domingo 28 abril 2024

Cuaderno de opiniones. “Argentina no se cambia a los gritos, sino con programas, equipos y mayorías”

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Por Dr. Jorge Enríquez(*)*****

Nadie esperaba que Javier Milei obtuviera un caudal de votos que convirtiera a su partido en el más votado, con un 29,86 %, aunque con una mínima diferencia de un punto respecto a Juntos por el Cambio, que obtuvo el 28%. El escenario de tres tercios, que algunos habían anunciado hace unos meses, pero que parecía poco probable luego de varias elecciones provinciales, se concretó finalmente. Javier Milei pasó a ser lo que pocos hubieran imaginado: un candidato competitivo para la presidencia.

Las primeras encuestas posteriores a las PASO arrojan, siempre claro está con la pobre fiabilidad que las mismas vienen exhibiendo desde hace varias elecciones, que, como se esperaba, por el efecto triunfalista, Javier Milei habría subido un puñado de puntos, que, de todos modos todavía lo encontraría muy lejos del 40%. Empero, dado que ahora se podría dar alguna posibilidad que, hipotéticamente, ganara las elecciones, es necesario que nos preguntemos cómo podría gobernar.

La pregunta es pertinente porque en una muy remota presidencia de Javier Milei, éste no contaría más que con bloques parlamentarios muy minoritarios en ambas Cámaras del Congreso. Tanto él como algunos de los principales candidatos de su embrionario partido han sugerido que superarán ese inconveniente mediante consultas populares. Es probable que en la vorágine de la campaña electoral no hayan tenido tiempo de leer la Constitución Nacional. De haberlo hecho, se habrían topado con el artículo 40, que al regular las consultas populares vinculantes determina que se puede someter a ellas un proyecto de ley sólo por iniciativa de la Cámara de Diputados.

Es decir que se necesita igualmente una mayoría en esa Cámara. Es verdad que también el artículo 40 prevé la posibilidad de consultas no vinculantes que pueden convocar el Congreso o el presidente de la Nación “dentro de sus respectivas competencias”, pero en tal caso el resultado no es obligatorio. Como mucho, puede ser un indicador de la opinión de la ciudadanía sobre determinados temas. Por lo demás, las consultas están previstas para ciertas cuestiones específicas y no como un modo normal de gobernar. El principio general sigue siendo que nuestra forma de gobierno es representativa (Art. 22 CN).

Otra tentación para Milei sería apelar de manera constante al dictado de decretos de necesidad y urgencia. Sin embargo, estas disposiciones legislativas están admitidas en la Constitución, luego de la reforma de 1994, solamente “cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios” previstos para la sanción de las leyes. La regla es que, fuera de esos casos, tales disposiciones son nulas de nulidad absoluta e insanable (art. 99, inc. 3 CN).

Claro que, frente a tales dificultades, Javier Milei podría negociar las leyes con los bloques opositores y encontrar fórmulas de consenso. Pero esa predisposición, natural en cualquier democracia avanzada, entraría en conflicto con la imagen artificiosa que proyecta sobre sus votantes, quienes valoran en él una supuesta intransigencia, un rígido principio y un férreo desdén por la “casta”, como llama a todos los que no comparten su pensamiento. Más que una doctrina económica, lo que atrae a algunas personas de Milei es su postura anti política y antisistema.

Sin ella, sin sus gritos y gestos destemplados, Javier Milei no tiene mucho más para ofrecer: pasaría a ser él mismo uno más de la “casta” y, en el peor de los sentidos, por sus vínculos con el capitalismo prebendario, y con el Partido Justicialista, con Sergio Massa a la cabeza. En resumen si el economista deja de tener esa postura inflexible contra una supuesta “casta” y negocia, pierde el atractivo que tiene para sus votantes; y si no lo hace no puede gobernar.

Por cierto que el adversario de Juntos por el Cambio, la principal fuerza política opositora así constituida no es Javier Milei, sino Sergio Massa y, por supuesto, el kirchnerismo. Alguna de las ideas de Javier Milei como la necesidad de fomentar la libertad económica, reducir el gasto público y las regulaciones burocráticas impuestas por un Estado paquidérmico e ineficiente, atraer inversiones y destrabar los cepos estatales sobre la economía, para que la iniciativa privada, única generadora de empleo genuino, desarrolle todo su potencial son tan necesarias y urgentes que, obviamente, las compartimos. Pero la diferencia sustancial está en el cómo y en el quién, porque esas políticas requieren la consolidación de las instituciones y las reglas, todo lo opuesto a liderazgos mesiánicos; mayorías parlamentarias y equipos de profesionales que lleven a cabo las metas impuestas.

Por eso, el cambio que propone Javier Milei es puramente retórico y vocinglero. No tendría la fuerza política para llevar a cabo ninguna transformación profunda y permanente. Quien sí dispone de esa fuerza, de convicción, coraje y sólidos equipos para dejar de una buena vez atrás al populismo es Patricia Bullrich. No tengo dudas de que el voto de protesta de muchos argentinos en las PASO mutará en un voto constructivo en las elecciones generales de octubre, esas que son elecciones en serio, en las que se pondrá verdaderamente en juego el destino del país.

(*)Presidente Asociación Civil Justa Causa; ex Diputado Nacional, JxC, PRO

P/ag.jorgeenríquez.vfn/rp.

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