viernes 26 abril 2024

Cuaderno de opiniones: “EL PUÑO INVISIBLE” por Eduardo A. Moro

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“Si cuidamos la libertad, la verdad se cuidará a sí misma” Richard Rorty

En el libro así titulado, con creatividad inusual Carlos Granés pone foco e ilumina la coincidencia naciente de dos fenómenos culturales diametralmente diferentes en un mismo lugar y época, que a partir de los inicios del siglo XX tendrían gran influencia en el arte, las expresividades y las revoluciones políticas posteriores.

En una nota aparecida en El País de España el 18 de diciembr de 2011 se lo comenta así: “(…) A inicios del siglo XX, en la apacible y neutral Suiza, convivieron dos grupos revolucionarios: los primeros —bajo la férula de Lenin— se proponían transformar la sociedad, la economía y la política; los segundos —agrupados en el dadaísmo— se preparaban para alterar las mentes, las costumbres, los valores y la forma de vivir de las personas. ¿Cuáles fueron los desenlaces de esas revoluciones? La socialista se derrumbó en los años ochenta tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. La segunda, la de las vanguardias, se enfrentó a un destino paradójico: a pesar de que cada una de las batallas utópicas condujo a la derrota, sus acciones lograron imponerse y ganar adeptos (…)”.

Se fantasea sobre la curiosidad de que el lugar donde por entonces vivió Lenin (Vladimir Ilitch Oulianov), se ubica en la misma cuadra de Zúrich de la calle donde funcionó el mítico Cabaret Voltaire, a cuyas noches disipadas asistía con frecuencia Tristan Tzara (Samuel Rosenstock), “padre” -si lo hubiere- de todos los movimientos vanguardistas posmodernos posteriores. A Lenin le gustaban lugares más calmos como el Restaurant “La Bodega Española” y en especial el Bar de la planta baja, donde diariamente leía sus periódicos, siempre en una mesa especial que hasta hoy los clientes pueden ocupar y que ostenta una austera placa recordatoria.

Además de esa circunstancia de tiempo y lugar, lo que con audacia también expone Granés, es la apreciación antes transcripta –obviamente opinable- sobre “(…) la distinta suerte que a lo largo del tiempo corrieron esos dos fenómenos alumbrados en Zúrich -en el marco de la Primera Gran Guerra-, insinuando la paradoja de que la mayor fuerza aparente, (la revolución marxista), capaz de conmocionar al mundo, organizar revoluciones y países e incidir en la cultura hasta hoy, fue declinando la potencia de su efecto inicialmente demoledor; mientras que la aventura vanguardista (…) aunque en cien años de vanguardia no construyera muchas cosas inmarcesibles en el dominio del espíritu, el poder destructivo de ese «puño invisible» sí fue cataclísmico. Ahí están, como prueba, los escombros que nos rodean (…)”, y que en sus polimorfas expresiones alcanzó a las artes plásticas, a la literatura, la música experimental y hasta propuestas educativas como fue el recordado Black Mountain College, y algunos movimientos sociales como el hippismo y análisis sociológicos como el situacionismo.

Creo que en realidad ambas corrientes por entonces innovadoras, más allá de sus expresiones históricas concretas y variadas, han perdurado en el mundo de hoy, siendo valoradas –inesperadamente- como fundacionales y con valor reproductivo hacia el futuro.

El pensamiento marxista aún es y seguirá siendo considerado un aporte importante, con nervadura suficiente para mantenerse entre las principales referencias sociales sobre la política, la sociología y la filosofía actuales, que dialogan con él. Y las vanguardias posmodernas han demostrado ser mucho más que su apariencia inicial de “caprichos” anárquicos decadentes de espíritus alucinados, ya que superan largamente el horizonte de sobrevivencia circunstancial de su nacimiento.

Puede decirse que esta actitud de dispersión creativa sin límites, ha permeado crecientemente en el arte y otros aspectos culturales de nuestras distintas sociedades, con tendencia a las libres disyunciones individuales y micro mundos, como una afirmación imperceptible de que cada vez más los seres humanos comparten por separado (y esto puede parecer un oxímoron) e individualmente, la sensación de que sus sensibilidades y afectos se reflejan de manera imperceptible (de allí lo de “invisible”) en aquella conocida expresión: “lo pequeño es bello” (small is beautiful), dando espacio de significación a lo emocional, epidérmico y espontáneo.

Después de todo, si “Dios ha muerto”-al decir de Nietzsche- cada uno puede erigir su capillita, para refugiar en ella miedos y afectos, y nuestra esperanza de que Rorty nos haya dado un buen consejo.
Eduardo A. Moro
Link nota: https://www.nuevospapeles.com/nota/25159-el-puno-invisible
CC/BN/gentileza “nuevospapeles”/rp.

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