jueves 18 abril 2024

Bielorrusia, el autócrata que asumió en secreto, con el ruido de masivos rechazos

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Por Luis Domenianni
Hasta el domingo 09 de agosto del 2020, todo marchaba bien para el autócrata bielorruso Alexandr Lukachenko (66 años). Ese día, votó temprano en Minsk, la ciudad capital de Bielorrusia, al igual que unos cuantos millones de conciudadanos. Todos o casi todos resignados ante un eventual nuevo triunfo electoral de quién gobierna el país desde 1994.

No fue así. Esa noche, una encuesta oficial atribuía 79,7 por ciento de votos para el presidente Lukachenko frente a un mísero 6,8 por ciento para la oposición unida tras la novel Svetlana Tijanovskaya (38 años). Fue la gota que abrió el paso a la catarata. Es que se trató del burdo fraude con ribetes de las épocas comunistas cuando los líderes hacían a la “unanimidad” de los pueblos.

¿Qué cambió? Sencillamente que la gente salió a la calle. No es improbable que, sin fraude, Lukachenko hubiese retenido el poder. O, mejor dicho, un trozo del poder como corresponde a las democracias liberales en la gran mayoría de los países desarrollados. Pero, el apetito de poder pudo más. Lukachenko quiso todo y ahora debe luchar con alma y vida para aferrarse, con debilidad manifiesta a una continuidad cuestionada.

El previsible hartazgo de los bielorrusos cobró forma paulatinamente a partir de junio último, cuando la policía del autócrata comenzó a detener opositores. Entre ellos varios probables candidatos presidenciales.

Desde el diplomático Valeri Tsepkalo (55 años), pasando por el banquero Viktor Barbaryko (56 años), hasta el bloguero Serguei Tijanovski (42 años), sin olvidar al ex candidato presidencial Mikola Statkevich (64 años), todos fueron perseguidos por el régimen sesenta días antes de las elecciones.

A Tsepkalo no le reconocieron como válidos los avales para su candidatura y debió exiliarse en Rusia. Con Barbaryko, el de más chances, no se anduvieron con vueltas y lo encarcelaron –al momento, continúa preso-. Tijanovski fue también a parar en la cárcel dos días después que anunció su postulación para la presidencia. Por último, Statkevich quién fue el primero en caer, vio prolongada, en dos oportunidades, su pena de 15 días de prisión por participación en una manifestación no autorizada.

Claro que, con tanto opositor preso, la elección no conservaba siquiera una mínima fachada de justa y libre como califica la Unión Europea que, dicho sea de paso, por el pasado cuestionó las tres reelecciones anteriores del presidente Luckachenko y que ahora, junto con Estados Unidos y Canadá no reconocen la presente, ni a Aleksandr Lukachenko como presidente.
Alguien, por tanto, debía ser autorizado. En la medida de lo posible, alguien que representara poco. Que no fuese muy conocido. Que significase un interrogante.

Frente a ello, la oposición se jugó. Primero, en la unidad. Segundo, en una candidatura común.

Fue el gran fracaso de Lukachenko. Represión de quienes protestaban, prisión de los principales opositores y rechazo de candidaturas surtieron, como efecto, una oposición más solidaria, más organizada y más imaginativa.

Todos los equipos opositores quedaron unificados bajo el comando de un trípode que conformaban las tres mujeres, la de Tsepkalo, la de Tijanovski y una asociada de Barbaryko. De las tres, Svetlana, la de Tijanovski resultó, finalmente, la candidata.

Difícil explicar la razón por la que Lukachenko dejó pasar la candidatura de Tijanovskaya –femenino de Tijanovski, como se usa en Bielorrusia-. Casi con certeza por subestimación. Una subestimación que se vería cuantificada en el resultado final.

Posiblemente, la oposición tampoco imaginó ganar. El objetivo consistía en aprovechar los 20 días previos a la elección con movilizaciones populares que anclasen una opción política diferente hasta aquí siempre reprimida con éxito por el gobierno.

Así fue. La concentración mayor ocurrió el último día de julio del 2020 varias decenas de miles de personas se congregaron en Minsk, en el mayor acto opositor de la Bielorrusia independiente.

Y fueron esas tres mujeres con determinación política y con coraje cívico las que recorrieron el país con actos multitudinarios, pese a las presiones y amenazas gubernamentales, suficientes para demostrar que Lukachenko ya no era más el autócrata “amado” por el pueblo.

Pero, además del coraje, fue la inteligencia. En sus discursos, Tijanovskaya solo hacía una promesa para el caso de ganar: llamar a elecciones libres inmediatas. Ese fue el rasgo de unidad. El que eliminó las divisiones entre izquierda y derecha, de liberalismo o de socialismo. Se trató de vencer al autócrata. Las mujeres no dividieron. Sumaron.

El autócrata bien amado
De origen humilde y apellido ucraniano, el presidente Lukachenko, nacido en la provincia de Vitebsk, posee una licenciatura en Historia y una graduación en la Academia Bielorrusa de Agricultura. Dos veces prestó servicio en el Ejército Rojo –Unión Soviética- mientras se afilió primero al Komsomol –la organización juvenil comunista- y después al Partido Comunista de la Unión Soviética.

Dirigió un koljós –granja estatal- y después una planta de materiales de construcción. En 1990 alcanzó una diputación en el Soviet Supremo de Bielorrusia y, un año, después fue el único diputado bielorruso en votar contra la conformación de la Comunidad de Estados Independientes que intentó reemplazar a la Unión Soviética.

Como diputado, presidió la Comisión Anticorrupción. Acusó, al respecto, más de 60 dirigentes por enriquecimiento personal. Entre ellos, al presidente de la República de aquel entonces, Stanislav Shushkevich.

En 1994, se presentó a las elecciones presidenciales. Con una plataforma de neto corte populista y con la promesa de luchar y acabar con la corrupción. Una contradicción a la que, lamentablemente, sucumben, con excepciones, numerosos pueblos del mundo.

Lukachenko ganó. Sorpresivamente, a los 39 años de edad, quedó convertido en presidente de una república recientemente independizada del ex poder soviético.

El nuevo presidente se dedicó a acumular poder real. Poder real del que carecía por cuanto la vieja guardia del Partido Comunista retenía todo. La administración, la justicia, la diplomacia, la seguridad y las fuerzas armadas estaban en manos de la “nomenklatura” del viejo partido de Lenin y Stalin.

Para ganar ese poder real, el presidente opuso a la nomenklatura, la voluntad popular. Cuando lo intentaron derrocar mediante una moción de censura parlamentaria, en 1996, respondió con un referéndum sobre una reforma constitucional que ampliaba sus poderes. Ganó la consulta con un real 70,5 por ciento.

Allí, en ese punto, está una de las claves de la supervivencia del presidente Lukachenko. No son pocos los observadores que estiman que el presidente ganó claramente sus reelecciones sucesivas hasta la presente del 2020.

Hasta inclusive la actual, nadie afirma con contundencia que perdió. Cuanto se cuestiona es el fraude. En otras palabras, es posible que el presidente Lukachenko haya vencido en agosto pasado. Por el contrario, es absolutamente imposible que haya obtenido el 79 por ciento de los votos, en tanto la oposición, que movilizó –y moviliza- ciento de miles de personas, haya conseguido solo un paupérrimo seis por ciento.

En todas sus re elecciones, Lukachenko obtuvo un piso del 78 por ciento. Sus candidatos de paja se repartían entre un 12 y un 15 por ciento. Y la oposición no superaba el cuatro por ciento. Fraudes a la vista.

No obstante y salvo esporádicas convulsiones, los bielorrusos no protestaban. Y es que Lukachenko logró asegurar un mínimo de bienestar acompañado de un sentimiento nacional, teñido de bravura, elementos suficientes y determinantes para asegurar su continuidad en el poder.

Claro que todo tiene su límite. Veintiseis años en el poder son, por supuesto, demasiados años. Y buena parte de la gente se cansó. A la derecha, a la izquierda y al centro. Así, los “desaciertos” del régimen que antes quedaban disimulados o en el olvido, comenzaron a ver la luz: devaluaciones del rubro bielorruso, estancamiento económico, alta inflación, rebaja del salario real y la reciente negativa a reconocer el coronavirus como pandemia.

A la cuestión económica, se sumó el cambio que experimentó la sociedad bielorrusa. Frente a los nacionalistas lukachenkianos y a los nostálgicos del comunismo, creció apresuradamente el sentimiento pro occidental, en particular, de los jóvenes que quieren un país democrático y liberal.

Es el punto que el presidente, quiera o no, no podrá resolver: ya no cuenta con la sociedad a su favor. A tal extremo que debió jurar su sexto mandato casi en secreto. Con la capital Minsk en virtual estado de sitio. Sin anuncio de ceremonia previo. Sin televisación. Sin periodistas. Solo con la información de la agencia Balta, la agencia oficial bielorrusa.

El equilibrista
Si en el plano interior la vigencia del presidente Lukachenko se debió a las mejorías en el nivel de vida de los bielorrusos a cambio de lo cual resignaron libertades y aceptaron fraudes, desde la mirada de política exterior fue su capacidad de equilibrio para ubicarse entre Rusia, la Unión Europea, Estados Unidos y hasta China.

Con Rusia se dan los lazos más fuertes. No se trata de una cercanía étnica –ambos pueblos son eslavos-, ni de un pasado común. Por el contrario, entre los bielorrusos contestatarios frente al presidente renace la vocación de independencia.

Luego del tratado de paz de Brest-Litvosk que puso fin a la participación rusa –tras la revolución leninista de octubre- en la Primera Guerra Mundial, Bielorrusia declaró, en 1919, su independencia que fue efímera por cierto.

Solo duró diez meses hasta que sobrevino la invasión soviética del territorio. Desde entonces, existe un gobierno bielorruso en el exilio, la “Rada”, el más antiguo gobierno en el exilio del mundo, con sede en Toronto, Canadá. La “Rada” hizo público su apoyo manifiesto a las actuales movilizaciones contra el autócrata Lukachenko.

No. La razón central de la cercanía entre Bielorrusia y Rusia radica en la dependencia de los primeros de las materias primas de los segundos. En particular, de la energía. Rusia vende petróleo crudo a Bielorrusia a precios subsidiados. Bielorrusia lo refina y lo vende a Europa Occidental a precios de mercado.

En esa línea, Bielorrusia integró todas las entidades supranacionales que la Rusia post comunista “inventó” para reagrupar la vieja Unión Soviética, el sueño y objetivo del mandatario ruso Vladimir Putin.

Comunidad de Estados Independientes (CEI), Unión de Bielorrusia y Rusia, Comunidad Económica Eurasiática, Unión Aduanera Eurasiática fueron las instituciones creadas al efecto con relativo poco éxito.

La Unión de Bielorrusia y Rusia, la más específica, nunca quedó concluida. Alentada al principio por el presidente Lukachenko, pronto pasó a un juego de “frío, caliente”, “que sí, que no”, y derivó en un cuasi congelamiento cuando los sucesos separatistas pro rusos en Ucrania de 2014.

Lo de Ucrania significó para el presidente Lukachenko un espaldarazo internacional significativo cuando la capital Minsk fue sede de las conversaciones ruso-ucranianas. Algo que no impidió dos intentos desestabilizadores organizados por Rusia en Bielorrusia. Uno por parte de la petrolera rusa Gazprom y otro a través de los mercenarios de Wagner, la pantalla “privada” que el gobierno ruso utiliza para combatir fuera de sus fronteras como pasó y pasa en Ucrania, Siria o Libia.

El presidente demostró habilidad para acercarse a la Unión Europea o a Estados Unidos cuando su relación con Rusia se tensionaba. Fueron siempre aproximaciones tácticas. La última de las cuales ocurrió en enero 2020 cuando el secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, visitó Minsk y restableció la normalidad en las relaciones diplomáticas después de doce años sin acreditar embajador.

Pero las “buenas amistades” del interminable presidente no están, claro, en Occidente, sino en aquellos gobernantes que, en buena medida, se le parecen. En el pasado, los dictadores serbio Slobodan Milosevic e irakí Saddam Hussein. En el presente, con la teocracia iraní, con autócrata sirio Bashar al-Assad y con el populista y fraudulento venezolano Nicolás Maduro.

¿Y ahora?
La Bielorrusia actual se debate entre movilización y represión.
El “eterno” presidente no parece dispuesto a ceder nada. Todos los domingos desde el pasado 09 de agosto hasta la fecha, la oposición reúne decenas de miles de personas que reclaman la dimisión del autócrata en distintas ciudades del país.

La respuesta represiva es absolutamente desproporcionada y las detenciones de manifestantes pacíficos se multiplican. A diferencia de otras movilizaciones en el mundo donde grupos de activistas se dedican a romper y, a veces, hasta saquear e incendiar, en las movilizaciones bielorrusas la única violencia proviene del aparato de seguridad del Estado.

La protesta opositora es coordinada por un consejo de 6 integrantes entre los cuales figuran las tres mujeres citadas al principio y la Premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Aleksievich. De los seis, cinco debieron ir al exilio, o están presos. Queda libre, aunque citada a declarar por la policía, Aleksievich.

Para asegurar su “retaguardia”, el presidente Lukachenko volvió a acercarse a su colega ruso Vladimir Putin. Hasta lo fue a visitar a Moscú. La respuesta fue un lacónico compromiso de intervención si todo se “sale de cauce”.

La sensación que quedó del encuentro es que el presidente Putin no permitirá un gobierno anti ruso, considerado como tal un gobierno que pretenda la adhesión de Bielorrusia a la Unión Europea y mucho menos a la alianza militar occidental de la OTAN. Y no más allá. Poco, muy poco, para el atribulado presidente Luckachenko.

Mientras tanto, los manifestantes colorean sus marchas con la bandera nacional. No la actual, roja y verde similar a la que ondeó durante la época soviética para identificar a Bielorrusia, aunque sin la simbología comunista de la hoz y el martillo. La bandera nacional de los manifestantes es la blanca con una franja horizontal roja al medio.

Es la vieja bandera de la República de Bielorrusia de 1919. La de la Rada en el exilio canadiense. La de los dos primeros años de independencia de la Unión Soviética. La de los manifestantes de hoy.
La de la libertad.

Nota: Bielorrusia
Territorio: 207.600 km2, puesto 84 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 9.395.000 habitantes, puesto 95.
Densidad: 45 habitantes por km2, puesto 168.
Producto Bruto Interno: 195.292 millones de dólares, puesto 69 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 20.007 dólares anuales, puesto 65.
Índice de Desarrollo Humano: 0,817 puesto 50. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp.





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