Por Isabel de EstradaCapítulo tres. Dulcinea era diabética, y por añadidura, ciega. Dos veces al día la inyectábamos con insulina. Su flacura era extrema, pero lentamente reconocía las voces y empezaba a manejarse sola. Era una dulzura. Ante cualquier...
Por Isabel de EstradaEl cuero de Dulcinea estaba pegado a sus costillas y mirándola se podía adivinar el esqueleto perfecto de un galgo. No tenía fuerzas para levantarse y estaba completamente deshidratada. Además sus ojos estaban cubiertos...
Por Isabel de EstradaEra una tarde como tantas. Mi mente vagaba por algún lugar, intentando terminar una historia al abrigo de la chimenea, cuando recibí una imagen en el teléfono con un desesperado pedido de auxilio, que...