Por Luis Domenianni *****
Dos horas duró el encuentro entre los dos autócratas. Cerca de Vladivostok, en el extremo oriente siberiano, el presidente Vladimir Putin recibió con todos los honores al “líder” norcoreano Kim Jong-un. Tema: Ucrania. O aún más específico: la provisión de armas de Corea del Norte a Rusia.
A Kim, interesan las tecnologías rusas en materia de misiles balísticos y los satélites de uso militar. Quiere avanzar con hechos concretos para justificar su retórica bélica, objetivo que, sin la experiencia de terceros, no logró alcanzar con sus propios científicos.
De allí que la reunión se llevó a cabo en el cosmódromo de Vostotchny, en la región del río Amur. Las pocas imágenes difundidas por la televisión rusa muestra a los dos “dirigentes” recorriendo las instalaciones. La locución señala el particular interés de Kim por las explicaciones.
¿Qué tiene que ver este encuentro con la guerra en Ucrania? Pues el suministro de municiones, en particular de artillería. Elementos que sobre abundan en los arsenales norcoreanos y que hacen defecto en los rusos. Dicen, al respecto, que los equipamientos bélicos de ambos países en la materia son compatibles.
Es que, en lo que va del año, los disparos de la artillería rusa en Ucrania no paran de disminuir en su intensidad diaria. La industria bélica rusa produce a todo vapor, pero no alcanza. Los depósitos se vacían.
En términos políticos, para Kim proveer de municiones a Rusia equivale a un incremento considerable de su peso específico en el Lejano Oriente. Para Putin, en cambio, es una resignación más frente al “empantanamiento” de sus fuerzas armadas en una guerra que suponían ganar en pocas semanas.
De allí que, en público, el autócrata ruso se muestra particularmente prudente al abordar la cuestión. Una prudencia a la que obligan resoluciones de las Naciones Unidas sobre prohibiciones del comercio de armas con Corea del Norte. Más aún cuando Putin no puede salir de Rusia sin correr riesgos de detención por mandato de la Corte Penal Internacional.
Por tanto, el suministro de municiones norcoreanas para emplear en Ucrania, o bien no ocurrirá y será solo un elemento de propaganda, o bien sí ocurrirá, pero nunca será admitido públicamente.
Todo indica que la guerra que ya lleva 19 meses de duración se prolongará en el tiempo. Por un lado, Putin no tiene forma de salir de ella sin admitir su fracaso. En frente, en Ucrania, la dificultad es aún mayor si no son obtenidos resultados de recuperación territorial.
El momento actual es crucial. Así lo entiende el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, general Mark Milley. Según su opinión, a la contraofensiva ucraniana le restan entre 30 y 45 días para alcanzar el Mar de Azov, que baña una parte de la península de Crimea. Después, el invierno, la nieve y el barro complicarán cualquier avance.
Nadie puede decir que la contraofensiva va mal. Eso sí, avanza de manera más lenta que lo deseado. De las tres líneas de defensa que los ingenieros militares del Ejército rusos construyeron en el frente, la primera fue embestida con éxito por las tropas ucranianas.
La segunda fue alcanzada ya en algunos puntos como la aldea de Robotyne en el oblast –provincia- de Zaporijia, ocupada por los rusos. La tercera parece un objetivo aún lejano.
Desde el 05 de junio de 2023, cuando la contraofensiva dio comienzo, los progresos ucranianos son concretos, pero extremadamente laboriosos. El avance, según observadores, gira en torno al kilómetro semanal. Las defensas rusas consisten en campos de minas, trincheras fortificadas y miles “dientes de dragón”, como son denominados los dispositivos anti tanques.
Tácticas
La segunda línea de defensa rusa, denominada “línea Surovikin” por el general ruso que la imaginó y propuso originalmente, fue hasta aquí exitosa. Detuvo, y originó grandes pérdidas, a los blindados ucranianos que intentaron perforarla.
Pero, no alcanzó para hacer fracasar la contraofensiva. Y es que los planificadores militares ucranianos reaccionaron en consecuencia y cambiaron las tácticas de avance. Dejaron de lado los manuales de guerra occidentales que ponderan la utilización de unidades de caballería blindada y recurrieron a los pequeños destacamentos de infantería.
Fue un éxito, pero un éxito por demás lento. Obviamente, no es lo mismo en materia de rapidez de avance, una perforación de líneas de defensa con blindados que igual tarea con unidades móviles reducidas de combatientes de “a pie”.
No debe extrañar, entonces, que el objetivo de alcanzar el Mar de Azov, distante a 80 kilómetros del frente, resulte muy difícil de lograr con un promedio de avance diario de un kilómetro antes de la “rasputitsa”, la estación de lluvias que transforma el campo en un lodazal.
La planificación guerrera de Ucrania actual consiste en cortar el istmo que une a la península de Crimea con el resto del territorio nacional. De lograrlo, el Ejército rodearía a los militares rusos, tanto en Crimea misma como en la vecina Zaporijia.
No deja de ser realista imaginar que el avance ucraniano, respaldado por el equipamiento bélico occidental, corone con éxito su ofensiva. El interrogante planteado pasa a ser entonces, cuándo.
A juzgar por los dichos del jefe de la Inteligencia ucraniana, “los combates continuarán. La rasputitsa no frenará la avanzada. Será más difícil, pero la contraofensiva no se detendrá”. Es que detenerla, implica dar tiempo a las tropas de Putin para reforzarse, por ejemplo, con municiones norcoreanas.
Claro que, si el clima complica el avance, también complica la defensa. Particularmente, en materia de abastecimientos. De allí, que la planificación ucraniana contempla el ataque con misiles sobre depósitos de municiones, nudos ferroviarios y puentes ruteros. Si logra éxito, las tropas rusas deberán replegarse a los efectos de ser abastecidas.
Para ello, la probable provisión de misiles norteamericanos ATACMS que mencionan los medios informativos de los Estados Unidos, posibilitaría alcanzar el objetivo. Se trata de una ampliación de envergadura del radio de acción en materia de distancia.
Mientras que los lanza cohetes Himars, utilizados actualmente, alcanzan entre 70 y 80 kilómetros, los ATACMS tienen un rango de 300 kilómetros, con capacidad, por tanto, de atacar un sinnúmero mayor de objetivos, tanto en los territorios ocupados como en Rusia misma.
Según los expertos en defensa, los arsenales norteamericanos cuentan con miles de piezas ATACMS. Si los ATACMS posibilitan el mantenimiento de la contraofensiva durante la rasputitsa, el invierno inmediato posterior helará los terrenos y permitirá un retorno al avance con unidades blindadas.
Con todo, aún si los objetivos son alcanzados, la guerra será larga y penosa. Ninguno de los contendientes parece estar en condiciones de asegurar una victoria y ninguno está en condiciones de detener el enfrentamiento. Casi con certeza, 2024 será otro año de combates.
Diplomacia
Si la guerra sobre el terreno, aunque de manera lenta, se inclina a favor de Ucrania, no pasa lo mismo en la diplomacia. Allí, la administración del presidente Volodymyr Zelenski cosecha triunfos dentro del mundo desarrollado occidental pero casi puras derrotas a la hora de encontrar amigos al sur del globo terráqueo.
Por el hemisferio norte desarrollado coexisten las buenas con las no tanto. Por el lado de las buenas, el apoyo bélico de occidente no frena, ni disminuye. El suministro de armas mejora a medida que pasa el tiempo.
Así, Alemania discute la provisión de misiles Taurus de vuelo a baja altura y, por tanto, difíciles de detectar para la defensa rusa. De su lado, Estados Unidos prestó acuerdo para la entrega de aviones F16 por parte de Dinamarca y los Países Bajos. A su vez, Grecia tomará a su cargo el entrenamiento de los pilotos ucranianos destinados a los F16.
Si el sostenimiento bélico de Occidente a Ucrania no solo sigue firme, no ocurre lo mismo con la relación política. Nadie con excepción de los polacos y los bálticos –Estonia, Letonia y Lituania- habla de incorporar a Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN.
Nadie, tampoco, milita por su asociación dentro de la Unión Europea. Nadie, en suma, –salvo los citados- quiere llevar las cosas más allá y ofrecer excusa a Rusia para que califique cualquier acción al respecto como un acto de guerra.
Todavía para los gobiernos y para las opiniones públicas de los países occidentales es posible convivir con la Rusia de Putin, por más agresividad que muestre. Fue la pasividad occidental la causa que hizo creer al autócrata ruso que su accionar nunca sería limitado. Ocurrió y ocurre en Siria, en Libia, en República Centroafricana, en Mali, en Níger.
Pero donde francamente la diplomacia ucraniana hace agua es en el sur. Allí, nadie –salvo honrosas excepciones- condena a Rusia. Nadie habla de invasión. Casi todos miran para el costado a la hora de mencionar soberanía, intangibilidad de las fronteras o el derecho a la integridad territorial.
Algunos bien pensados creen que se trata de ideología, de lucha anti imperialista, de un mundo multipolar, etcétera. En rigor y en la casi totalidad de los casos, los gobiernos que no condenan la invasión es porque sienten una identificación con la Rusia de Putin.
No es una identificación de intereses comunes o de pensamiento común. Aquello que los une es lo que no se dice, al menos, en voz alta. Es el autoritarismo. Es el populismo. Es la corrupción. Es la impunidad.
Cualquier aprendiz de dictadorzuelo, cualquier futuro autócrata, cualquier autoritario, en cualquier lugar del mundo, sabe que Putin no le reclamará nada. Que lo apoyará. Que no reparará en violaciones de los derechos humanos o en la supresión del estado de derecho.
Y entonces poco importa si Zelenski representa la legalidad, la democracia, la legitimidad, la soberanía. Poco importa si Putin es el agresor. Es el espejo en el que mirarse.
Corrupción
No fue sorpresivo, pero casi. El 03 de setiembre de 2023, al anochecer, el presidente Volodymyr Zelenski despidió al ministro de Defensa Oleksii Reznikov. Las causas no deben buscarse en los resultados militares de la guerra provocada por la invasión rusa. La razón del despido proviene de una “vieja enfermedad” ucraniana: la corrupción.
Sin dejar de reconocer que el ministro encabezó la resistencia y la actual contraofensiva ucraniana durante 550 días, Zelenski lo licenció debido a la sucesión de escándalos que, si bien no lo afectaban directamente, visualizaban a sus subordinados, a los que Reznikov se negaba a reemplazar.
¿De qué hablamos? De comisiones. Sobre la compra de ropa invernal para las tropas. Sobre la importación de municiones. Sobre productos alimenticios para el Ejército. Sobre material médico.
Reznikov no era cualquiera. Abogado de profesión, gozaba de la confianza de sus pares occidentales, detalle no menor dada la dependencia ucraniana del exterior para la provisión de armamento sofisticado esencial para combatir a los rusos.
Junto a la caída de Reznikov, se produce la del multimillonario e influyente personaje político Ilhor Kolomoisky, detenido por cargos de fraude y blanqueo de dinero. Como es costumbre actualmente, el rico Kolomoisky sumaba en su haber bancos, medios de comunicación, petróleo y metalurgia.
Pero, sobre todo, fue alguien que apostó, con su estación de televisión, a la elección del actual presidente Zelenski. Cierto es que el ex comediante Zelenski siempre negó cualquier influencia del banquero, petrolero, metalúrgico, comunicador Kolomoisky pero hasta la detención y la acusación judicial, las dudas afectaban a la confianza popular en el presidente.
Zelenski siempre dijo que borraría las influencias de los “oligarcas”, enriquecidos tras la caída de la Unión Soviética, sobre la política ucraniana. Lo de Kolomoisky parece demostrar que hablaba en serio.
Volvamos al Ministerio de Defensa. El candidato original del presidente para el reemplazo de Reznicov fue el actual jefe de los servicios de inteligencia Kyrylo Budanov, joven, ambicioso y eficiente. Pero Budanov rechazó el ofrecimiento. Aparentemente, no quiso mezclar su ascendente carrera política con un ministerio donde reinaba la corrupción.
El presidente, desairado, tomó su tiempo para designar al reemplazante al frente de la cartera de Defensa. Finalmente, dio un golpe casi geopolítico. Designó a Rustem Umierov, un ex opositor, hasta ese momento director del Fondo de Bienes del Estado ucraniano.
Umierov dejó de ser opositor cuando Putin inició la invasión a Ucrania. Se acercó entonces al presidente. Acompañó a Olena Zelenska, la primera dama en un viaje al exterior para recabar fondos y formó parte del Consejo de Seguridad y Defensa del país, encargado de trazar una estrategia de reconquista, luego que Rusia ocupó la península de Crimea.
¿Dónde reside el aspecto estratégico del nombramiento de Umierov? En su condición étnica de tártaro de Crimea. Los tártaros de Crimea fueron expulsados, en 1944, de sus hogares en la península por un decreto del dictador Josef Stalin. Razón: su colaboración con el invasor alemán. Algo que se repitió con todos los pueblos que intentaron sacudir el yugo bolchevique.
La expulsión totalizó alrededor de 240 mil tártaros, distribuidos en otras “repúblicas” soviéticas, principalmente, el actual Uzbekistán. En la operación, perdió la vida el 45 por ciento de los deportados. Hasta la década de 1980, los tártaros no fueron autorizados a reingresar a Crimea.
Para la enorme mayoría de ellos, Rusia es sinónimo de dominación. En otras palabras, de imperialismo. Sintieron alivio cuando en la disolución de la Unión Soviética, Crimea quedó bajo soberanía ucraniana. Perdieron el alivio con la invasión rusa en 2014. Totalizan el 12,1 por ciento de la población actual de la península.
Umierov no es solo él. Es la representación de uno de los pueblos sometidos. A tal punto que, en 2015, la Rada –parlamento- de Ucrania reconoció al “Surgunlik” –el exilio forzoso de los Tártaros en 2014- como genocidio y la Saeima –también parlamento- de Letonia hizo lo mismo en 2019. El presidente Zelenski ahora cuenta con un aliado interior para reconquistar Crimea.
INT/ag.luisdomenianni.vfn/tp.