Por Luis Domenianni
¿Cuánto más puede durar la guerra desencadenada por Rusia contra Ucrania? ¿El gobierno ucraniano se limitará a resistir o intentará recapturar el Donbass? ¿Y Crimea? ¿La voluntad de resistencia del pueblo ucraniano es inquebrantable?
¿Los países de Occidente aceptarán la inevitable llegada del invierno con escasez de combustible para calefaccionar los hogares? ¿Para hacer funcionar la industria? ¿Existe alguna posibilidad de rebelión en Rusia frente a la demencial guerra?
Se trata de interrogantes de imposible respuesta certera. Por el contrario, toda especulación resulta factible.
De momento, la guerra parece haber entrado en una etapa de estancamiento. Al ingresar al sexto mes de operaciones militares, nadie puede determinar si esta fase de reducción operativa responde a un agotamiento estratégico o a una mera maniobra táctica.
Dicotomía entre la cuasi parálisis del Ejército invasor y la agresividad verbal de los dirigentes rusos. Se trate del ministro de Defensa, Serguei Choigu o de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov o del propio presidente Vladimir Putin, todos prometen guerra y más guerra, mientras el Ejército se detiene.
Desde un “intensificaremos nuestras operaciones en todas direcciones” de Choigu, pasando por un “extenderemos territorialmente el conflicto, más allá del Donbass” de Lavrov, hasta un “todavía no comenzamos nada serio en Ucrania” de Putin, las bravatas están a la orden del día.
A la fecha, el presunto objetivo inicial de conquista del Donbass es aún muy lejano. La yuxtaposición del eventual territorio a conquistar por Rusia con la frontera moldava para impedir el acceso de Ucrania al Mar Negro parece, al menos, improbable.
Aún menos factible resulta aquella promesa -repetida recientemente por el ministro Lavrov- de la “ayuda rusa para que Ucrania se deshaga del impopular régimen político que la gobierna”.
No es descabellado pues, imaginar una pérdida en las capacidades rusas para proseguir las operaciones. Sin triunfalismo, la inteligencia ucraniana considera que la pausa será solo táctica si dentro de dos semanas el ataque recomienza con la llegada al frente del Tercer Cuerpo de Ejército ruso, integrado por voluntarios.
Por el contrario, si el estancamiento continúa tras estas dos semanas, deberá interpretarse como incapacidad humana para reanudar la ofensiva y demandará entre tres y cinco meses para juntar tropa suficiente.
En el frente, los análisis señalan que no solo la conquista del Donbass no está completada, sino que además de no mediar alguna ofensiva rusa exitosa e inmediata, el Ejército ucraniano estará en condiciones de contraatacar y obligar a los rusos a adoptar posturas defensivas.
A la fecha, la invasión se transformó en una guerra de posiciones, con funcionamiento a pleno de artillería pesada, exclusivamente.
Algunos datos ilustran el estancamiento de la ofensiva rusa. Según el presidente Volodymyr Zelensky de los 200 soldados ucranianos que morían a diario entre mayo y junio, hoy la cifra de bajas cayó a 30 militares por día.
De los 1.000 a 2.000 proyectiles ucranianos lanzados diariamente a principios de la guerra, hoy los disparos totalizan 6.000 diarios. Por el contrario, los 12.000 disparos rusos iniciales, la contabilidad actual es de poco más de 7.000, resultado de la destrucción exitosa de depósitos de municiones por parte del Ejército ucraniano.
No en poca medida, el éxito de la resistencia ucraniano y su eventual pase a la ofensiva se debe -sin menospreciar el patriotismo de sus combatientes- a las armas occidentales.
Los lanzadores de obuses franceses Caesar, o los alemanes Panzerhaubitze 2000 y, sobre todo, los lanzacohetes múltiples estadounidenses Himars M270, son responsables de la estabilización del frente.
En la fase actual del conflicto, la iniciativa cambia de lado. Por primera vez, parece ucraniana. Los ataques sobre las defensas antiaéreas rusas y sobre los puentes que aseguran el suministro para las tropas de tierra rusas, indicarían el inicio de una etapa de reconquista para la cual es primordial utilizar la Fuerza Aérea ucraniana.
Casi como de no creer, pero los analistas militares hablan de un cerco ucraniano sobre las tropas rusas en la región de Kherson.
Patriotismo desafiante
Una gran mayoría de corresponsales en el teatro de guerra y de analistas, en particular aquellos que encuadran su trabajo en la sociología, ven un creciente cambio de actitud y de consideración respecto de la invasión rusa.
La población ucraniana puede ser dividida en “rusoparlantes” y en “ucranioparlantes”. Si los segundos, desde un primer momento, cerraron filas en torno al gobierno del presidente Volodymyr Zelensky, los primeros se mostraron expectantes, en particular en la región oriental del Donbass.
Los bombardeos rusos contra objetivos civiles, la destrucción de casas habitación, la muerte de civiles -entre ellos, ancianos, mujeres y niños- y las violaciones a los derechos humanos en las zonas ocupadas por el Ejército ruso, trastocaron aquellos términos iniciales.
No quedó espacio para neutrales. O se estaba de un lado, o se estaba del otro. Cierto es que en la parte del Donbass ocupado desde hace un decenio, donde funcionan las separatistas Repúblicas de Donetsk y de Luhansk, la abrumadora propaganda genera la convicción de una intervención militar contra la “camarilla fascista” de Kiev.
Pero en la totalidad del resto de Ucrania y en quienes partieron al exilio, ya es unánime el sentimiento patriótico contra un invasor al que se demoniza y se odia.
Actualmente la motivación principal de quienes se enrolan en el Ejército de Ucrania ya no es defender la patria, ni siquiera reconquistar los territorios ocupados. Ahora se trata, fundamentalmente, de combatir a los rusos y de vencerlos. La recuperación de las zonas ocupadas -Donbass y Crimea- será solo la consecuencia.
Y ese objetivo de vencer a los rusos es particularmente fuerte entre quienes nacieron o se criaron después de la independencia de Ucrania en 1991. Son los menores de cuarenta años, principalmente, quienes exhiben un sentimiento y un accionar patriótico.
Es en ese patriotismo desafiante donde desemboca el discurso y la actitud del presidente Zelensky. Hoy ya no se trata de resistir, se trata de vencer. Zelensky habla de victoria final y reclama armas, cada vez más sofisticadas, para alcanzar el objetivo triunfal.
Mientras combate, toda Ucrania revisa una historiografía diferenciada de la pretensión rusa de una identidad común. Así se hace hincapié en cuando los mongoles invadieron todo el antiguo “Rus’”, solo permanecieron en el nordeste de la región, pero lo hicieron durante dos siglos.
Por el contrario, en aquella época, el sur y el oeste -la actual Ucrania- formaron parte del Gran Ducado de Lituania y del Reino de Polonia. Aquel “comienzo” es presentado como uno de los factores claves del desarrollo separado de Rusia y Ucrania.
En el siglo XVIII, el “hetman” -el comandante de los cosacos ucranianos- Mazeppa abandona su alianza con el zar Pedro el Grande y la cambia por el rey Carlos XII de Suecia, la reacción zarista fue la represión sin contemplaciones no solo de los cosacos en particular, sino de los ucranianos en general.
La definición popular de la relación rusa-ucraniana pasa por el gran hermano, Rusia, y el pequeño hermano, Ucrania. Cuando el pequeño hermano obedece y es leal, el gran hermano lo ama y lo protege. Cuando el pequeño se aleja y busca otra parentela, el grande reacciona violentamente. Con el zarismo, con el comunismo y ahora.
El trigo
Fue una buena noticia. Pero, durará. Es que, en rigor, nadie sabe a ciencia cierta cual será la vigencia de esa buena noticia. Hablamos del acuerdo para la exportación de trigo y otros cereales desde puertos ucranianos a través del Mar Negro.
Ocurrió que solo algunas horas después del compromiso, misiles rusos impactaron sobre el puerto de Odessa, una de las terminales de granos más importante de Ucrania.
Es que entre las innumerables falacias y embustes del presidente Vladimir Putin para justificar una invasión injustificable, bien puede contabilizarse la firma de un acuerdo hoy, para ser violado hoy mismo.
Al autoritario jefe del Kremlin moscovita le resultaba insostenible mantener el bloqueo ante las demandas de sus colegas, los autoritarios gobernantes de unos cuantos países de Asia y de África, hacia donde Ucrania dirigía sus exportaciones cerealeras antes de la invasión rusa.
Fue dicha presión la que obligó a desembocar en un acuerdo, logrado a través de la mediación principal de Turquía y secundaria de las Naciones Unidas, y firmada, por separado -los negociadores ucranianos se negaron a compartir mesa con los rusos- en Estambul, la principal ciudad turca.
La actitud rusa muestra una vez más la soberbia que caracteriza a las decisiones del presidente Putin. Algo así como “acepto el acuerdo, pero soy yo quién manda”. Por si alguien lo olvidó o lo ignoró, los misiles sobre Odessa sirvieron de recordatorio.
Con todo, no es eso solo. Si las exportaciones ucranianas de cereales pueden molestar por los ingresos que Ucrania estará en condiciones de recibir -recursos que invariablemente irán en su mayor medida a la defensa-, la desconfianza rusa radica en la posibilidad que los navíos mercantes carguen armas para la defensa ucraniana.
Con todo, el acuerdo que habilita centralmente los puertos de Odessa, Chornomorsk y Iujne, no parece correr peligro. Es que para Rusia también resulta conveniente exportar sus propios cereales a través del Mar Negro -desde la Crimea ocupada, por ejemplo- a los países africanos y asiáticos que reclaman abastecimiento.
Párrafos aparte para la ONU y Turquía. La organización internacional aparece, por primera vez, desde el inicio del conflicto como aportante de una solución, limitada al comercio, pero solución al fin.
En cuanto a Turquía, el único miembro de la OTAN que no sancionó a Rusia, aunque provee sus probados y eficientes drones a Ucrania, su actitud “intermedia” -con el acuerdo logrado- deja de ser meramente oportunista para adquirir ribetes de pragmatismo.
Resulta arriesgado imaginar que el “acuerdo cerealero” es un primer paso hacia la paz. No habrá ninguna posibilidad de paz mientras parte del territorio ucraniano padezca ocupación rusa, ni mientras el presidente Putin y su sueño de la reconstrucción de los imperios zarista y soviético no desaparezcan de escena.
Debería ser probable que los bombardeos rusos sobre puertos ucranianos cesen definitivamente. Pero lo probable no deja de ser hipotético cuando la vigencia del acuerdo depende del cinismo y la imprevisibilidad del presidente Putin.
Traición y futuro
La confusión ruso-ucraniana, alimentada desde la propaganda oficial del Kremlin y amplificada por los separatistas prorrusos que gobiernan parte de las provincias ucranianas de Donetsk y de Luhansk, niega sistemáticamente la existencia de la nación ucraniana.
No son pocos los ciudadanos ucranianos que se sienten rusos, aunque son muchos menos que antes de la invasión. Es que el artero ataque ruso representó para mucha gente ruso parlante un punto de no retorno.
Claro que no para todos. Para el presidente Volodymyr Zelensky llegó la hora de expulsar de la administración pública -en particular del aparato de seguridad del Estado (SBU) – a aquellos que parecen sospechosos de colaboración con el enemigo.
Nunca resulta del todo clara una separación de sus tareas de quienes solo son sospechosos. No obstante, cuando un país está en guerra no puede darse el lujo de convivir con quienes no demuestran lealtad. No se trata de encarcelarlos a priori -no es el caso- sino de apartarlos de las funciones que desempeñan.
El 17 de julio de 2022, el presidente Zelensky despidió a la procuradora general Iryna Venedyktova y al jefe del SBU, Ivan Bakanov. Su separación no responde a una acusación de traición, sino de ineficacia.
Ineficacia que se manifiesta por la continuidad laboral de sesenta personas pertenecientes a ambos departamentos oficiales que, ellos sí, son acusados por traición.
Los sesenta eventuales traidores habitan casi en su totalidad en las zonas ocupadas por el Ejército ruso. Forman parte de los 651 acusados por traición desde el inicio de las hostilidades.
La procuradora general fue reemplazada por el diputado oficialista Andriy Kostin que recibió el apoyo de 299 de los 450 diputados que conforman la Rada, el parlamento ucraniano.
Misión del nuevo procurador: probar la responsabilidad de Rusia por la guerra, en colaboración con la Corte Penal Internacional.
Mientras tanto, y sin perder de vista que la principal contribución de Occidente es y será ayudar para ganar la guerra, tienen lugar algunas conversaciones sobre la futura reconstrucción de Ucrania, cuya infraestructura resulta por demás dañada.
Así, una conferencia celebrada en Lugano, en el cantón ítalo parlante suizo habló de condiciones -fundamentalmente, lucha y erradicación de la corrupción- para la futura ayuda. Es que antes de la invasión, Ucrania ocupaba el puesto 122 sobre 180 países en el ranking de la ONG Transparency International.
A la fecha, la ayuda recibida por Ucrania, incluido el material militar suma 750 mil millones de dólares. Los funcionarios ucranianos insisten -por ahora, sin éxito- en la expropiación de los bienes de los oligarcas rusos fuera de las fronteras de su país para financiar la reconstrucción del país.
Puentes, caminos, vías férreas, centrales eléctricas, puertos, aeropuertos deberán ser reconstruidos, aunque algunos vislumbran el futuro de una forma distinta. Así lo expresó en Lugano, el viceprimer ministro Mykhailo Fedorov, 31 años.
“No necesariamente debemos reconstruir Ucrania tal como estaba antes de la invasión. Pretendemos que toda Ucrania se vuelque a lo numérico. Como lo hizo Estonia -cuarenta veces menos poblada- antes que nosotros. En unos años deberemos ser el país más digitalizado del mundo”, fueron las palabras de Fedorov.
Sin dudas, un optimismo a toda prueba. Claro que, para ello, primero deben ganar la guerra. Nada menos.
INT/ag.luisdeomenianni.vfn/rp.