jueves 25 abril 2024

China: “Ya no sobra tanto el dinero para comprar silencios”

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China: “Ya no sobra tanto el dinero para comprar silencios”
El presidente Xi Jinping (67 años de edad, 7 años en el cargo) imaginó para sí mismo un futuro de gloria como consecuencia de una primacía de su país a nivel mundial, alcanzada a través de su guía y de su conducción.

No son pocos dentro del Partido Comunista Chino (PCCh), partido único, quienes consideran a Xi como un nuevo padre de la patria a la altura de un Mao Tsetung, el otrora líder de una revolución china de la que no queda casi nada salvo la dictadura del partido y sus líderes, con Xi a la cabeza.

China: “Ya no sobra tanto el dinero para comprar silencios”
El presidente Xi Jinping (67 años de edad, 7 años en el cargo) imaginó para sí mismo un futuro de gloria como consecuencia de una primacía de su país a nivel mundial, alcanzada a través de su guía y de su conducción.

No son pocos dentro del Partido Comunista Chino (PCCh), partido único, quienes consideran a Xi como un nuevo padre de la patria a la altura de un Mao Tsetung, el otrora líder de una revolución china de la que no queda casi nada salvo la dictadura del partido y sus líderes, con Xi a la cabeza.

Xi, a quien dicha comparación, de momento, lo halaga, presenta dos características distintas del dictador Mao y coincide en otras dos. Coincide, claro, en el férreo control sobre el país y sobre el aparato partidario con tolerancia cero para cualquier disidencia por menor que sea y en la subordinación de los derechos humanos a las razones de Estado, equivalentes a sus propias razones y las del PCCh.

Características distintas son, en cambio, la interpretación del marxismo y la orientación nacionalista que caracteriza la actual política exterior china. Por interpretación del marxismo, debe entenderse la contradictoria incorporación del capitalismo en la economía y en la sociedad, que no deja en pie prácticamente nada de cuanto predicaba el fallecido presidente Mao en la materia, ni Karl Marx, Friedrich Engels o la versión leninista del propio Vladimir Ulianov.

Por orientación nacionalista en política exterior, debe interpretarse la agresividad, inclusive militar, en sus fronteras y mares ribereños, y en la penetración en terceros países, inclusive de otros continentes, a través del empleo de todo tipo de recursos. Algo similar, modernizado, a las políticas de Josif Dzhugashvili, más conocido como camarada Stalin, o de Adolf Hitler, Benito Mussolini o al Japón imperial de la primera mitad del siglo XX.

Dos iniciativas dieron forma a esta orientación nacionalista. La una, de fondo, imaginada como una herramienta geopolítica. La otra, de coyuntura, improvisada ante la pandemia que afectó y afecta al mundo. La primera, la de fondo, es la “Nueva Ruta de la Seda”. La segunda, la coyuntural, es la “Diplomacia de la Máscara”.

El nacionalismo
Poco después de asumir como presidente, Xi dio a conocer su plan estratégico “Nueva Ruta de la Seda”, consistente en el desarrollo de infraestructuras limitadas, al principio, a los países vecinos.

Incluía el tendido de ferrocarriles, gasoductos y oleoductos; la construcción de puertos marítimos; y el desarrollo de un corredor económico que comenzaba en Xi’an, la ciudad desde la que partían la caravanas que recorrían la Ruta de la Seda en la antigüedad y que debía atravesar el Asia central para ingresar a Europa a través de Turquía y Rusia.

Después la iniciativa fue ampliada hasta alcanzar más de 100 países con ramificaciones en África y hasta América Latina. No quedó limitada a infraestructuras, sino que incluyó normas y estándares comerciales, aduanas, tribunales, comercio electrónico, comunicaciones, etcétera.

En su momento la “Nueva Ruta de la Seda” abarcó 41 oleoductos y gasoductos; 199 centrales energéticas de distinto tipo y 203 obras de carreteras, puertos, puentes y líneas de ferrocarril.En términos de comprensión geopolítica, la “Nueva Ruta de la Seda” representaba la lucha por la hegemonía frente al también nacionalismo, pero de característica opuestas –interiores- de los Estados Unidos del presidente Donald Trump.

Tal vez por aquello de “el que mucho abarca poco aprieta” comenzaron a surgir problemas que fueron mermando el entusiasmo inicial.

Por razones económicas, financieras, políticas o de gestión, la desconfianza se fue adueñando de distintos actores. Al principio calificado de nuevo “Plan Marshall” por aquel de los Estados Unidos que ayudó a reconstruir la Europa de posguerra, los estados receptores se fueron alejando a medida que sus respectivas deudas con China iban incrementándose.

Principal diferencia, sin dudas, el Plan Marshall llevaba como correlato la entronización de la democracia y el imperio de la libertad. Todo lo contrario de la “Nueva Ruta de la Seda” que nada pregunta sobre libertades públicas o sobre vigencia de los derechos humanos.

Por el contrario, van quedando en claro los condicionamientos que China impone en mayor o menor medida para quienes más se benefician de la iniciativas. Condicionamientos tales como evitar cualquier crítica sobre derechos humanos en China, o apoyar nombramientos de chinos en puestos internacionales, o aplaudir decisiones favorables en materia de disputas territoriales.

Y faltan definiciones. Por ejemplo ¿Qué significa aquello de “comunidad de destino compartido” que figura en los documentos de la “Nueva Ruta de la Seda”? La respuesta parece ser lo que es: el liderazgo del totalitarismo chino, probablemente no sobre el mundo, pero sí sobre buena parte.

Pérdida de velocidad
Desde aquel lanzamiento del 2013 y desde la cumbre del 2018 que reunió a 29 jefes de Estado y de Gobierno y a 110 delegaciones, la iniciativa fue perdiendo peso. Dificultades de distinto índole en Malasia, Sri Lanka y Pakistán pusieron de manifiesto aquello de que no todo cuanto reluce es oro.

Además, no son pocos los países que ingresaron a la iniciativa pero solo de manera parcial. Japón, por ejemplo, cuestiona todo aquello que no se ajusta a la normativa internacional, los europeos ponen el acento sobre el respeto sobre el medio ambiente, los africanos desconfían de las implicancias políticas.

El muy reciente intercambio, por video conferencia, entre el presidente del Consejo Europeo, el ex primer ministro belga Charles Michel (44 años) y la presidente de la Comisión Europea, la ex ministro de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyden (61 años) con el primer ministro chino Li Keqiang (64 años), primero, y con el propio presidente Xi, después, dejó en claro que “dialogan pero no se convencen”. Todo bien hasta que hay que la conversación gira a los derechos humanos, la deslealtad comercial o la desinformación.

Y en nada ayuda, la agresividad marítima china que enmarca los conflictos en el Mar de la China con Indonesia, Vietnam y las Filipinas, donde las marinas de guerra quedan demasiadas veces frente a frente.

Sin contar las manipulaciones con el coronavirus, China resulta sospechosa ante los ojos de buena parte del mundo. Es que día a día, su “original buena voluntad” se ve reemplazada por su imposición o por su intolerancia. Sobran ejemplos.

A la decisión de la Corte Suprema de Justicia de la provincia canadiense de Columbia Británica sobre la viabilidad del juicio por extradición a Estados Unidos de la directora financiera e hija del fundador de Huawei por acusaciones de fraude con transacciones bancarias para contornear las sanciones norteamericanas sobre Irán, China respondió con la inculpación por espionaje de dos canadienses que visitan con frecuencia Corea del Norte.

Nadie duda que, en Canadá, el poder judicial goza de total independencia. Nadie duda que, en China, pase lo contrario. Mientras la directora financiera de Huawei fue liberada de entrada bajo caución y reside en una suntuosa mansión, los dos canadienses fueron encarcelados durante 18 meses sin acusación de ningún tipo y su acusación formal “recién sobrevino dos semanas después” del fallo de la Columbia Británica.

O los enfrentamientos en la frontera con la India, tras la penetración de tropas chinas en el Ladakh, región budista del Himalaya, vecina del Tibet, bajo soberanía de la India que la China reivindica sin ningún título histórico.

O el espionaje en Bélgica con escuchas a distancia a través de la embajada de Malta, cuyo edificio fue construido y donado por China, o con piratería centrada en el bio-espionaje sobre investigaciones belgas.

O con la discriminación en territorio chino hacia los estudiantes africanos, en particular los provenientes de Nigeria.

O con el ciber-ataque sobre algunos entes públicos australianos luego que el gobierno de ese país pidiese una investigación sobre los orígenes del coronavirus en Wuhan.

La diplomacia de la máscara
La respuesta del gobierno frente al deterioro de la credibilidad internacional de China fue la respuesta coyuntural de “la máscara”.

Primero, ante el problema local del coronavirus, pero luego ante la carencia de mascarillas faciales en Europa y en el Resto del Mundo, sucesivamente, China se lanzó a fabricar máscaras para evitar contagios y a exportarlas a todos los destinos posibles. Fue algo así como un “vieron, nosotros combatimos exitosamente al coronavirus y ahora vamos al socorro de todos los demás que nos necesitan: China es el futuro”.

No salió bien. Es que la desconfianza por el ocultamiento de la pandemia, al principio, y de sus orígenes después, no resulta fácil de olvidar, menos aun cuando el mundo suma ya medio millón de muertos frente a los poco más de 4.600 que contabiliza China. De momento, nadie acusa a China de “crear” el virus ex profeso. Sí, en cambio, las sospechas se acumulan respecto de un accidente con motivo de la manipulación genética relacionada con el SIDA.

La cuestión está lejos de ser inocua. Si China es responsable, aún no voluntaria, de la manipulación viral y, más aun, del ocultamiento inicial, las demandas de particulares lloverán y los gobiernos de los países afectados –en la práctica, todos- deberán hacer causa común con sus ciudadanos. Serán muchos miles de millones de dólares los que estarán en juego.

Y nadie olvida, al respecto, el encarcelamiento durante un mes por la propagación de “falsos rumores” de los 8 primeros médicos que alertaron sobre el coronavirus en Wuhan. El alerta fue emitido en diciembre de 2019, recién el 09 de enero el gobierno chino admitió el contagio de 59 personas y nueve días después informó sobre los dos primeros muertos.

La “diplomacia de la máscara” intentó no solo borrar las huellas iniciales del coronavirus. También persiguió el objetivo de tapar las violaciones a los derechos humanos contra la minoría musulmana uigur en el Sinkiang, el extremo noroeste chino, el avance sobre las libertades y la democracia en Hongkong o el triunfo por demolición de la presidente independentista de Taiwan, Tsai Ing-wen. Sin contar el por ahora aplacado, represión indiscriminada mediante, Tibet.

Derechos humanos, libertades públicas
La denuncia de la organización no gubernamental “Human Right Watch” de enero del corriente año, extremadamente documentada en 650 páginas, resulta elocuente sobre las violaciones a los derechos humanos en toda China, en general, y en el Sinkiang, en particular.


Considera a la ofensiva contra los derechos humanos como la más intensa desde los genocidios de la Segunda Guerra Mundial. Habla de un “Estado policial high tech” y de un “sistema sofisticado en Internet para suprimir las críticas”. Denuncia el empleo de la “influencia económica” para acallar las críticas en el mundo.

El informe debió ser presentado mundialmente en Hongkong, pero las autoridades chinas prohibieron el ingreso a Kenneth Roth, el director ejecutivo de Human Rights Watch.

Precisamente, en Hongkong, la ex colonia británica traspasada a China en 1997 como un territorio autónomo basado en el principio de “un país, dos sistemas” –en este caso, liberal y democrático- que también rige para la ex colonia portuguesa de Macao y que el gobierno chino pretende aplicar en Taiwan.

Solo que, de aquí en más, ya nadie puede creer en la viabilidad genuina de dicha fórmula tras la votación por el Congreso chino de una ley de seguridad para Hongkong que liquida en la práctica todo vestigio de pluralismo y libertad en la ex colonia británica. A lo que se debe agregar el proyecto de ley, al borde de la aprobación, para crear un “órgano de seguridad nacional” en Hongkong.

El todo acompañado por una agresividad mayor frente a Taiwan tanto en el orden militar con presencia permanente de navíos de guerra chinos en el estrecho que separa la isla taiwanesa del continente asiático, como en el veto para que Taiwan ingrese, de una manera u otra, a la Organización Mundial de la Salud, pese al éxito rotundo de esta última para detener y acotar las consecuencias de la pandemia del coronavirus.

Sin olvidar, claro, los disidentes encarcelados que cumplen penas de prisión, sencillamente porque reclaman democracia, libertad y derechos humanos.

Ni la “Nueva Ruta de la Seda”, ni la “Diplomacia de la máscara” pueden disimular el carácter dictatorial y arbitrario del régimen chino, ni su desdén por el Estado de Derecho, las libertades públicas y las garantías individuales.

Menos aún ahora, con una pandemia que representó una caída del 6,8 por ciento del Producto Bruto Interno para el primer trimestre del año y que obligó al salvataje de empresas en peligro de quiebra.

Ya no sobra tanto el dinero para comprar silencios.

Nota:
China se extiende sobre un territorio de 9.596.960 km2, puesto 3 sobre 247 países y territorios dependientes.
Su población es de 1.403.426.000 habitantes, puesto 2 (acaba de ser superada por la India). Densidad 147 habitantes por km2, puesto 85.
Su Producto Bruto Interno, a paridad de poder adquisitivo (PPA) es, según el Fondo Monetario Internacional, de 27 billones 331.166 millones de dólares, puesto 1. El PPA per cápita alcanza los 18.066 dólares anuales, puesto 74.
Su Índice de Desarrollo Humano es, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, de 0,758 puesto 85.

Luis Domenianni
IN/rp.





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