lunes 29 abril 2024

Senegal: la excepción al golpismo pro ruso en el África Occidental

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Por  Luis Domenianni*****

Lejos, muy lejos, parece haber quedado aquella ola democratizadora que comenzó en América de habla hispana y portuguesa, siguió por Europa Central y Oriental con la caída del comunismo y continuó por África, donde muchos autócratas se apresuraron a llamar a elecciones para justificar su continuidad en el poder.

De momento solo en África, recomenzó la sucesión de golpes de Estado militares. El primero ocurrió en Egipto cuando el único presidente elegido libremente en la historia de ese país, Mohamed Morsi, fue derrocado por el general Abdelfatah Al-Sissi –hoy presidente “electo”- en 2013.

Siete años después, en 2020, los militares se hicieron del poder en Mali. Siguió Guinea, en 2021. En Burkina Faso, en 2022. Y recientemente, en 2023, en Níger. De los quince países que integran la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), cuatro revisten carácter de suspendidos en razón de sus gobiernos militares golpistas.

Como suele ocurrir en estos casos, muchas voces se alzan para condenar dichos golpes. Algunas sanciones son decididas sin mucha convicción en cuanto a su aplicación se refiere. Y no mucho más. Es la política de lo políticamente correcto. Una especie de cacareo sin consecuencias.

El reciente putsch en Níger llevó las cosas un poco más allá. Ocurre que los jefes de Estado de los once países de la asociación donde no gobiernan los militares ya no hablan de casos aislados, sino de una ola que tiende a generalizarse. Y, entonces, lo políticamente correcto deja de ser el barullo para pasar a alguna acción concreta. Es auto defensa.

Fue así que, reunidos en Abuja, la capital de Nigeria –no confundir con Níger- los once emitieron un “ultimátum” de una semana de plazo para el retorno a la “normalidad” y la reposición del presidente constitucional nigerino Mohamed Bazoum en su cargo. El ultimátum contaba además con una amenaza de intervención militar de los once.

El plazo transcurrió y nada ocurrió. O, mejor dicho, comenzaron las expresiones de condena a la posibilidad de intervención, en aras de una solución diplomática que todo el mundo no ignora sus escasas posibilidades de éxito. ¿Por qué va a funcionar en Níger aquello que no funcionó en Mali, en Guinea o en Burkina Faso?

Por el contrario, y en el peor de los casos, la inacción puede servir como aliciente para militares y civiles que ambicionan el poder sin pasar por las elecciones.

En el Senegal, fronterizo con dos de los cuatro países golpistas –Mali y Guinea- la decisión del presidente Macky Sall de participar en una fuerza militar conjunta que reponga al presidente Barzoum en el poder en Níger, motivó que se alcen algunas voces de protesta. Mauritania dio marcha atrás en cuanto a su participación en dicha fuerza.

Rusia

Los jefes de Estado de la región vislumbran un doble peligro que sirve de excusa para el golpismo militar. Por un lado, la presencia combativa de fuerzas irregulares que adhieren a una de las dos alternativas yihadistas internacionales enemigas entre sí: Estado Islámico y Al Qaeda. Por el otro, el accionar ruso en la región a través del grupo para militar Wagner.

En todos los golpes de Estado, y el de Níger no es la excepción, se observan banderas rusas en las movilizaciones de apoyo al golpismo. Son quemadas y pisoteadas las francesas. Aparecen pancartas que dicen “fuera Francia” y “Rusia amiga” junto a por demás sospechables invocaciones a la presencia de los Wagner.

Junto a los paramilitares Wagner, la diplomacia rusa se muestra activa como nunca antes en África. Ya en épocas del comunismo soviético, Rusia participaba de la vida africana. Lo hacía en el terreno militar a través de las tropas cubanas que el autócrata Fidel Castro debía enviar a combatir para “devolver” los préstamos incobrables que recibía de Moscú.

Angola, Etiopía, Somalia, Namibia fueron algunos de los países donde la presencia militar cubana y la diplomacia rusa participaron abierta y desembozadamente en la política africana. Ahora, toca el turno de la llamada “diplomacia directa”. Es decir, de los cónclaves al máximo nivel.

Es el propio Vladimir Putin quién personalmente convoca a los dirigentes africanos. Fue en julio del 2023, en San Petersburgo –la ciudad de Putin- donde reunió a representantes de 41 estados independientes sobre un total de 55 que componen el continente. Entre ellos, 16 jefes de Estado y 4 jefes de gobierno.

La razón de tanta asistencia debe buscarse, más allá de las citadas relaciones de carácter político, en la provisión de granos que los africanos recibían de Ucrania, antes de la invasión rusa a ese país europeo. Se trata de suministros esenciales para la alimentación de las poblaciones africanas.

La actitud de Vladimir Putin frente a los africanos es una mezcla de atención y desdén. Sí, los atiende en la cumbre, pero los desdeña cuando le presentan un plan de paz para Ucrania basado en el reconocimiento internacional de sus fronteras. Es más, cuando la delegación africana intentó exponer el plan, los cortó y les dio a entender la continuidad bélica.

Otro tanto respecto de la provisión de granos ucranianos. No solo les dijo “no” sino que además bombardea los puertos de Ucrania por donde embarcan los cereales. ¿Qué se llevaron los africanos de San Petersburgo? Poco, muy poco. Una promesa de provisión de cereales rusos y una condonación de deuda por algo menos de 30 millones de dólares.

En síntesis, una decepción generalizada con algunas excepciones, poco honrosas, por cierto. Solo aplausos de los golpistas de Mali y Burkina Faso, del dependiente del Grupo Wagner presidente de la República Centroafricana, y de los autoritarios gobernantes de Eritrea y Zimbabue.

Modernidad y nepotismo

Entre los asistentes, figuró el presidente de Senegal, el geólogo Macky Sall. Un político que pasó casi sin solución de continuidad de una militancia juvenil en filas del “maoísmo” pro chino al liberalismo del ex presidente Abdoulaye Wade. Proveniente de una familia acomodada hizo carrera en el Estado. Fue varias veces ministro hasta devenir presidente en 2012.

En la ocasión, Sall se separa de Wade, funda un nuevo partido político con el que gana las presidenciales en segunda vuelta cuando recibe el sufragio del 65,8 por ciento de los votantes. Comienza bien. Achica el gasto de la política al suprimir varias direcciones ministeriales inútiles. Ataca a la corrupción. Defiende a los campesinos y pescadores.

Pero el auge dura poco tiempo. Nuevamente, la burocracia explota. Más ministerios, más secretarías, más personal. Durante su primer mandato de siete años, la Constitución es modificada diez veces y la ley electoral dieciocho veces. El país avanza, pero no mejora la situación de pobreza. Los jóvenes emigran.

Con todo, Sall es reelecto en 2019, esta vez por un período de cinco años. El nepotismo se impone en la función pública. Los familiares del presidente cubren las áreas de mayor movimiento económico. Aparecen acusaciones de corrupción. Y planea la duda sobre una eventual nueva reelección.

Si bien la Constitución establece como máximo dos mandatos continuados, Sall y sus amigos consideran que el segundo mandato es el primero –viejo y conocido truco constitucional- porque la reforma fue posterior a la fecha de iniciación del primer mandato, por tanto, no cuenta. Nada nuevo bajo el sol. Hecha la ley, hecha la trampa.

Pero cuando todo daba a entender la inminente manipulación, pasó lo contrario. El presidente Sall anunció en julio del 2023 que no será candidato para las presidenciales del 2024. Cierto que lo que se declara hoy, en el mundo post moderno, no tiene por qué cumplirse mañana. En todo caso, de momento, así estamos.

La “negritud”

Ubicado en el extremo occidental del África, el país se divide en dos zonas bien demarcadas. Al norte, donde se ubican la actual capital Dakar y la antigua capital Saint-Louis, es la región saheliana, tipo sabana seca, con vegetación achaparrada. Al sur, la región de Casamance presenta un cuadro de selva húmeda.

A mediados del siglo XIX, en plena expansión imperialista de los países europeos en África, Francia ocupa el territorio del actual Senegal, que queda englobado en la denominada África Occidental Francesa.

La entonces colonia participa activamente en el esfuerzo de guerra de ambas guerras mundiales. Los “tiradores” senegaleses combatieron en diversos frentes. Un par de ellos, dada la edad avanzada, aún sobreviven.

La independencia sobreviene dentro de la oleada de la década de 1960. Senegal forma parte de una fugaz Federación de Mali durante solo cuatro meses para luego separarse y formar oficialmente la República de Senegal. El modelo de democracia parlamentaria dura solo dos años.

En 1962, el presidente Léopold Sedar Senghor, un poeta y escritor de renombre, establece un régimen autoritario de partido único que durará hasta 1976, cuando el país retorna al multipartidismo. Senghor deja la presidencia en 1980 y fallece en 2001 en Francia.

Senghor fue uno de las personalidades africanas más trascendentes del siglo pasado. Nacido en 1906, brillante estudiante, resulta ser unos de los primeros africanos en continuar estudios en Francia, con una media beca de la administración colonial. En 1931, alcanza el título de licenciado en letras.

Reclama y obtiene la ciudadanía francesa para desarrollar en la metrópoli una carrera de profesor secundario. Enrolado en el Ejército francés en 1939, en los batallones coloniales, es tomado prisionero por los alemanes en 1940 y liberado recién en 1942.

Fue diputado ante la Asamblea Nacional francesa, electo por la colonia de Senegal y la de Mauritania. Opuesto a la independencia, milita por una Unión Francesa. Llega a ser ministro en Francia antes de convertirse en el primer presidente de Senegal.

De gran actividad literaria, es considerado uno de los padres fundadores de la Francofonía. Fue miembro de la Academie Française y formó parte principal del movimiento de la Negritud, corriente política y literaria que nuclea a escritores de piel oscura.

Senghor definía la “negritud” como una cultura. “Un conjunto de valores económicos, políticos, intelectuales, morales, artísticos y sociales de los pueblos de África y de las minorías negras de América, Asia, Europa y Oceanía”.

La definición motivó la reacción de no pocos intelectuales africanos. Particularmente, la del primer Premio Nobel de literatura africano, el nigeriano Wole Soyinka, quién polemiza con Senghor con su respuesta: “el tigre no proclama su tigritud. Salta sobre su presa y la devora”.

Actualidad

Senegal es uno de los escasos países africanos que nunca padecieron un golpe de Estado militar. No obstante, sus sucesivos gobiernos siempre cayeron, en mayor o menor medida, en prácticas autoritarias con escasa tolerancia para la oposición.

A los veinte años de mandato de Léopold Sédar Senghor, sucedieron los diecinueve años presidenciales de Abou Diouf, los doce años de Aboulaye Wade y los once años actuales de Macky Sall.

Si bien los mandatos presidenciales fueron estables, la caracterización política muestra una inestabilidad social que solo mitiga una casi “obsesión permanente” de emigración que impera entre los jóvenes. De los 16,7 millones de habitantes con que cuenta Senegal, alrededor de 270 mil emigran cada año, según datos de la Oficina de Inmigraciones de Naciones Unidas.

Aunque el Producto Bruto Interno (PBI) senegalés muestra un crecimiento –desigual- desde hace dos décadas, la mejoría no se traduce linealmente en el ingreso per cápita que contabiliza cinco disminuciones durante igual período.

Según las estadísticas del Banco Mundial, Senegal ocupa el lugar 152 sobre 187 países por su ingreso per cápita medido a precios internacionales. En dicha medición, el ingreso promedio de cada senegalés es de 4.209 dólares anuales.

Cabe consignar que la diáspora senegalesa colabora anualmente con 2.700 millones de dólares en concepto de remesas a familiares. Es decir, con el 10 por ciento del Producto Bruto Interno del país.

Con todo, la inestabilidad social se manifiesta a través de dos situaciones de conflicto. Por un lado, la cuestión de la región Casamance. Por el otro, la discusión política sobre la continuidad presidencial.

La Casamance es la región sur del país. La mayoría de la población pertenece a la etnia Diola. Los Wolofs, etnia mayoritaria en el resto del Senegal, solo representa un 5 por ciento de la población de Casamance.

Desde 1982, existe un movimiento político-militar que reivindica la independencia de la región. Se trata del Mouvement des forces démocratiques de Casamance, Movimiento de Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC). Luego de un período de relativa calma, aviones y artillería del Ejército senegalés bombardearon un campamento refugio en mayo de 2021.

Un año después, ofensiva total del Ejército senegalés que derrota por completo a la resistencia del MFDC, mata o toma prisioneros a numerosos rebeldes y obliga a los jefes guerrilleros a huir.

El otro conflicto debe buscarse en la resistencia de la oposición senegalesa a la pretensión de continuidad del presidente Macky Sall que finaliza su mandato en 2024. Esa pretensión de continuidad motivó la resistencia y las denuncias de Ousmane Sonko, perseguido y condenado por la justicia acusado por “corrupción de la juventud”.

No es una práctica ajena a la política senegalesa las decisiones judiciales sobre quienes aspiran a la presidencia de la República. Sí, en cambio lo es la decisión del presidente Sall de disolver el partido político de Sonko. El resultado fue enfrentamientos callejeros que provocaron más de 20 muertos en los disturbios.

Cabe consignar que Sonko es un político de Casamance y que hasta su detención se desempeñaba como alcalde de Ziguinchor, la principal ciudad de la región. Su condena lo aleja de su aspiración presidencial. Su respuesta: una huelga de hambre que lo llevó a su hospitalización.

Con todo, la decisión dada a conocer a principios de julio del 2023 del presidente Sall de no presentarse como candidato para un nuevo mandato presidencial debería calmar las aguas. Más aún cuando dos opositores presidenciables también condenados penalmente fueron rehabilitados por la justicia.

En otras palabras, Sall se va, pero pretende elegir a quienes deben enfrentar al oficialismo. Como escribió Maquiavelo, “divide y triunfarás”.

INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.

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