jueves 28 marzo 2024

Cuaderno de opiniones. El día que Dulcinea volvió con nosotros

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Por Isabel de Estrada
Capítulo tres. Dulcinea era diabética, y por añadidura, ciega. Dos veces al día la inyectábamos con insulina. Su flacura era extrema, pero lentamente reconocía las voces y empezaba a manejarse sola. Era una dulzura.

Ante cualquier expresión de cariño, giraba la cola en redondo, como la hélice de un helicóptero! Su recuperación sería lenta. Debíamos revertir una entera vida de abandono y maltrato. Cada día era un pequeño progreso y su cuerpo se aflojaba, se flexibilizaba. Ella reconocía nuevos espacios. Olfateaba. Cada tanto se encontraba con alguna sorpresa en el camino, y volvía a empezar.

Así estaba Dulcinea, con achaques, costillas a la vista, y dos estrellitas que brillaban en el centro de los ojos, delatando una instalada diabetes. Dulcinea rescatada de las aguas…

Llegó la primavera, y todo fue más fácil para los habitantes de “Los Galgos”, también para ella, que pasaba horas sobre el piso de baldosas, fresca, respirando tranquila y estirándose de placer.

Pero ya más entrada la primavera, empezaron las lluvias. Y los caminos, se transformaron rápidamente en ríos. Y llegar hasta el asfalto era una proeza.

Y una tardecita, en la que el sol peleaba con las nubes por ganar su espacio, Dulcinea corrió. Corrió para reunirse con nosotros, corrió por primera vez. Corrió en círculos, como suelen hacer los galgos cuando no pueden más de felicidad.

Al día siguiente debíamos ir al veterinario. Ya era tarde cuando salimos. A pesar de la vieja Ford, contuvimos la respiración hasta pisar el asfalto. Las curvas bamboleaban la frágil figura de Dulcinea de un lado para el otro, mientras mi compañero manejaba concentrado, y yo intentaba sostenerla como podía. La visita al veterinario valió la pena. A pesar de que no se había recuperado del todo de su flacura, Dulcinea mejoraba lentamente. Los años que tendría, muchos, eran difíciles de calcular.

Tomamos el camino de vuelta, felices. A medida que avanzábamos, ya de noche, el camino se complicaba. Finalmente, luego de infinitas coleadas, terminamos en la zanja. Noche, humedad, agua y Dulcinea! Que hacer? Estábamos a siete kilómetros de “Los Galgos”, adonde vivíamos. Nosotros podíamos caminar, pero Dulcinea, a pesar de su recuperación, no llegaría… En medio de la noche tres palmadas sonaron en medio del silencio en la tranquera más cercana, iluminada por una tenue luz. Dulcinea quedó allí abrigada y lista para pasar la noche.

Al día siguiente recuperamos a nuestra galguita y a la camioneta embarrada. Ella pasó días recostada al sol recuperándose de la aventura. Revoleaba la cola sin siquiera levantarse de tanto que descansaba.

Nos fuimos de viaje cuatro días. Los perros quedaron al cuidado de Lito, nuestra persona de confianza. Pero a la tercera mañana de nuestra ausencia, la cama de Dulcinea amaneció vacía. Adonde estaba? No podía haberse alejado demasiado. Jamás se había movido y era ciega..! Apenas nos avisaron, emprendimos el viaje de vuelta. Era imposible que anduviera lejos. Adonde se había metido Dulcinea?

La buscamos a pie, en auto, a caballo y nuestra galguita ciega había desaparecido como por arte de magia. Todos (los demás perros, que eran 12), nos acompañaban. Pasaron los días y nos declaramos vencidos. Se la había tragado la tierra. Además, sin la insulina diaria era muy probable que se apoderara de ella un gran cansancio y se hubiera refugiado en algún lugar para morir. La frustración, la tristeza y la rabia eran enormes. Rogábamos por un milagro. La habíamos salvado de la muerte una vez. Era injusto, incomprensible.

Eran las siete de la mañana y a través de la ventana vi acercarse la camioneta de nuestro vecino. ¿Qué pasaría? Se detuvo. Señaló el asiento de atrás. Allí estaba ella, inmóvil. La toqué. Respiraba. La había encontrado echadita esa madrugada, en el mismo lugar adonde había dormido la noche en que nos habíamos caído a la zanja.

Dulcinea, en medio de las tinieblas, había sentido nuestra ausencia y había vuelto al lugar en que sabía que volveríamos. Dulcinea.
Isabel de Estrada
Autora: “Perros sin collar”, “Buenos Aires Guau” y “Aullidos en el viento”
www.fundaciónzorba.org
IG/BN/CC/rp.

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