Por Luis Domenianni
Será casualidad pero fue necesario un sismo telúrico para calmar los ánimos entre griegos y turcos, siempre belicosos entre sí, pero esta vez al punto de llegar a las manos.
Fue el 30 de octubre de 2020 cuando la tierra tembló en grado 7. Produjo 49 víctimas fatales y daños materiales de envergadura en Esmirna, Turquía, e inundaciones que causaron dos muertos en la vecina isla de Samos, Grecia, a solo 1,5 kilómetro de la costa turca.
La tragedia hizo bajar los decibeles en una disputa que viene de lejos. Se la puede considerar como tal desde la caída de Constantinopla –la actual Estambul- en manos del Imperio Otomano, en 1453, hace ya 567 años.
Pese a la tolerancia religiosa de dicho imperio que abarcaba la casi totalidad de los Balcanes, las rebeliones griegas se sucedieron. Ninguna con éxito hasta la constitución de la Primera República Helénica de efímera duración (1821-1831), derrotada por el ejército turco-egipcio comandado por Ibrahim Pashá.
Por aquel entonces, aunque no del todo, Europa miró para otro lado. Es que no se trataba, después de la Revolución Francesa y del período napoleónico, alentar ni permitir un desarrollo republicano en ninguna latitud europea. Para ello se había llevado a cabo el Congreso de Viena de 1815. Para reinstaurar la monarquía. Si absoluta, mejor.
Pero la cuestión griega mostraba connotaciones especiales. Era cristianismo frente a islam. Y era la oportunidad de asegurar un lugar para alguna de las casas reinantes europeas.
Fue el primer ministro británico George Canning quién convenció a Francia y Rusia de ayudar a los independentistas. Ayuda que se materializó en la batalla naval de Navarino, cuando las flotas combinadas de los tres países europeos vencieron a su similar turco-egipcia. En aquella batalla participó Lord Cochrane luego de su actuación sudamericana.
La Primera República Griega duró poco más. En 1831, Francia, Gran Bretaña y Rusia acordaron con el sultán otomano, previo pago de una indemnización, la independencia griega pero bajo forma monárquica. El trono recayó en manos de Otón I, segundo hijo del rey Luis I de Baviera.
Luego el conflicto se trasladó a la isla de Creta por cuya incorporación, el gobierno griego declaró la guerra, en 1897, a los otomanos y perdió… pese a lo cual Creta, que no alcanzó la “enosis” –unidad- con la Grecia continental, logró la independencia del Imperio Otomano.
Tras la derrota otomana en la Primera Guerra Mundial, Grecia intentó ocupar e incorporar territorios turcos del Asia Menor poblados mayoritariamente por griegos. Consecuencia: nueva guerra (1919-1922), también perdida por los helenos y renacimiento turco con el ascenso del general Mustafá Kemal –el vencedor- al poder y su reforma seglar y republicana en Turquía.
Pero esta última guerra marcó, más que las anteriores, la desconfianza traducida en animosidad de unos y otros.
Primero, por los traslados forzosos de población: griegos que debieron dejar el Asia Menor luego de generaciones de habitar el territorio, y turcos y musulmanes que debieron dejar Grecia para radicarse en Albania o en regiones de la actual Turquía, preferentemente Estambul.
Segundo, por las matanzas de “limpieza étnica”. Fue una práctica común del régimen de los Jóvenes Turcos, durante la Primera Guerra Mundial. El genocidio armenio y el asirio dan cuenta de ello. También el “discutido” genocidio de los “griegos pónticos” así llamados por habitar el Ponto, las actuales costas orientales del Mar Negro.
Del otro lado, la “limpieza étnica” tuvo lugar durante la ocupación griega de Esmirna contra la población civil turca. Comparables en el reproche, no resultan tales en el número. Más de 300 mil griegos pónticos masacrados –para el gobierno griego- versus solo algunos centenares de turcos en Esmirna.
Nueva fase del conflicto greco-turco fue la ocupación militar de Chipre independiente por parte del Ejército turco. Invasión que liquidó la dictadura de los coroneles griegos en 1974.
Al mar y al gas
La animosidad greco-turca –paradójicamente ambos países miembros de la alianza militar Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque ninguno es ribereño- incluye aquello de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”.
Así el 2020, comenzó con una visita a Atenas del auto titulado mariscal Jalifa Haftar de Libia que gobierna de hecho la parte oriental del país norafricano. Haftar guerrea contra el gobierno de la parte occidental del país sostenido por Turquía. Ergo: Haftar es un amigo para los griegos.
Pero a mediados del año, en julio precisamente, la cosa se puso seria cuando la marina griega fue puesta en estado de alerta en razón de las expediciones turcas en el Mediterráneo Oriental.
Solo 48 horas después de transformar en mezquita a la basílica de Santa Sofía en Estambul, hecho que causó una viva reprobación en Grecia, el gobierno turco anunció, a través del sistema de información marítima internacional Navtex, su decisión de proceder a analizar sísmicamente una zona marítima al sur y al este de la isla griega de Kastellorizo.
¿Dónde queda Kastellorizo? En el Dodecaneso, en el Mediterráneo Oriental, a solo tres kilómetros de las costas turcas. Forma parte de la región de Rodas. Poblada por griegos, eran 15.000 en 1900, hoy apenas superan los 450 habitantes tras la emigración particularmente a Australia. La isla quedó integrada a Grecia al término de la Segunda Guerra Mundial.
Tras el anuncio, el barco sismográfico Oruc-Reis comenzó su exploración en una zona cuya soberanía es solo en una tercera parte turca y en dos terceras partes griega.
Para el gobierno turco se trata de una anomalía que la isla situada a tres kilómetros de Turquía y a 580 kilómetros de la Grecia continental, otorgue soberanía marítima a Grecia. Fundamento por el cual rechaza dicha soberanía griega sobre el mar aledaño.
Obviamente, se trata de una manipulación del derecho internacional público. Primero, porque Kastellorizo forma parte efectiva de Grecia y, por ende, genera derecho sobre su superficie marítima inmediata. Segundo, porque medir así la distancia frente a Grecia es una arbitrariedad. A Rodas –parte de Grecia-, la distancia se achica a 190 kilómetros.
Turquía cuenta con todo el derecho para intentar cambiar este estado de cosas. Derecho que no incluye la fuerza. Pero el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan hace caso omiso de consideraciones legales y pacíficas.
A su voluntad guerrera en Siria y Libia, suma el Mediterráneo Oriental con Grecia, en particular. Es que no cabe otra interpretación para el despliegue alrededor del Oruc-Reis de dieciocho navíos de guerra turcos y de dos aviones F-16 que sobrevuelan la zona.
¿Qué busca el Oruc-Reis? Gas y petróleo. El descubrimiento de hidrocarburos en las costas chipriotas –cuya tercera parte ocupa el Ejército turco desde la invasión en 1974 en la, solo reconocida por Turquía, República Turca del Norte de Chipre- relanzó el interés turco por la zona.
Es que, a partir de dicho descubrimiento, todo cambió en la región. Israel, Chipre y Grecia construyen un oleoducto submarino para evitar Siria y Turquía. Turquía firmó un acuerdo con el bando aliado libio para delimitar zonas soberanas en el Mediterráneo Oriental.
La respuesta griega fue la firma de un acuerdo similar con Egipto. Hasta los archienemigos Israel y el Líbano desarrollan conversaciones para explotar en conjunto los eventuales yacimientos.
La actitud turca puso, además, nerviosos a los europeos, en particular al presidente francés Emmanuel Macron quién envió navíos y aviones de guerra a la conflictiva zona. No debe olvidarse que Grecia forma parte dela Unión Europea (UE) y que Turquía no.
De su lado, el gobierno griego del primer ministro Kyriakos Mitsotakis (52 años) llevó el problema a la UE, para que su presidente temporaria, la canciller federal Angela Merkel, despliegue sus argumentaciones e influencias a fin de calmar los ánimos.
Mientras tanto… a armarse. Del lado turco –con caso omiso de su pertenencia a la OTAN-, ensayos con el sistema ruso, desarrollado en conjunto con China, S-400 de intercepción de misiles. Del otro con la compra griega de 18 aviones de combate franceses Rafale y con el anuncio de la adquisición de cuatro fragatas y de cuatro helicópteros.
Los refugiados
Punto y aparte para otro de los contenciosos que enfrentan a Grecia y Turquía: la cuestión de los refugiados.
Algunos –la mayor parte, como los sirios, son personas desplazadas por la guerra civil que comenzó, y aún continúa, en 2011. Otros son mixtos, es decir desplazados por conflictos de diverso origen pero con una decisión que no elude razones económicas. Por último, buena parte solo pretende una vida mejor en un país desarrollado.
Dijimos sirios pero también deben contabilizarse iraquíes, afganos, pakistaníes, srilankeses tamiles y bengalíes. Todos ellos convergen en Turquía, última escala asiática antes de intentar ingresar a Europa. No son diferentes, claro, de los africanos que cruzan precariamente el Mediterráneo. Ni de los centroamericanos que avanzan a pie hacia los Estados Unidos.
Pero Turquía es una barrera. Una barrera paga. Una barrera que recibe financiamiento europeo para contener los refugiados que se agolpan en los campamentos que los acogen.
Claro que ya antes del acuerdo turco-europeo, miles de refugiados –los cálculos superan los 50 mil- lograron cruzar los estrechos que separan las islas griegas del territorio turco. A título de ejemplo, en la isla griega de Samos se superponen alrededor de 7.200 demandantes de asilo frente a una capacidad de albergue de solo 648 plazas.
Por supuesto, la cuestión humanitaria se hace presente. Los refugiados viven en condiciones de hacinamiento. A primera vista, el problema es griego y turco. Pero, a poco de profundizar, la incapacidad europea de unificar criterios frente a la cuestión de los refugiados resulta central para entender el estado de situación.
Desde los que no quieren recibir a nadie hasta quienes pretenden un reparto equitativo de los demandantes de asilo, las posiciones varían casi tanto como países forman parte de la Unión Europea.
Pero, por detrás de las cuestiones sociales y económicas, los refugiados y demandantes de asilo quedaron convertidos en una herramienta política.
Así, para el gobierno turco constituyen un mecanismo de negociación frente a los acumulados conflictos de política exterior en los que se inmiscuye. Casi en todos los casos, las maniobras del presidente Erdogan con demandantes de asilo representan un alto costo para Grecia.
Enfrascado en la guerra civil siria, el autócrata turco pretende un apoyo europeo para su objetivo de ocupar una franja “de seguridad” del lado sirio de la frontera turco-siria. Y entonces, nada mejor que alentar a los refugiados para forzar el paso a Europa que una sencilla declaración donde anuncia que ya no los retendrá en territorio turco.
Resultado: más de 10 mil personas intentaron pasar la frontera greco-turca en los primeros días de marzo del 2020. Grecia se opuso y las escaramuzas entre demandantes de asilo y fuerzas del orden griego estuvieron a la orden del día.
Los europeos, que no pueden ordenar el problema, si fueron solidarios con Grecia a quien brindaron 700 millones de euros –en rigor, entregaron solo la mitad- para ayudarla a paliar la situación. Eso sí, 700 millones si los refugiados no pasan.
Superar momentáneamente el conflicto con la marcha atrás del gobierno turco, no implicó un ordenamiento del problema. Seis meses después, en setiembre 2020, un campo de refugiados de la isla de Lesbos, con más de 12 mil migrantes albergados, quedó devastado por un incendio intencional llevado a cabo por un puñado de demandantes de asilo.
Solo Alemania anunció que recibirá 1.500 refugiados de Lesbos. Los demás, discuten…
Economía y política
La pandemia del COVID-19 arruinó decididamente un año que se presentaba fasto para el resurgimiento económico de una Grecia postergada tras la crisis económica que llevó al país a la cesación de pagos –default- en 2010-
La puesta a la luz de las trampas y mentiras en las que había caído el gobierno derechista de aquel entonces presidido por Kostas Karamanlis, precipitaron la debacle. Mediante mecanismos ideados por los ejecutivos del banco de inversión Goldman Sachs, el gobierno griego de Karamanlis logró ocultar el verdadero monto de la deuda externa y del déficit público.
Claro que las mentiras pueden ser creíbles por un tiempo, pero no para siempre. Cuando todo salió a la luz no quedó otro remedio que acudir a la ayuda internacional. Ayuda que siempre va a acompañada de exigencias drásticas. En particular, por la reticencia de Alemania de cargar con la factura griega.
Fueron ocho años de austeridad que recién vieron la luz al final del túnel en 2018 con un tímido crecimiento del 2 por ciento del PBI.
Dos circunstancias marcan la normalización pre pandemia: el cierre en Atenas, en enero 2020, de la oficina del Fondo Monetario Internacional –no por decreto, sino por innecesaria- y el retorno griego a los mercados privados internacionales de capital a tasas similares para préstamos a largo plazo a las que paga, por ejemplo, Italia.
Todo iba bien sí, para Grecia y para el gobierno del primer ministro Mitsotakis, pero llegó la pandemia y, en un país, donde el turismo representa junto a la industria naviera y la pesca, el principal recurso, el 2020 se presenta negativo. Los pronósticos hablan de una caída del Producto Bruto Interno del orden del 8,8 por ciento.
Desde la política interior, también el año 2020 comenzó auspiciosamente, con la elección de la magistrada Ekaterina Sakellaropoulou (64 años) como presidente de la República Helena. De brillante carrera judicial y en el Consejo de Estado, la nueva presidente es la primera mujer en asumir el cargo. Fue elegida, a propuesta del primer ministro Mitsotakis, por el Parlamento griego, como está establecido en la Constitución.
La contracara de la moneda fue la sentencia de la Corte Penal de Atenas que calificó al partido neo nazi Alba Dorada como “organización criminal”.
Fundado en 1985, marginal en política, Alba Dorada consagró sus primeros diputados, en 2012, tras la debacle financiera del país. En su momento de mayor auge, militantes vestidos de negro recorrían las calles de Atenas golpeando a sus rivales políticos al grito de “sangre, honor, Alba Dorada”. En 2019, la formación neo fascista no consiguió consagrar ningún diputado.
Los principales dirigentes del partido -un total de 50 sobre 68 acusados- fueron condenados a prisión firme tras ser encontrados, en grados diversos, culpables de homicidios, agresión, posesión ilegal de armas y pertenencia a una organización criminal. Entre ellos, un diputado y un euro diputado.
Nota Grecia
Territorio: 131.957 km2, puesto 95 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 22.713.000 habitantes, puesto 82.
Densidad: 89 habitantes por km2, puesto 122.
Producto Bruto Interno: 325.870 millones de dólares, puesto 56. Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 29.057 dólares, puesto 48.
Índice de Desarrollo Humano: 0,5872, puesto 32. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Luis Domenianni
IN/BN/rp.