sábado 27 abril 2024

Reino Unido: entre el camaleón y el gatopardo, la habilidad política de Boris Johnson

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Por: Luis Domenianni

Sin dudas, el avance del COVID-19 debería ser la principal preocupación de los británicos al cierre del año 2020. El crecimiento de los casos pero, sobre todo, de los fallecimientos así debería indicarlo. Sin embargo, no lo es. Al menos, desde la perspectiva de una sociedad que observa marchas y contra marchas semanales al respecto.

Desde la minimización inicial con la aparición de la pandemia hasta los confinamientos más o menos estrictos pasando por los cierres de fronteras interiores, en particular en Escocia y sobre todo en Gales, el Reino Unido experimenta –no es la excepción- miedos y desenfados sin solución de continuidad, alentados ambos por el hartazgo social.

No obstante, la serie de las últimas doce semanas revela un crecimiento de la letalidad exponencial, si se la mide por número de fallecidos por millón de habitantes.

Vale la pena reproducirla para comprender la dimensión de la segunda ola del coronavirus. Hace 12 semanas, el Reino Unido contaba con 625 fallecidos por millón de habitantes por causa de la pandemia.

La sucesión semanal indica 626 (+1) a la semana siguiente. 627 (+1) a la siguiente. Y así: 629 (+2); 632 (+3); 638 (+6); 646 (+8); 662 (+16); 678 (+16); 706 (+26); 741 (+35); 785 (+44) para llegar a 832 (+47).

Difícil juzgar las consecuencias políticas, debidas por lo general a múltiples factores. Aunque la dimensión de la segunda ola de la pandemia es tal que no resulta aventurado especular que la visión de la sociedad sobre el gobierno está fuertemente vinculada con la gestión sanitaria.

En abril del 2020, el gobierno conservador del primer ministro Boris Johnson (56 años) contaba según el instituto británico YouGov con un apoyo público del 66 por ciento. Fue cuando el propio primer ministro cayó víctima del COVID.

Seis meses después, finales de octubre, ese apoyo quedó reducido al 34 por ciento. YouGov afirma, además, que si las elecciones se llevasen a cabo en noviembre del 2020, los laboristas superarían a los “tories” –apelativo de los conservadores- por un 40 a un 38 por ciento.

No son pocos los observadores que vinculan la pérdida de confianza señalada con la gestión gubernamental de la pandemia.

Así, explican que la primera ola de la pandemia fue mal gestionada, con un confinamiento tardío y con una escasa preparación para enfrentarla. Además, haciéndose eco de las teorías complotistas en boga, arrojan un manto de sospechas sobre la “opacidad” en la distribución de fondos vinculados que lleva hasta bordear el límite de los conflictos de intereses.

Las marchas y contramarchas del gobierno durante el verano en cuestiones tales como el uso de la máscara facial o los exámenes presenciales de fin de curso en las escuelas secundarias generaron la impresión de un gobierno sin estrategia definida.

Y deben agregarse dos elementos puntuales: la demorada salida del gobierno del asesor principal en materia de Brexit, Dominic Cummings, por violar las reglas del confinamiento y la reacción tardía frente a los llamados del futbolista del Manchester United, Marcus Rashford, a favor de la lucha contra la pobreza infantil.

Desde la economía, los datos son decididamente poco alentadores. Durante el segundo trimestre, la contracción del Producto Bruto Interno (PBI) alcanzó el 20,4 por ciento, considerada la más grave de Europa.

Cierto es que el tercer trimestre arrojó una recuperación del 15,5 por ciento. Pero, las perspectivas para el último trimestre del 2020 no resultan nada halagüeñas. Medida anualmente, computados tres trimestres de 2020, contra la finalización del año 2019, la disminución del PBI es del 9,7 por ciento.

Desde la política partidista, las consecuencias del “mal manejo” de la pandemia abarcan desde un creciente malestar en las propias filas conservadoras del primer ministro hasta la recuperación del laborismo cuyo nuevo jefe, Keir Starmer (58 años), jugó la carta de la moderación.

Así, el jefe opositor logró un punto importante a favor cuando el primer ministro debió confinar nuevamente el país durante noviembre 2020 mientras evitaba cuidadosamente el tema que divide profundamente al laborismo: la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE), conocido coloquialmente como Brexit.

Camaleón político
Pero el jefe del gobierno conservador del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte no es alguien sin capacidad de reacción. Ni alguien dispuesto a la resignación frente a una situación contradictoria. Mucho menos alguien que se paraliza y no da pelea.

Conocedor de su elocuente triunfo en las elecciones del 2019 cuando consiguió aglutinar una mayoría segura para avanzar a paso resuelto en el retiro del Reino Unido de la Unión Europea, el primer ministro Boris Johnson hace cuanto indica el manual del buen político: da pelea.

Y para dar pelea, elige una táctica prevista también en ese manual imaginario: la táctica de tomar la iniciativa.

Para ello, comienza por el trillado reconocimiento “de la cosa está mal”. Para agregarle, de inmediato el “pero no es mi culpa”. Y renglón seguido, “estos son los culpables”. Finalizado por un “del gobierno se van”.

Para comenzar: Cummings y su violación de las reglas del confinamiento y para seguir, varios responsables de aquella campaña exitosa del Brexit de 2016. En el manual del buen político, a esto se le llama “oxigenar”.

De ese “oxigenar” forma parte el recuperar los lazos con los diputados tories, inquietos por los resultados en las encuestas. También la creación de dos grupos de trabajo para reconstruir lazos con Escocia y con Gales, cuyos gobiernos y parlamentos locales llevaron a cabo políticas decididamente opuestas a la del primer ministro en materia de combate a la pandemia.

Audaz –hacia adelante-, el primer ministro anuncia la prohibición, a tono con la ola verde que invade el Viejo Continente, de la comercialización, a partir de 2030, de vehículos alimentados a nafta o diésel.

Desde ya que no presta oídos sordos a la campaña del futbolista Rashford y asume la tarea de la distribución gratuita de alimentos entre los niños pobres del Reino Unido.

A velocidad de vértigo, los anuncios de cambios se suceden uno tras otro. Así, en plena pandemia y, por ende, en plena recesión económica, el jefe del gobierno informa, sorpresivamente, un incremento del 10 por ciento en el presupuesto de la defensa nacional.

Un sujeto no menor para un país habituado a guerrear y orgulloso de una fuerzas armadas que fueron capaces de aguantar en solitario el embate de la imbatible Alemania nazi par luego vencerla con el apoyo estadounidense. O de desplazarse miles de kilómetros para recuperar con éxito las islas Malvinas.

El compromiso del Reino Unido con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –la alianza ofensiva-defensiva que encabeza Estados Unidos- consiste en mantener un presupuesto militar equivalente al dos por ciento del Producto Bruto Interno británico y norirlandés.

La iniciativa del primer ministro lleva dicho presupuesto al 2,2 por ciento. Un cambio significativo –y costoso- que va dirigido, como en el resto de las materias, a reubicarlo como un referente más… “céntrico” que abandona una etapa ideológica que parece quedar atrás.

¿Dónde apunta? A tomar debida nota del recambio en la presidencia norteamericana. El paso del aislacionista Trump al multilateralista Biden. De aquel desprecio constante de Trump por la OTAN a la inevitable revalorización de la organización ofensiva-defensiva como instrumento de la tradicional política internacional de los Estados Unidos que retorna.

¿Qué dice el primer ministro al respecto? Justifica la decisión de manera pública sin negar, ni menospreciar la situación sanitaria. Pero, sostiene que la defensa del Reino Unido es una “prioridad”. Exagera que la “situación internacional es la más peligrosa desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Y asegura que se trata de defender “nuestro pueblo y nuestro modo de vida”.

Con alguna excepción aislada, el espectro político saludó la iniciativa dado el prestigio de las Fuerzas Armadas británicas, aun si el gobierno no especificó de donde obtendrá los recursos para financiar dicho incremento. ¿Aumentará impuestos? ¿Reducirá otros gastos gubernamentales? Dos cosas son seguras: no emitirá, ni tomará deuda a tal fin.

Para sus detractores, que no son pocos y que aumentaron sensiblemente pandemia mediante, el primer ministro Boris Johnson es como un “camaleón” que cambia de formas y colores como técnica de auto conservación.

Un camaleón que no dudó en jugar una carta progresista y situarse a la izquierda del Partido Conservador para alcanzar la alcaidía de Londres en 2008. Que giró abruptamente a la derecha para convertirse en “brexiter” y ganar el referéndum respectivo y las elecciones del 2019 ¿Qué impide, entonces, virar nuevamente para remontar en la opinión pública?

De pandemias…
El primer ministro Johnson sabe bien que pese a la proximidad del último mes del año, 2020 no está terminado, ni mucho menos.

En primer lugar porque al igual que el resto del Viejo Continente queda la pandemia y la promesa de levantar el confinamiento a partir del 02 de diciembre 2020. Camaleón al fin, el primer ministro dispuso limitar el confinamiento.

Y ello, si por limitar la sociedad británica –y la actitud política de los conservadores en la Cámara de los Comunes- se acepta juzgar como tal un levantamiento parcial de las restricciones en la isla de Wight (sud), en el Cornualles (región del sudoeste) y en las islas Scilly, en el extremo sudoeste.

La isla de Wight, donde ubicó su residencia de verano la reina Victoria y mencionada en el tema de Los Beatles “When I’m sixty four”, cuenta con 140 mil habitantes. La mágica y céltica Cornualles, con idioma propio, es un condado de 530 mil habitantes. Y en las Scilly, viven algo más de 2 mil habitantes.

En síntesis, solo algo menos de 700 mil personas serán “beneficiadas” por un confinamiento de menor grado, sobre una población total del Reino Unido de casi 68 millones de habitantes.

Tras este anuncio del “desconfinamiento”, al de camaleón es posible agregar otro sobre nombre zoológico. El de “gatopardo”, eternizado en la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, uno de cuyos personajes declara “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.

Por supuesto que el “desconfinamiento” no fue presentado de manera tan grosera. Se lo adornó con palabras “técnicas”.

Así, el anuncio predijo que el 03 de diciembre de 2020, el país quedará dividido en “tercios”. Tercios que no corresponden a divisiones poblacionales, ni territoriales, sino a grados de desconfinamiento.

En el tercio tres, 23 millones de británicos solo notarán pequeños cambios frente al confinamiento. En el tercio dos, 22 millones notarán algún cambio más. Y en el tercio uno donde solo subsistirá la prohibición de reuniones de más de 6 personas quedan abarcadas, como ya se dijo, las casi 700 mil personas de Wight, Cornualles y Scilly.

En otras palabras, un tercio del 1 por ciento de la población. Un gatopardismo que no convence a casi 70 diputados conservadores que amenaza con votar contra la ley del “semi-confinamiento” que el primer ministro debe someter al parlamento.

…y de Brexit
El otro plazo que debe atender el primer ministro Boris Johnson es el cierre de la negociación sobre el Brexit que vence el próximo 31 de diciembre, plazo que el propio primer ministro se negó a extender al jugar la carta extrema del todo o nada centrada en el último día del 2020.

La gran pregunta es si el jefe de gobierno conservador se mantendrá firme en su juego fatalista. La pregunta resulta válida a la luz –nuevamente- del cambio en Washington DC.

Una cosa era la vida con el presidente Trump y otra lo será con el presidente Biden. Con el primero, la crítica a la Unión Europea recibía aplausos. La salida del acuerdo multilateral de la UE, ovaciones.

Con la salvedad de la futurología que suele deparar inesperadas sorpresas, es posible afirmar que aplausos –aunque difícilmente ovaciones- surgirán desde los Estados Unidos oficiales solo si el Brexit es coronado con un acuerdo.

Dos son las razones que el “camaleón” va a tener, sin dudas, en cuenta, más allá de cuál será su decisión final que, hasta aquí, no cambió.

La primera es que el interés de los nuevos Estados Unidos radica en diferenciarse de aquel aislacionismo del presidente Trump. Y entonces… soplan nuevos vientos.

Ya fue dicho con relación a la OTAN. Es conveniente repetirlo en relación con la Unión Europea (UE): el futuro presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, alentará toda forma de multilateralismo.

Con un agregado: todo hace prever que el cambio de política hacia la UE amenazará con un aislamiento inversamente proporcional del Reino Unido.

Sin dudas los lazos atlánticos e históricos, en particular con el ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial en la lucha contra el nazismo, no serán olvidados, ni superados por una decisión británica aislacionista como fue el abandono de la UE.

No se trata de tanto, pero sí de no perder de vista la religiosidad del futuro presidente Biden. Y el futuro presidente Biden es católico. Y es católico porque es de origen irlandés.

Un episodio ilustrativo: el 07 de noviembre pasado, rodeado de periodistas, el futuro presidente norteamericano repara en un corresponsal que le reclama unas palabras. El “movilero” es británico y trabaja para la BBC, probablemente la cadena de televisión más prestigiosa del mundo.

“¿BBC?” interroga el vencedor del presidente Trump y, a renglón seguido proclama “soy irlandés”. Para los irlandeses, orgullo. Para los británicos, preocupación. Sobre todo por la situación en Irlanda del Norte.

Nadie imagina, ni mucho menos, un retorno a la violencia entre unionistas protestantes y republicanos católicos que sacudió esa porción de Irlanda durante varias décadas. Pero sí es posible imaginar un enojo presidencial norteamericano si el Reino Unido y la Unión Europea no llegan a un acuerdo por la cuestión de la frontera norirlandesa con la República de Irlanda.

Es uno de los grandes temas a resolver. Porque la República de Irlanda es parte de la Unión Europea y un Brexit sin acuerdo sobre este punto acarreará graves consecuencias sobre el comercio entre el Reino Unido y la Unión Europea.

En teoría, la situación debe quedar resuelta para el último día del 2021. Caso contrario quedará materializado un Brexit contradictorio, sin acuerdo, unilateral. Al gusto del presidente Trump. Al disgusto del presidente Biden.

¿Qué decidirá el primer ministro Boris Johnson? Nadie lo sabe. Pero, ante cualquier análisis, nadie debe olvidar al “camaleón” y al “gatopardo”.
Nota Reino Unido:
Territorio: 244.820 km2, puesto 78 sobre 247 países y territorios dependientes.
Población: 67.374.000 habitantes, puesto 21.
Densidad: 278 habitantes por km2, puesto 54.
Producto Bruto Interno: 3 billones 128.125 millones de dólares, puesto 9 (a paridad de poder adquisitivo, PPA). Fuente Fondo Monetario Internacional.
Producto Bruto Interno per cápita (PPA): 45.565 dólares anuales, puesto 24.
Índice de Desarrollo Humano: 0,920, puesto 15. Fuente Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Luis Domenianni
IN/BN/rp

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