viernes 29 marzo 2024

Estados Unidos. La preocupación del gobierno es China, pero para la gente es la inflación

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Por Luis Domenianni

Para el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, y para el partido Demócrata, en general, la visión de un mundo basado en la libertad y en la democracia con liderazgo de los Estados Unidos continúa siendo el eje sobre el que debe centrarse cualquiera análisis de la realidad política planetaria, continental, regional o nacional en el mundo.

Bajo estos conceptos queda claro que Estados Unidos, a partir de su entrada en la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha, es el campeón de las democracias liberales y el eje sobre el que se respalda la defensa militar del otrora llamado “mundo libre”.

En cambio, no aparece tan claro, como fue hace décadas, el citado liderazgo norteamericano. Reclamos de interpretaciones multilaterales que relativizan el peso de las alianzas y fragmentaciones que hacen resurgir las hipótesis de esferas de influencia conspiran contra un orden internacional bajo conducción norteamericana.

En materia de relaciones internacionales, la administración del presidente Biden se debate entre impulsar una política exterior basada exclusivamente en valores –libertad y democracia- y/o atender “necesidades” geopolíticas que conspiran contra lo anterior.

No está en duda la preferencia del presidente por el compromiso con las democracias liberales del mundo, la ya prolongada participación en la provisión de armamentos, la asistencia financiera y la instrucción de combatientes a favor de Ucrania en la guerra ante la invasión rusa así lo demuestra.

Pero es cuando dicha preferencia se difumina ante gestos y actitudes que cuando menos la contradicen. La visita del presidente Biden a Arabia Saudita y su encuentro con el príncipe heredero –y hombre fuerte- del país Mohamed bin Salman, así lo dejó en claro.

Bin Salman era investigado por la muerte de un periodista saudí en el consulado de ese país en Estambul. Para el presidente Biden, lo del príncipe heredero fue la gota que rebalsó el vaso… por un tiempo. Cuando sobrevino la invasión rusa sobre Ucrania, Biden bebió en la copa del realismo político y apareció de visita en Riad, la capital del reino saudí.

Si la concepción del “liderazgo de los Estados Unidos” se limitase al mundo desarrollado, con alguna excepción marginal, no plantearía problemas. Salvo Hungría y Turquía, el resto de los congregados en la alianza militar defensiva-ofensiva del Tratado del Atlántico Norte no plantea ningún problema.

La propia Polonia con un gobierno poco afecto a la prevalencia del estado de derecho disimula su populismo autoritario a través de su participación activa en el suministro de armamento, recepción de refugiados y entrenamiento militar al gobierno y al ejército ucraniano. A ojos norteamericanos, el gobierno polaco no será lo mejor, pero es seguro.

Para los Estados Unidos, la lucha por la supremacía mundial, ni siquiera es una lucha con Rusia. Es el enfrentamiento con China. Nadie en la Casa Blanca, en el Departamento de Estado o en el Pentágono ignora quién es el rival.

Y nadie ignora que mientras los Estados Unidos exigen una serie de cumplimiento de requisitos por parte de los países receptores para que las empresas norteamericanas inviertan en ellos, China financia proyectos en todo el mundo, sin preocupación por libertades ni derechos humanos.

De allí que la idea fuerza norteamericana radique en contradecir el argumento hasta ahora empleado por la dictadura china para atraer las miradas del mundo entero: la eficacia.

Los tiempos cambian

A la fecha, los chinos –mucho menos los rusos- ya dejaron de ser ejemplo al respecto. Los rusos que nunca lo fueron en demasía. Muestran su incapacidad militar para ganar una guerra desigual frente a Ucrania donde han empantanado como lo hicieron décadas atrás en Afganistán, con un sinnúmero de bajas.

Al respecto, las noticias sobre el conflicto muestran un ejército ucraniano preparándose para una nueva ofensiva frente a una tropa rusa desmotivada no solo por su incapacidad de victorias, sino por la preeminencia otorgada a los mercenarios paramilitares del Grupo Wagner en materia de suministros y salarios.

Un Grupo Wagner que, a su vez, fracasa para ocupar la ciudad de Bakmout, en el oblast –provincia- de Donetsk cuyas autoridades proclamaron, tras un referéndum ilegal y nada transparente, su anexión a Rusia. Las tropas del presidente Putin –regulares o mercenarios- llevan meses sin sumar una victoria.

Si lo de Rusia es militar, lo de China en sanitario. De momento, no le costó poder al presidente Xi Jinping, pero la marcha atrás en relación a la pandemia del COVID 19 no solo fue notoria, sino que echó por tierra aquel concepto de eficacia sobre el que se basaban las vanaglorias del gobierno chino respecto del control de la pandemia.

Es que la eficacia solo rindió frutos mientras la ciudadanía fue obligada a quedar encerrada en sus viviendas. Cuando las restricciones comenzaron a ser levantadas, el virus causó estragos en la población al punto que, como hacen siempre las dictaduras, dejaron de dar a conocer el total de muertes diarias.

Pero no solo la salud, las cifras de la economía ya no permiten hablar de crecimiento a tasas “chinas”, con optimismo representan guarismos que hubiesen merecido el calificativo de “decepcionantes” solo un quinquenio atrás.

Sobreviviente activo de las décadas de “guerra fría”, el presidente Biden sabe que debe decidir un rumbo a tomar para alcanzar y asegurar el objetivo citado al principio: un mundo con absoluta preeminencia de los valores de libertad y democracia bajo el liderazgo norteamericano.

¿Debe profundizar la vigencia de dichos valores y darles un carácter de universalidad por sobre cualquier otra consideración en cualquier parte del planeta? ¿O debe, sin abandonar creencias, extremar una “real pollitik” que posibilite las excepciones, a riesgo de críticas de incoherencia?

Se trata de un dilema cuya decisión será de aplicación en un hipotético segundo mandato del presidente que ya cuenta 80 años de edad. No obstante, debe ser resuelto lo antes posible, habida cuenta de los planteamientos y propuestas del populista ex presidente Donald Trump y su eventual desafiante en las filas republicanas, el gobierno de Florida Ron De Santis.

El nacionalismo populista del que hace gala Trump y que atrae a una mayoría de republicanos pone en tela de juicio la preeminencia de los valores tradicionales. Para ellos, y así lo expresó el jefe de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, el conflicto de Ucrania es un mero “conflicto regional”. De Santis fue más allá y habló de una simple disputa territorial.

Quienes adhieren a esta configuración de la invasión rusa a Ucrania como un simple problema de trazado de fronteras, se dividen en dos facciones. Una de ellas brega por el aislacionismo de los Estados Unidos frente al mundo. La otra, interpreta que el conflicto no es con Rusia, sino que todos los esfuerzos deben concentrarse en la disputa con China.

Respuestas históricas

¿Asistimos al comienzo de una nueva guerra fría? ¿Esta vez entre Estados Unidos y China como actores principales? ¿Cómo catalogar la amistad sin límites –aunque con ellos frente al caso ucraniano- que proclaman China y Rusia, a través de los abrazos entre los presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin?

Estos y otros interrogantes tales como ¿Es posible comparar Hong Kong o Taiwán con Berlín Occidental? o ¿Las nuevas rutas de la seda equivalen a un Plan Marshall chino?, plantea el historiador francés Pierre Grosser en su libro de reciente aparición “¿Otra guerra fría? La confrontación Estados Unidos-China”.

Grosser advierte contra lo que denomina “lecciones de la historia”. Sus aseveraciones, cuando menos, disparan discusiones válidas como aquella que dice que “la guerra fría fue caliente entre americanos y chinos hasta 1979” con un 90 por ciento de las bajas norteamericanas en el mundo en Asia entre 1945 y 1979.

Al momento en que Occidente tiende a considerar a Xi Jinping como el origen de todos los males, Grosser estima que Japón se quejó por China desde el 2000 y que, a juicio de los chinos, los resultados decepcionantes de la política de perfil bajo seguida hasta entonces dieron paso a una política de nacionalismo activo.

El libro de Grosser gira en torno a una tesis pacifista disfrazada bajo el concepto de la necesidad de la convivencia de Estados Unidos con China. Exhibe tres razones para defender la “neo convivencia pacífica”.

Son la muy conocida disuasión nuclear, la declinación de las “ideologías guerreras” y la “paz geriátrica” producto del envejecimiento de las poblaciones. Algo así como no puede haber guerra porque nadie la quiere.

No parece ser el caso de Rusia invadiendo Ucrania, ni de China intentando convertir el Mar de China Meridional en un mar cerrado bajo su soberanía, ni la construcción y el desarrollo acelerado de una fuerza nuclear por parte de Corea del Norte, ni la búsqueda del arma atómica por parte de Irán, todos ellos forman parte del clan de los autoritarismos.

A la fecha, ese pacifismo que ocasionó diversas guerras, entre ellas la Segunda Mundial, tras permitir el rearme alemán, la invasión del Ruhr, el “anchluss” –la anexión de Austria- y la partición de Checoslovaquia, sostenido por aquel entonces por el Reino Unido y por Francia, terminó en la más mortuoria conflagración de la historia de la humanidad.

Ni siquiera la Rusia estalinista se salvó del desastre -25 millones de rusos muertos- pese al vergonzoso tratado que los comunistas firmaron con los nazis alemanes y el reparto artero de Polonia entre ambas dictaduras.

El problema es que hoy, el pacifismo cuenta con un aliado belicoso, al menos aislacionista: los principales líderes republicanos norteamericanos. Es decir, Donald Trump y Ron De Santis. Ambos no quieren involucrar a Estados Unidos en ninguna guerra. Les alcanzó y les sobró con el desastre de Irak y con la tumultuosa retirada de Afganistán.

El primer meeting de la campaña electoral del ex presidente Trump fue por demás elocuente al respecto. Fue en Waco, ciudad texana emblema de las milicias de extrema derecha que odian al gobierno federal. Allí puso en la misma bolsa y al mismo nivel como sus enemigos a el “Estado profundo”, los “comunistas”, los “mundialistas” y … los “belicistas”.

Lo hizo después de afirmar a través de un mensaje publicado en su red Truth Social que iba a ser arrestado el 21 de marzo del corriente año. No lo fue. Pero, ocupó el centro de la escena política, recolectó fondos a raudales y motivó el estado de alerta permanente en los medios de comunicación.

Trump enfrenta un juicio por… mentiroso. Es que, a través de un ex abogado a su servicio, el ex presidente pagó 130 mil dólares a la vedette porno Stormy Daniels con quién mantuvo relaciones para, en una suerte de contrato privado, comprar su silencio cuando se acercaba la elección presidencial de 2016.

Su conducta, más allá de cualquier valoración ética, no constituye delito para la ley norteamericana. Sí, en cambio, el hecho de hacer figurar en sus declaraciones juradas el pago de los 130 mil dólares como gastos jurídicos a partir de los fondos destinados a su campaña presidencial.

La economía

Los avatares de Donald Trump no son tan peligrosos para el presidente Biden como sí lo es la economía. En particular la inflación que afecta a hogares y empresas, a la que la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED)–una suerte de Banco Central- insiste en combatir con la subida de las tasas de interés.

A finales de marzo de 2023, la tasa de interés de referencia –cero o cercana a cero hace menos de un quinquenio- alcanzó un valor de entre 4,75 y 5 por ciento anuales, su más alto nivel desde el 2007. De un año a esta parte, las subas de los intereses decididas por la Reserva Federal fueron nueve.

Mientras tanto, la inflación alcanzó el 6 por ciento anual y, por ende, las tasas de interés se mantienen en un nivel negativo que poco ayuda en el combate para la inflación. La timidez en la suba –un cuarto de punto en lugar del medio anunciado unos días antes- se debió a las quiebras registradas en el sistema financiero en dos instituciones bancarias.

En particular, el Silicon Valley Bank a cuya dirección el presidente de la Reserva Federal Jerome Powell acusó de manejos incorrectos y de prestar oídos sordos a las recomendaciones para evitar el retiro masivo de depósitos que le recomendaba la regional California de la propia Reserva Federal.

¿Corre riesgos el sistema financiero norteamericano? No es la pregunta del millón porque no parece estar siquiera en estado enfermizo. El propio Powell, a los efectos de desparramar confianza, aseguró que, si otro Silicon Valley Bank se produjese, la FED saldría a proteger a los ahorristas.

En rigor lo del banco californiano vino a complicar el combate a la inflación cuya meta de un dos por ciento anual está lejos de poder ser cumplida.

Claro que la política de incremento de las tasas de interés no puede continuar eternamente. Pone en riesgo la actividad económica, complica a las empresas y a los hogares acostumbrados a las compras a crédito. Es decir, a una demanda activa de bienes y servicios.

¿Cuáles son los datos que la FED maneja para dejar atrás la política de aumento de las tasas de interés? Una inflación del 3,3 por ciento anual durante 2023, un bajo desempleo equivalente al 4,5 por ciento y un crecimiento de la economía en el orden del 0,5 por ciento anual. ¿Optimismo de Powel? ¿Protección de su cargo?

Son varios los políticos norteamericanos que piden la salida de Powell de la FED. Desde la derecha y desde la izquierda. Lo acusan desde conducir al país hacia un desastre económico hasta de dejar sin trabajo en un futuro cercano a millones de personas. De momento, la Casa Blanca ratifica su confianza en la conducción de la FED por parte de su titular Jerome Powell.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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