Por Luis Domenianni*****
No quedó claro. La inteligencia militar de los Estados Unidos pone en duda -si bien se trata de un informe preliminar- la eficacia de los bombardeos norteamericanos sobre las instalaciones nucleares iraníes de Fordo, Natanz e Ispahán.
El informe, publicado por la cadena CNN y luego confirmado por el New York Times, indica que nada permite inferir que los sitios subterráneos de Fordo y de Natanz fueron “aniquilados”. No así en Ispahán donde la instalación para la conversión de uranio gaseoso en uranio metalífero parece haber desaparecido.
De allí que surjan los rumores acerca del resultado del bombardeo estadounidense: el programa nuclear iraní solo sufriría un retraso de algunos meses. Por otro lado, nadie conoce el destino de los aproximadamente 400 kilogramos de uranio enriquecido que habría sido ocultado en sitios secretos.
Ante los rumores, la Casa Blanca contestó con celeridad. Dio a conocer un informe de la Comisión Israelí de Energía Atómica que habla de un retraso de años, convertido por Trump en decenios al hablar en la reunión de la OTAN.
Como para no variar acerca de sus habituales contradicciones, el presidente Donald Trump a un tiempo, habló de rendición condicional; a otro, anunció un próximo diálogo semanal con Irán. Pero Irán no responde al convite. Con excepción hecha de las arengas triunfalistas de su jefe, el ayatola Alí Khamenei.
Casi como a propósito para desubicar a medio mundo -o a mundo y medio- Trump dijo que “me burlo del hecho que tengamos un acuerdo o no”. En perdonavidas, el presidente dijo que había evitado la muerte de Khamenei, ya que conocían su “escondite”.
La respuesta iraní fue inquietante. La pronunció el almirante Alí Shamkhani. Dijo “aún suponiendo la destrucción completa de los sitios nucleares, el partido no finalizó, porque los materiales enriquecidos, los conocimientos adquiridos y la voluntad política continúan intactos”.
Algunos expertos internacionales afirman que si Irán busca capacidad nuclear militar, en cinco meses la obtendría, a pesar de los daños producidos por los bombardeos.
La voluntad es la clave a tener en cuenta. Y la voluntad difícilmente será otra que intentar dominar Medio Oriente a partir de la eliminación física del Estado de Israel. Con la actual teocracia en el poder, claro.
De allí que para los gobernantes del país judío se trate de un sabor amargo el resultado de la guerra relámpago. El primer ministro Benjamin Netanyahu lo sabe bien. Las adulaciones que recibió de Trump no fueron otra cosa que una disculpa encubierta por haber precipitado el fin de la guerra.
De acá en más, en términos políticos, es posible que Irán no permita más inspecciones de la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA). Inclusive que la teocracia gobernante decida abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear.
De cualquier forma, permitir la continuidad de un régimen terrorista que bien puede dotarse de un arma nuclear significará, para buena parte de la población iraní, más dictadura, más represión, menos derechos humanos, menos libertad. Para la población israelí, vivir con angustia.
Gaza
Es, cuando menos, curioso. Israel recibe apoyo incondicional de Estados Unidos en aquellas cuestiones donde el gobierno israelí cuenta con muy pocos avales entre los países con tradiciones democráticas, liberales y de respeto por los derechos humanos.
Por el contrario, el apoyo es menos amplio en otros temas donde las amenazas sobre el estado judío son de mayor cuantía. Como es la cuestión iraní.
Así, Estados Unidos apoya sin fisuras la combatividad israelí en la Franja de Gaza, más allá de los miles de civiles palestinos muertos y del peligro para la vida de los pocos rehenes aún sobrevivientes.
Pero todo tiene un límite. Y ese límite es la voluntad de Donald Trump de ganar el Premio Nobel de la Paz. Bajo ese encuadre es que Trump grita victoria sobre Irán y también bajo ese encuadre negocia un cese el fuego entre Hamas e Israel junto a un reconocimiento para Israel por parte de Arabia Saudita y Siria.
Y el punto de inflexión es, una vez más, Gaza. Allí, ninguno de los dos objetivos fijados por Israel fue alcanzado. Ni el Hamas fue vencido, ni los pocos rehenes que aún quedan en vida fueron liberados. Trump imagina que alcanzará el Nobel si logra la paz en Gaza.
Para ello, se ajusta a objetivos de mínima. No se trata de terminar con la teocracia terrorista que gobierna Irán, ni siquiera de acabar con su plan nuclear. Tampoco de una paz definitiva con la creación de un estado palestino. Se trata de sentar a la mesa a un Irán y a un Hamás golpeados para que acepten una “pax trumpiana”.
Según los negociadores del Hamas, la organización estaría dispuesta a abandonar el gobierno de Gaza, pero no la militarización del movimiento. Argumentan que sería el fin de la resistencia palestina frente a Israel.
La actitud norteamericana y el belicismo israelí en Gaza llevaron al endurecimiento de Arabia Saudita en su posición a favor de la creación de un estado palestino.
También aquí funcionan los “egos”. El príncipe heredero saudita, Mohamed Ben Salman, pretende pasar a la historia como quien gracias a él fue establecido el estado palestino.
Distinto es el caso de Siria. Allí se dan conversaciones directas con negociadores israelíes. Para el presidente de transición Ahmed Al-Charaa se trata de alcanzar acuerdos sobre la soberanía en la Meseta del Golán y sobre la banda fronteriza en el sur, ambas ocupadas por Israel. Aquí es posible imaginar un buen acuerdo.
Ucrania
El tercer frente sobre el que el presidente Trump afianzaba sus pretensiones de Nobel es Ucrania. Ante la intransigencia de su colega ruso Vladimir Putin de establecer un alto el fuego, el estadounidense parece haber avanzado en un desentendimiento sobre el conflicto.
Ya pasaron cuatro meses de negociaciones que no alcanzaron resultado alguno. Desde esta perspectiva, no hay Nobel a mano. Trump asegura que Putin lo llamó para ofrecerle ayuda con Irán y que le respondió “no necesito ayuda con Irán, sino con usted mismo”.
En enero de 2025, Putin firmó junto con el presidente iraní Masud Pezeshkian una asociación estratégica que contempla diversos ítems de colaboración militar pero no incluye una cláusula de asistencia mutua en caso de ataque contra cualquiera de los firmantes.
¿Qué rol cupo a Rusia durante y después de la guerra de 12 días entre su aliado Irán con sus enemigos Estados Unidos e Israel? Pues, ninguno. Hoy Rusia está más aislada que nunca, con un Trump enojado, una Ucrania que combate y con una voluntad de aumento de los presupuestos para defensa en la OTAN.
Preocupado, Putin da signos de buena voluntad. La liberación del opositor bielorruso Serguei Tsikhanovski es uno de ellos. Purgaba dieciocho años de prisión tras su arresto poco antes de la elección presidencial en la que pretendía competir contra el autócrata Alexandre Lukachenko.
Según la portavoz del gobierno, la liberación de trece prisioneros fue decidida “a pedido del presidente de los Estados Unidos”. Otra vez, Trump. Bielorrusia aparece como una vía indirecta para tratar de alcanzar el cese el fuego entre Rusia y Ucrania.
Lukachenko consigue así romper el aislamiento sin renunciar a su alianza con Rusia, ni a modificar la represión feroz contra cualquier voz disonante. Su objetivo es un reconocimiento por parte de la comunidad internacional de la legitimidad de su mandato tras las escandalosamente fraudulentas elecciones de enero 2025.
Dos antecedentes a tener en cuenta. En Minsk, la capital bielorrusa, se llevaron a cabo las anteriores negociaciones de 2014 y 2015 tras la anterior invasión rusa a Ucrania. Y, desde Bielorrusia, dio comienzo la actual agresión rusa.
Para adelante, Bielorrusia y Rusia llevarán a cabo ejercicios militares conjuntos con la participación de 13 mil soldados. Ahora, Lukachenko redujo ese total a la mitad y ubicó los ejercicios lejos de la frontera con Ucrania.
INT/ag.luisdomenianni.vfn/rp.