jueves 25 abril 2024

Cuaderno de opiniones: “Un puente demasiado lejos”

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Por Adolfo Stubrin

Me acordé de la película de Richard Attenborough “Un puente demasiado lejos”, filmada en 1977, cuando leí sobre el programa “Acompañar” del Ministerio de Educación de la Nación para afrontar el tremendo lío social, cultural y moral provocado por el cierre de las escuelas durante lo que transcurre de 2020. La ocurrencia surgió a raíz de que propone “Puentes”, además de una serie de acciones comunitarias a las que llama “Cerca”. Tengo que aclarar que aquella historia era sobre la segunda guerra mundial y cuenta una campaña militar para tomar un puente sobre el río Rin que hubiera acelerado la victoria aliada pero que, contrariando los clichés de Hollywood, termina en una contundente derrota. Una libre asociación de ideas, la mía.

Como si no hubieran dejado experiencia las kilométricas comisiones creadas por el Ministro Trotta para generar los protocolos de regreso a las aulas o la de asesoramiento a la evaluación de calidad, esta iniciativa se basa en una mesa de 110 actores, entre las cuales están varios ministerios nacionales y entidades sociales, entre ellas de familiares de víctimas de la represión ilegal de la dictadura. Las tácticas imaginadas son varias, entre ellas pedirles a referentes territoriales que formen equipos que tiendan puentes y acompañen a los niños y niñas que perdieron contacto con la escuela. Pero, adelantándose a las críticas sobre la incompetencia de ese personal, el Ministro, en un alarde de previsión, desplegará personal especializado para acompañar a los acompañadores.

Como lo anterior puede quedar corto se lanza un proyecto de centros comunitarios que aporten su arte, su ciencia, su deporte o su experiencia en el restablecimiento de los vínculos con los chicos que se cayeron del sistema. A dichas entidades se los designa con la sigla CERCA, tal vez sin reparar que además de adverbio de lugar la palabra remite a los muros o tapias que dividen un fundo.

Pero allí no termina la profusa inventiva ministerial: hay también una Mesa Nacional y 24 mesas en cada provincia para transformar la escuela secundaria y garantizar la vuelta de los estudiantes. Si la mejor manera de encaminar una política pública es definir el problema que se quiere solucionar, cuando no se entiende bien cuál es el problema las medidas son como acertijos o, peor todavía, como buscapiés que zigzaguean en busca de no sabemos qué.

A pesar del clamor popular, el Ministerio de Educación Nacional no atina a ver que los sistemas escolares están semi aherrojados, que la vía virtual hizo lo que pudo durante muchos meses pero que son demasiados los niños y jóvenes que quedaron en vilo. Si se quiere dar una respuesta hay que enderezarse a abrir las escuelas lo antes posible para así habilitar a los planteles docentes para que recuperen, intensifiquen y continúen su labor esencial. Si ese es el problema central las tácticas por vía de las organizaciones sociales y sus militantes serán estériles, además de gravosas en varios sentidos. Lo primordial es que la escuela esté abierta y su profesionalidad se esmere en restañar las heridas y en restablecer los vínculos. De nada vale buscar el infinito a la izquierda del cero.

Los sistemas escolares están gobernados y administrados por las provincias y la Ciudad Autónoma. La Constitución Nacional les otorga la responsabilidad de educar a los niños y la Ley de Educación Nacional define los rasgos comunes y el rol de las autoridades nacionales. La prohibición emitida por el presidente de la Nación para el dictado de clases debe cesar. Cada gobernador debe trazar la estrategia adecuada, conforme su conocimiento de la realidad sanitaria, social y cultural. El currículum de cada nivel y modalidad es responsabilidad de cada jurisdicción. Esos son los puentes con que contamos en el país, las autoridades provinciales que están cerca de los docentes y los alumnos y no lejos, como el Ministerio de Educación Nacional, empeñado en la veda escolar y, como se advierte, desorientado sobre como volver a educar con prontitud y sin rodeos.


Sí, es cierto, que el sistema educacional vive una emergencia. Lo más sensato es acudir al Congreso y escuchar los proyectos que los legisladores han presentado para movilizar recursos que pongan en marcha, respalden y fortalezcan a las escuelas, directivos y docentes en la enorme tarea de reparación y contraofensiva cultural que les toca afrontar. Unos pocos lineamientos que reconozcan la situación penosa que caracteriza al 2020 y, complementando la legislación vigente, den las pautas para las inversiones y apoyos técnicos indispensables en la emergencia. Nada parecido a que los dirigentes barriales intercedan con los alumnos que abandonaron, porque eso –más allá de las buenas intenciones- será un zafarrancho que aumentará desigualdades y perjudicará a quienes más apoyo docente necesitan.

Por ejemplo, el epidemiólogo de Harvard Martin Kulldorf se refirió al caso sueco, donde las escuelas permanecieron abiertas. Según él, para saber las consecuencias del Covid 19 en un segmento de población hay que observar a los que estuvieron expuestos al riesgo. Sobre 1.800.000 niños entre 1 y 15 años no hubo ninguna muerte. Apenas unos diez casos tuvieron que internarse en terapia intensiva, por lo que fue menos severo que una temporada normal de gripe. En cuanto a los docentes, el promedio de casos, siempre por contagio entre colegas, es igual al de otras profesiones comparables. En cuanto a los niños, corren un riesgo muy inferior al de los mayores de 60 o más años. Las diferentes tasas de mortalidad por edad que presenta el virus es la clave principal para enfrentarlo.

No cabe decir que Kulldorf es dueño de la verdad y los demás expertos la ocultan. Pero, lo cierto es que las afirmaciones basadas en evidencia científica debieran ser consideradas por los tomadores de decisiones; de ellos esperamos que sean prudentes y que nos cuiden pero también que no infundan miedos innecesarios y que sean estratégicos para combatir la enfermedad. Los daños derivados del cierre de las escuelas durante un año entero son enormes y será difícil contrarrestarlos. Entre tanto, los gremios docentes argentinos denuncian a las autoridades de distrito como “anti cuarentena” cada vez que se atreven a programar retornos cautelosos a la presencialidad, es decir que el cierre a cal y canto es, según ellos, la única opción que aceptarán como legítima.

Sin embargo, en el campo sindical se abren fisuras. En días recientes la Asociación del Magisterio de la Enseñanza Técnica que tenía hasta hace poco una posición rígida, acepta que el problema de los chicos desconectados tiene que reconocerse y enfrentarse. Esa asociación gremial se inclina a apoyar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en sus intentos de restablecer gradualmente la presencialidad, al aire libre o en los gabinetes informáticos con pocos chicos en cada aula. Tal vez gravite en la docencia técnica la conciencia de que la formación práctica no puede dictarse por internet, porque requiere al maestro y a los aprendices juntos en el taller. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la formación docente o con las instancias decisivas de la alfabetización infantil.

Un debate de este tipo no es trivial. Ya en el siglo XIX, después de las tres décadas en que J. M. de Rosas canceló todo fomento a la ilustración del pueblo, J. B. Alberdi y D. F. Sarmiento, los dos grandes intelectuales liberales, se vieron envueltos en un contrapunto político intenso en torno a la escolarización. Sin perjuicio de sus coincidencias en materia inmigratoria o republicana, diferían mucho en la estrategia educacional. Alberdi pensaba que la inmigración, el ferrocarril y las leyes iban a ejercer por su propio peso un papel pedagógico sobre la población. A ese efecto, proponía la Educación de las cosas. Con su proverbial optimismo pedagógico, Sarmiento, en cambio, jerarquizaba la educación y en especial la común, es decir la que recibirían todos los niños de una generación por igual. Para él un sistema escolar obligatorio y universal era irreemplazable.

Por fortuna, Sarmiento llegó a la presidencia de la Nación y en este punto sus ideas se impusieron sobre las de su talentoso contrincante. Así fue como la Argentina se adelantó a muchos países en materia de educación popular. Pero, las fantasías o las quimeras acerca de una educación sin escuelas volvieron a tener mucho peso hace pocas décadas y todavía laten en algunos círculos. Es muy conocido en ciencias de la educación el pensador austríaco Iván Illich, que en 1971 sedujo a mucha gente con su libro “La sociedad desescolarizada”, donde sostenía que las escuelas eran el lugar equivocado para obtener educación. Illich recomendaba «tramas educacionales que aumenten la oportunidad para que cada cual transforme cada momento de su vida en un momento de aprendizaje.”

No quiero ser provocativo, pero pregunto si algunas líneas de política que veteranos expertos impulsan en la Argentina de hoy no están inspiradas en juveniles devaneos sobre prescindir de la escuela, la pedagogía profesional y las secuencias curriculares. Casi seguro que los creadores de estas estrategias no reconocerían esta filiación intelectual pero tal vez especulen con que la pandemia ofrece la ocasión para promover un aprendizaje libre, casi anárquico, sin disciplina y sin método alguno. Por mi parte, con la cabeza fría, vuelvo a la metáfora del comienzo: no hace falta montar maniobras desesperadas ni misiones imposibles. En lugar de asaltar puentes lejanos recomiendo que transitemos los puentes disponibles y cercanos: las escuelas, que es fácil habilitar para que nuestros niños vuelvan a arrancar con la guía de sus profesores por la ruta crítica del conocimiento.
Por Adolfo Stubrin, Santa Fe, 21 de setiembre de 2020
P/BN/CC/rp.

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