múltiples arrestos y una condena a prisión en suspenso, sirven de excusa para que la Comisión Electoral bloquee su candidatura a presidente de Rusia.

La hospitalización de agosto 2020 de Navalny da origen a una movilización internacional para proteger la vida del opositor ruso. La presión logra efecto, y dos días después del percance, es trasladado del hospital de Omsk a un hospital alemán en Berlín, en un avión ambulancia fletado por la ONG alemana “Cinema for Peace”.

Otros dos días después, el diagnóstico oficial del Hospital de la Caridad berlinés es categórico: envenenamiento. Confirma así las sospechas al efecto denunciadas por el entorno del propio opositor.

El resultado colma la paciencia de la canciller federal alemana, Angela Merkel quién, en su calidad de presidente temporal de la Unión Europea (UE) exige al presidente Putin una investigación exhaustiva y la puesta a disposición de la justicia de los responsables.

El 2 de setiembre, el gobierno alemán afirma detentar la prueba concluyente del envenenamiento a través del empleo de un agente neurotóxico del tipo Novichok, arma química desarrollada por la Unión Soviética entre los años 1970 y 1980.

A la misma conclusión arriban, dos semanas después, un laboratorio francés y otro sueco. El 06 de octubre 2020, confirmación del diagnóstico por parte de la OIAC, la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas, encargada de aplicar la Convención sobre la Prohibición de Armas Químicas, de la que Rusia es país signatario.

Por supuesto y como corresponde tradicionalmente en estos casos por parte de regímenes autoritarios, toda clase de sospechas son inducidas para presentar a la víctima como el responsable.

Desde el auto envenenamiento con que el presidente Putin intentó –y no logró- convencer durante una conversación telefónica al presidente francés Emmanuel Macron, hasta las declaraciones de autoridades sanitarias rusas sobre la “inexistencia” de vestigios de envenenamiento pasando por una hipótesis “delirante” que lleva al estado báltico de Letonia donde vive uno de los científicos que concibieron el Novichok.

¿Y la justicia rusa? Bien, gracias. Ni siquiera inició una investigación.

A la fecha, Navalny, tras superar el trance, se repone en Alemania aún con sus facultades disminuidas que, según los médicos del Hospital de la Caridad, retornarán lentamente a la normalidad.

Venenos antiguos…
¿Es lo de Navalny un hecho aislado? De ninguna manera. Varios son los casos conocidos cuyas investigaciones en países occidentales siempre arriban a la misma conclusión: envenenamiento con responsabilidad de las autoridades rusas, incluido el presidente Putin.

Repaso de algunos de los casos más conocidos:

El más reciente de los notorios ocurrió el 05 de marzo del 2018 cuando el ex agente ruso doble Serguéi Skripal y su hija Yulia fueron hospitalizados en estado crítico en Salisbury, Inglaterra, Reino Unido, debido a una intoxicación provocada por un agente nervioso de nombre… Novichok.

Ambos fueron hallados en estado catatónico sentados en un banco de un parque. Una de las personas que tuvo acceso al domicilio de los Skripal, con motivo de la investigación, debió ser también hospitalizada en situación grave.

Dos días después la ex primer ministro Theresa May expulsó a 23 diplomáticos rusos como respuesta al envenenamiento.

Finalmente, padre e hija y el sargento detective hospitalizado salvaron sus vidas.

No tuvo igual suerte el ex agente ruso Alexandr Litvinenko quien falleció en un hospital de Londres en noviembre del 2006 por envenenamiento con polonio 2010, sustancia altamente reactiva.

Dos rusos que se entrevistaron con Litvinenko debieron, a su vez, ser hospitalizados con síntomas de radiación.

En 2004, fue el turno de la periodista Anna Politkovskaya, activista por los derechos humanas y fuerte crítica de la acción militar rusa en Chechenia donde denunció la metodología de guerra sucia empleada por ambos bandos.

Víctima de un envenenamiento tras ingerir té en pleno vuelo hacia Beslán en la República caucásica rusa de Osetia del Norte, sobrevivió para morir asesinada a balazos en el ascensor de su vivienda en Moscú. El crimen fue investigado por el fallecido Litvinenko.

Ese mismo año, tras ingerir una dioxina altamente cancerígena, la víctima –no mortal- fue el después presidente de Ucrania, Vìktor Iúschenko. La toxina desfiguró por completo su rostro. Fue un intento de evitar su llegada a la presidencia por su cercanía a Occidente y su alejamiento de la órbita rusa.

La lista continúa con opositores de menor trascendencia pero la práctica, tantas veces repetida, reconoce antecedentes de la época soviética como el líder nacionalista ucraniano Stepan Bandera rociado con cianuro en 1959 en Munich, Alemania. O el novelista y disidente búlgaro Georgui Markov, envenenado con ricina tras ser pinchado “accidentalmente” con la punta de un paraguas en una pierna, en Londres.

Como se puede apreciar, antecedentes es cuanto sobra. Navalny es un agregado más en una lista importante.

… y cibertaques modernos
Ni China, ni Corea del Norte están solas en esto de los ataques de piratería informática, de preferencia contra los países occidentales. Rusia completa un trío que suele ser mal visto en Europa, aunque no tanto en Estados Unidos.

Es que nunca quedó del todo aclarada la participación rusa en las piraterías, durante la anterior campaña presidencial en Estados Unidos, todas ellas orientadas contra de la perdedora candidata demócrata Hillary Clinton y a favor del ganador y actual presidente Donald Trump.

En julio 2020, el Foreign Office –el ministerio de Relaciones Exteriores- británico denunció ciber ataques de interferencia en la campaña electoral de finales del 2019 en el Reino Unido y de recolección de datos sobre la investigación y desarrollo de vacunas contra el Covid-19.

Según la Agencia Nacional para la Ciber Seguridad del Reino Unido, los ataques fueron protagonizados por el grupo de hackers APT 29, también conocidos como The Dukes o Cozy Bear, que prestan servicios extraoficiales para los servicios de inteligencia rusos.

Su colega norteamericano, el Centro Nacional de Contraespionaje y de Seguridad, reparte culpas. Ciber ataques chinos e iraníes contra el presidente Trump, ciber ataques rusos contra su contrincante demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, según su comunicado del 07 de agosto de 2020.

También la pacífica Noruega. El 13 de octubre del 2020, el gobierno noruego denunció un ataque de piratería informática contra el Parlamento de ese país y contra algunos diputados.

Las relaciones de Rusia y Noruega quedaron tensadas tras la anexión forzada de la península de Crimea por parte de Rusia, en detrimento de Ucrania. A mediados de año, el gobierno noruego expulsó por espionaje a un diplomático ruso y Rusia contestó con igual resolución.

Y por qué no mercenarios
En su afán por recuperar un rol preeminente en materia internacional y un reconocimiento de la recuperación del status perdido de superpotencia, el presidente Putin no ahorra recursos a la hora de intervenir en otras latitudes.

Si en Siria utiliza aviones de la Fuerza Aérea estacionados en la base rusa de Jmeimin, en la provincia de Latakia, dado que los rebeldes sirios a quienes combate no cuentan con aviación, en Libia y en el este de Ucrania sus combatientes son… privados.

Se trata de la compañía Wagner. Su fundador es un tal Dmitry Valerievich Utkin, que no es ruso sino ucraniano. Hasta el 2013, cuando se retiró, fue comandante de una unidad de fuerzas especiales del GRU, sigla de la Dirección Principal de Inteligencia rusa. Su financista es Yevgueni Prigozhin, un “oligarca” allegado al presidente ruso.

La “compañía Wagner” se presentó, por primera vez en la región separatista pro rusa de Ucrania de Luhansk donde protagonizó su bautismo de fuego. Wagner es el seudónimo del propio Utkin, elegido en función de su admiración –según algunos autores- por el Tercer Reich alemán.

En diciembre de 2016, Utkin fue fotografiado junto al presidente Putin en una ceremonia de condecoración de personas galardonadas con… la Orden del Coraje y el título de Héroe de Rusia.

El Grupo Wagner recluta sus tropas principalmente en Rusia, pero también en Ucrania y en Serbia. Todos los integrantes cuentan con antecedentes militares en sus respectivos países. No son pocos los analistas que le asignan una ideología de extrema derecha, aunque otros solo le asignan un rol de encubrimiento de un grupo militar oficial ruso.

¿Dónde actúan? En el Donbass ucraniano, están al servicio de los separatistas pro rusos. En Siria, al lado del Ejército del dictador Bashar al-Assad. En Libia, junto al auto denominado Ejército Nacional Libio del también auto denominado “mariscal” Jalifa Haftar.

Participaron de la Guerra Civil en la República Centroafricana y en los conflictos en Sudán. También se los menciona con actuación en Madagascar y hasta en el guardia personal del presidente Nicolás Maduro en Venezuela.

Bielorrusia y Armenia
Durante el primer semestre de 2020, el Grupo Wagner también fue mencionado con actuación en Bielorrusia. Es más, 33 mercenarios fueron arrestados en Minsk, Bielorrusia, bajo acusación de intentar desestabilizar, unos días antes, las elecciones presidenciales del 09 de agosto.

Para algunos fue una clásica jugada a dos puntas del autoritario presidente bielorruso Aleksandr Lukachenko. Algo así como “meto preso a los rusos para que Estados Unidos y, sobre todo, Europa hagan la vista gorda si debe reprimir a la oposición tras las elecciones”.

El hecho provocó la ira del gobierno ruso que fue expresada por el portavoz del propio presidente Putin. Pero, no llegó a mayores. Los sucesos post electorales en Bielorrusia obligaron al presidente Lukachenko a acercarse a su, para nada querido, colega Putin.

Hoy, la continuidad del autoritario bielorruso depende casi en un cien por ciento del autoritario ruso. Es posible que llegue un momento en que la dependencia sea cobrada con una unión de ambos países. Es el deseo del presidente Putin y lo último que aspira a que pase un desconfiado presidente Lukachenko.

Así, como Bielorrusia formó parte, antes de su disolución, de la Unión Soviética, lo mismo ocurrió con Armenia y Azerbaiyán, los enemigos del Cáucaso que se enfrentan por el territorio del Alto Karabaj que pertenece, por herencia estalinista, a Azerbaiyán, pero que está poblado por armenios y que conforma la República del Artsaj, no reconocida internacionalmente.

Desde el 27 de setiembre del 2020, Azarbaiyán intenta recuperar el territorio y las fuerzas armenias de Artsaj resisten en todos los frentes con pérdidas territoriales de escasa importancia.

Tras una inoperancia inicial, el presidente Putin decidió a actuar. Por el momento, diplomáticamente. Integra, junto con los presidentes Trump y Macron, el llamado Grupo de Minsk que intenta mediar en el conflicto, cuyos orígenes se remontan a finales de la década de 1980.

Pero, la posición del hombre del Kremlin no es imparcial. Primero, porque un tratado de defensa mutua lo aúne a Armenia. Segundo, porque Azerbaiyán es apoyado por Turquía, socia de Rusia en el petróleo, pero su abierta rival en Siria y Libia.

Por algo, en su última intervención sobre el tema del 22 de octubre del 2020, Vladimir Putin hizo referencia a la terrible expresión “limpieza étnica” y la referenció con el genocidio armenio perpetrado por el Imperio Otomano, en 1915.
Nota Rusia:
Territorio: 17.098.242 km2, puesto 1 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 146.712.000 habitantes, puesto 9.
Densidad: 9 habitantes por km2, puesto 223.
Producto Bruto Interno: 4 billones 357.759 millones de dólares, puesto 6 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 28.897 dólares anuales, puesto 49.
Índice de Desarrollo Humano: 0.824, puesto 49. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.

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